En la medida que el desempleo persiste apenas por encima del 6 por ciento y la creación de nuevos empleos permanece inactiva o inexistente, las encuestas evidencian que más estadounidenses están temerosos de perder sus trabajos en el próximo año. Especialmente debido a esto, el encuestador John Zogby afirma que el grado de aprobación de la tarea del Presidente George W. Bush cayó a comienzos de septiembre al 45 por ciento, el más bajo desde que asumiera su cargo.
De manera predecible, los candidatos presidenciales demócratas están utilizando la ocasión para intensificar sus críticas al programa económico del presidente. ¿Pero el desempleo significa necesariamente problemas políticos para la campaña reeleccionista de Bush?
La opinión común diría que “sí,” pero una perspectiva histórica es útil aquí. El índice de desempleo del 6,1 por ciento se encuentra por encima de lo normal, pero es apenas inusual en épocas modernas. Durante los pasados 103 años, desde que información confiable ha sido recabada, la tasa media o típica de desempleo es del 5,5 por ciento. En los 33 años que van desde 1970, la tasa es del 5,9 por ciento. Por lo tanto, estamos un poquito por encima de la tasa normal, pero no dramáticamente.
Por otra parte, el desempleo es más alto en más de 2 puntos porcentuales que en el año en el cual Bush fue elegido y es el mismo que existía en el año en el cual su padre perdió la presidencia en manos de Bill Clinton. ¿No son estas noticias sombrías para el presidente?
Esa es una posibilidad, pero inverosímil. En un aspecto, las variables fundamentales favorecen un aumento en la creación de empleos. Durante los trimestres pasados, el crecimiento de la productividad—la cantidad de bienes y servicios producidos por cada hora trabajada—ha sido fuerte, y el crecimiento del salario real ha sido moderado, lo que significa que el costo de la mano de obra de generar el valor de un dólar de cuchuflitos (o de lo que sea) ha caído. Esto debería acrecentar la atracción de contratar a más trabajadores y los índices de desempleo deberían comenzar a caer, ciertamente para el segundo trimestre del año próximo, bien antes de las elecciones de noviembre.
La historia política sugiere que si esto ocurre, Bush no perdería muchos votos debido al desempleo. En agosto de 1983, en el mismo lugar del ciclo electoral, el desempleo era del 9,5 por ciento. No obstante ello, el Presidente Ronald Reagan ganó la reelección fácilmente al año siguiente. El desempleo en el mes previo a la elección era del 7,3 por ciento, aún bastante elevado pero agudamente por debajo de su pico de la recesión—y similar a muchos años en la década anterior.
El índice de desempleo en octubre de 2004 es probable que se encuentre bien por debajo del 6 por ciento, perceptiblemente abajo de su pico del 6,4 por ciento y cerca de una tasa histórica normal para la economía. Podría incluso estar por debajo de lo normal, juzgando a partir de la reciente caída en los costos laborales por dólar de la producción y de la relación histórica negativa observada entre los costos laborales y el desempleo.
Los estrategas demócratas podrían señalar tres contraejemplos históricos: Gerald Ford, Jimmy Carter y George H.W. Bush—todos ellos perdidosos titulares del cargo quienes fueron perjudicados, entre otros factores, por el desempleo creciente. En el caso de Ford, el desempleo había empeorado agudamente durante su corta presidencia, y aunque mejoró modestamente antes de la elección, se encontraba bien por encima del 7 por ciento. El incrementar el desempleo en un año electoral, a un elevado 7,6 por ciento en el mes previo a la elección, ciertamente perjudicó a Jimmy Carter—junto con la inflación de dos dígitos. El primer Presidente Bush vio como el muy lento crecimiento y el desempleo moderadamente alto contribuyeron a su pérdida del puesto.
En ninguno de estos casos, sin embargo, quien detentaba el cargo era un rebajador de impuestos que fuese derrotado durante un período de desempleo normal y en declinación, el escenario desplegado más factible para el Presidente Bush el año próximo. La popularidad de las reducciones impositivas de Bush es posible que contrarresten cualquier persistente descontento con el desempleo.
Habiendo dicho esto, hay una nube importante en el horizonte tanto para Bush como para la economía de los EE.UU.. Existe una vasta evidencia de que los recursos gubernamentales son asignados menos eficientemente que los del sector privado. El sector privado hace frente a la disciplina del mercado, a la competencia y a la cuestión de fondo de las ganancias, lo que no hacen los gobiernos.
