La confrontación de la administración Bush con Irak es tanto una competencia de credibilidad como una de poderío militar. Washington sostiene que Bagdad abriga ambiciones de agresión, continúa desarrollando y almacenando armas de destrucción masiva y mantiene lazos con Al Qaeda. Careciendo de evidencia sólida, el público debe sopesar la inclinación de Saddam Hussein para las mentiras contra el propio antecedente de la administración. En base a la historia reciente, esa no es una opción fácil.
La primera administración Bush, la cual exhibía a Dick Cheney, Paul D. Wolfowitz y Colin L. Powell en el Pentágono, tergiversó sistemáticamente los motivos de la invasión de Irak de Kuwait, la naturaleza de la conducta de Irak en Kuwait y el costo de la Guerra del Golfo Persico. Al igual que la segunda administración Bush, utilizó cínicamente la confrontación para justificar una política exterior más expansiva y militarista en la era post-Vietnam.
Cuando las tropas iraquíes invadieron Kuwait el 2 de agosto de 1990, el primer Presidente Bush comparó el hecho con la ocupación por parte de la Alemania nazi de Renania. “Si la historia nos enseña algo, es que debemos oponernos a la agresión o ella destruirá nuestras libertades,” declaró. La administración filtró informes de que decenas de miles de tropas iraquíes se estaban aglutinando en la frontera de Arabia Saudita en preparación para una invasión a los principales yacimientos petrolíferos del mundo. Las economías industriales del globo serían tomadas como rehenes si Irak triunfaba.
La realidad era otra. Dos fotos satelitales soviéticas obtenidas por el periódico St. Petersburg Times plantearon interrogantes sobre dicha acumulación de tropas Iraquíes. Ni la CIA ni la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono vieron como probables un ataque Iraquí contra Arabia Saudita. La estimación de la administración del poderío de las tropas iraquíes también fue exagerada groseramente. Después de la guerra, Susan Sachs de Newsday llamó a Irak el “enemigo fantasma”: “El grueso del poderoso ejército iraquí, del cual se dijo que alcanzaba a más de 500.000 efectivos en Kuwait y el sur de Irak, no pudo ser encontrado.”
Los estudiosos de la Guerra del Golfo coinciden en gran medida en que la invasión de Hussein de Kuwait fue ante todo motivada por específicos agravios históricos, no por ambiciones al estilo Hitler. Como la mayoría de los gobernantes iraquíes que le precedieron, Hussein rechazó aceptar las fronteras establecidas por Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, hecho que virtualmente aisló a Irak del Golfo. Irak también se irrito ante la demanda de Kuwait de que le repagara los préstamos que le efectuó durante la guerra Irán-Irak en los años 80.
Los funcionarios de la administración parecían entender todo esto. En julio de 1990, la Embajadora de EE.UU. en Bagdad, April Glaspie, le dijo a Hussein que Washington no tenía “ninguna opinión respecto de los conflictos entre naciones árabes, como la disputa fronteriza con Kuwait,” una declaración de la cual ella se arrepentiría más adelante.
La primera reunión del Consejo de Seguridad Nacional después de la invasión de Irak de Kuwait fue igualmente poco importante. Como un participante lo expresara, la actitud era, “Hey, demasiado malo respecto de Kuwait, pero es tan solo una estación de gasolina—y a quién le importa si el letrero dice Sinclair o Exxon?”
Pero los halcones de la administración, liderados por Cheney, vieron una enorme oportunidad de sacar provecho del movimiento de Irak contra Kuwait. El Bush más viejo expresó públicamente, “una línea ha sido trazada en la arena,” y convocó a un “nuevo orden mundial… libre de la amenaza del terror.” Su premisa no especificada, según lo observado por Brent Scowcroft, Consejero de Seguridad Nacional, era que los Estados Unidos “en adelante estarían obligados a liderar a la comunidad mundial a un grado sin precedentes” mientras que procuraban “perseguir nuestros intereses nacionales.”
La administración se percató de que una solución pacífica a la crisis socavaría sus grandiosas ambiciones. La Casa Blanca torpedeó las iniciativas diplomáticas para terminar la crisis, incluyendo un compromiso, diseñado por los líderes árabes, para permitirle a Irak anexar una rebanada pequeña de Kuwait y retirarse. Para justificar la guerra contra Hussein, la administración Bush consintió una campaña de propaganda sobre las atrocidades Iraquíes en Kuwait. Los estadounidenses estaban absortos por una supuesta refugiada Kuwaití de 15 años de edad testigo presencial de los soldados iraquíes sacando a bebés recién nacidos recién nacidos fuera de las incubadoras de un hospital en Kuwait, dejándolos morir sobre un piso frío.
