Si no puede enviarles burócratas, usted puede enviarles abogados. Esa parecería ser la nueva estrategia de los ingenieros sociales. Destruir a la industria tabacalera y a los fabricantes de armas a través de demandas judiciales por responsabilidad. Arruinar a Microsoft con acciones antimonopólicas federales y estaduales y toda una variedad de causas privadas. Establecer precedentes a efectos de que sean aplicados contra cualquier empresa en cualquier mercado.
Las leyes antimonopólicas nunca han tenido mucho que ver con la economía. Para a cualquier estudiante de abogacía con el más leve conocimiento económico, las clases sobre las medidas antimonopólicas les resultaban invariablemente deprimentes. Los abogados ignorantes importunan a los jueces oficiosos para que le apliquen precedentes legales estúpidos a circunstancias económicas complejas. El resultado de ello nunca fue algo agradable.
Al menos allá por los años 80, incluso el Departamento de Justicia dejó de aplicar las leyes más absurdas, tales como la Ley Robinson-Patman, dirigida contra la “discriminación en los precios,” la cual casi siempre reducía la competencia. El jefe antimonopolios de Reagan, William Baxter, desistió de la necia demanda contra IBM.
En verdad, el caso de IBM ilustró perfectamente la estupidez de intentar micro manejar a los rápidos cambios que tienen lugar en los mercados económicos. La “Big Blue” pronto sucumbió ante una bandada de nuevos competidores y ha incluso renunciado a producir computadoras personales. Demasiado para su supuesto poder monopólico.
El auge de Microsoft demuestra también el poder de la competencia. Por ejemplo, Microsoft lanzó su planilla de calculo Excel en un mercado dominado por el programa Lotus 1-2-3. Pero Excel triunfó. Entre 1984 y 1994, el programa Excel obtuvo 28 sondeos de opinión y revisiones que lo daban como ganador contra una sola obtenida por Lotus, informan los economistas Stan Liebowitz y Stephen Margolis en su libro, “Winners, Losers and Microsoft,” publicado por The Independent Institute.
Además, escriben, los precios promedio se redujeron cuatro veces más rápido en las principales categorías de programas de computación en las cuales Microsoft competía. No solamente no existe ninguna evidencia de una sobrecarga en los precios por parte de Microsoft, lo que sería una prueba obvia del poder monopólico, sino que la compañía recibe premios por su servicio. En una encuesta del año 1998 realizada por la publicación Computer Reseller News, el 46 por ciento de los participantes en la misma dijeron que Microsoft proporcionaba la mejor capacitación para el consumidor; seguida por IBM con el 14 por ciento, mientras que el archi rival Sun Microsystems obtuvo solamente el 4 por ciento.
Es arduo sintetizar en un solo artículo a la opinión de 207 páginas del Juez Thomas Jackson, para no mencionar a la totalidad de la causa del Departamento de Justicia. Pero quizás lo que más pasa de ser percibido por los críticos de Microsoft es la creciente competencia que enfrenta la empresa. No solamente existe iMac de Apple, sino también Unix y Linux.
En un mercado tan fluido como lo es el del software, Microsoft podría también encontrase desplazada en virtud de las cambiantes aplicaciones de Java y de los desarrollos generados por la unión de AOL y Netscape. Robert Levy, desarrollador de programas de computación devenido en erudito legal, observa: “Microsoft se está comportando no como un monopolista sino como una compañía cuya propia supervivencia está en juego. Sus precios están bajando, y su tecnología se encuentra luchando por mantener el ritmo de una explosión innovadora del software.”
En dónde terminará el mercado es algo que nadie lo sabe. Ciertamente el jefe antimonopolios del Presidente Clinton, Joel Klein no tiene la menor idea. En su demanda inicia, al gobierno se le escapó el papel que juega Linux, programa que es utilizado actualmente por 8 millones de computadoras. El Departamento de Justicia alertó que Microsoft estaba yendo a fortalecer su monopolio mediante la realización de acuerdos con los proveedores de Internet, los cuales han resultado ser todos jugadores menores si se los compara con los diversos de AOL.
El más espectacular juicio equivocado del gobierno, dicen los economistas Thomas Hazlett y George Bittlingmayer, fue la creencia de que las acciones de Microsoft eliminarían la inversión en Internet. Si el dinero para nuevos emprendimientos en la Web es lo que está escaseando, nadie se ha percatado de ello.
