Antes de que usted concluya que soy yo el que a de estar desquiciado por formular tal interrogante, pregúntese esto: si una persona habla como si hubiese perdido contacto con la realidad, en tal caso ¿no podría realmente haberlo perdido? Admitiendo que esta posibilidad merece una evaluación, considérese entonces la retórica del Presidente George W. Bush en su discurso del 19 de marzo dirigido a diplomáticos y a otros asistentes en la Casa Blanca.
El presidente comienza afirmando su interpretación del reciente ataque con bombas en Madrid, reiterando uno de sus temas recurrentes de los dos últimos dos años y medio: “El mundo civilizado está en guerra” en una “nueva clase de guerra.” El concepto de guerra, por supuesto, se ubica alto entre las metáforas evocativas. No por accidente los políticos han declarado la guerra contra la pobreza, las drogas, el cáncer, el analfabetismo, y un surtido de otros supuestos enemigos. Una sociedad en guerra, como William James lo observaba en 1906 en su llamado para la “moral equivalente de la guerra,” encuentra un motivo para una solidaridad no habitual y — aquí es donde aparecen los políticos — para una sumisión no habitual ante la autoridad de un gobierno central. El propio James, después de todo, estaba sosteniendo que “el tipo de carácter marcial puede ser engendrado sin la guerra.” Los líderes políticos están siempre procurando establecer dicho carácter, con ellos mismos al comando de los batallones de los “disciplinados” individuos. A tal punto la llamada guerra contra el terrorismo meramente representa el más último intento de torcer a la metáfora de la guerra para un obvio propósito político, que bien podríamos descartar a la ostentación retórica del presidente por ser nada más que lo mismo de siempre.
Bush, sin embargo, no permitirá tal descarte. “La guerra contra el terror,” insiste, “no es un discurso en un papel.” Bien, discúlpeme, Sr. Presidente, pero eso es precisamente lo que es. ¿Cómo puede ir uno a la guerra contra el “terror,” lo cual es un estado mental? Incluso si el presidente tuviese más cuidado en su lenguaje y hablase en cambio de una “guerra contra el terrorismo,” la frase aún no podría ser nada más que una metáfora, dado que el terrorismo es un modo de accionar disponible para virtualmente cualquier adulto predispuesto en cualquier lugar y en cualquier momento. La guerra contra el terrorismo, también, puede ser solamente un discurso en un papel.
La guerra, de ser algo, es la movilización de las fuerzas armadas contra alguien, no contra un estado mental o una manera de accionar. Las guerras son peleadas entre grupos de personas. Podríamos discutir sobre si los Estados Unidos pueden pelear una guerra solamente contra otro estado nacional, como lo opuesto a un indefinidamente vasto número de individuos comprometidos con el islamismo fanático quienes bajo distintos pretextos cotidianos se encuentran viviendo en innumerables países diferentes. La expresión “guerra contra ciertos criminales y conspiradores de actos criminales” encuadraría mejor en el caso actual y permitiría un pensamiento mucho más sensible sobre el modo correcto de lidiar con tales personas. La idea de la guerra, obviamente, trae a la mente demasiado fácilmente la utilidad de las fuerzas armadas. De aquí la aplicación de tales fuerzas para la conquista de Irak en nombre de “llevar a los terroristas ante la justicia,” a pesar de que esa conquista no fue en verdad nada más que una enormemente destructiva e inmensamente costosa distracción de los esfuerzos genuinos para aliviar la amenaza planteada por los maníacos islámicos que integran a al Qaeda y a los grupos similares. “Estos asesinos serán rastreados y descubiertos, y enfrentarán su día de justicia,” declara el presidente, hablando siempre como si tan solo existiera un número fijo de dichos criminales, en vez de un enorme reservorio de reclutas actuales y potenciales que solamente es incrementado y revitalizado por acciones tales como la invasión estadounidense de Irak. Sería una bendición para la humanidad si pudiésemos hacerle comprender al presidente la distinción entre pelear una guerra y establecer la justicia.
