Durante la Guerra de Vietnam War, las fuerzas armadas de los EE.UU. revelaban a los medios las cifras de las muertes enemigas y adictas, los cuales informaban de ellas vorazmente. Invariablemente, la información militar—demostrando más muertes enemigas que amigas—estaba designada para ofrecer la ilusión de que los Estados Unidos se encontraban ganando la guerra. Lo que la información no mostraba era más importante: que un enemigo tenaz combatiendo por su patria estaría deseando incurrir en un alto número de muertes y derrotar por cansancio a un oponente con una atención de corta duración. De manera similar, en Irak, las fuerzas armadas de los EE.UU. informan alegremente que los ataques contra los soldados estadounidenses han disminuido en más de la mitad desde su pico de noviembre del año pasado y que los combates con armas de fuego entre los soldados de los EE.UU. y las guerrillas iraquíes han también mermado. Pero al igual que con las cifras de los muertos en Vietnam, el público estadounidense debería ser cauto ante tales aseveraciones halagüeñas.
El motivo principal por el cual el combate entre las fuerzas militares estadounidenses y los insurgentes ha declinado es que las fuerzas estadounidenses han abandonado el campo de batalla. Sin embargo, con una competitiva elección aproximándose este año, la Casa Blanca sabe que la única cosa que le importa al público estadounidense en Irak es cuántos soldados de los EE.UU. han sido muertos y heridos allí. Así, la “fuerza de protección” se ha convertido en la meta no declarada número uno en Irak. Las fuerzas estadounidenses han estado retirándose de las ciudades y de los centros iraquíes y la mayor parte de las funciones de seguridad han sido delegadas a las amateur, mal entrenadas y pobremente equipadas fuerzas de seguridad iraquíes. Este mismo fenómeno ocurrió en Bosnia hacia mediados y fines de los años noventa, cuando el apoyo del público estadounidense para el involucramiento de los EE.UU. en el mantenimiento de la paz allí era tibio. Los soldados estadounidenses eran ridiculizados por las fuerzas de mantenimiento de la paz de otras naciones por raramente salir de sus bastiones fortificados.
¿Cuál es el resultado de una política designada más para evitar una catástrofe antes de las elecciones que para pacificar a Irak? Respuesta: Una de las peores semanas de violencia desde que la ocupación estadounidense comenzara. La semana pasada, 125 personas fueron muertas en ataques suicidas con bombas contra una estación de policía y contra una estación iraquí de reclutamiento y en una violenta incursión contra una estación de policía iraquí para liberar prisioneros. Además, los guerrilleros, aparentemente advertidos de que alguien VIP estaría de visita, atacaron la caravana vehicular de John Abizaid, el general estadounidense a cargo de las fuerzas de los EE.UU. en el Medio Oriente. La mayoría de aquellos agredidos o muertos en este reciente torrente de ataques—a excepción del general de los EE.UU.—fueron miembros de la policía o del ejército iraquí percibidos como colaborando con la ocupación estadounidense.
Pese a que los funcionarios de los EE.UU. sostienen que la seguridad en Irak está mejorando, un informe confidencial y poco comunicado por parte de la autoridad de ocupación estadounidense desmiente aquellas afirmaciones y confirma la intuitiva impresión de que los ataques por parte de los insurgentes se están tornando peores. Los descubrimientos de la autoridad de ocupación, según lo informado por el Financial Times de Londres, destacan que “enero ha sido el mes con la más alta tasa de violencia desde septiembre de 2003. La violencia continúa a pesar de la expansión de los servicios de seguridad iraquíes y los acrecentados arrestos por parte de las fuerzas de la coalición en diciembre y enero.” El informe concluye que en meses recientes, los ataques contra las organizaciones internacionales y no-gubernamentales, los golpes empleando morteros y explosivos (incluyendo bombas a la vera del camino), las embestidas en Bagdad y los ataques que no amenazaban vidas algunas se han todos incrementado sustancialmente. También, los ataques contra objetivos militares se elevaron más rápido que los golpes contra sus contrapartes civiles.
