Al tiempo que los estadounidenses conmemoramos el 228 aniversario de la firma de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos este Cuatro de julio, dos paralelismos entre nuestra Revolución y la actual insurgencia en Irak me vienen a la mente. Uno, basado en un mito, llevaría a sus defensores a la locura, mientras que el otro merece una seria consideración.
El paralelo mítico, trazado por intelectuales tan diversos como el denunciante de los Pentagon Papers (Los Documentos del Pentágono) Daniel Ellsberg y el halcón de la guerra en Irak, el padrino neoconservador Irving Kristol, es lo que podría denominarse “El Mito Minoritario.” Citada en numerosos libros sobre la Revolución, se encuentra una carta escrita por uno de los padres fundadores John Adams, la cual parece indicar que solamente un tercio de los colonos americanos apoyaban la Revolución, otro tercio se oponía a la misma, y el tercio restante permanecía neutral o indiferente a todo el asunto. La carta se ha ganado el favoritismo de ciertas partes esperanzadas en que Irak se vuelva una democracia, pues, de ser cierta, esta afirmación sugeriría que la actual falta de consenso sobre la democracia en Irak no augura el fracaso de los esfuerzos de imponer allí a la misma.
No obstante ello, una lectura de cerca de la carta de Adams indica precisamente la interpretación opuesta. La “bien conocida” carta de Adams estaba fechada en enero de 1813. Escrita varios años después de la Revolución Estadounidense, la misma deja en claro que en verdad Adams estaba refiriéndose a la opinión estadounidense sobre Inglaterra y la Revolución Francesa durante su presidencia, 1797-1801: “El tercio intermedio, compuesto principalmente por los terratenientes, la parte más sensata de la nación, y siempre reacia a la guerra, se encontraba más bien tibio respecto tanto de Inglaterra como de Francia. . . .”
Que la Revolución era en los hechos popular entre una mayoría de los estadounidenses es evidente ante el giro actual de los acontecimientos. Los estadounidenses se oponían de manera abrumadora a la Ley de Sellos de 1765. Sin embargo, es improbable que esa crisis por sí sola hubiese motivado a la mayoría a apoyar a la Revolución si no hubiese sido por un acontecimiento posterior caracterizado por el gran historiador estadounidense contemporáneo, Mercy Otis Warren, como un día que “vivirá en la infamia” (una expresión de Franklin D. Roosevelt y que quienes escribían sus discursos expropiaron para sí mismos el 8 de diciembre de 1941): cuando los británicos enviaron un ejército desde Halifax para ocupar Boston en octubre de 1768. Esta fue una afrenta a la Ley del Ejercito Permanente, y, pensaban los estadounidenses, a la propia Constitución británica.
La violencia de la ocupación británica condujo a la Masacre de Boston en 1770, a la Rebelión del Té de Boston en 1773, y a las Leyes Intolerables un año más tarde, resultando en una “perdida de legitimidad” para el gobierno británico en las mentes de la mayoría de los estadounidenses. Y fue esta perdida de legitimidad la que en última instancia les hizo perder la guerra a los británicos. Mientras algunos de los que tomaban las decisiones en Gran Bretaña esperaban que el fin de las protestas estadounidenses indicaran una victoria, los estadounidenses se encontraban en realidad ocupados abasteciendo al puerto cerrado de Boston desde Salem, y milicianos estaban ahora dirigiendo ejercicios en las ciudades y en los pueblos más arriba de Boston. En verdad, en dos ocasiones los ejércitos británicos se aventuraron al interior, creyendo que allí se encontraban grandes cantidades de realistas que apoyarían la causa del Rey, pero en cambio experimentaron ruinosas derrotas.
Las lecciones de la Revolución Estadounidense son aplicables hoy día y sintetizan el adagio de, “aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla.” Tal metamorfosis ha tenido lugar en Irak, en la medida que la prolongada ocupación de los EE.UU. y el abuso del poder han originado cantidades crecientes de iraquíes comunes que ven al involucramiento de los Estados Unidos – y al gobierno sustituto escogido a mano de los Estados Unidos – como ilegítimos.