Cualquiera que fuese nuestro entendimiento de la “guerra contra el terror” del presidente, sin embargo, él definitivamente lucha contra la realidad cuando afirma, “No existe un terreno neutral — ningún terreno neutral — en la lucha entre la civilización y el terror, debido a que no existe ningún terreno neutral entre el bien y el mal, la libertad y la esclavitud, y la vida y la muerte.” Por supuesto, este pronunciamiento maniqueo se hace eco de la declaración previa de la administración de que todos sobre la tierra o están con nosotros o contra nosotros — y si saben lo que es bueno para ellos, se alinearán con nuestros deseos. Aparte del innegable hecho de que algunas naciones simplemente prefieren, como lo hizo el pueblo español (como opuesto al gobierno de Aznar), evitar las consecuencias no queridas de las intervenciones estadounidenses alrededor del mundo, la insistencia del presidente en equiparar a la política de los EE.UU. con el bien, la libertad, y la vida y a todas las po1íticas alternativas con el mal, la esclavitud, y la muerte representa la clase de bifurcación infantil que uno espera encontrar siendo expresada por un miembro de una pandilla juvenil, no por el líder del gobierno más poderoso del mundo. Para plantear tan sólo un ejemplo simple, aunque uno altamente relevante en este contexto, ¿puede alguna persona desapasionada sostener que la posición estadounidense en el conflicto israelí-palestino es enteramente buena, mientras que cada posición alternativa es enteramente mala?
Los observadores dotados con humanas sensibilidades morales reconocen que es muy pernicioso revolotear en Israel y en otras partes. En Irak, por ejemplo, el gobierno estadounidense sobrelleva la clara responsabilidad de matar y herir a miles de no combatientes durante el pasado año— para no mencionar a la horrenda mortalidad y al sufrimiento que el mismo previamente produjo mediante la aplicación de las sanciones económicas empleadas para mutilar al país por más de una década. Algunos sostienen que el precio valió la pena, que en última instancia el bien obtenido más que compensará el daño causado en el proceso, pero incluso si uno acepta esa aseveración por el bien del argumento, sigue siendo cierto sin embargo que mucho daño fue causado, que la carga de la responsabilidad por los males perpetrados debe ser soportada por el bando estadounidense así como por el demonizado enemigo (Saddam Hussein haciéndolo pasar después de 1990 como “otro Hitler”). Los conflictos internacionales en el mundo real a menudo no se dividen prolijamente entre lo totalmente bueno versus lo totalmente malo. Pero el presidente de los Estados Unidos, al emplear tal juvenil caracterización, plantea la posibilidad de que su mente sea tan inmadura que debería se removido de su cargo antes de que impulse al mundo a desastres aún peores.
Percatado al parecer de las criticas previas, el presidente declara que “los terroristas están ofendidos no meramente por nuestras políticas — están ofendidos por nuestra existencia como naciones libres.” Por mi parte no he visto evidencia alguna para confirmar tal afirmación; ciertamente el presidente no ha aducido ninguna. He visto, sin embargo, el testimonio traducido de un Osama bin Laden, quien en una famosa cinta de video de octubre de 2001, objeta el apoyo estadounidense a Israel en el conflicto israelí-palestino, la presencia de las tropas de los EE.UU. en Arabia Saudita, y las sanciones económicas y otras acciones estadounidenses hostiles contra Irak — es decir, a distintas políticas estadounidenses. “Millones de niños inocentes están siendo asesinados en Irak y en Palestina y no oímos ni una palabra de los infieles. No oímos una voz que se eleve,” afirma bin Laden. En mis oídos, esta afirmación suena como una objeción a las políticas de los EE.UU. No he visto evidencia alguna de que bin Laden o algún otro conocido terrorista islámico se ofendiese de nuestra propia existencia, con tal de que nos ocupamos de nuestros asuntos en nuestra patria.
En la mente del presidente, no obstante, toda desviación de la adherencia a su promulgada política de seguridad nacional de la dominación estadounidense del mundo y de la guerra preventiva representa una peligrosa forma de apaciguamiento: “Cualquier signo de debilidad o de retirada simplemente valida a la violencia terrorista, e invita a más violencia para todas las naciones. La única forma cierta de proteger a nuestro pueblo es mediante una acción temprana, unida y decisiva” — es decir, mediante la intervención militar global por parte de los Estados Unidos, con todas las otras naciones sirviendo como sus lacayos. En la visión neoconservadora a la cual el presidente ha sido convertido, el tiempo remolonea: siempre es 1938, y si fracasamos en poner todo nuestro poderío militar para resistir preventivamente contra el derrotero de Hitler, seremos ciertamente arrojados en una catástrofe global.
