¿Debería el público emitir juicio sobre la reciente detención de Michael Jackson por abuso de menores? ¿O él debiera ser “inocente hasta que fuese probada su culpabilidad”?
Este es el debate del tribunal de la opinión versus el tribunal del derecho. El mismo no da en el blanco. Por supuesto, la posible culpabilidad de Jackson correspondería que fuese discutida. El verdadero interrogante es cómo conducir al debate público de forma tal que no reduzca la probabilidad de justicia. La gente tiene el derecho a discutir el caso de Jackson porque el mismo puede ejercer una influencia definitoria sobre las leyes bajo las cuales vivirá. Como resultado directo de una alegación anterior contra Jackson, por ejemplo, la ley del estado de California fue modificada. En la actualidad, cualquier persona que presenta tal alegación de abuso puede ser obligada por el estado a atestiguar antes que le sea permitido aceptar un acuerdo extra judicial.
Por otra parte, el caso plantea algunas de las cuestiones legales y morales más inquietantes que desafían a nuestra sociedad: el abuso de menores, las falsas acusaciones y cómo el sistema judicial debería tratar con ellas, cómo los medios deberían manejar los casos que involucran a celebridades.
No existe presunción de inocencia alguna en el tribunal de la opinión. Ese es un principio jurídico: Alguien demandado criminalmente no puede ser condenado a menos que su culpabilidad haya sido probada más allá de una duda razonable, sin que el acusado sobrelleve carga alguna a fin de probar su inocencia.
El tribunal de la opinión puede condenar a cualquiera sobre cualquier base. Las cuestiones de decencia común ciertamente se aplican pero cada uno se expresa del todo naturalmente en base a sus propias inquietudes y opiniones. Esto es saludable. Esto es humano.
Una clave para ver si el diálogo público perjudica a las perspectivas de justicia es la información—es decir, la revelación de hechos sólidos de forma tal que la gente pueda basar sus conclusiones en la evidencia. Esta es la responsabilidad de los medios a los cuales la mayoría de los individuos miran en busca de información.
En el caso de Michael Jackson, los medios le han fallado al público.
Otra clave es la de trazar y mantener una línea entre las dos esferas. Por un lado está el remolino subjetivo de la opinión que puede no ser exacto o justo: el tribunal de la opinión. Por otro lado está el cuerpo objetivo de las leyes y los procedimientos que determinan la culpabilidad criminal de alguien: el tribunal del derecho.
Las dos esferas son distintas pero se superponen e influyen mutuamente.
La opinión pública puede impactar negativamente sobre el sistema judicial de muchas maneras: La misma puede indisponer al conjunto del jurado, alentar a los jueces ambiciosos o Fiscales de Distrito a impulsar sanciones inapropiadas e intimidar a los testigos para que guarden silencio o exageren sus declaraciones. Bajo la opinión pública, la policía puede apilar cargos adicionales o proceder bajo una evidencia inadecuada.
Pero la opinión pública puede también beneficiar al sistema judicial. El juicio público se convirtió en el derecho civil de un demandado porque el mismo permitía que el público juzgara la imparcialidad de un procedimiento judicial y, de esa forma, sirvió como un control contra el abuso judicial. El juicio por jurados incorpora una lógica similar. Si un procedimiento judicial es manifiestamente corrupto, entonces es inverosímil que los 12 miembros del jurado participen de la injusticia. La conciencia pública es un baluarte contra los tribunales deshonestos y la mala ley.
Una vez más, los medios de comunicación sobrellevan la responsabilidad moral de promover una discusión que ayude a la justicia.
Una vez más, los medios han fallado
Los noticieros y el comentario han deteriorado el status de la prensa tabloide, la cual procura crear la histeria y alimentar las emociones… pero no informar. Considérese la covertura sin pausa de la detención de Jackson del 20 de noviembre. La guerra en Irak fue puesta a un lado mientras que periodistas, respetables en otras circunstancias, especulaban acerca de en qué clase de avión trasladarían a Jackson al departamento de policía de Santa Barbara para su registro. En un punto, la cámara enfocaba a gran distancia al avión equivocado.
