Desde los ataques del 11 de septiembre, el gasto en defensa real (ajustado a la inflación) se ha incrementado en un 23 por ciento, incluso cuando la gigantesca factura de $250 mil millones para las guerras en Afganistán y en Irak no está incluida en la cuenta. Aún sin esos gastos suplementales, el presupuesto estadounidense para la defensa nacional asciende al descomunal monto de $421 mil millones para el ejercicio fiscal 2005, de acuerdo con Chris Hellman del Center for Arms Control and Non-proliferation. Muchos contribuyentes asumen que los presupuestos crecientes significan una mayor seguridad, pero los hechos relatan una historia diferente.
La mayoría de los conservadores, a menudo asumen equivocadamente que las fuerzas armadas y otras agencias de seguridad gastan el dinero más eficazmente que los departamentos gubernamentales que administran los servicios sociales. Lamentablemente, los mismos incentivos operan tanto cuando el gobierno fabrica armas como cuando suministra manteca. Por ejemplo, a pesar de que los programas de estampillas de alimentos y de viviendas públicas se encuentran diseñados ostensiblemente para beneficiar al pobre, los más grandes beneficiarios de su bienestar son probablemente las respectivas grandes corporaciones agrícolas y los contratistas de la vivienda que obtienen rédito con ellos.
De manera similar, la mayor parte de los recientes incrementos en el presupuesto de la defensa tienen poco que ver con combatir a los terroristas y más que ver con proporcionar bienestar para los contratistas de la defensa conectados políticamente. Estos fabricantes de armamentos, con la ayuda de sus representantes parlamentarios, han cobrado en efectivo en el clima de temor post el 11/09 que ha dominado a la nación.
Las empresas que son esencialmente pupilas del estado-ya sean que se encuentren involucradas en la defensa, la agricultura, la vivienda, etc.-obtienen grandes beneficios en las pilas de dólares de los contribuyentes vertidos en su camino. Ellas dedican mucho tiempo y esfuerzo para presionar sobre el Congreso y el presidente por más gasto de bienestar disfrazado. En contraste, el costo de tales programas gubernamentales es esparcido entre cientos de millones de contribuyentes, quienes individualmente carecen del tiempo, de la energía o del incentivo para lanzar una campaña a fin de contrarrestar ese lobby.
No hay duda sobre quién ganará esta batalla. Los representantes parlamentarios saben que los beneficiarios de la generosidad gubernamental, altamente organizados (y por lo general geográficamente concentrados), votarán y contribuirán a las campañas políticas más que los dispersos y desorganizados pagadores de la cuenta. Por lo tanto, los programas gubernamentales -cualquiera sea su naturaleza-esencialmente transfieren riqueza desde los menos conectados gubernamentalmente hacia los políticamente más poderosos.
Muchos conservadores concuerdan con tal análisis de la “elección pública” sobre los programas domésticos pero ingenuamente creen que todo gasto gubernamental en defensa es por los legítimos propósitos de la seguridad nacional. Difícilmente sea este el caso. El presupuesto de defensa se encuentra atestado de sistemas de armamentos que son innecesarios, se desempeñan pobremente, o fueron diseñados para combatir a la ahora difunta Unión Soviética.
A continuación, unos pocos ejemplos:
Después de la dramática declinación del único adversario que representaba una potente amenaza en materia de submarinos, la Armada de los Estados Unidos ha diseñado, y se encuentra produciendo, una nueva generación de submarinos de ataque clase Virginia.
Los Infantes de Marina han invertido miles de millones de dólares en desarrollar la propensa a los accidentes aeronave de transporte V-22 con rotores al final de cada ala, la cual está diseñada para despegar y aterrizar como un helicóptero pero que vuela como un avión. A pesar de todos los miles de millones desperdiciados en el programa, el diseño de la aeronave puede ser fatalmente defectuoso.
Al avión de combate sigiloso de F-22 de la Fuerza Aérea, originalmente diseñado para contrarrestar a unos avanzados aviones de combate soviéticos que jamás fueron construidos, le quedan tan sólo unos pocos enemigos a los cuales combatir -un número limitado de representantes parlamentarios contrarios a las subvenciones. Finalmente, y a pesar de todo lo que se ha dicho tras el 11/09 acerca de la necesidad de canalizar más fondos hacia el espionaje humano a efectos de desbaratar a los terroristas, aquellos buscadores de fondos públicos, recientemente han hecho sonar el silbato sobre un costoso y redundante programa ultra secreto de satélites espías.
El contribuyente promedio -ya sea un halcón, una paloma, o cualquier cosa intermedia- debería cuestionarse acerca de cómo estos elefantes blancos están contribuyendo a contrarrestar a la principal amenaza -al Qaeda. No lo están haciendo. Meramente proporcionan bienestar para las industrias y los sindicatos electores que están lejos de los pobres. En realidad, al adquirir estos sistemas innecesarios se sustrae dinero de las menos glamorosas, pero más urgentes, necesidades de seguridad-por ejemplo, blindaje para el personal y los vehículos.
El único programa que podría ser medianamente plausible a efectos de ser empleado contra los harapientos terroristas y los guerrilleros es el V-22, el cual puede transportar a Infantes de Marina para combatir en lugares sin aeródromos desarrollados. Pero el V-22 es costoso, puede que no funcione en absoluto, y tiene una misión que podría ser cumplida con los competentes helicópteros existentes.
El hecho de simplemente arrojarles fajos de dinero en efectivo a las politizadas burocracias de la seguridad no asegura que las tropas o la nación estén protegidas.
