La administración Bush es a menudo culpable de implementar una política exterior temeraria y excesivamente militarista, pero merece un elogio calificado por sus recientes negociaciones con China. Los chinos han solicitado—y los Estados Unidos han aceptado—un dialogo regular en los niveles senior a fin de discutir cuestiones atinentes a la seguridad, a la política, y posiblemente a lo económico. Pero la administración debe ir más allá de meramente realizar encuentros simbólicos para aceptar el auge de China—debe traducir a este respeto recién descubierto en acciones del mundo real.
A diferencia del comportamiento amenazador de la administración Bush hacia países más pequeños, tales como Irak y un Afganistán controlado por el Talibán, el ladrido de la política de la administración Bush hacia una China armada nuclearmente ha excedido siempre su dentellada. El Presidente Bush asumió el cargo y estridentemente etiquetó a China como un “competidor estratégico,” pero luego, unos pocos meses más tarde, esencialmente disculpó y pagó rescate para obtener la devolución de la tripulación y de un avión espía estadounidenses, el que fuera perseguido y averiado por aviones de combate chinos en el espacio aéreo internacional. Subsecuentemente, tras el 11/09, China y los Estados Unidos han estado cooperando más de cerca.
Unas relaciones renovadas entre las dos potencias son un avance muy positivo para la seguridad global. Los encuentros regulares de alto nivel son importantes por dos razones. La primera, porque tales conversaciones suministran un foro para dos potencias nuclearmente armadas a efectos de cortar de raíz a las tensiones o a los problemas antes de que los mismos desemboquen en una crisis. La segunda, y más importante, en razón de que dichos encuentros indican que la superpotencia del status quo tiene respeto por la naciente potencia del este asiático.
Antes de 1914, Gran Bretaña falló en reconocer el flamante prestigio de una Alemania ascendente, un factor que contribuyó a la pavorosa e innecesaria Primera Guerra Mundial. China, con una economía en rápido crecimiento y una enorme población, desea desesperadamente ser reconocida como una gran potencia por parte de los Estados Unidos y el mundo.
Desdichadamente, en las relaciones internacionales, las palabras justamente tienen poco valor y la administración Bush tendrá que seguir con tales encuentros y aplicando modificaciones del mundo real a su política. Como la gran mayoría de las potencias nacientes, China deseará una esfera de influencia regional a fin de aumentar su seguridad. Dada la historia de China de encontrarse dividida por los poderes imperiales, la misma probablemente será implacable en la búsqueda de un límite más amplio a su seguridad. Cualquier movimiento hacia la obtención de esta meta, sin embargo, será visto como una amenaza por el informal e hiper-extendido imperio estadounidense.
De hecho, los Estados Unidos ya se encuentran aplicando una estrategia encubierta de neo-contención a fin de contrarrestar el creciente poderío de China. El gobierno estadounidense ha aumentado su red de bases militares y de alianzas en la zona de Asia que rodea a China. Los Estados Unidos han transferido más activos navales hacia la ya poderosa Flota del Pacífico de los EE.UU., bajo la bandera de combatir el terrorismo, y han abierto aparentemente bases permanentes en Asia central al oeste de China. Los Estados Unidos han también afianzado su alianza militar con Japón, el principal rival de China en el este asiático, y mejorado sus relaciones con la India y con una cada vez más autocrática Rusia—dos naciones que podrían actuar también como contrapesos a una creciente China. Estos desarrollos simplemente amplifican el poder de muchas de las ya existentes instalaciones militares estadounidenses en toda la región, así como también las alianzas formales de los Estados Unidos con Corea del Sur, Australia, Tailandia, y las Filipinas, y las alianzas informales con Singapur y Taiwán.
El estrechamiento de la administración de la alianza informal con Taiwán es uno de los aspectos más espantosos de la política exterior estadounidense—aún más enervante que su invasión de naciones pequeñas y soberanas, tales como Irak. Pese a que los chinos solamente poseen 20 misiles nucleares capaces de impactar contra los Estados Unidos, mientras que Washington tiene miles de ellos que podrían atacar a China, Taiwán sigue siendo una cuestión política emocional para China. En verdad, Taiwán es tan importante para China, que ante una crisis en el Estrecho de Taiwán, no existe garantía alguna de que China retrocederá frente a la superioridad nuclear estadounidense. Mientras que Taiwán debiera ser laureada por incrementar la libertad de su pueblo, el gobierno de los EE.UU. es tonto al arriesgar la seguridad de los ciudadanos estadounidenses (y la de otros alrededor del mundo) en un potencial intercambio nuclear para proteger a la democracia taiwanesa.
