Los legisladores están presionando para lograr una reforma del financiamiento de las campañas políticas. Afirman que el actual sistema es tan corrupto que el dinero a menudo triunfa por sobre el interés público.
¿Es ese realmente el caso?
No parece probable, afirma el economista de la Tufts University Jeffrey Milyo en The Independent Review, incluso cuando la noción de que el dinero corrompe a la política es algo común.
Milyo afirma que los críticos sostienen que el dinero “pervierte” a la democracia de tres formas: las contribuciones a las campañas compran favores legislativos; los gastos de las campañas compran a los funcionarios electos; y el encono popular sobre el rol del dinero en la política aleja de ella a los ciudadanos comunes.
El apoyo para estas afirmaciones es fácil de encontrar.
En la mayoría de las elecciones, por ejemplo, el candidato que más dinero gasta es el que gana. Además, la mayoría de los comités de acción política le conceden fuertemente apoyo a quienes ya se encuentran ocupando el cargo, quienes usualmente votan como le agrada al PAC (siglas en inglés para la Public Affairs Conference.) También, la concurrencia de los votantes ha disminuido a medida que el gasto de las campañas se ha elevado.
¿Caso cerrado? De ninguna manera, dice Milyo. “La mayoría de los expertos académicos estarían de acuerdo respecto de que es muy difícil encontrar una evidencia consistente y convincente de que el dinero interesado compra tanto a las elecciones como a los favores políticos.”
Los estudios encuentran, por ejemplo, que gran parte de las contribuciones a las campañas carecen de efecto sobre quien gana la elección. Otros estudios muestran que ni la riqueza del candidato ni la cuantía de las arcas de su campaña disuade a los contrincantes.
Por lo tanto, “No sorprende que exista poca evidencia acerca de que las contribuciones del PAC influyan en el comportamiento de la votación nominal de los legisladores,” sostuvo Milyo.
Al mismo tiempo, afirmó, relativamente poco dinero fluye hacia las campañas políticas. Durante el periodo 1995–96, por ejemplo, las contribuciones a los candidatos y a los partidos federales totalizaron los $2 mil millones—aproximadamente un tercio de la suma otorgada durante el mismo periodo a la organización de beneficencia United Way.
Estudios sobre las contribuciones efectuadas por las grandes corporaciones, mientras tanto, sugieren que sus donaciones a la caridad son superiores en unas 10 veces a sus donaciones a las causas políticas.
“Si las contribuciones a la campaña fuesen el equivalente funcional de los sobornos,” sostuvo Milyo, “podríamos esperar que mucho más dinero fluya hacia las campañas políticas.”
Milyo desafía también a la noción popular de que el disgusto del público con el financiamiento de las campañas explica la menguante afluencia de votantes.
Si lo hace, escribió Milyo, “deberíamos esperar que los individuos con puntos de vista más cínicos sobre el financiamiento de las campañas, los partidos políticos y el gobierno estuviesen menos proclives a votar.”
Pero no lo están. Una reciente encuesta realizada por la “League of Women Voters” encuentra que quienes no votan tienen puntos de vista muy similares a aquellos que sí lo hacen.
Por supuesto, dijo Milyo, es posible que “debido a que el dinero interesado fluye primariamente hacia los funcionarios ya en el cargo, el dramático incremento del gasto de las campañas pueda haber reducido la competitividad de las elecciones y de esa forma disminuido la concurrencia de votantes.”
Pero eso es improbable. En principio, “Las elecciones parlamentarias se han vuelto en verdad más competitivas en la medida que ha trepado el gasto de las campañas,” escribió Milyo. “Las carreras por la Cámara de Representantes se han vuelto más cerradas, los titulares de los cargos han disminuido sus guerras por las arcas, las derrotas se han incrementado, y la proporción de titulares sin oposición ha caído.”
Además, la participación de los electores se correlaciona con la estrechez, “en las elecciones grandes, la probabilidad de emitir un voto decisivo, aún en una elección cerrada, permanece nimia. Consecuentemente, los cambios en la estrechez esperada de una elección no deberían tener un efecto significativo y directo sobre la concurrencia.”
La razón pareciera ser otra, dijo Milyo, dado que la mayor competencia electoral causa un mayor gasto, el mismo a su vez incrementa la participación. ¿Cómo? Primero, una competencia cerrada conduce a los candidatos a efectuar una búsqueda más ardua de fondos. Segundo, una carrera cerrada vuelve a los donantes más deseosos de contribuir con fondos.
En virtud de que las donaciones son usadas para comprar avisos para las campañas, escribió Milyo, “el interés del votante es excitado en los distritos bombardeados con numerosos comerciales.” ¿El resultado? Mayor asistencia de votantes.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Corrompe el dinero?