Poniéndose en positivo, el presidente otorga crédito a las recientes acciones militares estadounidenses y aliadas por generar “un Afganistán libre” y la “largamente esperada liberación” del pueblo iraquí. Sostiene que la caída del dictador iraquí ha removido una fuente de violencia, agresión, e instabilidad en el Medio Oriente. . . .Años de desarrollo de armas ilícitas por parte del dictador han llegado a su fin. . . . El pueblo iraquí se encuentra actualmente recibiendo asistencia, en vez de sufriendo bajo las sanciones. . . . Los hombres y mujeres a través del Medio Oriente, mirando a Irak, están entreviendo lo que puede ser la vida en un país libre. . . . ¿Quién le envidiaría al pueblo iraquí su tan esperada liberación?
Esta efusión evidencia un tenue control sobre la realidad. Nadie le envidia al pueblo iraquí su libertad, pero muchos de nosotros tenemos serias dudas tan sólo acerca de cuánta libertad aquellos individuos que sufren largamente poseen en verdad. Su país se encuentra ocupado por un ejército extranjero letal cuyos soldados merodean libremente, irrumpiendo en los hogares y en las mezquitas cuando lo desean, mantienen puestos de control que a menudo se convierten en los lugares para matanzas injustificadas, llevan a cabo actividades policiales empleando medios tales como el bombardeo aéreo y las ráfagas del fuego de la artillería pesada. Si este desafortunado escenario es el estar “entreviendo lo que puede ser la vida en un país libre” que los otros a través del Medio Oriente están recibiendo, entonces pobre de aquel que anhela estimular a otros en la región a procurarse la libertad. “Con Afganistán e Irak mostrando el camino, confiamos en que la libertad elevará las perspectivas y las esperanzas de millones en el Medio Oriente,” afirma el presidente. Si él en verdad abriga tal confianza, uno tan sólo puede destacar cuan erróneamente fundad se encuentra la misma.
El presidente parece no tener idea de en qué consiste una sociedad libre. La violenta ocupación militar y la completa ausencia de un estado de derecho invalidan totalmente cualquier afirmación de que tanto Irak como Afganistán son ahora sociedades libres. En la actualidad, Irak se encuentra anegada con la violencia perpetrada por los combatientes de la resistencia y por las fuerzas de ocupación y con toda clase de criminalidad desatada por las desorganizaciones asociadas con la guerra y por la disolución estadounidense del viejo aparato policial. “No le fallaremos al pueblo iraquí, el cual ha depositado su confianza en nosotros,” declara Bush. Pero ellos jamás depositaron su confianza en nosotros en primer lugar; simplemente padecieron nuestra invasión y ocupación del país. En cualquier caso, hemos ya gravemente decepcionado a las esperanzas que muchos iraquíes mantenían de toda la vida tras la derrota del régimen de Saddam Hussein. El país está plagado de resentimiento y hostilidad, y la gente se encuentra ansiosa de que los efectivos de los EE.UU. se marchen. A pesar de que el presidente sostiene que “Nos encaminamos a romper el circulo de amargura y de radicalismo que ha traído estancamiento a una región vital,” uno no puede evitar concluir en base a la evidencia que el resultado final de la invasión y ocupación estadounidenses han sido justamente lo opuesto, que las acciones de los EE.UU. en Irak han tan solo derramado combustible sobre las llamas del terrorismo allí al igual que en resto del mundo.
Es desconcertante para mi escuchar los discursos del presidente. Tengo el sentimiento incierto de que el individuo habita en otro mundo en el cual las cosas son exactamente lo opuesto de cómo me parecen a mi. Por supuesto, puedo ser alguien cuya perspectiva este sesgada. A diferencia de Bush, no puedo sostener que la Divinidad ha licenciado mi posición. No obstante ello, me temo que el tiempo lo dirá a favor de mi punto de vista sobre la cuestión — una visión compartida, por supuesto, por la mayoría de la gente en el planeta, en verdad, por casi todos los que no han sido sobornados, intimidados, o enceguecidos por la lealtad partidista a la administración Bush. Por ahora, estas opiniones diferentes parecen no ser nada más que eso — tan solo la opinión de un hombre confrontando con la de otro — pero la realidad posee una forma de dictaminar un pronunciamiento definitivo, y no me sorprendería si los pronunciamientos de Bush en ultima instancia se tornan vistos como no teniendo más sustancia que la de un mal sueño.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Está desquiciado Bush?