El segundo paralelismo a trazar entre al Revolución Estadounidense y el Irak de hoy es el poder de las milicias. A pesar del popular retrato de George Washington y sus fuerzas, fue en última instancia la milicia popular la que en verdad derrotó al organizado ejército británico. Los británicos abandonaron Nueva Inglaterra a comienzos de la Guerra, y controlaron en realidad tan solo a la Ciudad de Nueva York durante la duración de la misma. Evacuaron Filadelfia debido a la presión estadounidense. Los soldados británicos no salían durante la noche a menos que lo hiciesen con la fuerza de un batallón.
Los estadounidenses en Irak están agazapados de manera similar y enfrentan a un populacho hostil y armado. Aún para los ejércitos bien equipados, la confrontación significa de manera inevitable el matar a muchos entre la población civil que apoya a estas fuerzas no convencionales. Y el circulo vicioso es el de que dicha violencia solamente refuerza la “pérdida de legitimidad” que alimenta a la eternizada insurgencia. La primera regla de la contra insurgencia es la de separar a los guerrilleros o a las fuerzas irregulares de la población en general. Esto implica que los ocupantes poseen el control, en cierto sentido, de la totalidad del país. Y esa está muy lejos de ser la situación en Irak.
En los Estados Unidos, el conflicto con los británicos se extendió desde 1768 a 1783, y tomó hasta 1789 para diseñar una Constitución que pudiese ser consensuada. Cuanto antes los iraquíes puedan iniciar su propia Convención Constitucional, forjar un sistema que sea verdaderamente “de y para” su pueblo, uno con “legitimidad” y capaz de ganar el consenso de los gobernados, más rápidamente la insurgencia, las muertes y la destrucción cesarán en Irak.
Traducido por Gabriel Gasave
La Revolución Estadounidense e Irak
Al tiempo que los estadounidenses conmemoramos el 228 aniversario de la firma de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos este Cuatro de julio, dos paralelismos entre nuestra Revolución y la actual insurgencia en Irak me vienen a la mente. Uno, basado en un mito, llevaría a sus defensores a la locura, mientras que el otro merece una seria consideración.
El paralelo mítico, trazado por intelectuales tan diversos como el denunciante de los Pentagon Papers (Los Documentos del Pentágono) Daniel Ellsberg y el halcón de la guerra en Irak, el padrino neoconservador Irving Kristol, es lo que podría denominarse “El Mito Minoritario.” Citada en numerosos libros sobre la Revolución, se encuentra una carta escrita por uno de los padres fundadores John Adams, la cual parece indicar que solamente un tercio de los colonos americanos apoyaban la Revolución, otro tercio se oponía a la misma, y el tercio restante permanecía neutral o indiferente a todo el asunto. La carta se ha ganado el favoritismo de ciertas partes esperanzadas en que Irak se vuelva una democracia, pues, de ser cierta, esta afirmación sugeriría que la actual falta de consenso sobre la democracia en Irak no augura el fracaso de los esfuerzos de imponer allí a la misma.
No obstante ello, una lectura de cerca de la carta de Adams indica precisamente la interpretación opuesta. La “bien conocida” carta de Adams estaba fechada en enero de 1813. Escrita varios años después de la Revolución Estadounidense, la misma deja en claro que en verdad Adams estaba refiriéndose a la opinión estadounidense sobre Inglaterra y la Revolución Francesa durante su presidencia, 1797-1801: “El tercio intermedio, compuesto principalmente por los terratenientes, la parte más sensata de la nación, y siempre reacia a la guerra, se encontraba más bien tibio respecto tanto de Inglaterra como de Francia. . . .”