No obstante ello, la única indicación pública reciente destacando los problemas de seguridad fue efectuada por Paul Bremer, el administrador estadounidense de Irak, quien fue obligado por la mutilación de la semana pasada a admitir que los servicios de seguridad vernáculos no estarían listos para garantizar la seguridad pública a tiempo para el ostensible traspaso de mediados de año de Irak a los iraquíes, “Creo que está claro que las fuerzas de seguridad iraquíes, valientes como son, y golpeadas y atacadas como lo son, no va a estar listas para el 1 de julio.” Idealmente apto para su trabajo, el Sr. Bremer tiene un regalo para el eufemismo.
Así si las fuerzas de seguridad iraquíes se encuentran en ruinas y los ataques insurgentes están en ascenso, el observador casual podría preguntarse ¿por qué los estadounidenses están retirándose a guarniciones fortificadas fuera de las ciudades iraquíes? Respuesta: la política salva las vidas de los soldados estadounidenses mientras deja a la ciudadanía iraquí a los lobos. Extrañamente, las fuerzas armadas estadounidenses admiten este riesgo acrecentado para los iraquíes. Mucho para la retórica de alto vuelo de la administración Bush respecto de hacer de Irak un lugar mejor para sus ciudadanos. Si una guerra civil eventualmente irrumpe—como un representante de la ONU lo alertara recientemente y así como la autoridad de ocupación se preocupaba eufemísticamente en su informe—el régimen de Saddam Hussein podría ser visto por los iraquíes como los viejos buenos tiempos.
Por lo tanto, pese a que la política de la administración Bush puede estar alcanzando su objetivo primario—evitar una suba aguda en el número de víctimas de los EE.UU. antes de noviembre—el público elector no debería concluir erróneamente que los Estados Unidos están ganando la guerra. Una temeraria administración Bush— como las administraciones de Johnson y de Nixon durante la Guerra de Vietnam—ha tropezado con una guerra la cual no puede ganar ni tampoco escapar de ella graciosamente.
Traducido por Gabriel Gasave
El recuento de los cuerpos devueltos
Durante la Guerra de Vietnam War, las fuerzas armadas de los EE.UU. revelaban a los medios las cifras de las muertes enemigas y adictas, los cuales informaban de ellas vorazmente. Invariablemente, la información militar—demostrando más muertes enemigas que amigas—estaba designada para ofrecer la ilusión de que los Estados Unidos se encontraban ganando la guerra. Lo que la información no mostraba era más importante: que un enemigo tenaz combatiendo por su patria estaría deseando incurrir en un alto número de muertes y derrotar por cansancio a un oponente con una atención de corta duración. De manera similar, en Irak, las fuerzas armadas de los EE.UU. informan alegremente que los ataques contra los soldados estadounidenses han disminuido en más de la mitad desde su pico de noviembre del año pasado y que los combates con armas de fuego entre los soldados de los EE.UU. y las guerrillas iraquíes han también mermado. Pero al igual que con las cifras de los muertos en Vietnam, el público estadounidense debería ser cauto ante tales aseveraciones halagüeñas.
El motivo principal por el cual el combate entre las fuerzas militares estadounidenses y los insurgentes ha declinado es que las fuerzas estadounidenses han abandonado el campo de batalla. Sin embargo, con una competitiva elección aproximándose este año, la Casa Blanca sabe que la única cosa que le importa al público estadounidense en Irak es cuántos soldados de los EE.UU. han sido muertos y heridos allí. Así, la “fuerza de protección” se ha convertido en la meta no declarada número uno en Irak. Las fuerzas estadounidenses han estado retirándose de las ciudades y de los centros iraquíes y la mayor parte de las funciones de seguridad han sido delegadas a las amateur, mal entrenadas y pobremente equipadas fuerzas de seguridad iraquíes. Este mismo fenómeno ocurrió en Bosnia hacia mediados y fines de los años noventa, cuando el apoyo del público estadounidense para el involucramiento de los EE.UU. en el mantenimiento de la paz allí era tibio. Los soldados estadounidenses eran ridiculizados por las fuerzas de mantenimiento de la paz de otras naciones por raramente salir de sus bastiones fortificados.
