Para casi todos nosotros, la «seguridad nacional» de los EE.UU. implica políticas y prácticas alejadas de nuestra experiencia personal. Lo que sabemos sobre este tema proviene en su mayor parte de lo que vemos en la televisión o leemos acerca de él en los periódicos. Consecuentemente, tendemos a caer presa de la desinformación trasmitida por partes con un hacha por afilar. La administración estadounidense es siempre la más importante de dichas partes interesadas. Ahora más que nunca, a medida que el gobierno continúa con una supuesta guerra contra el terrorismo sin un enemigo visible o una resolución definible, se nos hace necesario separar a las ilusiones de las realidades.
Ilusión #1: El Departamento de Defensa de los EE.UU. protege al pueblo estadounidense en los Estados Unidos.
Realidad #1: El Departamento de Defensa se ocupa de manera abrumadora de la preparación para, o la participación en, guerras en el exterior contra personas que no plantean amenazas serias al pueblo estadounidense en los Estados Unidos. Las propuestas que actualmente están siendo consideradas para la creación de un Departamento de Seguridad Interior resaltan la circunstancia de que hasta ahora los establishments de la defensa y de la inteligencia se han preocupado escasamente y han dirigido pocas de sus acciones a defender a los ciudadanos de los EE.UU. en su propio suelo.
Durante la Guerra Fría, el Departamento de Defensa se preparaba para guerras en Europa, Asia, el Oriente Medio, y en otras partes, contra la Unión Soviética y sus sustitutos. Para hacerlo, el establishment militar estadounidense protegía rutinariamente a regímenes que por lo menos fingían oponerse al comunismo-sin importar cuán tiránicos o sanguinarios esos regímenes eran.
Desde el final de la Guerra Fría, el Departamento de Defensa ha emprendido la defensa de ciertas personas-muchas de ellas no demasiado respetables- en Kuwait, Arabia Saudita, Kurdistan, e Irak meridional; en Somalia, Haití, Bosnia, y Kosovo; así como de los sospechosos de siempre-Europa occidental, Japón, Corea del Sur, y Taiwán. Muy poca de esta actividad ha tenido realmente una conexión directa con la protección del pueblo estadounidense en los Estados Unidos, y gran parte de la misma no ha tenido conexión genuina alguna.
Ilusión #2: El Departamento de Defensa posee la motivación y la capacidad para manejar efectivamente los vastos recursos puestos a su disposición, de un modo que incremente la seguridad del pueblo estadounidense en los Estados Unidos.
Realidad #2: El Departamento de Defensa es incapaz o no desea lidiar seriamente con sus décadas de larga participación en masivos despilfarros, fraude y mala administración, especialmente (pero no exclusivamente) en sus relaciones con las grandes compañías contratistas en asuntos de la defensa.
El Departamento de Defensa ni siquiera obedecería las leyes respecto de sus propias prácticas contables. De acuerdo con un informe producido por el propio inspector general del Departamento, de fecha 15 de febrero de 2001:
Identificamos $1.1 billones en entradas contables a nivel del departamento a la información financiera utilizada para elaborar los estados financieros componentes del Departamento de Defensa, que no se encontraban apoyados por indicios de auditoría adecuados o por evidencia suficiente para determinar su validez. Además, identificamos también $107 mil millones en entradas contables a nivel del departamento en la información financiera utilizada para elaborar los estados financieros componentes del Departamento de Defensa, que eran incorrectos debido a que las entradas eran ilógicas o no seguían los principios de la contabilidad. . . . [Asimismo] el Departamento de Defensa no cumplió completamente con los leyes y las regulaciones que tenían un efecto directo y material sobre su capacidad de determinar los montos del estado financiero.
Las agencias de auditoría del gobierno hallaron también que las contabilidades individuales de los servicios armados eran un desastre, por lo tanto esos registros no podrían ser auditados. Según el memorando citado previamente, «las agencias de auditoría del Departamento Militar procuraron auditar esos estados financieros y publicaron desmentidos de opinión.» Sin embargo, el inspector general del Departamento de Defensa informó: «La información financiera divulgada sobre los estados financieros del Año Fiscal 2000 para los Fondos Generales del Ejército, de la Marina, y de la Fuerza Aérea; y los Fondos de Operaciones del Ejército, de la Marina, y de la Fuerza Aérea; y los Cuerpos de Ingenieros del Ejército de los EE.UU., y el Programa de Trabajos Civiles, no eran factibles de auditarse y abarcaban una porción significativa de la información financiera divulgada sobre los extensos Estados Financieros de la Agencia del Departamento de Defensa para el Año Fiscal 2000.»
