“La bendición de Dios recae sobre él [George W. Bush]. Es la bendición del cielo sobre el emperador.”
—Pat Robertson, evangelista
“La cabeza de la estatua estaba hecha de oro puro, su torso y brazos de plata, su vientre y muslos de bronce, sus piernas de acero, sus pies parcialmente de acero y parcialmente de arcilla cocida. Mientras usted estaba observando, una roca fue cavada, pero no por manos humanas. La misma impactó a la estatua sobre sus pies de acero y arcilla y los aplastó.”
—Libro de Daniel, II, 32-35
Especialmente ahora con los resultados de las elecciones estadounidenses, algunos expertos parecen estupefactos por la creciente evidencia de la presidencia de George W. Bush “basada en la fe”—la convicción de un “verdadero creyente” de que si usted tan solo “cree,” todo es posible. Aquellos que poseen esta fe, consideran que pueden transcender a la realidad que circunscribe las acciones de aquellos quienes carecen de dicha creencia.
En su artículo del 17 de octubre en el New York Times, “Without a Doubt,” Ron Suskind narra una conversación con un consejero senior de Bush en el verano de 2002, quien destacó que la gente como Suskind se encontraba “en lo que denominamos la comunidad basada en la realidad.” Cuando Suskind intentó una réplica, el consejero respondió: “Esa no es la forma en la que el mundo realmente funciona ya más. . . . Estamos actualmente en un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted se encuentra estudiando esa realidad—de manera juiciosa, como usted lo hará—nosotros actuaremos una vez más, creando otras nuevas realidades, a las cuales usted también puede estudiar, y así es como las cosas se separarán. Somos actores de la historia . . . y ustedes, todos ustedes, se quedarán tan sólo estudiando lo que nosotros hacemos.”
Esta “arrogancia del poder” deriva de la doctrina imperial de Theodore Roosevelt, la que alguna vez fue llamada “el acto puro,” o en su sentido más amplio, el “principio de la acción” del fascismo. Claramente, cualquier administración del imperio considera que ella no se encuentra constreñida por la realidad de la misma “Ley” que rige para el resto de la sociedad.
Pero, lo que quizás sea lo más significativo en los eventos a los que se refería el racconto de Suskind y en los resultados electorales no es el convencimiento del Presidente Bush, la incuestionable fe de que él es un “instrumento de Dios,” sino la fe ciega de sus seguidores fundamentalistas, reminiscencia de las descripciones que realiza Sinclair Lewis en Elmer Gantry. Como Suskind de alguna manera diferente lo observa, uno debería decir que George W. Bush subió la cuesta como un metodista tolerante, y descendió de ella como un calvinista puritano.
Lo que es menos comprendido es que todos los grandes imperios en la historia han estado caracterizados por una declinación de la razón y por un incremento en la fe supra-naturalista, combinada con una creencia en el imperio con el emperador detentando un “mandato” de Dios en la tierra.
Existen tres fuentes fundamentales de las cuales valores tales como la “igualdad” pueden basarse: el derecho supranatural, el derecho natural y el derecho del estado o positivo. Los imperios tienden a combinar a todas estas tres fuentes de modo tal que la legitimidad del emperador fluye de Dios, de la naturaleza y de su cargo como jefe del Estado. El entrelazamiento de la religión y el nacionalismo en el Estado es de hecho uno muy poderoso.
La impavidez actual, el apoyo del fundamentalismo cristiano para la guerra en Irak y el intervensionismo estadounidense global (sin considerar las circunstancias) estuvo pronosticado anteriormente por los intentos evangélicos anti-racionales de controlar los libros de textos, negar los principios evolutivos y obstaculizar la investigación científica—seguros signos iniciales del surgimiento de una nueva “Era del Imperio.” El incidente más famoso de quema de libros no fue el reciente esfuerzo pro-guerra de Lynn Cheney, o ni siquiera el de Adolfo Hitler en 1933, sino en cambio el del gran Emperador Ch’in, Shih Wang-ti (una figura central en el reciente film, Héroe) de la China imperial en 221 AC.