El auge en la producción y en los precios de las acciones en los años 90 fue alimentado en parte por la productividad creciente, estimulada por una reducción en el gasto del gobierno federal como un porcentaje de la producción. Estos reducidos gastos reflejaban la caída en los gastos de defensa tras el final de la Guerra Fría, el final del rescate financiero por los ahorros y los prestamos y una cierta disciplina fiscal en Washington ordenada por un congreso bipartidista de cara a los crecientes déficits presupuestarios.
Este porcentaje cayó continuamente durante los ocho años que van desde 1992 a 2000, la más larga de tales caídas en la historia estadounidense moderna. La conversión de recursos del uso público al privado estimuló la productividad, manteniendo bajos los costos laborales y promoviendo la creación de empleos y una producción más alta.
Por el contrario, el gasto del gobierno federal se ha elevado agudamente durante los tres últimos años, reduciendo más la actividad privada productiva. Esto, a su vez, ha mantenido al crecimiento de la productividad por debajo de lo que hubiese sido—y retrasó una declinación necesaria en la unidad real de los costos laborales (los costos salariales como un porcentaje de las ventas) lo que es la base para la recuperación del empleo. Los gastos federales fiscales estimados para 2003 son $422.9 mil millones más altos que hace apenas tres años atrás—un incremento del 23.6 por ciento. La suba del gasto público ha contribuido a la morigeración de la inversión, dado que las empresas están temerosas de efectuar compromisos a largo plazo en un período en el que un gobierno activista está nublando el crecimiento futuro del sector privado.
Es significativo que una mayoría del aumento del gasto federal no se encuentra relacionado con la seguridad nacional, y que la jarana del gasto haya comenzado antes de la tragedia del 11 de septiembre. Desde el 11 de septiembre, en nombre de la seguridad nacional, el Congreso se ha comprometido en esquemas de gastos altamente ineficientes, tales como los enormes incrementos en los subsidios agrícolas. Un vasto gasto para mantener la ocupación militar en Irak tampoco ayudará.
Si este empequeñecimiento de la actividad privada continúa, la lentitud en el crecimiento de la producción y de los precios del valor neto acumulado bien podría también persistir, haciendo a la recuperación más tibia y poniendo potencialmente a la presidencia de Bush en gran riesgo. La explosión del gasto, no las reducciones impositivas, es la mayor causa del gran incremento en el déficit. Del ejercicio fiscal 2000 al 2003 (que finaliza en menos de tres semanas), el gasto federal habrá aumentado en unos estimados $422.9 mil millones mientras que los ingresos habrán caído solamente $268.9 mil millones—y gran parte de esa declinación del ingreso fue debido a la reciente recesión, no al recorte de impuestos de Bush. El déficit presupuestario aumenta la demanda de fondos que el gobierno federal toma prestados; esto a su vez ha contribuido al reciente incremento de las tasas de interés, conduciendo a una cierta reducción en el gasto del consumidor y en la inversión.
¿Qué debería hacerse? Históricamente, en períodos de desempleo superior a lo normal, el Congreso se apresura a aprobar un “paquete de estímulo” para promover la demanda de bienes y servicios. En un sentido, ya hemos hecho esto con el enorme aumento en el gasto federal y con el pasaje de superávits presupuestarios a déficits presupuestarios masivos. En una cosa la historia económica moderna es muy clara: tal estímulo macroeconómico al estilo Keynesiano causa simplemente más daño que bien en el largo plazo. Tuvimos déficits presupuestarios a través de los años 70 y comienzos de los años 80—y tuvimos altos índices de desempleo y de inflación. Japón se ha movido a los déficits presupuestarios masivos y a los esquemas de gasto gubernamental durante una década—y padeció estancamiento y creciente desempleo.
Si le diera un consejo político al Presidente Bush, el mismo sería el de no aterrarse, dado que las fuerzas del mercado están trabajando a su favor. Sin embargo, lo urgiría a despejar una nube en el horizonte para la recuperación, moderando y esperanzadamente deteniendo la oleada de gastos. Una reasunción de la declinación de los años 90 en el gasto federal como un porcentaje de la producción transformaría la recuperación de una tibia a una robusta. La misma conduciría probablemente a elevar los precios del valor neto acumulado y a las ganancias sobre el capital. Para lograr esto, puede ser que tengamos que reducir fuertemente nuestro compromiso en Irak, revertir lo incrementos improductivos en los subsidios federales e involucrarnos en otras formas de ajustar el cinturón.
Un masivo incremento en el gasto para Irak y las actividades antiterroristas relacionadas—y Bush ya le ha pedido al Congreso $87 mil millones más para las operaciones en Irak—podría dejar al presidente como víctima política de la guerra, no debido a la oposición a la intervención militar en sí misma, sino debido a sus negativos efectos económicos.
Traducido por Gabriel Gasave
¿En cuántos problemas se encuentra realmente Bush?