Los legisladores están presionando para lograr una reforma del financiamiento de las campañas políticas. Afirman que el actual sistema es tan corrupto que el dinero a menudo triunfa por sobre el interés público.
¿Es ese realmente el caso?
No parece probable, afirma el economista de la Tufts University Jeffrey Milyo en The Independent Review, incluso cuando la noción de que el dinero corrompe a la política es algo común.
Milyo afirma que los críticos sostienen que el dinero “pervierte” a la democracia de tres formas: las contribuciones a las campañas compran favores legislativos; los gastos de las campañas compran a los funcionarios electos; y el encono popular sobre el rol del dinero en la política aleja de ella a los ciudadanos comunes.
El apoyo para estas afirmaciones es fácil de encontrar.
En la mayoría de las elecciones, por ejemplo, el candidato que más dinero gasta es el que gana. Además, la mayoría de los comités de acción política le conceden fuertemente apoyo a quienes ya se encuentran ocupando el cargo, quienes usualmente votan como le agrada al PAC (siglas en inglés para la Public Affairs Conference.) También, la concurrencia de los votantes ha disminuido a medida que el gasto de las campañas se ha elevado.
¿Caso cerrado? De ninguna manera, dice Milyo. “La mayoría de los expertos académicos estarían de acuerdo respecto de que es muy difícil encontrar una evidencia consistente y convincente de que el dinero interesado compra tanto a las elecciones como a los favores políticos.”
Los estudios encuentran, por ejemplo, que gran parte de las contribuciones a las campañas carecen de efecto sobre quien gana la elección. Otros estudios muestran que ni la riqueza del candidato ni la cuantía de las arcas de su campaña disuade a los contrincantes.
Por lo tanto, “No sorprende que exista poca evidencia acerca de que las contribuciones del PAC influyan en el comportamiento de la votación nominal de los legisladores,” sostuvo Milyo.
Al mismo tiempo, afirmó, relativamente poco dinero fluye hacia las campañas políticas. Durante el periodo 1995–96, por ejemplo, las contribuciones a los candidatos y a los partidos federales totalizaron los $2 mil millones—aproximadamente un tercio de la suma otorgada durante el mismo periodo a la organización de beneficencia United Way.
Estudios sobre las contribuciones efectuadas por las grandes corporaciones, mientras tanto, sugieren que sus donaciones a la caridad son superiores en unas 10 veces a sus donaciones a las causas políticas.
“Si las contribuciones a la campaña fuesen el equivalente funcional de los sobornos,” sostuvo Milyo, “podríamos esperar que mucho más dinero fluya hacia las campañas políticas.”
Milyo desafía también a la noción popular de que el disgusto del público con el financiamiento de las campañas explica la menguante afluencia de votantes.
Si lo hace, escribió Milyo, “deberíamos esperar que los individuos con puntos de vista más cínicos sobre el financiamiento de las campañas, los partidos políticos y el gobierno estuviesen menos proclives a votar.”
Pero no lo están. Una reciente encuesta realizada por la “League of Women Voters” encuentra que quienes no votan tienen puntos de vista muy similares a aquellos que sí lo hacen.
Por supuesto, dijo Milyo, es posible que “debido a que el dinero interesado fluye primariamente hacia los funcionarios ya en el cargo, el dramático incremento del gasto de las campañas pueda haber reducido la competitividad de las elecciones y de esa forma disminuido la concurrencia de votantes.”
Pero eso es improbable. En principio, “Las elecciones parlamentarias se han vuelto en verdad más competitivas en la medida que ha trepado el gasto de las campañas,” escribió Milyo. “Las carreras por la Cámara de Representantes se han vuelto más cerradas, los titulares de los cargos han disminuido sus guerras por las arcas, las derrotas se han incrementado, y la proporción de titulares sin oposición ha caído.”
Además, la participación de los electores se correlaciona con la estrechez, “en las elecciones grandes, la probabilidad de emitir un voto decisivo, aún en una elección cerrada, permanece nimia. Consecuentemente, los cambios en la estrechez esperada de una elección no deberían tener un efecto significativo y directo sobre la concurrencia.”
La razón pareciera ser otra, dijo Milyo, dado que la mayor competencia electoral causa un mayor gasto, el mismo a su vez incrementa la participación. ¿Cómo? Primero, una competencia cerrada conduce a los candidatos a efectuar una búsqueda más ardua de fondos. Segundo, una carrera cerrada vuelve a los donantes más deseosos de contribuir con fondos.
En virtud de que las donaciones son usadas para comprar avisos para las campañas, escribió Milyo, “el interés del votante es excitado en los distritos bombardeados con numerosos comerciales.” ¿El resultado? Mayor asistencia de votantes.
Traducido por Gabriel Gasave
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