Los más grandes impulsores de la demanda del Departamento de Justicia simplemente desean cercenar la capacidad de Microsoft para competir con ellos. La revista Fortune intituló un reciente artículo: “El plan de Scott McNealy para castigar a Bill Gates.”
Explicaba el Sr. McNealy, titular de Sun Microsystems: “Todo lo que necesito son cinco años,” tiempo durante el cual Microsoft debería ser excluido de la posibilidad de hacer nuevos negocios o adquisiciones de productos. Entonces, afirma, estaré listo para competir. Pero un mercado libre no funciona -o al menos no debería hacerlo- de ese modo.
Sin duda, Microsoft apelará el pronunciamiento final del Juez Jackson, el que debería seguir sus investigaciones. Pero el Juez ha designado al Juez de Apelaciones Richard Posner como mediador a efectos de facilitar las conversaciones sobre un acuerdo.
El único acuerdo correcto, no obstante, sería el de que el Departamento de Justicia desistiese de la causa – y que el Congreso redujera el financiamiento para la División Antimonopolios del Departamento.
Hasta hace apenas unos pocos años atrás, Microsoft orgullosamente rehusaba abrir una oficina en la ciudad de Washington. Extrañamente, el columnista del New York Times, Thomas Friedman observó esta circunstancia como una demostración de desprecio por “la reglas y las instituciones.” En realidad, Microsoft estaba demostrando un apropiado desprecio por el tipo de manipulación política de las normas y de las instituciones que fuera evidenciado por la demanda antimonopólica.
Sin embargo, la broma final puede recaer sobre los enemigos de la compañía. Joel Klein afirma que la tarea del regulador antimonopolios es la de “reasignar los recursos entre el productor y el consumidor.” No existe motivo alguno para creer que AOL, o Sun Microsystems, o cualquier otro número de críticos de Microsoft no pudiesen terminar en los enredos legales del gobierno.
Abogados alocados y jueces entrometidos podrían enriquecer a las empresas que desean una protección especial. El resto de nosotros inevitablemente perdemos.
Traducido por Gabriel Gasave
Haciendo ingeniería social con un escrito judicial
Si no puede enviarles burócratas, usted puede enviarles abogados. Esa parecería ser la nueva estrategia de los ingenieros sociales. Destruir a la industria tabacalera y a los fabricantes de armas a través de demandas judiciales por responsabilidad. Arruinar a Microsoft con acciones antimonopólicas federales y estaduales y toda una variedad de causas privadas. Establecer precedentes a efectos de que sean aplicados contra cualquier empresa en cualquier mercado.
Las leyes antimonopólicas nunca han tenido mucho que ver con la economía. Para a cualquier estudiante de abogacía con el más leve conocimiento económico, las clases sobre las medidas antimonopólicas les resultaban invariablemente deprimentes. Los abogados ignorantes importunan a los jueces oficiosos para que le apliquen precedentes legales estúpidos a circunstancias económicas complejas. El resultado de ello nunca fue algo agradable.
Al menos allá por los años 80, incluso el Departamento de Justicia dejó de aplicar las leyes más absurdas, tales como la Ley Robinson-Patman, dirigida contra la “discriminación en los precios,” la cual casi siempre reducía la competencia. El jefe antimonopolios de Reagan, William Baxter, desistió de la necia demanda contra IBM.
En verdad, el caso de IBM ilustró perfectamente la estupidez de intentar micro manejar a los rápidos cambios que tienen lugar en los mercados económicos. La “Big Blue” pronto sucumbió ante una bandada de nuevos competidores y ha incluso renunciado a producir computadoras personales. Demasiado para su supuesto poder monopólico.
El auge de Microsoft demuestra también el poder de la competencia. Por ejemplo, Microsoft lanzó su planilla de calculo Excel en un mercado dominado por el programa Lotus 1-2-3. Pero Excel triunfó. Entre 1984 y 1994, el programa Excel obtuvo 28 sondeos de opinión y revisiones que lo daban como ganador contra una sola obtenida por Lotus, informan los economistas Stan Liebowitz y Stephen Margolis en su libro, “Winners, Losers and Microsoft,” publicado por The Independent Institute.