En la medida que el desempleo persiste apenas por encima del 6 por ciento y la creación de nuevos empleos permanece inactiva o inexistente, las encuestas evidencian que más estadounidenses están temerosos de perder sus trabajos en el próximo año. Especialmente debido a esto, el encuestador John Zogby afirma que el grado de aprobación de la tarea del Presidente George W. Bush cayó a comienzos de septiembre al 45 por ciento, el más bajo desde que asumiera su cargo.
De manera predecible, los candidatos presidenciales demócratas están utilizando la ocasión para intensificar sus críticas al programa económico del presidente. ¿Pero el desempleo significa necesariamente problemas políticos para la campaña reeleccionista de Bush?
La opinión común diría que “sí,” pero una perspectiva histórica es útil aquí. El índice de desempleo del 6,1 por ciento se encuentra por encima de lo normal, pero es apenas inusual en épocas modernas. Durante los pasados 103 años, desde que información confiable ha sido recabada, la tasa media o típica de desempleo es del 5,5 por ciento. En los 33 años que van desde 1970, la tasa es del 5,9 por ciento. Por lo tanto, estamos un poquito por encima de la tasa normal, pero no dramáticamente.
Por otra parte, el desempleo es más alto en más de 2 puntos porcentuales que en el año en el cual Bush fue elegido y es el mismo que existía en el año en el cual su padre perdió la presidencia en manos de Bill Clinton. ¿No son estas noticias sombrías para el presidente?
Esa es una posibilidad, pero inverosímil. En un aspecto, las variables fundamentales favorecen un aumento en la creación de empleos. Durante los trimestres pasados, el crecimiento de la productividad—la cantidad de bienes y servicios producidos por cada hora trabajada—ha sido fuerte, y el crecimiento del salario real ha sido moderado, lo que significa que el costo de la mano de obra de generar el valor de un dólar de cuchuflitos (o de lo que sea) ha caído. Esto debería acrecentar la atracción de contratar a más trabajadores y los índices de desempleo deberían comenzar a caer, ciertamente para el segundo trimestre del año próximo, bien antes de las elecciones de noviembre.
La historia política sugiere que si esto ocurre, Bush no perdería muchos votos debido al desempleo. En agosto de 1983, en el mismo lugar del ciclo electoral, el desempleo era del 9,5 por ciento. No obstante ello, el Presidente Ronald Reagan ganó la reelección fácilmente al año siguiente. El desempleo en el mes previo a la elección era del 7,3 por ciento, aún bastante elevado pero agudamente por debajo de su pico de la recesión—y similar a muchos años en la década anterior.
El índice de desempleo en octubre de 2004 es probable que se encuentre bien por debajo del 6 por ciento, perceptiblemente abajo de su pico del 6,4 por ciento y cerca de una tasa histórica normal para la economía. Podría incluso estar por debajo de lo normal, juzgando a partir de la reciente caída en los costos laborales por dólar de la producción y de la relación histórica negativa observada entre los costos laborales y el desempleo.
Los estrategas demócratas podrían señalar tres contraejemplos históricos: Gerald Ford, Jimmy Carter y George H.W. Bush—todos ellos perdidosos titulares del cargo quienes fueron perjudicados, entre otros factores, por el desempleo creciente. En el caso de Ford, el desempleo había empeorado agudamente durante su corta presidencia, y aunque mejoró modestamente antes de la elección, se encontraba bien por encima del 7 por ciento. El incrementar el desempleo en un año electoral, a un elevado 7,6 por ciento en el mes previo a la elección, ciertamente perjudicó a Jimmy Carter—junto con la inflación de dos dígitos. El primer Presidente Bush vio como el muy lento crecimiento y el desempleo moderadamente alto contribuyeron a su pérdida del puesto.
En ninguno de estos casos, sin embargo, quien detentaba el cargo era un rebajador de impuestos que fuese derrotado durante un período de desempleo normal y en declinación, el escenario desplegado más factible para el Presidente Bush el año próximo. La popularidad de las reducciones impositivas de Bush es posible que contrarresten cualquier persistente descontento con el desempleo.
Habiendo dicho esto, hay una nube importante en el horizonte tanto para Bush como para la economía de los EE.UU.. Existe una vasta evidencia de que los recursos gubernamentales son asignados menos eficientemente que los del sector privado. El sector privado hace frente a la disciplina del mercado, a la competencia y a la cuestión de fondo de las ganancias, lo que no hacen los gobiernos.
