Algo se encuentra definitivamente podrido en la agricultura.
La Oficina de Contabilidad General (GAO son sus siglas en inglés), la agencia del Congreso encargada de encontrar la evidencia, reveló recientemente un estudio del programa de administración de los subsidios a la agricultura del Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA, como se lo conoce en inglés.) Los hallazgos deberían horrorizar a los legisladores, aunque probablemente no lo harán.
La GAO reveló que los empleados gubernamentales se encuentran mal capacitados, y que las leyes federales son demasiado vagas para monitorear adecuadamente a los cientos de miles de subsidios agrícolas concedidos cada año. Pese a que el USDA controla tan solo unas 1.000 solicitudes cada año, la GAO encontró que muchos de estos beneficiarios aprobados no reunían los requisitos para un subsidio. Un muestreo de la GAO de subsidios aprobados y revisados por el USDA reveló que incluso fácilmente un 30 por ciento de estos subsidios agrícolas escudriñados estaban siendo otorgados a individuos que no debían recibirlos.
La ausencia de una supervisión del USDA es pasmosa, considerando cuánto gastan los Estados Unidos en subsidios. Entre 1995 y 2002 el contribuyente estadounidense les repartió más de $114 mil millones a los agricultores, y en 2002 el Presidente Bush elevó los subsidios a $190 mil millones durante los próximos diez años. En perspectiva, considérese que en 2000 solamente el gasto estadounidense en subsidios agrícolas excedió el producto total de más de 70 naciones.
Con todo ese monumental dinero circulando de mano en mano, el informe de la GAO debería conducir a algunos cuestionamientos duros para con los funcionarios del USDA en el Capitolio. No obstante, pese a todos sus detalles, el informe de 75 páginas ingeniosamente elude el principal interrogante, aquel al que ningún legislador desea oír: ¿por qué tenemos subsidios agrícolas?
Una errónea creencia popular que despierta apoyo por los subsidios agrícolas es la de que dado que ellos dan lugar a precios más bajos para los alimentos, son una bendición para los consumidores. Esto ignora la circunstancia de los impuestos que son pagados a raíz de esos subsidios. Cualquier reducción en los precios del supermercado es pagada mediante nuestros impuestos—o los de alguien más— ya sea que usted adquiera esa espiga de maíz o no.
Los subsidios agrícolas no están pensados para reducir el costo de los alimentosde manera significativa. Si los precios caen demasiado, los granjeros perderían dinero. A efectos de evitar esto, el Congreso posee también subsidios a la conservación del “medio ambiente” los que le pagan a los granjeros para no cultivar su tierra, lo que a su vez resulta en precios más altos para las cosechas que se volvieron más escasas. En consecuencia, desde 1995 hasta 2002 pagamos $14 mil millones en subsidios para la conservación de la tierra agrícola los que incrementaron el precio de nuestros alimentos!
Otro mito es el de que los subsidios agrícolas pueden ayudar a exportar a los Estados Unidos—y de esa manera a la economía estadounidense—debido a que abaratan nuestros alimentos para que los adquieran los extranjeros. Esta afirmación ignora (al menos) dos realidades. Primero, así como los subsidios a la agricultura transfieren riqueza de algunos contribuyentes a algunos consumidores internos, los mismos son también una transferencia de riqueza hacia los consumidores extranjeros.
Segundo, el mismo ignora el hecho de que los subsidios a la agricultura están comenzando a costarle a los exportadores de los EE.UU.. El pasado abril la Organización Mundial del Comercio dictaminó que los subsidios estadounidenses al algodón violaban las reglas del comercio global, lo cual podría conducir a miles de millones (billones en inglés) en aranceles en represalia o en multas. El fallo alentará a los países en desarrollo a entablar demandas contra otras exportaciones estadounidenses subsidiadas.
Pero si los EE.UU. dejan de subsidiar a la agricultura, esto alentaría a otros a hacer lo mismo. Franz Fischler, el comisionado para la agricultura de la Unión Europea, aseguró recientemente: “Si obtenemos un acuerdo equilibrado, estamos listos para poner a todos los subsidios a las exportaciones [de Europa] sobre la mesa.” Dado que los subsidios agrícolas europeos son casi seis veces más grandes por hectárea que los subsidios estadounidenses, los exportadores estadounidenses se beneficiarían tremendamente con el fin de los subsidios. Los granjeros en el mundo en desarrollo, quienes luchan por hacer frente a la competencia desleal de las cosechas subsidiadas por los gobiernos del mundo desarrollado, también ganarían.