¿Cuál es el resultado de una política designada más para evitar una catástrofe antes de las elecciones que para pacificar a Irak? Respuesta: Una de las peores semanas de violencia desde que la ocupación estadounidense comenzara. La semana pasada, 125 personas fueron muertas en ataques suicidas con bombas contra una estación de policía y contra una estación iraquí de reclutamiento y en una violenta incursión contra una estación de policía iraquí para liberar prisioneros. Además, los guerrilleros, aparentemente advertidos de que alguien VIP estaría de visita, atacaron la caravana vehicular de John Abizaid, el general estadounidense a cargo de las fuerzas de los EE.UU. en el Medio Oriente. La mayoría de aquellos agredidos o muertos en este reciente torrente de ataques—a excepción del general de los EE.UU.—fueron miembros de la policía o del ejército iraquí percibidos como colaborando con la ocupación estadounidense.
Pese a que los funcionarios de los EE.UU. sostienen que la seguridad en Irak está mejorando, un informe confidencial y poco comunicado por parte de la autoridad de ocupación estadounidense desmiente aquellas afirmaciones y confirma la intuitiva impresión de que los ataques por parte de los insurgentes se están tornando peores. Los descubrimientos de la autoridad de ocupación, según lo informado por el Financial Times de Londres, destacan que “enero ha sido el mes con la más alta tasa de violencia desde septiembre de 2003. La violencia continúa a pesar de la expansión de los servicios de seguridad iraquíes y los acrecentados arrestos por parte de las fuerzas de la coalición en diciembre y enero.” El informe concluye que en meses recientes, los ataques contra las organizaciones internacionales y no-gubernamentales, los golpes empleando morteros y explosivos (incluyendo bombas a la vera del camino), las embestidas en Bagdad y los ataques que no amenazaban vidas algunas se han todos incrementado sustancialmente. También, los ataques contra objetivos militares se elevaron más rápido que los golpes contra sus contrapartes civiles.
No obstante ello, la única indicación pública reciente destacando los problemas de seguridad fue efectuada por Paul Bremer, el administrador estadounidense de Irak, quien fue obligado por la mutilación de la semana pasada a admitir que los servicios de seguridad vernáculos no estarían listos para garantizar la seguridad pública a tiempo para el ostensible traspaso de mediados de año de Irak a los iraquíes, “Creo que está claro que las fuerzas de seguridad iraquíes, valientes como son, y golpeadas y atacadas como lo son, no va a estar listas para el 1 de julio.” Idealmente apto para su trabajo, el Sr. Bremer tiene un regalo para el eufemismo.
Así si las fuerzas de seguridad iraquíes se encuentran en ruinas y los ataques insurgentes están en ascenso, el observador casual podría preguntarse ¿por qué los estadounidenses están retirándose a guarniciones fortificadas fuera de las ciudades iraquíes? Respuesta: la política salva las vidas de los soldados estadounidenses mientras deja a la ciudadanía iraquí a los lobos. Extrañamente, las fuerzas armadas estadounidenses admiten este riesgo acrecentado para los iraquíes. Mucho para la retórica de alto vuelo de la administración Bush respecto de hacer de Irak un lugar mejor para sus ciudadanos. Si una guerra civil eventualmente irrumpe—como un representante de la ONU lo alertara recientemente y así como la autoridad de ocupación se preocupaba eufemísticamente en su informe—el régimen de Saddam Hussein podría ser visto por los iraquíes como los viejos buenos tiempos.
Por lo tanto, pese a que la política de la administración Bush puede estar alcanzando su objetivo primario—evitar una suba aguda en el número de víctimas de los EE.UU. antes de noviembre—el público elector no debería concluir erróneamente que los Estados Unidos están ganando la guerra. Una temeraria administración Bush— como las administraciones de Johnson y de Nixon durante la Guerra de Vietnam—ha tropezado con una guerra la cual no puede ganar ni tampoco escapar de ella graciosamente.
Traducido por Gabriel Gasave
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