El auge en la producción y en los precios de las acciones en los años 90 fue alimentado en parte por la productividad creciente, estimulada por una reducción en el gasto del gobierno federal como un porcentaje de la producción. Estos reducidos gastos reflejaban la caída en los gastos de defensa tras el final de la Guerra Fría, el final del rescate financiero por los ahorros y los prestamos y una cierta disciplina fiscal en Washington ordenada por un congreso bipartidista de cara a los crecientes déficits presupuestarios.
Este porcentaje cayó continuamente durante los ocho años que van desde 1992 a 2000, la más larga de tales caídas en la historia estadounidense moderna. La conversión de recursos del uso público al privado estimuló la productividad, manteniendo bajos los costos laborales y promoviendo la creación de empleos y una producción más alta.
Por el contrario, el gasto del gobierno federal se ha elevado agudamente durante los tres últimos años, reduciendo más la actividad privada productiva. Esto, a su vez, ha mantenido al crecimiento de la productividad por debajo de lo que hubiese sido—y retrasó una declinación necesaria en la unidad real de los costos laborales (los costos salariales como un porcentaje de las ventas) lo que es la base para la recuperación del empleo. Los gastos federales fiscales estimados para 2003 son $422.9 mil millones más altos que hace apenas tres años atrás—un incremento del 23.6 por ciento. La suba del gasto público ha contribuido a la morigeración de la inversión, dado que las empresas están temerosas de efectuar compromisos a largo plazo en un período en el que un gobierno activista está nublando el crecimiento futuro del sector privado.
Es significativo que una mayoría del aumento del gasto federal no se encuentra relacionado con la seguridad nacional, y que la jarana del gasto haya comenzado antes de la tragedia del 11 de septiembre. Desde el 11 de septiembre, en nombre de la seguridad nacional, el Congreso se ha comprometido en esquemas de gastos altamente ineficientes, tales como los enormes incrementos en los subsidios agrícolas. Un vasto gasto para mantener la ocupación militar en Irak tampoco ayudará.
Si este empequeñecimiento de la actividad privada continúa, la lentitud en el crecimiento de la producción y de los precios del valor neto acumulado bien podría también persistir, haciendo a la recuperación más tibia y poniendo potencialmente a la presidencia de Bush en gran riesgo. La explosión del gasto, no las reducciones impositivas, es la mayor causa del gran incremento en el déficit. Del ejercicio fiscal 2000 al 2003 (que finaliza en menos de tres semanas), el gasto federal habrá aumentado en unos estimados $422.9 mil millones mientras que los ingresos habrán caído solamente $268.9 mil millones—y gran parte de esa declinación del ingreso fue debido a la reciente recesión, no al recorte de impuestos de Bush. El déficit presupuestario aumenta la demanda de fondos que el gobierno federal toma prestados; esto a su vez ha contribuido al reciente incremento de las tasas de interés, conduciendo a una cierta reducción en el gasto del consumidor y en la inversión.
¿Qué debería hacerse? Históricamente, en períodos de desempleo superior a lo normal, el Congreso se apresura a aprobar un “paquete de estímulo” para promover la demanda de bienes y servicios. En un sentido, ya hemos hecho esto con el enorme aumento en el gasto federal y con el pasaje de superávits presupuestarios a déficits presupuestarios masivos. En una cosa la historia económica moderna es muy clara: tal estímulo macroeconómico al estilo Keynesiano causa simplemente más daño que bien en el largo plazo. Tuvimos déficits presupuestarios a través de los años 70 y comienzos de los años 80—y tuvimos altos índices de desempleo y de inflación. Japón se ha movido a los déficits presupuestarios masivos y a los esquemas de gasto gubernamental durante una década—y padeció estancamiento y creciente desempleo.
Si le diera un consejo político al Presidente Bush, el mismo sería el de no aterrarse, dado que las fuerzas del mercado están trabajando a su favor. Sin embargo, lo urgiría a despejar una nube en el horizonte para la recuperación, moderando y esperanzadamente deteniendo la oleada de gastos. Una reasunción de la declinación de los años 90 en el gasto federal como un porcentaje de la producción transformaría la recuperación de una tibia a una robusta. La misma conduciría probablemente a elevar los precios del valor neto acumulado y a las ganancias sobre el capital. Para lograr esto, puede ser que tengamos que reducir fuertemente nuestro compromiso en Irak, revertir lo incrementos improductivos en los subsidios federales e involucrarnos en otras formas de ajustar el cinturón.
Un masivo incremento en el gasto para Irak y las actividades antiterroristas relacionadas—y Bush ya le ha pedido al Congreso $87 mil millones más para las operaciones en Irak—podría dejar al presidente como víctima política de la guerra, no debido a la oposición a la intervención militar en sí misma, sino debido a sus negativos efectos económicos.
Traducido por Gabriel Gasave
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