Continuando con la retórica orwelliana de la administración Bush sobre la posguerra en Irak, el Secretario de Estado Colin Powell informó al mundo recientemente que devolverles Irak a los iraquíes demasiado prontamente carecería de legitimidad. Esa visión autocomplaciente es absurda dado que la mayor parte del mundo cree que la invasión estadounidense y la ocupación de una nación soberana sin una legítima justificación de autodefensa son una violación a las normas internacionales, incluyendo a la Carta de la ONU. La administración Bush debería dejar de creer en su propia propaganda el tiempo suficiente como para percatarse que permitirles rápidamente a los iraquíes gobernar a su propio país es la mejor entre muchas malas alternativas. De hecho, declarar la victoria y retirarse podría ser la única opción que pueda salvar la presidencia de George W. Bush.
Tras los ataques del 11 de septiembre, la seguridad nacional se convirtió en el foco central de la presidencia de Bush. Desafortunadamente, los consejeros de Bush utilizaron la tragedia para sus propios fines. Los halcones de la administración convencieron al presidente de que debería expulsar a Saddam Hussein, un pequeño tirano que no poseía ninguna conexión demostrada con esos ataques. Karl Rove, el consejero político del presidente, acordó absurdamente esa estrategia porque la guerra y una victoria sensacional harían que se elevase la popularidad del presidente. Esa victoria se encontraba garantizada porque era seguro que las fuerzas armadas de los EE.UU., dominantes del mundo, pulverizarían a un país que gastaba 223 veces menos que los Estados Unidos en defensa y que tenía a sus militares diezmados por dos guerras anteriores y años de sanciones económicas. En el corto plazo, Rove estaba en lo cierto; en el largo plazo, bien puede haber cometido una enorme equivocación.
La tarea hercúlea no fue nunca la de destruir a los decrépitos militares iraquíes, sino la de reconstruir, desde los cimientos, a una sociedad destrozada por años de guerra y embargos. Durante la campaña de 2000, Bush criticó a la administración Clinton por el optimismo simplista respecto de edificar naciones en el mundo en desarrollo—Bosnia, Kosovo, Haití y Somalia—y después cayó víctima de su propia versión neo-conservadora intoxicada de inocencia Wilsoniana. La complicación de la monumental tarea de construir una democracia de libre mercado libre a punta de pistola es como abrir fuego por parte de los iraquíes. El lado perdidoso de cualquier guerra es usualmente el que aprende la mayor parte de las lecciones. Aparentemente, los iraquíes aprendieron de la primera guerra del Golfo Persa que derrotar a las tecnológicamente superiores fuerzas armadas de los EE.UU., en una lucha cabeza a cabeza, era casi imposible y que una guerra de guerrillas al estilo palestino apuntada a la voluntad del público estadounidense, tendría mejores perspectivas de éxito. Componiendo ese problema se encontraban los comandantes de sofá de la administración Bush, quienes ridiculizaron a un general superior del ejército cuando él estimaba que cientos de miles de efectivos estadounidenses serían necesarios desde el principio para someter a un Irak de posguerra.
Esos mismos comandantes ahora reconocen extrañamente que más tropas—pero no fuerzas estadounidenses—son necesarias para calmar el caos. Pero recientemente, ellos también admitieron que incluso si los Estados Unidos fuesen capaces de lograr que los aún enojados miembros del Consejo de Seguridad de la ONU aprobaran otra resolución de ese Organismo, probablemente conseguirían un máximo de tan solo 15.000 tropas extranjeras adicionales. La desconexión entre la mutilación en Irak y la retórica de la administración de que las cosas se están poniendo mejor, podría convertir a una eventual decisión de comisionar a más tropas de EE.UU. en una campana de alarma para el público estadounidense de que la política del emperador carece de ropas. Aunque la Ofensiva Tet del Vietcong en 1968 fue realmente una falla militar, la misma expuso la mentira de que los Estados Unidos se encontraban realmente ganando la Guerra de Vietnam y alimentó la fatal oposición doméstica al esfuerzo. Desplegar más tropas estadounidenses en Irak podría accionar una similar tormenta doméstica. Por lo tanto, si el atraer a tropas extranjeras adicionales suficientes es inverosímil y si adicionar fuerzas de los EE.UU. podría ser políticamente explosivo, ¿qué puede hacer una administración que se encuentra buscando la reelección? Si las fuerzas estadounidenses continúan estando en Irak el próximo verano, la violencia necesita haberse desplomado o George W. Bush podría encaminarse hacia abajo en la historia como otro Lyndon Johnson o Jimmy Carter—presidentes que arruinaron sus oportunidades de ser reelectos con desastres de ultramar.
