La administración Bush se encuentra aparentemente asombrada y preocupada al saber que Irán ha apresurado su campaña para obtener armas nucleares. ¿Tendría algo que ver con esa aceleración una presencia militar estadounidense en dos naciones vecinas de ese país—en Irak y en Afganistán—? Países como Irán (y Libia, Siria y muchas otras naciones que procuran armas de destrucción masiva) se han dado cuenta que los Estados Unidos invadieron Irak—una nación sin armas nucleares—pero trataron a Corea del Norte—una nación que se apartó de su curso al comunicarle a los Estados Unidos respecto de su posesión de armas nucleares—mucho más cautelosamente. Si usted fuese un líder Iraní, ¿que haría?
Quizás el motivo principal por el cual los neo-conservadores, tanto dentro como fuera de la administración Bush, presionaron para una invasión de Irak fue el obtener un «efecto de demostración.» Su pensamiento fue que otras naciones villanas (Siria e Irán en particular) serían intimidadas y mejorarían su comportamiento. En la superficie, hay algunos signos de creciente cooperación con los Estados Unidos de parte de Irán (ayudando en Afganistán y ofreciendo auxilio con algún avión estadounidense derribado en la reciente guerra con Irak) y de Siria (compromisos para cerrar las oficinas de grupos anti-Israelíes). Pero, en secreto, esas naciones se encuentran más propensas a apresurarse lo más rápido posible en obtener armas de destrucción masiva—para evitar que los Estados Unidos les hagan lo qué le hicieron al régimen de Saddam Hussein. La aparente aceleración del programa nuclear secreto de Irán prueba que el pretendido efecto de demostración de la guerra de Irak se ha convertido en un «efecto de proliferación.»
*
El Presidente Bush ha dicho: «Una de las cosas que debemos hacer es trabajar juntos para detener la proliferación de armas de destrucción masiva. Es una cuestión importante a la cual se enfrenta el mundo enfrenta y es un asunto en el que los Estados Unidos continuarán liderando.» Pero la agresiva política de anti-proliferación de la administración de lanzar ataques «preventivos» contra los estados que están procurando obtener o poseer armas de destrucción masiva está fracasando. Con guerra en Irak o sin ella, las naciones proliferantes saben que la opinión pública de los EE.UU. no apoyará guerras contra los muchos países que se encuentran desarrollando o poseen dichas super armas. Antes de la Segunda Guerra del Golfo, el Pentágono observó que 10 programas nucleares, 13 países con armas biológicas, 16 naciones con armas químicas, y 28 países con mísiles balísticos se encontraban ya existiendo o emergiendo como amenazas para los Estados Unidos y sus aliados. Por lo tanto, las probabilidades son buenas, de que si los países conducen tales programas en secreto y entierran u ocultan las instalaciones para asegurarlas contra ataques aéreos de los EE.UU., ellas pueden eventualmente obtener armas cuya tecnología resulta bastante anticuada hoy día. Las acciones militares agresivas de los EE.UU. alrededor del mundo meramente motivan a los regímenes criminales a redoblar sus esfuerzos por conseguir más rápido las super armas.
La estrategia de la intimidación contra los estados villanos ha fracasado en el pasado. El mayor mito viviente neo-conservador de su icono, el Presidente Ronald Reagan, al disuadir a Moammar Qaddafi de Libia de perpetrar actos terroristas bombardeando su campamento es tan sólo un ejemplo. Tras los ataques aéreos de 1986, el antecedente histórico indica que Qaddafi aceleró su terrorismo, pero simplemente lo hizo más secretamente o lo redujo a los grupos terroristas independientes. El gran número de estadounidenses muertos en 1988 durante el bombardeo del Vuelo 103 de Pan Am en Lockerbie, Escocia debería de haber disipado por si solo ese mito. De manera similar, la intimidación no contendrá probablemente a los temerosos estados truhanes de intentar mejorar sus posibilidades de supervivencia desarrollando super armas. Aunque cuando dichos estados sean despóticos, los mismos poseen legítimos temores de ataques por parte de los enemigos regionales y ahora de los Estados Unidos.
Dado el amplio número de naciones que se encuentran trabajando en armas de destrucción masiva (particularmente armas nucleares), los Estados Unidos podrían tener que aceptar la desagradable circunstancia de que algunos regímenes infames pudiesen tenerlas o conseguirlas. Las buenas noticias son que la mayoría de esas naciones son pobres y no pueden solventar más que algunas pocas cabezas nucleares nucleares. La dominación aplastante del arsenal nuclear de los EE.UU.—con miles de cabezas nucleares—debería poder disuadir a dichos países de lanzar un ataque contra los Estados Unidos. Los líderes de las naciones villanas son a menudo retratados en los medios estadounidenses como irracionales e incapaces de ser disuadidos de efectuar ataques contra los Estados Unidos, pero han adquirido, en su ascenso al poder en sus respectivas naciones, el pragmatismo de muchos políticos. De hecho, si los Estados Unidos se refrenasen de efectuar innecesarias intervenciones militares en las apartadas regiones de la mayoría de las naciones picaras, las mismas no tendrían principio motivo alguno para lanzar tales armas contra los lejanos Estados Unidos.
Pero el Presidente Bush ha tomado el camino opuesto de despilfarradoras e innecesarias intervenciones militares. La opinión pública estadounidense y los medios han participado del lustre de la vieja gloria al ser volteada la estatua de Saddam Hussein en Irak. Pero el indecoroso aspecto negativo de tal aventura militar estadounidense podría yacer oculto en refugios profundamente enterrados en naciones como Irán.
