Poco después de los ataques del 11 de septiembre contra el World Trade Center y el Pentágono, el Presidente Bush creó una Oficina de Seguridad Interior. ¿Cuántos de nosotros nos hemos detenido para ponderar el significado de esa acción? Por más de cincuenta años, los Estados Unidos han mantenido a un activo—algunos dirían un hiperactivo—Departamento de Defensa. Si el mismo no defiende nuestra patria, ¿qué es lo que defiende?
No importa lo que se responda, el Pentágono no ha sido tímido a la hora de gastar nuestro dinero. Durante los más de cuarenta años que duró la Guerra Fría, el gasto militar anual promedió el 7,5 por ciento del PBI. Apenas en los últimos cinco años, el gasto militar ha acumulado más de $1,5 billones (trillón, en inglés). Usted pensaría que tanto dinero compraría mucha seguridad nacional. ¡Al margen del catastrófico ataque contra la Ciudad de Nueva York, el Departamento de Defensa no pudo ni siquiera anticipar o defenderse del devastador ataque contra sus propios cuarteles centrales!
El 1 de octubre, el Pentágono publicó su Quadrennial Defense Review. Como lo destacó el New York Times, esta revisión “restaura la defensa de los Estados Unidos como la misión principal del Departamento.” Uno no puede evitar preguntarse: ¿cuál era su misión principal antes? (¿Usted creería que consistía en apoyar a los gobiernos aliados, acobardar a los potenciales futuros enemigos o disuadir las amenazas a los intereses de EE.UU. en el exterior y, si esa disuasión fracasase, derrotar al desafortunado adversario?)
El 23 de octubre, el Departamento de Defensa publicó un anuncio buscando propuestas contractuales para “combatir al terrorismo, localizar y derrotar a objetivos complicados o difíciles, operaciones prolongadas en áreas alejadas, y medidas contra las armas de destrucción masiva.” Parece que el Pentágono se encuentra—ahora—apurado en sus esfuerzos de contra-terrorismo, porque busca soluciones de “corto plazo,” para ser desarrolladas en 12-18 meses.
Usted no precisa ser especialista en defensa para ver que el Pentágono fue tomado por sorpresa por los recientes ataques contra los Estados Unidos, por la forma en la que fueron realizados, y por la naturaleza de los perpetradores. Usted tiene que preguntarse: ¿Qué estaban haciendo todos esos pelucones de la defensa con todo ese dinero durante la última década?
Bien. . . estaban peleando la Guerra Fría, pese a que ese conflicto había terminado a comienzos de los años 90 con la desintegración de la Unión Soviética. A pesar de la evaporación del alguna vez poderoso Ejército Rojo, la parte del león de los recientes gastos para la defensa se ha esfumado—y continúa yéndose—hacia el mantenimiento de una fuerza equipada con armamentos de la Guerra Fría—aeronaves de alta tecnología, naves, mísiles, satélites, y así sucesivamente. Una industria de la defensa políticamente atrincherada garantiza que tal gasto continúe en un nivel alto, y los miembros del Congreso dispensando favores políticos engrasan las ruedas, comprando algunos pocos votos en el proceso.
Aunque los atacantes del 11 de septiembre lanzaron su misión decididamente con armas de baja tecnología—cuchillos para cortar cartón—el complejo militar-industrial-parlamentario, desafiando toda lógica, ha redoblado sus esfuerzos por ordeñar las vacas del dinero en efectivo de la alta tecnología establecida. Por ejemplo, Northrup-Grumman y sus amigos en las altas esferas perciben ahora una oportunidad de reanudar la producción de la quintaesencia de la plataforma armamentística de la Guerra Fría, el bombardero B-2, a un costo de unos $28 mil millones para instalar la línea de montaje y producir otras cuarenta aeronaves. En la opinión del Congresista Duncan Hunter (republicano por California), presidente del subcomité sobre investigación y desarrollo del Comité de las Fuerzas Armadas, la guerra contra el terrorismo ha demostrado que “la capacidad de largo alcance y de golpes de precisión va a ser aún más valiosa que antes.” Sí, obviamente.
Según el diario Wall Street Journal, “el F-22 y casi cada costosa arma del Pentágono se han vuelto repentinamente inmunes a los importantes recortes presupuestarios” desde que los terroristas requisaron los cuatro aviones en septiembre. Para el Departamento de Defensa y sus contratistas, “eso significa mantener cada ítem actual del gran gasto y añadir algunos nuevos.” En las inmortales palabras del vicepresidente de Boeing, Arre Stonecipher, “el bolsillo se encuentra ahora abierto,” y los miembros del Congreso que se oponen el nuevo frenesí del gasto argumentando que “no tenemos los recursos para defender a los Estados Unidos. . . no estarán allí después de noviembre del año próximo.” Bizarramente, incluso el abuelito de todos los artilugios militares, el sistema de defensa balístico-misilístico, ha recuperado su ímpetu tras la utilización de los terroristas de mísiles no balísticos hechos convenientemente disponibles por United Airlines y American Airlines.
La política defensiva de “más de lo mismo” del Pentágono obviamente fracasó en defender al pueblo estadounidense el 11 de septiembre. Ni lo defenderá en el futuro. Podría ser –tal vez- que lo que es bueno para Lockheed-Martin, la jerarquía del Pentágono y los miembros del Congreso en confabulación con ellos no sea necesariamente bueno para la seguridad nacional. Pero entonces, ¿a quién le importa? Tenemos ahora a la Oficina de la Seguridad Interior para protegernos.