La ilusión política más persistente es la de que los subsidios agrícolas son necesarios para mantener a los pequeños agricultores familiares. En verdad, el 77 por ciento de los estadounidenses apoya que se otorguen subsidios a las pequeñas granjas familiares, de acuerdo con una encuesta de 2004 realizada por PIPA/Knowledge Network.
Sin embargo, los pequeños agricultores familiares no son los principales beneficiarios de los dólares provenientes de los subsidios federales. Según el Environmental Working Group, que se encarga de vigilar los subsidios, el 71 por ciento de los subsidios agrícolas están destinados al 10 por ciento de los principales beneficiarios de los subsidios, los cuales son casi todas granjas grandes. In 2002, 78 granjas, ninguna pequeña o en problemas, recibieron cada una más de un millón de dólares en subsidios. El 80 por ciento de los beneficiarios de abajo reciben en promedio solamente $846 por año.
El resultado de subsidiar a los granjeros ricos y con más tierras, es el de que ellos pueden reducir los precios de sus bienes, haciendo que sea mucho más difícil competir para los pequeños granjeros. En vez de ser los salvadores de los pequeños granjeros familiares, los subsidios trabajan en su contra.
¿Por qué entonces tenemos subsidios agrícolas?
Los granjeros ricos son un poderoso lobby en la política estadounidense. En las elecciones pasadas, los productores de cultivos otorgaron $11,5 millones en contribuciones a las campañas, según el Center for Responsive Politics, y es probable que den mucho más este próximo noviembre.
Por lo tanto, no se sorprenda si el informe de la GAO no sea tomado demasiado en serio en el Capitolio. Los subsidios agrícolas son más que tan solo pagos a los adinerados y grandes terratenientes. Son subsidios para sus funcionarios electos.
Traducido por Gabriel Gasave
El verdadero escándalo de los subsidios a la agricultura
Algo se encuentra definitivamente podrido en la agricultura.
La Oficina de Contabilidad General (GAO son sus siglas en inglés), la agencia del Congreso encargada de encontrar la evidencia, reveló recientemente un estudio del programa de administración de los subsidios a la agricultura del Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA, como se lo conoce en inglés.) Los hallazgos deberían horrorizar a los legisladores, aunque probablemente no lo harán.
La GAO reveló que los empleados gubernamentales se encuentran mal capacitados, y que las leyes federales son demasiado vagas para monitorear adecuadamente a los cientos de miles de subsidios agrícolas concedidos cada año. Pese a que el USDA controla tan solo unas 1.000 solicitudes cada año, la GAO encontró que muchos de estos beneficiarios aprobados no reunían los requisitos para un subsidio. Un muestreo de la GAO de subsidios aprobados y revisados por el USDA reveló que incluso fácilmente un 30 por ciento de estos subsidios agrícolas escudriñados estaban siendo otorgados a individuos que no debían recibirlos.
La ausencia de una supervisión del USDA es pasmosa, considerando cuánto gastan los Estados Unidos en subsidios. Entre 1995 y 2002 el contribuyente estadounidense les repartió más de $114 mil millones a los agricultores, y en 2002 el Presidente Bush elevó los subsidios a $190 mil millones durante los próximos diez años. En perspectiva, considérese que en 2000 solamente el gasto estadounidense en subsidios agrícolas excedió el producto total de más de 70 naciones.
Con todo ese monumental dinero circulando de mano en mano, el informe de la GAO debería conducir a algunos cuestionamientos duros para con los funcionarios del USDA en el Capitolio. No obstante, pese a todos sus detalles, el informe de 75 páginas ingeniosamente elude el principal interrogante, aquel al que ningún legislador desea oír: ¿por qué tenemos subsidios agrícolas?
Una errónea creencia popular que despierta apoyo por los subsidios agrícolas es la de que dado que ellos dan lugar a precios más bajos para los alimentos, son una bendición para los consumidores. Esto ignora la circunstancia de los impuestos que son pagados a raíz de esos subsidios. Cualquier reducción en los precios del supermercado es pagada mediante nuestros impuestos—o los de alguien más— ya sea que usted adquiera esa espiga de maíz o no.