A pesar de que China es un estado autocrático, la misma aún tiene intereses de seguridad legítimos. Los Estados Unidos serían inteligentes al demostrar alguna empatía para con esas inquietudes. En los años recientes, a medida que los Estados Unidos se alarmaban con el expandido gasto militar de China, los chinos también se han alarmado con los grandes incrementos en el presupuesto de defensa de los Estados Unidos y con los ataques estadounidenses contra las naciones soberanas de Serbia e Irak. Muchos chinos ven la amenaza de un imperio estadounidense en expansión que apunta a cercar a China y a evitar su legitimo alcance de la condición de gran potencia.
Para disminuir tales percepciones y reducir la posibilidad de un conflicto entre dos naciones que poseen armas nucleares, los Estados Unidos deberían replegar su avanzada militar y su postura aliancista en Asia, incluyendo el repudio de cualquier compromiso implicado para defender a Taiwán. Con grandes cuerpos acuíferos que actúan como fosas y el más formidable arsenal nuclear en el mundo, los Estados Unidos difícilmente precisan un perímetro de seguridad que se extienda a través de todo el Océano Pacífico para protegerse de China. Si los Estados Unidos continúan manteniendo un anticuado imperio al estilo de la Guerra Fría, estarán confinados a generar un conflicto innecesario con las otras potencias, en especial con China.
En vez de emular a las políticas de Gran Bretaña hacia Alemania previas a la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos deberían tomar una página de otro capítulo de la historia británica. A fines de 1800, aunque no sin tensión, los británicos le permitieron pacíficamente a los principiantes Estados Unidos surgir como una gran potencia, sabiendo ambos países que se encontraban protegidos por la extensión del Océano Atlántico que los separaba.
Sacando ventaja de la misma clase de separación por un gran océano, los Estados Unidos podrían también de manera segura, permitirle a China obtener el respeto como una gran potencia, con una esfera de influencia acorde. Si China fuese más allá de la obtención de una esfera de influencia razonable y procurase una expansión imperial al estilo de la del Japón, los Estados Unidos podrían muy bien precisar pergeñar un desafió. Sin embargo, en el presente, existe poca evidencia de un intento chino de tal expansión, la que iría en contra de la reciente historia china. Además, una política estadounidense de coexistencia, en vez de una de neo-contención, podría evitar una catastrófica guerra futura o incluso una conflagración nuclear.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Coexistiendo con una China en auge?
La administración Bush es a menudo culpable de implementar una política exterior temeraria y excesivamente militarista, pero merece un elogio calificado por sus recientes negociaciones con China. Los chinos han solicitado—y los Estados Unidos han aceptado—un dialogo regular en los niveles senior a fin de discutir cuestiones atinentes a la seguridad, a la política, y posiblemente a lo económico. Pero la administración debe ir más allá de meramente realizar encuentros simbólicos para aceptar el auge de China—debe traducir a este respeto recién descubierto en acciones del mundo real.
A diferencia del comportamiento amenazador de la administración Bush hacia países más pequeños, tales como Irak y un Afganistán controlado por el Talibán, el ladrido de la política de la administración Bush hacia una China armada nuclearmente ha excedido siempre su dentellada. El Presidente Bush asumió el cargo y estridentemente etiquetó a China como un “competidor estratégico,” pero luego, unos pocos meses más tarde, esencialmente disculpó y pagó rescate para obtener la devolución de la tripulación y de un avión espía estadounidenses, el que fuera perseguido y averiado por aviones de combate chinos en el espacio aéreo internacional. Subsecuentemente, tras el 11/09, China y los Estados Unidos han estado cooperando más de cerca.
Unas relaciones renovadas entre las dos potencias son un avance muy positivo para la seguridad global. Los encuentros regulares de alto nivel son importantes por dos razones. La primera, porque tales conversaciones suministran un foro para dos potencias nuclearmente armadas a efectos de cortar de raíz a las tensiones o a los problemas antes de que los mismos desemboquen en una crisis. La segunda, y más importante, en razón de que dichos encuentros indican que la superpotencia del status quo tiene respeto por la naciente potencia del este asiático.