Con una anémica recuperación económica, la única oportunidad que tiene Bush de salvar su presidencia es retirar a las fuerzas estadounidenses rápidamente y hacer lo que el Secretario Powell afirma que los Estados Unidos no pueden hacer—permitirles pronto a los iraquíes gobernarse así mismos. En contraste, las fuerzas de los EE.UU. permaneciendo indefinidamente en Irak estarían allí principalmente para asegurarse de que un confiable gobierno cliente sea instalado. Retirar a las fuerzas estadounidenses pronto tornaría a ese resultado menos probable. Los Estados Unidos tendrían que aceptar un gobierno menos amistoso, una confederación desperdigada de cantones autónomos sunnitas, chiitas y kurdos o aún a tres o más estados separados, tales como las nuevas repúblicas de la ex Unión Soviética.
El retiro temprano podría también disminuir en algo el prestigio de los EE.UU.. Sin embargo, ese resultado es más aceptable que una pérdida masiva del honor estadounidense por un retiro de los EE.UU. de un atolladero caótico el año próximo bajo la presión de una elección inminente. El mismo argumento de perder cara evitó que los Estados Unidos se retiraran antes de Vietnam—solamente para perder aún más prestigio cuando el retiro finalmente se produjo años más tarde. Como ahora, los Estados Unidos habrían estado mejor si declaran la victoria, retiran a las fuerzas estadounidenses y recortaran sus pérdidas—tanto en términos humanos como financieros. También, la opinión pública estadounidense finalmente se ha dado cuenta de que la guerra en Irak actúa como un imán para los ataques terroristas contra los blancos de los EE.UU.. Si el presidente falla en prestarle atención, los ataques demócratas del año próximo pueden convertirlo en un fenómeno de un solo mandato.
Traducido por Gabriel Gasave
La mejor alternativa para Irak
Continuando con la retórica orwelliana de la administración Bush sobre la posguerra en Irak, el Secretario de Estado Colin Powell informó al mundo recientemente que devolverles Irak a los iraquíes demasiado prontamente carecería de legitimidad. Esa visión autocomplaciente es absurda dado que la mayor parte del mundo cree que la invasión estadounidense y la ocupación de una nación soberana sin una legítima justificación de autodefensa son una violación a las normas internacionales, incluyendo a la Carta de la ONU. La administración Bush debería dejar de creer en su propia propaganda el tiempo suficiente como para percatarse que permitirles rápidamente a los iraquíes gobernar a su propio país es la mejor entre muchas malas alternativas. De hecho, declarar la victoria y retirarse podría ser la única opción que pueda salvar la presidencia de George W. Bush.
Tras los ataques del 11 de septiembre, la seguridad nacional se convirtió en el foco central de la presidencia de Bush. Desafortunadamente, los consejeros de Bush utilizaron la tragedia para sus propios fines. Los halcones de la administración convencieron al presidente de que debería expulsar a Saddam Hussein, un pequeño tirano que no poseía ninguna conexión demostrada con esos ataques. Karl Rove, el consejero político del presidente, acordó absurdamente esa estrategia porque la guerra y una victoria sensacional harían que se elevase la popularidad del presidente. Esa victoria se encontraba garantizada porque era seguro que las fuerzas armadas de los EE.UU., dominantes del mundo, pulverizarían a un país que gastaba 223 veces menos que los Estados Unidos en defensa y que tenía a sus militares diezmados por dos guerras anteriores y años de sanciones económicas. En el corto plazo, Rove estaba en lo cierto; en el largo plazo, bien puede haber cometido una enorme equivocación.