Traducido por Gabriel Gasave
El mayor gasto gubernamental no ha mejorado la seguridad nacional
Desde los ataques del 11 de septiembre, el gasto en defensa real (ajustado a la inflación) se ha incrementado en un 23 por ciento, incluso cuando la gigantesca factura de $250 mil millones para las guerras en Afganistán y en Irak no está incluida en la cuenta. Aún sin esos gastos suplementales, el presupuesto estadounidense para la defensa nacional asciende al descomunal monto de $421 mil millones para el ejercicio fiscal 2005, de acuerdo con Chris Hellman del Center for Arms Control and Non-proliferation. Muchos contribuyentes asumen que los presupuestos crecientes significan una mayor seguridad, pero los hechos relatan una historia diferente.
La mayoría de los conservadores, a menudo asumen equivocadamente que las fuerzas armadas y otras agencias de seguridad gastan el dinero más eficazmente que los departamentos gubernamentales que administran los servicios sociales. Lamentablemente, los mismos incentivos operan tanto cuando el gobierno fabrica armas como cuando suministra manteca. Por ejemplo, a pesar de que los programas de estampillas de alimentos y de viviendas públicas se encuentran diseñados ostensiblemente para beneficiar al pobre, los más grandes beneficiarios de su bienestar son probablemente las respectivas grandes corporaciones agrícolas y los contratistas de la vivienda que obtienen rédito con ellos.
De manera similar, la mayor parte de los recientes incrementos en el presupuesto de la defensa tienen poco que ver con combatir a los terroristas y más que ver con proporcionar bienestar para los contratistas de la defensa conectados políticamente. Estos fabricantes de armamentos, con la ayuda de sus representantes parlamentarios, han cobrado en efectivo en el clima de temor post el 11/09 que ha dominado a la nación.
Las empresas que son esencialmente pupilas del estado-ya sean que se encuentren involucradas en la defensa, la agricultura, la vivienda, etc.-obtienen grandes beneficios en las pilas de dólares de los contribuyentes vertidos en su camino. Ellas dedican mucho tiempo y esfuerzo para presionar sobre el Congreso y el presidente por más gasto de bienestar disfrazado. En contraste, el costo de tales programas gubernamentales es esparcido entre cientos de millones de contribuyentes, quienes individualmente carecen del tiempo, de la energía o del incentivo para lanzar una campaña a fin de contrarrestar ese lobby.
No hay duda sobre quién ganará esta batalla. Los representantes parlamentarios saben que los beneficiarios de la generosidad gubernamental, altamente organizados (y por lo general geográficamente concentrados), votarán y contribuirán a las campañas políticas más que los dispersos y desorganizados pagadores de la cuenta. Por lo tanto, los programas gubernamentales -cualquiera sea su naturaleza-esencialmente transfieren riqueza desde los menos conectados gubernamentalmente hacia los políticamente más poderosos.
Muchos conservadores concuerdan con tal análisis de la “elección pública” sobre los programas domésticos pero ingenuamente creen que todo gasto gubernamental en defensa es por los legítimos propósitos de la seguridad nacional. Difícilmente sea este el caso. El presupuesto de defensa se encuentra atestado de sistemas de armamentos que son innecesarios, se desempeñan pobremente, o fueron diseñados para combatir a la ahora difunta Unión Soviética.
A continuación, unos pocos ejemplos:
Después de la dramática declinación del único adversario que representaba una potente amenaza en materia de submarinos, la Armada de los Estados Unidos ha diseñado, y se encuentra produciendo, una nueva generación de submarinos de ataque clase Virginia.
Los Infantes de Marina han invertido miles de millones de dólares en desarrollar la propensa a los accidentes aeronave de transporte V-22 con rotores al final de cada ala, la cual está diseñada para despegar y aterrizar como un helicóptero pero que vuela como un avión. A pesar de todos los miles de millones desperdiciados en el programa, el diseño de la aeronave puede ser fatalmente defectuoso.
Al avión de combate sigiloso de F-22 de la Fuerza Aérea, originalmente diseñado para contrarrestar a unos avanzados aviones de combate soviéticos que jamás fueron construidos, le quedan tan sólo unos pocos enemigos a los cuales combatir -un número limitado de representantes parlamentarios contrarios a las subvenciones. Finalmente, y a pesar de todo lo que se ha dicho tras el 11/09 acerca de la necesidad de canalizar más fondos hacia el espionaje humano a efectos de desbaratar a los terroristas, aquellos buscadores de fondos públicos, recientemente han hecho sonar el silbato sobre un costoso y redundante programa ultra secreto de satélites espías.
El contribuyente promedio -ya sea un halcón, una paloma, o cualquier cosa intermedia- debería cuestionarse acerca de cómo estos elefantes blancos están contribuyendo a contrarrestar a la principal amenaza -al Qaeda. No lo están haciendo. Meramente proporcionan bienestar para las industrias y los sindicatos electores que están lejos de los pobres. En realidad, al adquirir estos sistemas innecesarios se sustrae dinero de las menos glamorosas, pero más urgentes, necesidades de seguridad-por ejemplo, blindaje para el personal y los vehículos.
El único programa que podría ser medianamente plausible a efectos de ser empleado contra los harapientos terroristas y los guerrilleros es el V-22, el cual puede transportar a Infantes de Marina para combatir en lugares sin aeródromos desarrollados. Pero el V-22 es costoso, puede que no funcione en absoluto, y tiene una misión que podría ser cumplida con los competentes helicópteros existentes.
El hecho de simplemente arrojarles fajos de dinero en efectivo a las politizadas burocracias de la seguridad no asegura que las tropas o la nación estén protegidas.
Traducido por Gabriel Gasave
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