La administración Bush recientemente hizo saber que sería lanzada una importante ofensiva contra al Qaeda en Afganistán y Pakistán durante la primavera. Incluso se dejó entrever que Osama bin Laden podría ser capturado este año.
Para el espectador estadounidense promedio del Super Bowl, podría parecer extraño advertirles a los enemigos peligrosos y ya elusivos que usted se encamina a atraparlos. Las teorías conspirativas entre nosotros (quienes ocasionalmente probamos estar acertados) podrían concluir que la administración Bush ya conoce la ubicación de Osama y, a fin de tener el máximo impacto político, tan sólo se encuentra esperando acorralarlo muy poco antes de las elecciones. Por supuesto, esta conclusión sería una interpretación muy cínica de las acciones de la administración Bush—lo cual, dada la vocación de la administración por el secreto y la tergiversación de la inteligencia para magnificar la amenaza iraquí, podría no ser del todo infundada. Bajo ese escenario, sin embargo, el riesgo para el Presidente Bush y sus acólitos es el de que Osama pudiese una vez más lograr desaparecer antes de que puedan capturarlo—dejándolos con las manos vacías antes de las elecciones.
Una más simpática línea de razonamiento podría concluir que la publicidad para la nueva ofensiva es un intento de asustar a bin Laden a fin de que haga algo imprudente, y así dar con él y capturarlo. Pero la primavera es aún un largo camino y bin Laden podría tener mucho tiempo, sin entrar en pánico, para ajustar su propia estrategia y evitar su captura. Además, si bin Laden se encuentra en algún lugar a lo largo de la frontera entre Pakistán y Afganistán, ha tenido y continuará teniendo, ventajas que Saddam Hussein nunca tuvo: un terreno remoto y rugoso, y una población a la que le cae muy bien para cobijarlo.
Y esa población es probable que se vuelva más leal. El gobierno paquistaní, bajo la presión de los EE.UU., está empleando actualmente tácticas agresivas—aprendidas de los israelíes, quienes a su vez las aprendieron de los británicos—contra los habitantes de las áreas tribales paquistaníes cercanas a la frontera, quienes se encuentran asociadas con los combatientes de al Qaeda. Por ejemplo, las autoridades paquistaníes están demoliendo los hogares de los familiares de esos combatientes. Esta estrategia erróneamente orientada viola la doctrina de los derechos individuales y de las responsabilidades que constituye la columna vertebral del pensamiento estadounidense y resultará contraproducente entre las fuertemente fundamentalistas poblaciones de las áreas tribales, las cuales ya odian al gobierno paquistaní y al de los EE.UU.. Al igual que con el empleo de tácticas agresivas por parte de Israel contra los fundamentalistas y radicales palestinos, pueden ser obtenidos beneficios de corto plazo pero en el largo plazo alimentarán más apoyo para la causa extremista. El jugar fuerte en las áreas tribales de Pakistán solamente incrementará el apoyo para bin Laden y al Qaeda en el largo plazo.
Es curioso, sin embargo, que la administración esté tan solo recién ahora volviéndose ambiciosa respecto de cercar a los terroristas, cuando la misma ha parecido dubitativa con respecto a la idea aún tras los ataques del 11 de septiembre. Durante la guerra en Afganistán, los Estados Unidos se concentraron menos en neutralizar a los combatientes de al Qaeda que en remover al enemistado régimen del Talibán de un país percibido como estratégico y de instalar un gobierno más dócil y escogido a mano. En dos ocasiones importantes durante la guerra, la administración rehusó arriesgar victimas estadounidenses mediante el compromiso de las fuerzas de los EE.UU. en el combate contra al Qaeda en las montañas afganas—dejándole en cambio la tarea a los aliados afganos que fueron en última instancia pagados para dejar escapar a los terroristas.
Además, por similares razones geoestratégicas , y aparentemente a efectos de distraer la atención de su fracaso en neutralizar a bin Laden, la administración elige cambiar al objetivo por Saddam Hussein e Irak. Este giro en la atención y en los esfuerzos de inteligencia y militares desde Afganistán hacia Irak le quita recursos a la persecución de aquellos individuos que realmente han orquestado ataques contra los Estados Unidos. De hecho, la guerra en Irak fue realmente desacertada para la guerra contra el terrorismo debido a que la misma inflamó a las poblaciones islámicas en todas partes e hizo que elementos radicales lograsen reclutar voluntarios y dinero para la causa terrorista. La ola de recientes ataques terroristas alrededor del mundo—incluyendo en Irak—es evidencia de tal efecto. Además, gobiernos débiles en varios países islámicos han sido más renuentes a ser vistos como que colaboran con los Estados Unidos para acorralar a los terroristas.
Dado el tibio pasado de la administración e incluso los esfuerzos desfavorables para combatir a al Qaeda, uno podría correctamente examinar su nueva publicidad de una ofensiva primaveral en el contexto de un regreso a casa en el año electoral. Dado que la política sobre Irak se encuentra en caos y el Presidente Bush desea exhibir las credenciales de la seguridad nacional contra cualquier retador demócrata, la administración se ha vuelto súbitamente más enérgica en promover sus esfuerzos contra al Qaeda. Esto ilustra que una guerra contra el terrorismo sin fin es ideal para un presidente en el cargo. Tan solo, resulta sorprendente que no hayamos visto anuncios al respecto durante la transmisión del Super Bowl.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Estamos peleando alguna forma de Guerra contra el Terror?