Traducido por Gabriel Gasave
Miremos a Irán para conocer los verdaderos costos de la guerra en Irak
La administración Bush se encuentra aparentemente asombrada y preocupada al saber que Irán ha apresurado su campaña para obtener armas nucleares. ¿Tendría algo que ver con esa aceleración una presencia militar estadounidense en dos naciones vecinas de ese país—en Irak y en Afganistán—? Países como Irán (y Libia, Siria y muchas otras naciones que procuran armas de destrucción masiva) se han dado cuenta que los Estados Unidos invadieron Irak—una nación sin armas nucleares—pero trataron a Corea del Norte—una nación que se apartó de su curso al comunicarle a los Estados Unidos respecto de su posesión de armas nucleares—mucho más cautelosamente. Si usted fuese un líder Iraní, ¿que haría?
Quizás el motivo principal por el cual los neo-conservadores, tanto dentro como fuera de la administración Bush, presionaron para una invasión de Irak fue el obtener un «efecto de demostración.» Su pensamiento fue que otras naciones villanas (Siria e Irán en particular) serían intimidadas y mejorarían su comportamiento. En la superficie, hay algunos signos de creciente cooperación con los Estados Unidos de parte de Irán (ayudando en Afganistán y ofreciendo auxilio con algún avión estadounidense derribado en la reciente guerra con Irak) y de Siria (compromisos para cerrar las oficinas de grupos anti-Israelíes). Pero, en secreto, esas naciones se encuentran más propensas a apresurarse lo más rápido posible en obtener armas de destrucción masiva—para evitar que los Estados Unidos les hagan lo qué le hicieron al régimen de Saddam Hussein. La aparente aceleración del programa nuclear secreto de Irán prueba que el pretendido efecto de demostración de la guerra de Irak se ha convertido en un «efecto de proliferación.»
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El Presidente Bush ha dicho: «Una de las cosas que debemos hacer es trabajar juntos para detener la proliferación de armas de destrucción masiva. Es una cuestión importante a la cual se enfrenta el mundo enfrenta y es un asunto en el que los Estados Unidos continuarán liderando.» Pero la agresiva política de anti-proliferación de la administración de lanzar ataques «preventivos» contra los estados que están procurando obtener o poseer armas de destrucción masiva está fracasando. Con guerra en Irak o sin ella, las naciones proliferantes saben que la opinión pública de los EE.UU. no apoyará guerras contra los muchos países que se encuentran desarrollando o poseen dichas super armas. Antes de la Segunda Guerra del Golfo, el Pentágono observó que 10 programas nucleares, 13 países con armas biológicas, 16 naciones con armas químicas, y 28 países con mísiles balísticos se encontraban ya existiendo o emergiendo como amenazas para los Estados Unidos y sus aliados. Por lo tanto, las probabilidades son buenas, de que si los países conducen tales programas en secreto y entierran u ocultan las instalaciones para asegurarlas contra ataques aéreos de los EE.UU., ellas pueden eventualmente obtener armas cuya tecnología resulta bastante anticuada hoy día. Las acciones militares agresivas de los EE.UU. alrededor del mundo meramente motivan a los regímenes criminales a redoblar sus esfuerzos por conseguir más rápido las super armas.
La estrategia de la intimidación contra los estados villanos ha fracasado en el pasado. El mayor mito viviente neo-conservador de su icono, el Presidente Ronald Reagan, al disuadir a Moammar Qaddafi de Libia de perpetrar actos terroristas bombardeando su campamento es tan sólo un ejemplo. Tras los ataques aéreos de 1986, el antecedente histórico indica que Qaddafi aceleró su terrorismo, pero simplemente lo hizo más secretamente o lo redujo a los grupos terroristas independientes. El gran número de estadounidenses muertos en 1988 durante el bombardeo del Vuelo 103 de Pan Am en Lockerbie, Escocia debería de haber disipado por si solo ese mito. De manera similar, la intimidación no contendrá probablemente a los temerosos estados truhanes de intentar mejorar sus posibilidades de supervivencia desarrollando super armas. Aunque cuando dichos estados sean despóticos, los mismos poseen legítimos temores de ataques por parte de los enemigos regionales y ahora de los Estados Unidos.
Dado el amplio número de naciones que se encuentran trabajando en armas de destrucción masiva (particularmente armas nucleares), los Estados Unidos podrían tener que aceptar la desagradable circunstancia de que algunos regímenes infames pudiesen tenerlas o conseguirlas. Las buenas noticias son que la mayoría de esas naciones son pobres y no pueden solventar más que algunas pocas cabezas nucleares nucleares. La dominación aplastante del arsenal nuclear de los EE.UU.—con miles de cabezas nucleares—debería poder disuadir a dichos países de lanzar un ataque contra los Estados Unidos. Los líderes de las naciones villanas son a menudo retratados en los medios estadounidenses como irracionales e incapaces de ser disuadidos de efectuar ataques contra los Estados Unidos, pero han adquirido, en su ascenso al poder en sus respectivas naciones, el pragmatismo de muchos políticos. De hecho, si los Estados Unidos se refrenasen de efectuar innecesarias intervenciones militares en las apartadas regiones de la mayoría de las naciones picaras, las mismas no tendrían principio motivo alguno para lanzar tales armas contra los lejanos Estados Unidos.
Pero el Presidente Bush ha tomado el camino opuesto de despilfarradoras e innecesarias intervenciones militares. La opinión pública estadounidense y los medios han participado del lustre de la vieja gloria al ser volteada la estatua de Saddam Hussein en Irak. Pero el indecoroso aspecto negativo de tal aventura militar estadounidense podría yacer oculto en refugios profundamente enterrados en naciones como Irán.
Traducido por Gabriel Gasave
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