La tarea hercúlea no fue nunca la de destruir a los decrépitos militares iraquíes, sino la de reconstruir, desde los cimientos, a una sociedad destrozada por años de guerra y embargos. Durante la campaña de 2000, Bush criticó a la administración Clinton por el optimismo simplista respecto de edificar naciones en el mundo en desarrollo—Bosnia, Kosovo, Haití y Somalia—y después cayó víctima de su propia versión neo-conservadora intoxicada de inocencia Wilsoniana. La complicación de la monumental tarea de construir una democracia de libre mercado libre a punta de pistola es como abrir fuego por parte de los iraquíes. El lado perdidoso de cualquier guerra es usualmente el que aprende la mayor parte de las lecciones. Aparentemente, los iraquíes aprendieron de la primera guerra del Golfo Persa que derrotar a las tecnológicamente superiores fuerzas armadas de los EE.UU., en una lucha cabeza a cabeza, era casi imposible y que una guerra de guerrillas al estilo palestino apuntada a la voluntad del público estadounidense, tendría mejores perspectivas de éxito. Componiendo ese problema se encontraban los comandantes de sofá de la administración Bush, quienes ridiculizaron a un general superior del ejército cuando él estimaba que cientos de miles de efectivos estadounidenses serían necesarios desde el principio para someter a un Irak de posguerra.
Esos mismos comandantes ahora reconocen extrañamente que más tropas—pero no fuerzas estadounidenses—son necesarias para calmar el caos. Pero recientemente, ellos también admitieron que incluso si los Estados Unidos fuesen capaces de lograr que los aún enojados miembros del Consejo de Seguridad de la ONU aprobaran otra resolución de ese Organismo, probablemente conseguirían un máximo de tan solo 15.000 tropas extranjeras adicionales. La desconexión entre la mutilación en Irak y la retórica de la administración de que las cosas se están poniendo mejor, podría convertir a una eventual decisión de comisionar a más tropas de EE.UU. en una campana de alarma para el público estadounidense de que la política del emperador carece de ropas. Aunque la Ofensiva Tet del Vietcong en 1968 fue realmente una falla militar, la misma expuso la mentira de que los Estados Unidos se encontraban realmente ganando la Guerra de Vietnam y alimentó la fatal oposición doméstica al esfuerzo. Desplegar más tropas estadounidenses en Irak podría accionar una similar tormenta doméstica. Por lo tanto, si el atraer a tropas extranjeras adicionales suficientes es inverosímil y si adicionar fuerzas de los EE.UU. podría ser políticamente explosivo, ¿qué puede hacer una administración que se encuentra buscando la reelección? Si las fuerzas estadounidenses continúan estando en Irak el próximo verano, la violencia necesita haberse desplomado o George W. Bush podría encaminarse hacia abajo en la historia como otro Lyndon Johnson o Jimmy Carter—presidentes que arruinaron sus oportunidades de ser reelectos con desastres de ultramar.
Con una anémica recuperación económica, la única oportunidad que tiene Bush de salvar su presidencia es retirar a las fuerzas estadounidenses rápidamente y hacer lo que el Secretario Powell afirma que los Estados Unidos no pueden hacer—permitirles pronto a los iraquíes gobernarse así mismos. En contraste, las fuerzas de los EE.UU. permaneciendo indefinidamente en Irak estarían allí principalmente para asegurarse de que un confiable gobierno cliente sea instalado. Retirar a las fuerzas estadounidenses pronto tornaría a ese resultado menos probable. Los Estados Unidos tendrían que aceptar un gobierno menos amistoso, una confederación desperdigada de cantones autónomos sunnitas, chiitas y kurdos o aún a tres o más estados separados, tales como las nuevas repúblicas de la ex Unión Soviética.
El retiro temprano podría también disminuir en algo el prestigio de los EE.UU.. Sin embargo, ese resultado es más aceptable que una pérdida masiva del honor estadounidense por un retiro de los EE.UU. de un atolladero caótico el año próximo bajo la presión de una elección inminente. El mismo argumento de perder cara evitó que los Estados Unidos se retiraran antes de Vietnam—solamente para perder aún más prestigio cuando el retiro finalmente se produjo años más tarde. Como ahora, los Estados Unidos habrían estado mejor si declaran la victoria, retiran a las fuerzas estadounidenses y recortaran sus pérdidas—tanto en términos humanos como financieros. También, la opinión pública estadounidense finalmente se ha dado cuenta de que la guerra en Irak actúa como un imán para los ataques terroristas contra los blancos de los EE.UU.. Si el presidente falla en prestarle atención, los ataques demócratas del año próximo pueden convertirlo en un fenómeno de un solo mandato.
Traducido por Gabriel Gasave
Defensa y política exteriorIrak
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