El público no sabía que la testigo presencial era la hija del Embajador de Kuwait en los Estados Unidos, y que su testimonio ante el Congreso fue, según se informa, arreglado por la firma de relaciones públicas Hill & Knowlton y pagado por Kuwait como parte de su campaña para arrastrar a los Estados Unidos a la guerra.
A la fecha, la mayoría de la gente mira a la Operación Tormenta del Desierto como notablemente limpia, marcada por el uso experto de las armas de precisión para reducir al mínimo el “daño colateral.” Mientras que la TV estadounidense difundió en varias ocasiones fotografías de los mísiles crucero autodirigidos hacia sus blancos, el Pentágono reservadamente avanzó en una campaña de un bombardeo arrazador. De las 142.000 toneladas de bombas caídas sobre Irak y Kuwait en 43 días, solamente cerca del 8% eran de la variedad “inteligente”.
El apuntar indiscriminadamente a la infraestructura civil de Irak dejó al país en ruinas. Una misión de las Naciones Unidas en marzo de 1991 describió al bombardeo aliado sobre Irak como “casi apocalíptico” y dijo que el mismo amenazó reducir “a una sociedad altamente urbanizada y mecanizada … a una era preindustrial.” Oficialmente, los militares de EE.UU. especificaron solamente 79 soldados estadounidenses muertos en acción, más 59 miembros de las fuerzas aliadas.
Un estudio demográfico subsecuente realizado por la Oficina del Censo de los EE.UU. concluyó que Irak sufrió probablemente 145.000 muertos—40.000 muertes militares y 5.000 civiles durante la guerra y 100.000 muertes en la posguerra debido a las condiciones de violencia y de la salud. La guerra también produjo más de 5 millones de refugiados. Se ha estimado que las sanciones subsecuentes han matado a más de medio millón de niños Iraquíes, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU. y otros cuerpos internacionales.
La Guerra del Golfo demostró ampliamente el mérito de dos adagios: “La guerra es el infierno” y “La verdad es la primera victima.” Hasta la fecha, nada sugiere que una segunda Guerra del Golfo demostraría algo menos costoso a la verdad o a los seres humanos.
Traducido por Gabriel Gasave
Las mentiras que nos dicen sobre Irak
La confrontación de la administración Bush con Irak es tanto una competencia de credibilidad como una de poderío militar. Washington sostiene que Bagdad abriga ambiciones de agresión, continúa desarrollando y almacenando armas de destrucción masiva y mantiene lazos con Al Qaeda. Careciendo de evidencia sólida, el público debe sopesar la inclinación de Saddam Hussein para las mentiras contra el propio antecedente de la administración. En base a la historia reciente, esa no es una opción fácil.
La primera administración Bush, la cual exhibía a Dick Cheney, Paul D. Wolfowitz y Colin L. Powell en el Pentágono, tergiversó sistemáticamente los motivos de la invasión de Irak de Kuwait, la naturaleza de la conducta de Irak en Kuwait y el costo de la Guerra del Golfo Persico. Al igual que la segunda administración Bush, utilizó cínicamente la confrontación para justificar una política exterior más expansiva y militarista en la era post-Vietnam.
Cuando las tropas iraquíes invadieron Kuwait el 2 de agosto de 1990, el primer Presidente Bush comparó el hecho con la ocupación por parte de la Alemania nazi de Renania. “Si la historia nos enseña algo, es que debemos oponernos a la agresión o ella destruirá nuestras libertades,” declaró. La administración filtró informes de que decenas de miles de tropas iraquíes se estaban aglutinando en la frontera de Arabia Saudita en preparación para una invasión a los principales yacimientos petrolíferos del mundo. Las economías industriales del globo serían tomadas como rehenes si Irak triunfaba.
La realidad era otra. Dos fotos satelitales soviéticas obtenidas por el periódico St. Petersburg Times plantearon interrogantes sobre dicha acumulación de tropas Iraquíes. Ni la CIA ni la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono vieron como probables un ataque Iraquí contra Arabia Saudita. La estimación de la administración del poderío de las tropas iraquíes también fue exagerada groseramente. Después de la guerra, Susan Sachs de Newsday llamó a Irak el “enemigo fantasma”: “El grueso del poderoso ejército iraquí, del cual se dijo que alcanzaba a más de 500.000 efectivos en Kuwait y el sur de Irak, no pudo ser encontrado.”
