En una extensa nota aparecida en The New York Times Magazine, David Brooks sostuvo recientemente que existen dos clases de republicanos: “El primer grupo está integrado por individuos que aún propugnan reducir el tamaño del gobierno pero ni siquiera pretenden vivir conforme con su credo. El segundo grupo considera que si usted carece de una visión positiva del gobierno, no será capaz de limitar el crecimiento del gobierno.”
Dos días antes, The Economist examinaba a lo que denominó “el conservador contradictorio,” culpando a la administración republicana por haber presidido un gran incremento en el tamaño del Estado a pasar de su retórica. Más sutilmente, sugería que hay una contradicción implícita en la visión de los partidarios de transferir responsabilidades del gobierno al individuo a la vez que glorifican al gobierno estadounidense como un edificador de naciones en el exterior y como el garante de la virtud moral dentro del país.
En la Convención Republicana la semana pasada, me propuse encarar a varios delegados del partido y a algunos políticos senior con estos dos pensamientos básicos. En primer lugar, la idea de que existen dos “tipos” de republicanos, ninguno de los cuales es conservador debido a que un tipo cree en el Estado pequeño tan solo retóricamente mientras que el otro se siente cómodo defendiendo al Estado grande. En segundo término, la idea de que el conservadurismo de la actualidad es contradictorio.
Sus respuestas fueron fascinantes. Casi todos se apartaron de los hechos reales. Esto no implica decir que estaban mintiendo (no se trataba de políticos experimentados.) La mayoría de ellos, eran conservadores genuinos e idealistas que creían en lo que estaban afirmando.
La respuesta más común fue la de que existe solamente un Partido Republicano y que se debe culpar a la guerra por el aumento en el tamaño del Estado. Sin embargo, sabemos que el gasto federal se ha elevado casi el 30 por ciento desde 2000. Solamente en educación, se incrementó en más del 70 por ciento.
La segunda respuesta más común fue que la administración Bush ha resistido la presión para crear o expandir los programas de beneficios sociales. Y no obstante ello, estaban hablando de un gobierno que ha creado un nuevo programa de prestaciones para los medicamentos recetados y que ha conducido a la mayor expansión del Medicare de todos los tiempos—un programa cuyo crecimiento los conservadores condenaron años atrás.
El tercer tipo de respuesta fue que el programa No Child Left Behind es un buen ejemplo de cómo la Casa Blanca está introduciendo la competencia y la responsabilidad en el Estado. Es cierto, que ese es uno de los objetivos de la política; y si la misma estuviese realmente concentrada en permitirles a los niños cambiar de escuela cuando los estándares son bajos, uno podría esperar alguna mejora como resultado de una mayor competencia. Pero ningún vocero en la Convención—o alguien más sobre el particular—mencionó este aspecto de la política. El único punto que fue destacado desde el podium fue que el gobierno federal está asumiendo más responsabilidad (Ej., al centralizar el establecimiento de los estándares) debido a que se preocupa por los niños. Los defensores de la política esencialmente adoptaron un enfoque paternalista.
La cuarta clase de respuesta que obtuve, mayormente de parte de los delegados y de los políticos de los estados sureños, fue que la “virtud moral” (tal como es interpretada por el gobierno) es la prioridad más alta. Entonces ¿por qué fueron tan pródigamente vitoreados Rudolph Giuliani y Arnold Schwarzenegger, quienes se apartaron en alguna medida de esa visión, por todos los delegados, incluso por aquellos de los estados del sur? En razón de que ellos estuvieron enérgicos en el tema de la defensa nacional, respondieron. Oh—pensé yo—, entonces la “virtud moral” no es una prioridad tan grande en el programa conservador. Y si no lo está, ¿por qué aprobar una plataforma partidaria que coloca tan firmemente en el gobierno la responsabilidad de sostener los valores morales?