En Roma, antes de que la misma fuera cooptada por parte del Estado, el comienzo de la cristiandad fue de diferentes maneras una rebelión impositiva contra las crecientes cargas tributarias del Imperio Romano, la ineptitud y la brutalidad. Pero en lugar de combatir los impuestos directamente, lo que hubiese sido algo realmente fatal, los cristianos (cumpliendo con las enseñanzas de Jesús de la Regla de Oro y la paz) procuraron evadir los tributos romanos apartándose del Estado y cuidando de sí mismos y de los demás. Por ejemplo, para 150 DC en la Ciudad de Roma, los cristianos, y no el Estado, se encontraban ocupándose de 1.500 viudas y huérfanos, y si usted era capturado o secuestrado por los bárbaros (en gran medida como en el Irak de la actualidad) su única esperanza de rescate era la de si usted era un cristiano.
Sin embargo, para el siglo 4 la creciente fortaleza de diversos grupos cristianos (asistidos por su asimilación de ideas religiosas más antiguas del Oriente) y la declinación del Imperio Romano le habían dejado en claro al Estado Romano bajo Constantino que su supervivencia exigía formalmente fusionarse con y centralizar a la cristiandad. (El reciente libro de Charles Freeman, The Closing of the Western Mind: The Rise of Faith and the Fall of Reason detalla el modo en que esto aconteció.)
Había ya existido un auge del misticismo en la fase de la civilización clásica del Imperio Griego, liderada por Pitágoras contra el empirismo jónico, y más tarde este mismo proceso irracional fue repetido en Roma. Lo que quedaba de la “ciencia” romana declinó como la “fe” aumentó para ser preservada y llevada al Oeste más adelante por la civilización islámica.
Y en la medida que la Civilización Occidental emergió de las ruinas de la parte occidental del Imperio Romano, evolucionamos hacia América sobre la periferia del corazón europeo—pragmático, calvinista, fundamentalista (ciertamente no exhibiendo mucha influencia de pensadores del derecho natural tales como Tomas de Aquino), con los Estados Unidos considerándose a sí mismos como una excepción a la historia (una visión mesiánica a menudo compartida por la periferia).
Dado ese contexto histórico, los escritores estadounidenses comenzaron a referirse tan temprano como en 1828 a algunos líderes de los EE.UU. como Cesares. Mientras que los Padres Fundadores buscaban separar al Estado y a la religión, nunca en verdad tuvimos una teocracia, sino en cambio un estado tipo “Erasmista” en Nueva Inglaterra (reminiscencia de las doctrinas teocráticas adoptadas en Ginebra del teólogo suizo Tomas Erasmo, 1524-1583), donde los líderes gubernamentales formales se encontraban fuertemente influenciados por los líderes religiosos. Y así, con el imperio crecientemente corrupto y de estado corporativo situado en los Estados Unidos de la actualidad, los fanáticos religiosos se han colocado como una de las entidades corporativas claves en esa estructura, y los fundamentalistas han encontrado a su hombre en George W. Bush.
El fanatismo religioso estuvo, por supuesto, involucrado en la primera aventura formal de los Estados Unidos hacia el imperialismo con la Guerra Hispano-Estadounidense en 1898, cuando más de 200.000 filipinos fueron asesinados. Los misioneros deseaban expandir sus esfuerzos a la China, y después de que el Presidente William McKinley supuestamente comulgó con Dios, McKinley señaló que debíamos tomar a las Filipinas y “cristianizarla” y “elevar” a los nativos del lugar. (Los protestantes tendieron a ignorar la circunstancia de que el catolicismo español había estado presente allí por más de tres siglos. Y, este ardor mesiánico podía a veces terminar vergonzosamente cuando los jóvenes misioneros retornaban desde el Este, y en su lugar alababan las ideas de filosofías orientales tales como el budismo y el taoísmo.)
Más adelante, el Presidente Woodrow Wilson extendería esta mentalidad misionaria al mundo entero durante y después de la Primera Guerra Mundial, ¡y las catastróficas repercusiones persisten todas junto a nosotros hasta el día de hoy!
Mientras tanto, la declinación del imperio de los Estados Unidos ha sido evidente desde hace unas décadas. Su creciente bancarrota desde los años 60 es el aspecto económico más evidente, junto con la declinación cultural y la intolerancia con relación a la ciencia y al conocimiento. La pluralidad de aquellos que votaron en la reciente elección presidencial saludando “Hail George,” nos permite observar que la presidencia de George W. Bush bien puede marcar el punto culminante de una aceleración excepcional de ese proceso.