Los estudiosos de la Guerra del Golfo coinciden en gran medida en que la invasión de Hussein de Kuwait fue ante todo motivada por específicos agravios históricos, no por ambiciones al estilo Hitler. Como la mayoría de los gobernantes iraquíes que le precedieron, Hussein rechazó aceptar las fronteras establecidas por Gran Bretaña después de la Primera Guerra Mundial, hecho que virtualmente aisló a Irak del Golfo. Irak también se irrito ante la demanda de Kuwait de que le repagara los préstamos que le efectuó durante la guerra Irán-Irak en los años 80.
Los funcionarios de la administración parecían entender todo esto. En julio de 1990, la Embajadora de EE.UU. en Bagdad, April Glaspie, le dijo a Hussein que Washington no tenía “ninguna opinión respecto de los conflictos entre naciones árabes, como la disputa fronteriza con Kuwait,” una declaración de la cual ella se arrepentiría más adelante.
La primera reunión del Consejo de Seguridad Nacional después de la invasión de Irak de Kuwait fue igualmente poco importante. Como un participante lo expresara, la actitud era, “Hey, demasiado malo respecto de Kuwait, pero es tan solo una estación de gasolina—y a quién le importa si el letrero dice Sinclair o Exxon?”
Pero los halcones de la administración, liderados por Cheney, vieron una enorme oportunidad de sacar provecho del movimiento de Irak contra Kuwait. El Bush más viejo expresó públicamente, “una línea ha sido trazada en la arena,” y convocó a un “nuevo orden mundial… libre de la amenaza del terror.” Su premisa no especificada, según lo observado por Brent Scowcroft, Consejero de Seguridad Nacional, era que los Estados Unidos “en adelante estarían obligados a liderar a la comunidad mundial a un grado sin precedentes” mientras que procuraban “perseguir nuestros intereses nacionales.”
La administración se percató de que una solución pacífica a la crisis socavaría sus grandiosas ambiciones. La Casa Blanca torpedeó las iniciativas diplomáticas para terminar la crisis, incluyendo un compromiso, diseñado por los líderes árabes, para permitirle a Irak anexar una rebanada pequeña de Kuwait y retirarse. Para justificar la guerra contra Hussein, la administración Bush consintió una campaña de propaganda sobre las atrocidades Iraquíes en Kuwait. Los estadounidenses estaban absortos por una supuesta refugiada Kuwaití de 15 años de edad testigo presencial de los soldados iraquíes sacando a bebés recién nacidos recién nacidos fuera de las incubadoras de un hospital en Kuwait, dejándolos morir sobre un piso frío.
El público no sabía que la testigo presencial era la hija del Embajador de Kuwait en los Estados Unidos, y que su testimonio ante el Congreso fue, según se informa, arreglado por la firma de relaciones públicas Hill & Knowlton y pagado por Kuwait como parte de su campaña para arrastrar a los Estados Unidos a la guerra.
A la fecha, la mayoría de la gente mira a la Operación Tormenta del Desierto como notablemente limpia, marcada por el uso experto de las armas de precisión para reducir al mínimo el “daño colateral.” Mientras que la TV estadounidense difundió en varias ocasiones fotografías de los mísiles crucero autodirigidos hacia sus blancos, el Pentágono reservadamente avanzó en una campaña de un bombardeo arrazador. De las 142.000 toneladas de bombas caídas sobre Irak y Kuwait en 43 días, solamente cerca del 8% eran de la variedad “inteligente”.
El apuntar indiscriminadamente a la infraestructura civil de Irak dejó al país en ruinas. Una misión de las Naciones Unidas en marzo de 1991 describió al bombardeo aliado sobre Irak como “casi apocalíptico” y dijo que el mismo amenazó reducir “a una sociedad altamente urbanizada y mecanizada … a una era preindustrial.” Oficialmente, los militares de EE.UU. especificaron solamente 79 soldados estadounidenses muertos en acción, más 59 miembros de las fuerzas aliadas.
Un estudio demográfico subsecuente realizado por la Oficina del Censo de los EE.UU. concluyó que Irak sufrió probablemente 145.000 muertos—40.000 muertes militares y 5.000 civiles durante la guerra y 100.000 muertes en la posguerra debido a las condiciones de violencia y de la salud. La guerra también produjo más de 5 millones de refugiados. Se ha estimado que las sanciones subsecuentes han matado a más de medio millón de niños Iraquíes, según la Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU. y otros cuerpos internacionales.
La Guerra del Golfo demostró ampliamente el mérito de dos adagios: “La guerra es el infierno” y “La verdad es la primera victima.” Hasta la fecha, nada sugiere que una segunda Guerra del Golfo demostraría algo menos costoso a la verdad o a los seres humanos.
Traducido por Gabriel Gasave
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