En realidad, otra respuesta típica invocaba la plataforma del partido como una prueba de que existe solamente una tendencia republicana y que la misma cree en el Estado pequeño. En efecto, la plataforma declara que “el sistema tributario no debería ser utilizado para redistribuir a la riqueza.” Luego la misma pasa a sostener que el déficit debería ser reducido mediante la limitación del gasto en lugar de a través de la limitación de las rebajas en los impuestos, y propugna un “fortalecimiento de la Seguridad Social con propiedad”—queriendo decir que a los individuos debiese permitírseles destinar parte de sus impuestos sobre la nomina salarial a cuentas de inversión privadas.
Pero ¿no fue ese un tema fundamental en la campaña republicana del año 2000? ¿Y se llevó a cabo algún esfuerzo para reformar al sistema de conformidad con esos lineamientos? Con un déficit tan elevado y con los compromisos existentes en nombre de aquellos que ya han contribuido al sistema gubernamental, ¿qué posibilidad hay de que una segunda administración republicana intente dicha reforma?
Finalmente, están aquellos que afirmaron que el gobierno se encuentra descentralizando el poder mediante el fortalecimiento de las asambleas locales. Pero ¿no es un hecho que el sistema judicial está interfiriendo con los derechos de los estados de llevar adelante procesos judiciales en ciertos casos, o la circunstancia de que han sido clasificados más documentos que durante las administraciones anteriores, una indicio de la tendencia hacia la concentración en vez de hacia la dispersión del poder?
La conclusión que uno traza sobre la base de todo esto es que el conservadurismo ha perdido de vista a sus propias raíces. Hay una escasa conciencia entre muchos republicanos bien intencionados del abismo que se ha abierto entre la retórica y la vida real. Y en algunos casos, la pasión dominante por los valores militares y el intervensionismo moral subsumen a cualquier conciencia culpable por el hecho de que el actual conservadurismo se ha convertido en un bastión del Estado grande.
“La humanidad no puede tolerar mucho a la realidad,” escribió T.S. Eliot en “Four Quartets.” Eliot podría haberse estado refiriendo a la situación del conservadurismo en la Convención Republicana.
La bruma sobre los Estados Unidos conservadores
En una extensa nota aparecida en The New York Times Magazine, David Brooks sostuvo recientemente que existen dos clases de republicanos: “El primer grupo está integrado por individuos que aún propugnan reducir el tamaño del gobierno pero ni siquiera pretenden vivir conforme con su credo. El segundo grupo considera que si usted carece de una visión positiva del gobierno, no será capaz de limitar el crecimiento del gobierno.”
Dos días antes, The Economist examinaba a lo que denominó “el conservador contradictorio,” culpando a la administración republicana por haber presidido un gran incremento en el tamaño del Estado a pasar de su retórica. Más sutilmente, sugería que hay una contradicción implícita en la visión de los partidarios de transferir responsabilidades del gobierno al individuo a la vez que glorifican al gobierno estadounidense como un edificador de naciones en el exterior y como el garante de la virtud moral dentro del país.
En la Convención Republicana la semana pasada, me propuse encarar a varios delegados del partido y a algunos políticos senior con estos dos pensamientos básicos. En primer lugar, la idea de que existen dos “tipos” de republicanos, ninguno de los cuales es conservador debido a que un tipo cree en el Estado pequeño tan solo retóricamente mientras que el otro se siente cómodo defendiendo al Estado grande. En segundo término, la idea de que el conservadurismo de la actualidad es contradictorio.
Sus respuestas fueron fascinantes. Casi todos se apartaron de los hechos reales. Esto no implica decir que estaban mintiendo (no se trataba de políticos experimentados.) La mayoría de ellos, eran conservadores genuinos e idealistas que creían en lo que estaban afirmando.
La respuesta más común fue la de que existe solamente un Partido Republicano y que se debe culpar a la guerra por el aumento en el tamaño del Estado. Sin embargo, sabemos que el gasto federal se ha elevado casi el 30 por ciento desde 2000. Solamente en educación, se incrementó en más del 70 por ciento.