Traducido por Gabriel Gasave
Los imperios como períodos de ignorancia religiosa
“La bendición de Dios recae sobre él [George W. Bush]. Es la bendición del cielo sobre el emperador.”
—Pat Robertson, evangelista
“La cabeza de la estatua estaba hecha de oro puro, su torso y brazos de plata, su vientre y muslos de bronce, sus piernas de acero, sus pies parcialmente de acero y parcialmente de arcilla cocida. Mientras usted estaba observando, una roca fue cavada, pero no por manos humanas. La misma impactó a la estatua sobre sus pies de acero y arcilla y los aplastó.”
—Libro de Daniel, II, 32-35
Especialmente ahora con los resultados de las elecciones estadounidenses, algunos expertos parecen estupefactos por la creciente evidencia de la presidencia de George W. Bush “basada en la fe”—la convicción de un “verdadero creyente” de que si usted tan solo “cree,” todo es posible. Aquellos que poseen esta fe, consideran que pueden transcender a la realidad que circunscribe las acciones de aquellos quienes carecen de dicha creencia.
En su artículo del 17 de octubre en el New York Times, “Without a Doubt,” Ron Suskind narra una conversación con un consejero senior de Bush en el verano de 2002, quien destacó que la gente como Suskind se encontraba “en lo que denominamos la comunidad basada en la realidad.” Cuando Suskind intentó una réplica, el consejero respondió: “Esa no es la forma en la que el mundo realmente funciona ya más. . . . Estamos actualmente en un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted se encuentra estudiando esa realidad—de manera juiciosa, como usted lo hará—nosotros actuaremos una vez más, creando otras nuevas realidades, a las cuales usted también puede estudiar, y así es como las cosas se separarán. Somos actores de la historia . . . y ustedes, todos ustedes, se quedarán tan sólo estudiando lo que nosotros hacemos.”
Esta “arrogancia del poder” deriva de la doctrina imperial de Theodore Roosevelt, la que alguna vez fue llamada “el acto puro,” o en su sentido más amplio, el “principio de la acción” del fascismo. Claramente, cualquier administración del imperio considera que ella no se encuentra constreñida por la realidad de la misma “Ley” que rige para el resto de la sociedad.
Pero, lo que quizás sea lo más significativo en los eventos a los que se refería el racconto de Suskind y en los resultados electorales no es el convencimiento del Presidente Bush, la incuestionable fe de que él es un “instrumento de Dios,” sino la fe ciega de sus seguidores fundamentalistas, reminiscencia de las descripciones que realiza Sinclair Lewis en Elmer Gantry. Como Suskind de alguna manera diferente lo observa, uno debería decir que George W. Bush subió la cuesta como un metodista tolerante, y descendió de ella como un calvinista puritano.
Lo que es menos comprendido es que todos los grandes imperios en la historia han estado caracterizados por una declinación de la razón y por un incremento en la fe supra-naturalista, combinada con una creencia en el imperio con el emperador detentando un “mandato” de Dios en la tierra.
Existen tres fuentes fundamentales de las cuales valores tales como la “igualdad” pueden basarse: el derecho supranatural, el derecho natural y el derecho del estado o positivo. Los imperios tienden a combinar a todas estas tres fuentes de modo tal que la legitimidad del emperador fluye de Dios, de la naturaleza y de su cargo como jefe del Estado. El entrelazamiento de la religión y el nacionalismo en el Estado es de hecho uno muy poderoso.
La impavidez actual, el apoyo del fundamentalismo cristiano para la guerra en Irak y el intervensionismo estadounidense global (sin considerar las circunstancias) estuvo pronosticado anteriormente por los intentos evangélicos anti-racionales de controlar los libros de textos, negar los principios evolutivos y obstaculizar la investigación científica—seguros signos iniciales del surgimiento de una nueva “Era del Imperio.” El incidente más famoso de quema de libros no fue el reciente esfuerzo pro-guerra de Lynn Cheney, o ni siquiera el de Adolfo Hitler en 1933, sino en cambio el del gran Emperador Ch’in, Shih Wang-ti (una figura central en el reciente film, Héroe) de la China imperial en 221 AC.