La administración Bush recientemente hizo saber que sería lanzada una importante ofensiva contra al Qaeda en Afganistán y Pakistán durante la primavera. Incluso se dejó entrever que Osama bin Laden podría ser capturado este año.
Para el espectador estadounidense promedio del Super Bowl, podría parecer extraño advertirles a los enemigos peligrosos y ya elusivos que usted se encamina a atraparlos. Las teorías conspirativas entre nosotros (quienes ocasionalmente probamos estar acertados) podrían concluir que la administración Bush ya conoce la ubicación de Osama y, a fin de tener el máximo impacto político, tan sólo se encuentra esperando acorralarlo muy poco antes de las elecciones. Por supuesto, esta conclusión sería una interpretación muy cínica de las acciones de la administración Bush—lo cual, dada la vocación de la administración por el secreto y la tergiversación de la inteligencia para magnificar la amenaza iraquí, podría no ser del todo infundada. Bajo ese escenario, sin embargo, el riesgo para el Presidente Bush y sus acólitos es el de que Osama pudiese una vez más lograr desaparecer antes de que puedan capturarlo—dejándolos con las manos vacías antes de las elecciones.
Una más simpática línea de razonamiento podría concluir que la publicidad para la nueva ofensiva es un intento de asustar a bin Laden a fin de que haga algo imprudente, y así dar con él y capturarlo. Pero la primavera es aún un largo camino y bin Laden podría tener mucho tiempo, sin entrar en pánico, para ajustar su propia estrategia y evitar su captura. Además, si bin Laden se encuentra en algún lugar a lo largo de la frontera entre Pakistán y Afganistán, ha tenido y continuará teniendo, ventajas que Saddam Hussein nunca tuvo: un terreno remoto y rugoso, y una población a la que le cae muy bien para cobijarlo.
Y esa población es probable que se vuelva más leal. El gobierno paquistaní, bajo la presión de los EE.UU., está empleando actualmente tácticas agresivas—aprendidas de los israelíes, quienes a su vez las aprendieron de los británicos—contra los habitantes de las áreas tribales paquistaníes cercanas a la frontera, quienes se encuentran asociadas con los combatientes de al Qaeda. Por ejemplo, las autoridades paquistaníes están demoliendo los hogares de los familiares de esos combatientes. Esta estrategia erróneamente orientada viola la doctrina de los derechos individuales y de las responsabilidades que constituye la columna vertebral del pensamiento estadounidense y resultará contraproducente entre las fuertemente fundamentalistas poblaciones de las áreas tribales, las cuales ya odian al gobierno paquistaní y al de los EE.UU.. Al igual que con el empleo de tácticas agresivas por parte de Israel contra los fundamentalistas y radicales palestinos, pueden ser obtenidos beneficios de corto plazo pero en el largo plazo alimentarán más apoyo para la causa extremista. El jugar fuerte en las áreas tribales de Pakistán solamente incrementará el apoyo para bin Laden y al Qaeda en el largo plazo.
Es curioso, sin embargo, que la administración esté tan solo recién ahora volviéndose ambiciosa respecto de cercar a los terroristas, cuando la misma ha parecido dubitativa con respecto a la idea aún tras los ataques del 11 de septiembre. Durante la guerra en Afganistán, los Estados Unidos se concentraron menos en neutralizar a los combatientes de al Qaeda que en remover al enemistado régimen del Talibán de un país percibido como estratégico y de instalar un gobierno más dócil y escogido a mano. En dos ocasiones importantes durante la guerra, la administración rehusó arriesgar victimas estadounidenses mediante el compromiso de las fuerzas de los EE.UU. en el combate contra al Qaeda en las montañas afganas—dejándole en cambio la tarea a los aliados afganos que fueron en última instancia pagados para dejar escapar a los terroristas.
Además, por similares razones geoestratégicas , y aparentemente a efectos de distraer la atención de su fracaso en neutralizar a bin Laden, la administración elige cambiar al objetivo por Saddam Hussein e Irak. Este giro en la atención y en los esfuerzos de inteligencia y militares desde Afganistán hacia Irak le quita recursos a la persecución de aquellos individuos que realmente han orquestado ataques contra los Estados Unidos. De hecho, la guerra en Irak fue realmente desacertada para la guerra contra el terrorismo debido a que la misma inflamó a las poblaciones islámicas en todas partes e hizo que elementos radicales lograsen reclutar voluntarios y dinero para la causa terrorista. La ola de recientes ataques terroristas alrededor del mundo—incluyendo en Irak—es evidencia de tal efecto. Además, gobiernos débiles en varios países islámicos han sido más renuentes a ser vistos como que colaboran con los Estados Unidos para acorralar a los terroristas.
Dado el tibio pasado de la administración e incluso los esfuerzos desfavorables para combatir a al Qaeda, uno podría correctamente examinar su nueva publicidad de una ofensiva primaveral en el contexto de un regreso a casa en el año electoral. Dado que la política sobre Irak se encuentra en caos y el Presidente Bush desea exhibir las credenciales de la seguridad nacional contra cualquier retador demócrata, la administración se ha vuelto súbitamente más enérgica en promover sus esfuerzos contra al Qaeda. Esto ilustra que una guerra contra el terrorismo sin fin es ideal para un presidente en el cargo. Tan solo, resulta sorprendente que no hayamos visto anuncios al respecto durante la transmisión del Super Bowl.
Traducido por Gabriel Gasave
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