Además, escriben, los precios promedio se redujeron cuatro veces más rápido en las principales categorías de programas de computación en las cuales Microsoft competía. No solamente no existe ninguna evidencia de una sobrecarga en los precios por parte de Microsoft, lo que sería una prueba obvia del poder monopólico, sino que la compañía recibe premios por su servicio. En una encuesta del año 1998 realizada por la publicación Computer Reseller News, el 46 por ciento de los participantes en la misma dijeron que Microsoft proporcionaba la mejor capacitación para el consumidor; seguida por IBM con el 14 por ciento, mientras que el archi rival Sun Microsystems obtuvo solamente el 4 por ciento.
Es arduo sintetizar en un solo artículo a la opinión de 207 páginas del Juez Thomas Jackson, para no mencionar a la totalidad de la causa del Departamento de Justicia. Pero quizás lo que más pasa de ser percibido por los críticos de Microsoft es la creciente competencia que enfrenta la empresa. No solamente existe iMac de Apple, sino también Unix y Linux.
En un mercado tan fluido como lo es el del software, Microsoft podría también encontrase desplazada en virtud de las cambiantes aplicaciones de Java y de los desarrollos generados por la unión de AOL y Netscape. Robert Levy, desarrollador de programas de computación devenido en erudito legal, observa: “Microsoft se está comportando no como un monopolista sino como una compañía cuya propia supervivencia está en juego. Sus precios están bajando, y su tecnología se encuentra luchando por mantener el ritmo de una explosión innovadora del software.”
En dónde terminará el mercado es algo que nadie lo sabe. Ciertamente el jefe antimonopolios del Presidente Clinton, Joel Klein no tiene la menor idea. En su demanda inicia, al gobierno se le escapó el papel que juega Linux, programa que es utilizado actualmente por 8 millones de computadoras. El Departamento de Justicia alertó que Microsoft estaba yendo a fortalecer su monopolio mediante la realización de acuerdos con los proveedores de Internet, los cuales han resultado ser todos jugadores menores si se los compara con los diversos de AOL.
El más espectacular juicio equivocado del gobierno, dicen los economistas Thomas Hazlett y George Bittlingmayer, fue la creencia de que las acciones de Microsoft eliminarían la inversión en Internet. Si el dinero para nuevos emprendimientos en la Web es lo que está escaseando, nadie se ha percatado de ello.
Los más grandes impulsores de la demanda del Departamento de Justicia simplemente desean cercenar la capacidad de Microsoft para competir con ellos. La revista Fortune intituló un reciente artículo: “El plan de Scott McNealy para castigar a Bill Gates.”
Explicaba el Sr. McNealy, titular de Sun Microsystems: “Todo lo que necesito son cinco años,” tiempo durante el cual Microsoft debería ser excluido de la posibilidad de hacer nuevos negocios o adquisiciones de productos. Entonces, afirma, estaré listo para competir. Pero un mercado libre no funciona -o al menos no debería hacerlo- de ese modo.
Sin duda, Microsoft apelará el pronunciamiento final del Juez Jackson, el que debería seguir sus investigaciones. Pero el Juez ha designado al Juez de Apelaciones Richard Posner como mediador a efectos de facilitar las conversaciones sobre un acuerdo.
El único acuerdo correcto, no obstante, sería el de que el Departamento de Justicia desistiese de la causa – y que el Congreso redujera el financiamiento para la División Antimonopolios del Departamento.
Hasta hace apenas unos pocos años atrás, Microsoft orgullosamente rehusaba abrir una oficina en la ciudad de Washington. Extrañamente, el columnista del New York Times, Thomas Friedman observó esta circunstancia como una demostración de desprecio por “la reglas y las instituciones.” En realidad, Microsoft estaba demostrando un apropiado desprecio por el tipo de manipulación política de las normas y de las instituciones que fuera evidenciado por la demanda antimonopólica.
Sin embargo, la broma final puede recaer sobre los enemigos de la compañía. Joel Klein afirma que la tarea del regulador antimonopolios es la de “reasignar los recursos entre el productor y el consumidor.” No existe motivo alguno para creer que AOL, o Sun Microsystems, o cualquier otro número de críticos de Microsoft no pudiesen terminar en los enredos legales del gobierno.
Abogados alocados y jueces entrometidos podrían enriquecer a las empresas que desean una protección especial. El resto de nosotros inevitablemente perdemos.
Traducido por Gabriel Gasave
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