La segunda respuesta más común fue que la administración Bush ha resistido la presión para crear o expandir los programas de beneficios sociales. Y no obstante ello, estaban hablando de un gobierno que ha creado un nuevo programa de prestaciones para los medicamentos recetados y que ha conducido a la mayor expansión del Medicare de todos los tiempos—un programa cuyo crecimiento los conservadores condenaron años atrás.
El tercer tipo de respuesta fue que el programa No Child Left Behind es un buen ejemplo de cómo la Casa Blanca está introduciendo la competencia y la responsabilidad en el Estado. Es cierto, que ese es uno de los objetivos de la política; y si la misma estuviese realmente concentrada en permitirles a los niños cambiar de escuela cuando los estándares son bajos, uno podría esperar alguna mejora como resultado de una mayor competencia. Pero ningún vocero en la Convención—o alguien más sobre el particular—mencionó este aspecto de la política. El único punto que fue destacado desde el podium fue que el gobierno federal está asumiendo más responsabilidad (Ej., al centralizar el establecimiento de los estándares) debido a que se preocupa por los niños. Los defensores de la política esencialmente adoptaron un enfoque paternalista.
La cuarta clase de respuesta que obtuve, mayormente de parte de los delegados y de los políticos de los estados sureños, fue que la “virtud moral” (tal como es interpretada por el gobierno) es la prioridad más alta. Entonces ¿por qué fueron tan pródigamente vitoreados Rudolph Giuliani y Arnold Schwarzenegger, quienes se apartaron en alguna medida de esa visión, por todos los delegados, incluso por aquellos de los estados del sur? En razón de que ellos estuvieron enérgicos en el tema de la defensa nacional, respondieron. Oh—pensé yo—, entonces la “virtud moral” no es una prioridad tan grande en el programa conservador. Y si no lo está, ¿por qué aprobar una plataforma partidaria que coloca tan firmemente en el gobierno la responsabilidad de sostener los valores morales?
En realidad, otra respuesta típica invocaba la plataforma del partido como una prueba de que existe solamente una tendencia republicana y que la misma cree en el Estado pequeño. En efecto, la plataforma declara que “el sistema tributario no debería ser utilizado para redistribuir a la riqueza.” Luego la misma pasa a sostener que el déficit debería ser reducido mediante la limitación del gasto en lugar de a través de la limitación de las rebajas en los impuestos, y propugna un “fortalecimiento de la Seguridad Social con propiedad”—queriendo decir que a los individuos debiese permitírseles destinar parte de sus impuestos sobre la nomina salarial a cuentas de inversión privadas.
Pero ¿no fue ese un tema fundamental en la campaña republicana del año 2000? ¿Y se llevó a cabo algún esfuerzo para reformar al sistema de conformidad con esos lineamientos? Con un déficit tan elevado y con los compromisos existentes en nombre de aquellos que ya han contribuido al sistema gubernamental, ¿qué posibilidad hay de que una segunda administración republicana intente dicha reforma?
Finalmente, están aquellos que afirmaron que el gobierno se encuentra descentralizando el poder mediante el fortalecimiento de las asambleas locales. Pero ¿no es un hecho que el sistema judicial está interfiriendo con los derechos de los estados de llevar adelante procesos judiciales en ciertos casos, o la circunstancia de que han sido clasificados más documentos que durante las administraciones anteriores, una indicio de la tendencia hacia la concentración en vez de hacia la dispersión del poder?
La conclusión que uno traza sobre la base de todo esto es que el conservadurismo ha perdido de vista a sus propias raíces. Hay una escasa conciencia entre muchos republicanos bien intencionados del abismo que se ha abierto entre la retórica y la vida real. Y en algunos casos, la pasión dominante por los valores militares y el intervensionismo moral subsumen a cualquier conciencia culpable por el hecho de que el actual conservadurismo se ha convertido en un bastión del Estado grande.
“La humanidad no puede tolerar mucho a la realidad,” escribió T.S. Eliot en “Four Quartets.” Eliot podría haberse estado refiriendo a la situación del conservadurismo en la Convención Republicana.
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