Antes de que usted concluya que soy yo el que a de estar desquiciado por formular tal interrogante, pregúntese esto: si una persona habla como si hubiese perdido contacto con la realidad, en tal caso ¿no podría realmente haberlo perdido? Admitiendo que esta posibilidad merece una evaluación, considérese entonces la retórica del Presidente George W. Bush en su discurso del 19 de marzo dirigido a diplomáticos y a otros asistentes en la Casa Blanca.
El presidente comienza afirmando su interpretación del reciente ataque con bombas en Madrid, reiterando uno de sus temas recurrentes de los dos últimos dos años y medio: “El mundo civilizado está en guerra” en una “nueva clase de guerra.” El concepto de guerra, por supuesto, se ubica alto entre las metáforas evocativas. No por accidente los políticos han declarado la guerra contra la pobreza, las drogas, el cáncer, el analfabetismo, y un surtido de otros supuestos enemigos. Una sociedad en guerra, como William James lo observaba en 1906 en su llamado para la “moral equivalente de la guerra,” encuentra un motivo para una solidaridad no habitual y — aquí es donde aparecen los políticos — para una sumisión no habitual ante la autoridad de un gobierno central. El propio James, después de todo, estaba sosteniendo que “el tipo de carácter marcial puede ser engendrado sin la guerra.” Los líderes políticos están siempre procurando establecer dicho carácter, con ellos mismos al comando de los batallones de los “disciplinados” individuos. A tal punto la llamada guerra contra el terrorismo meramente representa el más último intento de torcer a la metáfora de la guerra para un obvio propósito político, que bien podríamos descartar a la ostentación retórica del presidente por ser nada más que lo mismo de siempre.
Bush, sin embargo, no permitirá tal descarte. “La guerra contra el terror,” insiste, “no es un discurso en un papel.” Bien, discúlpeme, Sr. Presidente, pero eso es precisamente lo que es. ¿Cómo puede ir uno a la guerra contra el “terror,” lo cual es un estado mental? Incluso si el presidente tuviese más cuidado en su lenguaje y hablase en cambio de una “guerra contra el terrorismo,” la frase aún no podría ser nada más que una metáfora, dado que el terrorismo es un modo de accionar disponible para virtualmente cualquier adulto predispuesto en cualquier lugar y en cualquier momento. La guerra contra el terrorismo, también, puede ser solamente un discurso en un papel.
La guerra, de ser algo, es la movilización de las fuerzas armadas contra alguien, no contra un estado mental o una manera de accionar. Las guerras son peleadas entre grupos de personas. Podríamos discutir sobre si los Estados Unidos pueden pelear una guerra solamente contra otro estado nacional, como lo opuesto a un indefinidamente vasto número de individuos comprometidos con el islamismo fanático quienes bajo distintos pretextos cotidianos se encuentran viviendo en innumerables países diferentes. La expresión “guerra contra ciertos criminales y conspiradores de actos criminales” encuadraría mejor en el caso actual y permitiría un pensamiento mucho más sensible sobre el modo correcto de lidiar con tales personas. La idea de la guerra, obviamente, trae a la mente demasiado fácilmente la utilidad de las fuerzas armadas. De aquí la aplicación de tales fuerzas para la conquista de Irak en nombre de “llevar a los terroristas ante la justicia,” a pesar de que esa conquista no fue en verdad nada más que una enormemente destructiva e inmensamente costosa distracción de los esfuerzos genuinos para aliviar la amenaza planteada por los maníacos islámicos que integran a al Qaeda y a los grupos similares. “Estos asesinos serán rastreados y descubiertos, y enfrentarán su día de justicia,” declara el presidente, hablando siempre como si tan solo existiera un número fijo de dichos criminales, en vez de un enorme reservorio de reclutas actuales y potenciales que solamente es incrementado y revitalizado por acciones tales como la invasión estadounidense de Irak. Sería una bendición para la humanidad si pudiésemos hacerle comprender al presidente la distinción entre pelear una guerra y establecer la justicia.