Y para pensar: El Congreso está perdiendo el tiempo llevando a cabo audiencias sobre los defectos de la contabilidad de Arthur Andersen y de Enron, y el Presidente está amenazando con azuzar al Departamento de Justicia sobre los malhechores de la contabilidad tales como Worldcom y Xerox-todos los cuales son verdaderos dechados de probidad contable en comparación con el Pentágono. (Por supuesto, varias partes se benefician con esta anarquía evidente y con la irresponsabilidad pública. En este breve artículo, no puedo tratar la importante cuestión del cui bono*, pero algunos de los beneficiarios son sin duda alguna lo suficientemente obvios.)
Ilusión #3: Desde el 11 de septiembre, todo es diferente.
Realidad #3: Muy poco de cierta significación ha cambiado en la asignación de fondos y en la conducta directiva del aparato militar y de inteligencia de los EE.UU. desde el 11 de septiembre. El cambio más notable es que la administración Bush y el Congreso se han visto aptos para otorgar vastas sumas adicionales de dinero de los contribuyentes-sumas proyectadas para incrementar el gasto militar anual en unos $120 mil millones en los cinco próximos años-sumas que, en gran medida, seguramente serán derrochadas de la manera habitual.
El propio Secretario de Defensa Donald Rumsfeld testificó ante el Congreso el año pasado: «Tenemos una obligación para con los contribuyentes de gastar su dinero sabiamente. Hoy, no lo estamos haciendo.» La declaración de Rumsfeld amerita un premio al eufemismo, porque cualquiera que haya pasado apenas poco tiempo observando la cuestión sabe que el Departamento de Defensa ha estado perdiendo el dinero de los contribuyentes mediante la carga, año tras año, por décadas. Tampoco hay alguna mejoría en vista. Por el contrario, las nuevas infusiones de fondos tan sólo alentarán un mayor derroche y abuso.
La destrucción del World Trade Center-para no hablar del daño al Pentágono en sí mismo-seguirá siendo por siempre una acusación a la falla de la política y de la práctica de la defensa y de la inteligencia estadounidenses. El resultado final más curioso de esta falla terrible es que el Presidente y el Congreso no han sido vistos dispuestos a castigar a aquellos responsables de la misma-ninguna cabeza ha rodado; diablos, nadie ha recibido tan siquiera una palmada en sus muñecas. En cambio, el fallido establishment de la defensa y de la inteligencia está siendo recompensado en la actualidad con la más grande infusión de dinero fresco de los contribuyentes de la que ha absorbido en una generación.
*Nota del Traductor:
Cui Bono era el término legal en latín empleado en la antigua Roma para referirse a la investigación de un crimen.
Traducido por Gabriel Gasave
La seguridad nacional de los EE.UU.: Ilusiones versus realidades
Para casi todos nosotros, la «seguridad nacional» de los EE.UU. implica políticas y prácticas alejadas de nuestra experiencia personal. Lo que sabemos sobre este tema proviene en su mayor parte de lo que vemos en la televisión o leemos acerca de él en los periódicos. Consecuentemente, tendemos a caer presa de la desinformación trasmitida por partes con un hacha por afilar. La administración estadounidense es siempre la más importante de dichas partes interesadas. Ahora más que nunca, a medida que el gobierno continúa con una supuesta guerra contra el terrorismo sin un enemigo visible o una resolución definible, se nos hace necesario separar a las ilusiones de las realidades.
Ilusión #1: El Departamento de Defensa de los EE.UU. protege al pueblo estadounidense en los Estados Unidos.
Realidad #1: El Departamento de Defensa se ocupa de manera abrumadora de la preparación para, o la participación en, guerras en el exterior contra personas que no plantean amenazas serias al pueblo estadounidense en los Estados Unidos. Las propuestas que actualmente están siendo consideradas para la creación de un Departamento de Seguridad Interior resaltan la circunstancia de que hasta ahora los establishments de la defensa y de la inteligencia se han preocupado escasamente y han dirigido pocas de sus acciones a defender a los ciudadanos de los EE.UU. en su propio suelo.
Durante la Guerra Fría, el Departamento de Defensa se preparaba para guerras en Europa, Asia, el Oriente Medio, y en otras partes, contra la Unión Soviética y sus sustitutos. Para hacerlo, el establishment militar estadounidense protegía rutinariamente a regímenes que por lo menos fingían oponerse al comunismo-sin importar cuán tiránicos o sanguinarios esos regímenes eran.
Desde el final de la Guerra Fría, el Departamento de Defensa ha emprendido la defensa de ciertas personas-muchas de ellas no demasiado respetables- en Kuwait, Arabia Saudita, Kurdistan, e Irak meridional; en Somalia, Haití, Bosnia, y Kosovo; así como de los sospechosos de siempre-Europa occidental, Japón, Corea del Sur, y Taiwán. Muy poca de esta actividad ha tenido realmente una conexión directa con la protección del pueblo estadounidense en los Estados Unidos, y gran parte de la misma no ha tenido conexión genuina alguna.
Ilusión #2: El Departamento de Defensa posee la motivación y la capacidad para manejar efectivamente los vastos recursos puestos a su disposición, de un modo que incremente la seguridad del pueblo estadounidense en los Estados Unidos.