Un comentario típico que pretende girar en derredor de la culpabilidad o de la inocencia de Jackson incluye una discusión sobre sus cirugías faciales, sacudidas de cabeza sobre sus excentricidades, una repugnante disección de su aspecto, la especulación sobre su pasado matrimonio con Lisa Marie Presley, un informe sobre sus flojas ventas de discos, y el comentario sobre cuáles de sus amigos están o no apoyándolo y por qué.
Entremezcladas con ataques personales e irrelevancias se encuentran las entrevistas con expertos legales, las cuales se descalabran en competencias de tiros con una predecible regularidad. Una inundación de comentaristas—ninguno de los cuales sabe si Jackson es culpable—expresan sus opiniones con pasión y persistencia. Mezclan la difamación con el análisis legal, otorgándole a ambas similar peso.
Los medios se encuentran subvirtiendo activamente la “información” y promoviendo la histeria, lo que provoca que el tribunal de la opinión perjudique al tribunal del derecho.
En cierto punto, la cobertura noticiosa siempre ha hecho esto. Ejemplos famosos vienen a la mente:
Por ejemplo, Sacco y Vanzetti, un juicio notoriamente político en el cual los dos hombres—actualmente considerados ampliamente inocentes—fueron ejecutados. La cobertura de los medios reflejó y creó una histeria masiva que contribuyó a sus condenas a muerte.
Pero solía haber una distinción entre los medios noticiosos y los tabloides. Quizás borrar esta distinción se tornó inevitable con el advenimiento de los tribunales de la TV, mediante los cuales el sistema judicial se convirtió en el primer reality show televisivo, rematado con las encuestas públicas sobre la inocencia o la culpabilidad.
Con el caso de Jackson, los medios tienen una oportunidad de redimirse. Los mismos pueden apartarse del borde del estilo de informar a lo O.J. Simpson al que Daniel B. Wood describe en el Christian Science Monitor, “las cuestiones sobre la selección del jurado, el tratar de forzar la evidencia, y la conspiración policial compitieron con asuntos tales como los hábitos amorosos del huésped de O.J., Kato Kaelin, y los restaurantes preferidos de la fiscal Marcia Clark.”
Olvidémonos de la imparcialidad para con Jackson por un momento. Los televidentes merecen algo mejor.
Traducido por Gabriel Gasave
Los medios le fallan al público en el caso de Michael Jackson
¿Debería el público emitir juicio sobre la reciente detención de Michael Jackson por abuso de menores? ¿O él debiera ser “inocente hasta que fuese probada su culpabilidad”?
Este es el debate del tribunal de la opinión versus el tribunal del derecho. El mismo no da en el blanco. Por supuesto, la posible culpabilidad de Jackson correspondería que fuese discutida. El verdadero interrogante es cómo conducir al debate público de forma tal que no reduzca la probabilidad de justicia. La gente tiene el derecho a discutir el caso de Jackson porque el mismo puede ejercer una influencia definitoria sobre las leyes bajo las cuales vivirá. Como resultado directo de una alegación anterior contra Jackson, por ejemplo, la ley del estado de California fue modificada. En la actualidad, cualquier persona que presenta tal alegación de abuso puede ser obligada por el estado a atestiguar antes que le sea permitido aceptar un acuerdo extra judicial.
Por otra parte, el caso plantea algunas de las cuestiones legales y morales más inquietantes que desafían a nuestra sociedad: el abuso de menores, las falsas acusaciones y cómo el sistema judicial debería tratar con ellas, cómo los medios deberían manejar los casos que involucran a celebridades.
No existe presunción de inocencia alguna en el tribunal de la opinión. Ese es un principio jurídico: Alguien demandado criminalmente no puede ser condenado a menos que su culpabilidad haya sido probada más allá de una duda razonable, sin que el acusado sobrelleve carga alguna a fin de probar su inocencia.
El tribunal de la opinión puede condenar a cualquiera sobre cualquier base. Las cuestiones de decencia común ciertamente se aplican pero cada uno se expresa del todo naturalmente en base a sus propias inquietudes y opiniones. Esto es saludable. Esto es humano.
Una clave para ver si el diálogo público perjudica a las perspectivas de justicia es la información—es decir, la revelación de hechos sólidos de forma tal que la gente pueda basar sus conclusiones en la evidencia. Esta es la responsabilidad de los medios a los cuales la mayoría de los individuos miran en busca de información.
En el caso de Michael Jackson, los medios le han fallado al público.