Los subsidios agrícolas no están pensados para reducir el costo de los alimentosde manera significativa. Si los precios caen demasiado, los granjeros perderían dinero. A efectos de evitar esto, el Congreso posee también subsidios a la conservación del “medio ambiente” los que le pagan a los granjeros para no cultivar su tierra, lo que a su vez resulta en precios más altos para las cosechas que se volvieron más escasas. En consecuencia, desde 1995 hasta 2002 pagamos $14 mil millones en subsidios para la conservación de la tierra agrícola los que incrementaron el precio de nuestros alimentos!
Otro mito es el de que los subsidios agrícolas pueden ayudar a exportar a los Estados Unidos—y de esa manera a la economía estadounidense—debido a que abaratan nuestros alimentos para que los adquieran los extranjeros. Esta afirmación ignora (al menos) dos realidades. Primero, así como los subsidios a la agricultura transfieren riqueza de algunos contribuyentes a algunos consumidores internos, los mismos son también una transferencia de riqueza hacia los consumidores extranjeros.
Segundo, el mismo ignora el hecho de que los subsidios a la agricultura están comenzando a costarle a los exportadores de los EE.UU.. El pasado abril la Organización Mundial del Comercio dictaminó que los subsidios estadounidenses al algodón violaban las reglas del comercio global, lo cual podría conducir a miles de millones (billones en inglés) en aranceles en represalia o en multas. El fallo alentará a los países en desarrollo a entablar demandas contra otras exportaciones estadounidenses subsidiadas.
Pero si los EE.UU. dejan de subsidiar a la agricultura, esto alentaría a otros a hacer lo mismo. Franz Fischler, el comisionado para la agricultura de la Unión Europea, aseguró recientemente: “Si obtenemos un acuerdo equilibrado, estamos listos para poner a todos los subsidios a las exportaciones [de Europa] sobre la mesa.” Dado que los subsidios agrícolas europeos son casi seis veces más grandes por hectárea que los subsidios estadounidenses, los exportadores estadounidenses se beneficiarían tremendamente con el fin de los subsidios. Los granjeros en el mundo en desarrollo, quienes luchan por hacer frente a la competencia desleal de las cosechas subsidiadas por los gobiernos del mundo desarrollado, también ganarían.
La ilusión política más persistente es la de que los subsidios agrícolas son necesarios para mantener a los pequeños agricultores familiares. En verdad, el 77 por ciento de los estadounidenses apoya que se otorguen subsidios a las pequeñas granjas familiares, de acuerdo con una encuesta de 2004 realizada por PIPA/Knowledge Network.
Sin embargo, los pequeños agricultores familiares no son los principales beneficiarios de los dólares provenientes de los subsidios federales. Según el Environmental Working Group, que se encarga de vigilar los subsidios, el 71 por ciento de los subsidios agrícolas están destinados al 10 por ciento de los principales beneficiarios de los subsidios, los cuales son casi todas granjas grandes. In 2002, 78 granjas, ninguna pequeña o en problemas, recibieron cada una más de un millón de dólares en subsidios. El 80 por ciento de los beneficiarios de abajo reciben en promedio solamente $846 por año.
El resultado de subsidiar a los granjeros ricos y con más tierras, es el de que ellos pueden reducir los precios de sus bienes, haciendo que sea mucho más difícil competir para los pequeños granjeros. En vez de ser los salvadores de los pequeños granjeros familiares, los subsidios trabajan en su contra.
¿Por qué entonces tenemos subsidios agrícolas?
Los granjeros ricos son un poderoso lobby en la política estadounidense. En las elecciones pasadas, los productores de cultivos otorgaron $11,5 millones en contribuciones a las campañas, según el Center for Responsive Politics, y es probable que den mucho más este próximo noviembre.
Por lo tanto, no se sorprenda si el informe de la GAO no sea tomado demasiado en serio en el Capitolio. Los subsidios agrícolas son más que tan solo pagos a los adinerados y grandes terratenientes. Son subsidios para sus funcionarios electos.
Traducido por Gabriel Gasave
Despilfarro gubernamental/ClientelismoGobierno y política
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