Cualquiera que fuese nuestro entendimiento de la “guerra contra el terror” del presidente, sin embargo, él definitivamente lucha contra la realidad cuando afirma, “No existe un terreno neutral — ningún terreno neutral — en la lucha entre la civilización y el terror, debido a que no existe ningún terreno neutral entre el bien y el mal, la libertad y la esclavitud, y la vida y la muerte.” Por supuesto, este pronunciamiento maniqueo se hace eco de la declaración previa de la administración de que todos sobre la tierra o están con nosotros o contra nosotros — y si saben lo que es bueno para ellos, se alinearán con nuestros deseos. Aparte del innegable hecho de que algunas naciones simplemente prefieren, como lo hizo el pueblo español (como opuesto al gobierno de Aznar), evitar las consecuencias no queridas de las intervenciones estadounidenses alrededor del mundo, la insistencia del presidente en equiparar a la política de los EE.UU. con el bien, la libertad, y la vida y a todas las po1íticas alternativas con el mal, la esclavitud, y la muerte representa la clase de bifurcación infantil que uno espera encontrar siendo expresada por un miembro de una pandilla juvenil, no por el líder del gobierno más poderoso del mundo. Para plantear tan sólo un ejemplo simple, aunque uno altamente relevante en este contexto, ¿puede alguna persona desapasionada sostener que la posición estadounidense en el conflicto israelí-palestino es enteramente buena, mientras que cada posición alternativa es enteramente mala?
Los observadores dotados con humanas sensibilidades morales reconocen que es muy pernicioso revolotear en Israel y en otras partes. En Irak, por ejemplo, el gobierno estadounidense sobrelleva la clara responsabilidad de matar y herir a miles de no combatientes durante el pasado año— para no mencionar a la horrenda mortalidad y al sufrimiento que el mismo previamente produjo mediante la aplicación de las sanciones económicas empleadas para mutilar al país por más de una década. Algunos sostienen que el precio valió la pena, que en última instancia el bien obtenido más que compensará el daño causado en el proceso, pero incluso si uno acepta esa aseveración por el bien del argumento, sigue siendo cierto sin embargo que mucho daño fue causado, que la carga de la responsabilidad por los males perpetrados debe ser soportada por el bando estadounidense así como por el demonizado enemigo (Saddam Hussein haciéndolo pasar después de 1990 como “otro Hitler”). Los conflictos internacionales en el mundo real a menudo no se dividen prolijamente entre lo totalmente bueno versus lo totalmente malo. Pero el presidente de los Estados Unidos, al emplear tal juvenil caracterización, plantea la posibilidad de que su mente sea tan inmadura que debería se removido de su cargo antes de que impulse al mundo a desastres aún peores.
Percatado al parecer de las criticas previas, el presidente declara que “los terroristas están ofendidos no meramente por nuestras políticas — están ofendidos por nuestra existencia como naciones libres.” Por mi parte no he visto evidencia alguna para confirmar tal afirmación; ciertamente el presidente no ha aducido ninguna. He visto, sin embargo, el testimonio traducido de un Osama bin Laden, quien en una famosa cinta de video de octubre de 2001, objeta el apoyo estadounidense a Israel en el conflicto israelí-palestino, la presencia de las tropas de los EE.UU. en Arabia Saudita, y las sanciones económicas y otras acciones estadounidenses hostiles contra Irak — es decir, a distintas políticas estadounidenses. “Millones de niños inocentes están siendo asesinados en Irak y en Palestina y no oímos ni una palabra de los infieles. No oímos una voz que se eleve,” afirma bin Laden. En mis oídos, esta afirmación suena como una objeción a las políticas de los EE.UU. No he visto evidencia alguna de que bin Laden o algún otro conocido terrorista islámico se ofendiese de nuestra propia existencia, con tal de que nos ocupamos de nuestros asuntos en nuestra patria.
En la mente del presidente, no obstante, toda desviación de la adherencia a su promulgada política de seguridad nacional de la dominación estadounidense del mundo y de la guerra preventiva representa una peligrosa forma de apaciguamiento: “Cualquier signo de debilidad o de retirada simplemente valida a la violencia terrorista, e invita a más violencia para todas las naciones. La única forma cierta de proteger a nuestro pueblo es mediante una acción temprana, unida y decisiva” — es decir, mediante la intervención militar global por parte de los Estados Unidos, con todas las otras naciones sirviendo como sus lacayos. En la visión neoconservadora a la cual el presidente ha sido convertido, el tiempo remolonea: siempre es 1938, y si fracasamos en poner todo nuestro poderío militar para resistir preventivamente contra el derrotero de Hitler, seremos ciertamente arrojados en una catástrofe global.