Que la Revolución era en los hechos popular entre una mayoría de los estadounidenses es evidente ante el giro actual de los acontecimientos. Los estadounidenses se oponían de manera abrumadora a la Ley de Sellos de 1765. Sin embargo, es improbable que esa crisis por sí sola hubiese motivado a la mayoría a apoyar a la Revolución si no hubiese sido por un acontecimiento posterior caracterizado por el gran historiador estadounidense contemporáneo, Mercy Otis Warren, como un día que “vivirá en la infamia” (una expresión de Franklin D. Roosevelt y que quienes escribían sus discursos expropiaron para sí mismos el 8 de diciembre de 1941): cuando los británicos enviaron un ejército desde Halifax para ocupar Boston en octubre de 1768. Esta fue una afrenta a la Ley del Ejercito Permanente, y, pensaban los estadounidenses, a la propia Constitución británica.
La violencia de la ocupación británica condujo a la Masacre de Boston en 1770, a la Rebelión del Té de Boston en 1773, y a las Leyes Intolerables un año más tarde, resultando en una “perdida de legitimidad” para el gobierno británico en las mentes de la mayoría de los estadounidenses. Y fue esta perdida de legitimidad la que en última instancia les hizo perder la guerra a los británicos. Mientras algunos de los que tomaban las decisiones en Gran Bretaña esperaban que el fin de las protestas estadounidenses indicaran una victoria, los estadounidenses se encontraban en realidad ocupados abasteciendo al puerto cerrado de Boston desde Salem, y milicianos estaban ahora dirigiendo ejercicios en las ciudades y en los pueblos más arriba de Boston. En verdad, en dos ocasiones los ejércitos británicos se aventuraron al interior, creyendo que allí se encontraban grandes cantidades de realistas que apoyarían la causa del Rey, pero en cambio experimentaron ruinosas derrotas.
Las lecciones de la Revolución Estadounidense son aplicables hoy día y sintetizan el adagio de, “aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla.” Tal metamorfosis ha tenido lugar en Irak, en la medida que la prolongada ocupación de los EE.UU. y el abuso del poder han originado cantidades crecientes de iraquíes comunes que ven al involucramiento de los Estados Unidos – y al gobierno sustituto escogido a mano de los Estados Unidos – como ilegítimos.
El segundo paralelismo a trazar entre al Revolución Estadounidense y el Irak de hoy es el poder de las milicias. A pesar del popular retrato de George Washington y sus fuerzas, fue en última instancia la milicia popular la que en verdad derrotó al organizado ejército británico. Los británicos abandonaron Nueva Inglaterra a comienzos de la Guerra, y controlaron en realidad tan solo a la Ciudad de Nueva York durante la duración de la misma. Evacuaron Filadelfia debido a la presión estadounidense. Los soldados británicos no salían durante la noche a menos que lo hiciesen con la fuerza de un batallón.
Los estadounidenses en Irak están agazapados de manera similar y enfrentan a un populacho hostil y armado. Aún para los ejércitos bien equipados, la confrontación significa de manera inevitable el matar a muchos entre la población civil que apoya a estas fuerzas no convencionales. Y el circulo vicioso es el de que dicha violencia solamente refuerza la “pérdida de legitimidad” que alimenta a la eternizada insurgencia. La primera regla de la contra insurgencia es la de separar a los guerrilleros o a las fuerzas irregulares de la población en general. Esto implica que los ocupantes poseen el control, en cierto sentido, de la totalidad del país. Y esa está muy lejos de ser la situación en Irak.
En los Estados Unidos, el conflicto con los británicos se extendió desde 1768 a 1783, y tomó hasta 1789 para diseñar una Constitución que pudiese ser consensuada. Cuanto antes los iraquíes puedan iniciar su propia Convención Constitucional, forjar un sistema que sea verdaderamente “de y para” su pueblo, uno con “legitimidad” y capaz de ganar el consenso de los gobernados, más rápidamente la insurgencia, las muertes y la destrucción cesarán en Irak.
Traducido por Gabriel Gasave
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