Traducido por Gabriel Gasave
Defendiendo a la Patria
Poco después de los ataques del 11 de septiembre contra el World Trade Center y el Pentágono, el Presidente Bush creó una Oficina de Seguridad Interior. ¿Cuántos de nosotros nos hemos detenido para ponderar el significado de esa acción? Por más de cincuenta años, los Estados Unidos han mantenido a un activo—algunos dirían un hiperactivo—Departamento de Defensa. Si el mismo no defiende nuestra patria, ¿qué es lo que defiende?
No importa lo que se responda, el Pentágono no ha sido tímido a la hora de gastar nuestro dinero. Durante los más de cuarenta años que duró la Guerra Fría, el gasto militar anual promedió el 7,5 por ciento del PBI. Apenas en los últimos cinco años, el gasto militar ha acumulado más de $1,5 billones (trillón, en inglés). Usted pensaría que tanto dinero compraría mucha seguridad nacional. ¡Al margen del catastrófico ataque contra la Ciudad de Nueva York, el Departamento de Defensa no pudo ni siquiera anticipar o defenderse del devastador ataque contra sus propios cuarteles centrales!
El 1 de octubre, el Pentágono publicó su Quadrennial Defense Review. Como lo destacó el New York Times, esta revisión “restaura la defensa de los Estados Unidos como la misión principal del Departamento.” Uno no puede evitar preguntarse: ¿cuál era su misión principal antes? (¿Usted creería que consistía en apoyar a los gobiernos aliados, acobardar a los potenciales futuros enemigos o disuadir las amenazas a los intereses de EE.UU. en el exterior y, si esa disuasión fracasase, derrotar al desafortunado adversario?)
El 23 de octubre, el Departamento de Defensa publicó un anuncio buscando propuestas contractuales para “combatir al terrorismo, localizar y derrotar a objetivos complicados o difíciles, operaciones prolongadas en áreas alejadas, y medidas contra las armas de destrucción masiva.” Parece que el Pentágono se encuentra—ahora—apurado en sus esfuerzos de contra-terrorismo, porque busca soluciones de “corto plazo,” para ser desarrolladas en 12-18 meses.
Usted no precisa ser especialista en defensa para ver que el Pentágono fue tomado por sorpresa por los recientes ataques contra los Estados Unidos, por la forma en la que fueron realizados, y por la naturaleza de los perpetradores. Usted tiene que preguntarse: ¿Qué estaban haciendo todos esos pelucones de la defensa con todo ese dinero durante la última década?
Bien. . . estaban peleando la Guerra Fría, pese a que ese conflicto había terminado a comienzos de los años 90 con la desintegración de la Unión Soviética. A pesar de la evaporación del alguna vez poderoso Ejército Rojo, la parte del león de los recientes gastos para la defensa se ha esfumado—y continúa yéndose—hacia el mantenimiento de una fuerza equipada con armamentos de la Guerra Fría—aeronaves de alta tecnología, naves, mísiles, satélites, y así sucesivamente. Una industria de la defensa políticamente atrincherada garantiza que tal gasto continúe en un nivel alto, y los miembros del Congreso dispensando favores políticos engrasan las ruedas, comprando algunos pocos votos en el proceso.
Aunque los atacantes del 11 de septiembre lanzaron su misión decididamente con armas de baja tecnología—cuchillos para cortar cartón—el complejo militar-industrial-parlamentario, desafiando toda lógica, ha redoblado sus esfuerzos por ordeñar las vacas del dinero en efectivo de la alta tecnología establecida. Por ejemplo, Northrup-Grumman y sus amigos en las altas esferas perciben ahora una oportunidad de reanudar la producción de la quintaesencia de la plataforma armamentística de la Guerra Fría, el bombardero B-2, a un costo de unos $28 mil millones para instalar la línea de montaje y producir otras cuarenta aeronaves. En la opinión del Congresista Duncan Hunter (republicano por California), presidente del subcomité sobre investigación y desarrollo del Comité de las Fuerzas Armadas, la guerra contra el terrorismo ha demostrado que “la capacidad de largo alcance y de golpes de precisión va a ser aún más valiosa que antes.” Sí, obviamente.
Según el diario Wall Street Journal, “el F-22 y casi cada costosa arma del Pentágono se han vuelto repentinamente inmunes a los importantes recortes presupuestarios” desde que los terroristas requisaron los cuatro aviones en septiembre. Para el Departamento de Defensa y sus contratistas, “eso significa mantener cada ítem actual del gran gasto y añadir algunos nuevos.” En las inmortales palabras del vicepresidente de Boeing, Arre Stonecipher, “el bolsillo se encuentra ahora abierto,” y los miembros del Congreso que se oponen el nuevo frenesí del gasto argumentando que “no tenemos los recursos para defender a los Estados Unidos. . . no estarán allí después de noviembre del año próximo.” Bizarramente, incluso el abuelito de todos los artilugios militares, el sistema de defensa balístico-misilístico, ha recuperado su ímpetu tras la utilización de los terroristas de mísiles no balísticos hechos convenientemente disponibles por United Airlines y American Airlines.
La política defensiva de “más de lo mismo” del Pentágono obviamente fracasó en defender al pueblo estadounidense el 11 de septiembre. Ni lo defenderá en el futuro. Podría ser –tal vez- que lo que es bueno para Lockheed-Martin, la jerarquía del Pentágono y los miembros del Congreso en confabulación con ellos no sea necesariamente bueno para la seguridad nacional. Pero entonces, ¿a quién le importa? Tenemos ahora a la Oficina de la Seguridad Interior para protegernos.
Traducido por Gabriel Gasave
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