Poniéndose en positivo, el presidente otorga crédito a las recientes acciones militares estadounidenses y aliadas por generar “un Afganistán libre” y la “largamente esperada liberación” del pueblo iraquí. Sostiene que la caída del dictador iraquí ha removido una fuente de violencia, agresión, e instabilidad en el Medio Oriente. . . .Años de desarrollo de armas ilícitas por parte del dictador han llegado a su fin. . . . El pueblo iraquí se encuentra actualmente recibiendo asistencia, en vez de sufriendo bajo las sanciones. . . . Los hombres y mujeres a través del Medio Oriente, mirando a Irak, están entreviendo lo que puede ser la vida en un país libre. . . . ¿Quién le envidiaría al pueblo iraquí su tan esperada liberación?
Esta efusión evidencia un tenue control sobre la realidad. Nadie le envidia al pueblo iraquí su libertad, pero muchos de nosotros tenemos serias dudas tan sólo acerca de cuánta libertad aquellos individuos que sufren largamente poseen en verdad. Su país se encuentra ocupado por un ejército extranjero letal cuyos soldados merodean libremente, irrumpiendo en los hogares y en las mezquitas cuando lo desean, mantienen puestos de control que a menudo se convierten en los lugares para matanzas injustificadas, llevan a cabo actividades policiales empleando medios tales como el bombardeo aéreo y las ráfagas del fuego de la artillería pesada. Si este desafortunado escenario es el estar “entreviendo lo que puede ser la vida en un país libre” que los otros a través del Medio Oriente están recibiendo, entonces pobre de aquel que anhela estimular a otros en la región a procurarse la libertad. “Con Afganistán e Irak mostrando el camino, confiamos en que la libertad elevará las perspectivas y las esperanzas de millones en el Medio Oriente,” afirma el presidente. Si él en verdad abriga tal confianza, uno tan sólo puede destacar cuan erróneamente fundad se encuentra la misma.
El presidente parece no tener idea de en qué consiste una sociedad libre. La violenta ocupación militar y la completa ausencia de un estado de derecho invalidan totalmente cualquier afirmación de que tanto Irak como Afganistán son ahora sociedades libres. En la actualidad, Irak se encuentra anegada con la violencia perpetrada por los combatientes de la resistencia y por las fuerzas de ocupación y con toda clase de criminalidad desatada por las desorganizaciones asociadas con la guerra y por la disolución estadounidense del viejo aparato policial. “No le fallaremos al pueblo iraquí, el cual ha depositado su confianza en nosotros,” declara Bush. Pero ellos jamás depositaron su confianza en nosotros en primer lugar; simplemente padecieron nuestra invasión y ocupación del país. En cualquier caso, hemos ya gravemente decepcionado a las esperanzas que muchos iraquíes mantenían de toda la vida tras la derrota del régimen de Saddam Hussein. El país está plagado de resentimiento y hostilidad, y la gente se encuentra ansiosa de que los efectivos de los EE.UU. se marchen. A pesar de que el presidente sostiene que “Nos encaminamos a romper el circulo de amargura y de radicalismo que ha traído estancamiento a una región vital,” uno no puede evitar concluir en base a la evidencia que el resultado final de la invasión y ocupación estadounidenses han sido justamente lo opuesto, que las acciones de los EE.UU. en Irak han tan solo derramado combustible sobre las llamas del terrorismo allí al igual que en resto del mundo.
Es desconcertante para mi escuchar los discursos del presidente. Tengo el sentimiento incierto de que el individuo habita en otro mundo en el cual las cosas son exactamente lo opuesto de cómo me parecen a mi. Por supuesto, puedo ser alguien cuya perspectiva este sesgada. A diferencia de Bush, no puedo sostener que la Divinidad ha licenciado mi posición. No obstante ello, me temo que el tiempo lo dirá a favor de mi punto de vista sobre la cuestión — una visión compartida, por supuesto, por la mayoría de la gente en el planeta, en verdad, por casi todos los que no han sido sobornados, intimidados, o enceguecidos por la lealtad partidista a la administración Bush. Por ahora, estas opiniones diferentes parecen no ser nada más que eso — tan solo la opinión de un hombre confrontando con la de otro — pero la realidad posee una forma de dictaminar un pronunciamiento definitivo, y no me sorprendería si los pronunciamientos de Bush en ultima instancia se tornan vistos como no teniendo más sustancia que la de un mal sueño.
Traducido por Gabriel Gasave
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