En Roma, antes de que la misma fuera cooptada por parte del Estado, el comienzo de la cristiandad fue de diferentes maneras una rebelión impositiva contra las crecientes cargas tributarias del Imperio Romano, la ineptitud y la brutalidad. Pero en lugar de combatir los impuestos directamente, lo que hubiese sido algo realmente fatal, los cristianos (cumpliendo con las enseñanzas de Jesús de la Regla de Oro y la paz) procuraron evadir los tributos romanos apartándose del Estado y cuidando de sí mismos y de los demás. Por ejemplo, para 150 DC en la Ciudad de Roma, los cristianos, y no el Estado, se encontraban ocupándose de 1.500 viudas y huérfanos, y si usted era capturado o secuestrado por los bárbaros (en gran medida como en el Irak de la actualidad) su única esperanza de rescate era la de si usted era un cristiano.
Sin embargo, para el siglo 4 la creciente fortaleza de diversos grupos cristianos (asistidos por su asimilación de ideas religiosas más antiguas del Oriente) y la declinación del Imperio Romano le habían dejado en claro al Estado Romano bajo Constantino que su supervivencia exigía formalmente fusionarse con y centralizar a la cristiandad. (El reciente libro de Charles Freeman, The Closing of the Western Mind: The Rise of Faith and the Fall of Reason detalla el modo en que esto aconteció.)
Había ya existido un auge del misticismo en la fase de la civilización clásica del Imperio Griego, liderada por Pitágoras contra el empirismo jónico, y más tarde este mismo proceso irracional fue repetido en Roma. Lo que quedaba de la “ciencia” romana declinó como la “fe” aumentó para ser preservada y llevada al Oeste más adelante por la civilización islámica.
Y en la medida que la Civilización Occidental emergió de las ruinas de la parte occidental del Imperio Romano, evolucionamos hacia América sobre la periferia del corazón europeo—pragmático, calvinista, fundamentalista (ciertamente no exhibiendo mucha influencia de pensadores del derecho natural tales como Tomas de Aquino), con los Estados Unidos considerándose a sí mismos como una excepción a la historia (una visión mesiánica a menudo compartida por la periferia).
Dado ese contexto histórico, los escritores estadounidenses comenzaron a referirse tan temprano como en 1828 a algunos líderes de los EE.UU. como Cesares. Mientras que los Padres Fundadores buscaban separar al Estado y a la religión, nunca en verdad tuvimos una teocracia, sino en cambio un estado tipo “Erasmista” en Nueva Inglaterra (reminiscencia de las doctrinas teocráticas adoptadas en Ginebra del teólogo suizo Tomas Erasmo, 1524-1583), donde los líderes gubernamentales formales se encontraban fuertemente influenciados por los líderes religiosos. Y así, con el imperio crecientemente corrupto y de estado corporativo situado en los Estados Unidos de la actualidad, los fanáticos religiosos se han colocado como una de las entidades corporativas claves en esa estructura, y los fundamentalistas han encontrado a su hombre en George W. Bush.
El fanatismo religioso estuvo, por supuesto, involucrado en la primera aventura formal de los Estados Unidos hacia el imperialismo con la Guerra Hispano-Estadounidense en 1898, cuando más de 200.000 filipinos fueron asesinados. Los misioneros deseaban expandir sus esfuerzos a la China, y después de que el Presidente William McKinley supuestamente comulgó con Dios, McKinley señaló que debíamos tomar a las Filipinas y “cristianizarla” y “elevar” a los nativos del lugar. (Los protestantes tendieron a ignorar la circunstancia de que el catolicismo español había estado presente allí por más de tres siglos. Y, este ardor mesiánico podía a veces terminar vergonzosamente cuando los jóvenes misioneros retornaban desde el Este, y en su lugar alababan las ideas de filosofías orientales tales como el budismo y el taoísmo.)
Más adelante, el Presidente Woodrow Wilson extendería esta mentalidad misionaria al mundo entero durante y después de la Primera Guerra Mundial, ¡y las catastróficas repercusiones persisten todas junto a nosotros hasta el día de hoy!
Mientras tanto, la declinación del imperio de los Estados Unidos ha sido evidente desde hace unas décadas. Su creciente bancarrota desde los años 60 es el aspecto económico más evidente, junto con la declinación cultural y la intolerancia con relación a la ciencia y al conocimiento. La pluralidad de aquellos que votaron en la reciente elección presidencial saludando “Hail George,” nos permite observar que la presidencia de George W. Bush bien puede marcar el punto culminante de una aceleración excepcional de ese proceso.
Traducido por Gabriel Gasave
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