Otra clave es la de trazar y mantener una línea entre las dos esferas. Por un lado está el remolino subjetivo de la opinión que puede no ser exacto o justo: el tribunal de la opinión. Por otro lado está el cuerpo objetivo de las leyes y los procedimientos que determinan la culpabilidad criminal de alguien: el tribunal del derecho.
Las dos esferas son distintas pero se superponen e influyen mutuamente.
La opinión pública puede impactar negativamente sobre el sistema judicial de muchas maneras: La misma puede indisponer al conjunto del jurado, alentar a los jueces ambiciosos o Fiscales de Distrito a impulsar sanciones inapropiadas e intimidar a los testigos para que guarden silencio o exageren sus declaraciones. Bajo la opinión pública, la policía puede apilar cargos adicionales o proceder bajo una evidencia inadecuada.
Pero la opinión pública puede también beneficiar al sistema judicial. El juicio público se convirtió en el derecho civil de un demandado porque el mismo permitía que el público juzgara la imparcialidad de un procedimiento judicial y, de esa forma, sirvió como un control contra el abuso judicial. El juicio por jurados incorpora una lógica similar. Si un procedimiento judicial es manifiestamente corrupto, entonces es inverosímil que los 12 miembros del jurado participen de la injusticia. La conciencia pública es un baluarte contra los tribunales deshonestos y la mala ley.
Una vez más, los medios de comunicación sobrellevan la responsabilidad moral de promover una discusión que ayude a la justicia.
Una vez más, los medios han fallado
Los noticieros y el comentario han deteriorado el status de la prensa tabloide, la cual procura crear la histeria y alimentar las emociones… pero no informar. Considérese la covertura sin pausa de la detención de Jackson del 20 de noviembre. La guerra en Irak fue puesta a un lado mientras que periodistas, respetables en otras circunstancias, especulaban acerca de en qué clase de avión trasladarían a Jackson al departamento de policía de Santa Barbara para su registro. En un punto, la cámara enfocaba a gran distancia al avión equivocado.
Un comentario típico que pretende girar en derredor de la culpabilidad o de la inocencia de Jackson incluye una discusión sobre sus cirugías faciales, sacudidas de cabeza sobre sus excentricidades, una repugnante disección de su aspecto, la especulación sobre su pasado matrimonio con Lisa Marie Presley, un informe sobre sus flojas ventas de discos, y el comentario sobre cuáles de sus amigos están o no apoyándolo y por qué.
Entremezcladas con ataques personales e irrelevancias se encuentran las entrevistas con expertos legales, las cuales se descalabran en competencias de tiros con una predecible regularidad. Una inundación de comentaristas—ninguno de los cuales sabe si Jackson es culpable—expresan sus opiniones con pasión y persistencia. Mezclan la difamación con el análisis legal, otorgándole a ambas similar peso.
Los medios se encuentran subvirtiendo activamente la “información” y promoviendo la histeria, lo que provoca que el tribunal de la opinión perjudique al tribunal del derecho.
En cierto punto, la cobertura noticiosa siempre ha hecho esto. Ejemplos famosos vienen a la mente:
Por ejemplo, Sacco y Vanzetti, un juicio notoriamente político en el cual los dos hombres—actualmente considerados ampliamente inocentes—fueron ejecutados. La cobertura de los medios reflejó y creó una histeria masiva que contribuyó a sus condenas a muerte.
Pero solía haber una distinción entre los medios noticiosos y los tabloides. Quizás borrar esta distinción se tornó inevitable con el advenimiento de los tribunales de la TV, mediante los cuales el sistema judicial se convirtió en el primer reality show televisivo, rematado con las encuestas públicas sobre la inocencia o la culpabilidad.
Con el caso de Jackson, los medios tienen una oportunidad de redimirse. Los mismos pueden apartarse del borde del estilo de informar a lo O.J. Simpson al que Daniel B. Wood describe en el Christian Science Monitor, “las cuestiones sobre la selección del jurado, el tratar de forzar la evidencia, y la conspiración policial compitieron con asuntos tales como los hábitos amorosos del huésped de O.J., Kato Kaelin, y los restaurantes preferidos de la fiscal Marcia Clark.”
Olvidémonos de la imparcialidad para con Jackson por un momento. Los televidentes merecen algo mejor.
Traducido por Gabriel Gasave
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