Realidad #2: El Departamento de Defensa es incapaz o no desea lidiar seriamente con sus décadas de larga participación en masivos despilfarros, fraude y mala administración, especialmente (pero no exclusivamente) en sus relaciones con las grandes compañías contratistas en asuntos de la defensa.
El Departamento de Defensa ni siquiera obedecería las leyes respecto de sus propias prácticas contables. De acuerdo con un informe producido por el propio inspector general del Departamento, de fecha 15 de febrero de 2001:
Identificamos $1.1 billones en entradas contables a nivel del departamento a la información financiera utilizada para elaborar los estados financieros componentes del Departamento de Defensa, que no se encontraban apoyados por indicios de auditoría adecuados o por evidencia suficiente para determinar su validez. Además, identificamos también $107 mil millones en entradas contables a nivel del departamento en la información financiera utilizada para elaborar los estados financieros componentes del Departamento de Defensa, que eran incorrectos debido a que las entradas eran ilógicas o no seguían los principios de la contabilidad. . . . [Asimismo] el Departamento de Defensa no cumplió completamente con los leyes y las regulaciones que tenían un efecto directo y material sobre su capacidad de determinar los montos del estado financiero.
Las agencias de auditoría del gobierno hallaron también que las contabilidades individuales de los servicios armados eran un desastre, por lo tanto esos registros no podrían ser auditados. Según el memorando citado previamente, «las agencias de auditoría del Departamento Militar procuraron auditar esos estados financieros y publicaron desmentidos de opinión.» Sin embargo, el inspector general del Departamento de Defensa informó: «La información financiera divulgada sobre los estados financieros del Año Fiscal 2000 para los Fondos Generales del Ejército, de la Marina, y de la Fuerza Aérea; y los Fondos de Operaciones del Ejército, de la Marina, y de la Fuerza Aérea; y los Cuerpos de Ingenieros del Ejército de los EE.UU., y el Programa de Trabajos Civiles, no eran factibles de auditarse y abarcaban una porción significativa de la información financiera divulgada sobre los extensos Estados Financieros de la Agencia del Departamento de Defensa para el Año Fiscal 2000.»
Y para pensar: El Congreso está perdiendo el tiempo llevando a cabo audiencias sobre los defectos de la contabilidad de Arthur Andersen y de Enron, y el Presidente está amenazando con azuzar al Departamento de Justicia sobre los malhechores de la contabilidad tales como Worldcom y Xerox-todos los cuales son verdaderos dechados de probidad contable en comparación con el Pentágono. (Por supuesto, varias partes se benefician con esta anarquía evidente y con la irresponsabilidad pública. En este breve artículo, no puedo tratar la importante cuestión del cui bono*, pero algunos de los beneficiarios son sin duda alguna lo suficientemente obvios.)
Ilusión #3: Desde el 11 de septiembre, todo es diferente.
Realidad #3: Muy poco de cierta significación ha cambiado en la asignación de fondos y en la conducta directiva del aparato militar y de inteligencia de los EE.UU. desde el 11 de septiembre. El cambio más notable es que la administración Bush y el Congreso se han visto aptos para otorgar vastas sumas adicionales de dinero de los contribuyentes-sumas proyectadas para incrementar el gasto militar anual en unos $120 mil millones en los cinco próximos años-sumas que, en gran medida, seguramente serán derrochadas de la manera habitual.
El propio Secretario de Defensa Donald Rumsfeld testificó ante el Congreso el año pasado: «Tenemos una obligación para con los contribuyentes de gastar su dinero sabiamente. Hoy, no lo estamos haciendo.» La declaración de Rumsfeld amerita un premio al eufemismo, porque cualquiera que haya pasado apenas poco tiempo observando la cuestión sabe que el Departamento de Defensa ha estado perdiendo el dinero de los contribuyentes mediante la carga, año tras año, por décadas. Tampoco hay alguna mejoría en vista. Por el contrario, las nuevas infusiones de fondos tan sólo alentarán un mayor derroche y abuso.
La destrucción del World Trade Center-para no hablar del daño al Pentágono en sí mismo-seguirá siendo por siempre una acusación a la falla de la política y de la práctica de la defensa y de la inteligencia estadounidenses. El resultado final más curioso de esta falla terrible es que el Presidente y el Congreso no han sido vistos dispuestos a castigar a aquellos responsables de la misma-ninguna cabeza ha rodado; diablos, nadie ha recibido tan siquiera una palmada en sus muñecas. En cambio, el fallido establishment de la defensa y de la inteligencia está siendo recompensado en la actualidad con la más grande infusión de dinero fresco de los contribuyentes de la que ha absorbido en una generación.
*Nota del Traductor:
Cui Bono era el término legal en latín empleado en la antigua Roma para referirse a la investigación de un crimen.
Traducido por Gabriel Gasave
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