Antes de 1914, Gran Bretaña falló en reconocer el flamante prestigio de una Alemania ascendente, un factor que contribuyó a la pavorosa e innecesaria Primera Guerra Mundial. China, con una economía en rápido crecimiento y una enorme población, desea desesperadamente ser reconocida como una gran potencia por parte de los Estados Unidos y el mundo.
Desdichadamente, en las relaciones internacionales, las palabras justamente tienen poco valor y la administración Bush tendrá que seguir con tales encuentros y aplicando modificaciones del mundo real a su política. Como la gran mayoría de las potencias nacientes, China deseará una esfera de influencia regional a fin de aumentar su seguridad. Dada la historia de China de encontrarse dividida por los poderes imperiales, la misma probablemente será implacable en la búsqueda de un límite más amplio a su seguridad. Cualquier movimiento hacia la obtención de esta meta, sin embargo, será visto como una amenaza por el informal e hiper-extendido imperio estadounidense.
De hecho, los Estados Unidos ya se encuentran aplicando una estrategia encubierta de neo-contención a fin de contrarrestar el creciente poderío de China. El gobierno estadounidense ha aumentado su red de bases militares y de alianzas en la zona de Asia que rodea a China. Los Estados Unidos han transferido más activos navales hacia la ya poderosa Flota del Pacífico de los EE.UU., bajo la bandera de combatir el terrorismo, y han abierto aparentemente bases permanentes en Asia central al oeste de China. Los Estados Unidos han también afianzado su alianza militar con Japón, el principal rival de China en el este asiático, y mejorado sus relaciones con la India y con una cada vez más autocrática Rusia—dos naciones que podrían actuar también como contrapesos a una creciente China. Estos desarrollos simplemente amplifican el poder de muchas de las ya existentes instalaciones militares estadounidenses en toda la región, así como también las alianzas formales de los Estados Unidos con Corea del Sur, Australia, Tailandia, y las Filipinas, y las alianzas informales con Singapur y Taiwán.
El estrechamiento de la administración de la alianza informal con Taiwán es uno de los aspectos más espantosos de la política exterior estadounidense—aún más enervante que su invasión de naciones pequeñas y soberanas, tales como Irak. Pese a que los chinos solamente poseen 20 misiles nucleares capaces de impactar contra los Estados Unidos, mientras que Washington tiene miles de ellos que podrían atacar a China, Taiwán sigue siendo una cuestión política emocional para China. En verdad, Taiwán es tan importante para China, que ante una crisis en el Estrecho de Taiwán, no existe garantía alguna de que China retrocederá frente a la superioridad nuclear estadounidense. Mientras que Taiwán debiera ser laureada por incrementar la libertad de su pueblo, el gobierno de los EE.UU. es tonto al arriesgar la seguridad de los ciudadanos estadounidenses (y la de otros alrededor del mundo) en un potencial intercambio nuclear para proteger a la democracia taiwanesa.
A pesar de que China es un estado autocrático, la misma aún tiene intereses de seguridad legítimos. Los Estados Unidos serían inteligentes al demostrar alguna empatía para con esas inquietudes. En los años recientes, a medida que los Estados Unidos se alarmaban con el expandido gasto militar de China, los chinos también se han alarmado con los grandes incrementos en el presupuesto de defensa de los Estados Unidos y con los ataques estadounidenses contra las naciones soberanas de Serbia e Irak. Muchos chinos ven la amenaza de un imperio estadounidense en expansión que apunta a cercar a China y a evitar su legitimo alcance de la condición de gran potencia.
Para disminuir tales percepciones y reducir la posibilidad de un conflicto entre dos naciones que poseen armas nucleares, los Estados Unidos deberían replegar su avanzada militar y su postura aliancista en Asia, incluyendo el repudio de cualquier compromiso implicado para defender a Taiwán. Con grandes cuerpos acuíferos que actúan como fosas y el más formidable arsenal nuclear en el mundo, los Estados Unidos difícilmente precisan un perímetro de seguridad que se extienda a través de todo el Océano Pacífico para protegerse de China. Si los Estados Unidos continúan manteniendo un anticuado imperio al estilo de la Guerra Fría, estarán confinados a generar un conflicto innecesario con las otras potencias, en especial con China.
En vez de emular a las políticas de Gran Bretaña hacia Alemania previas a la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos deberían tomar una página de otro capítulo de la historia británica. A fines de 1800, aunque no sin tensión, los británicos le permitieron pacíficamente a los principiantes Estados Unidos surgir como una gran potencia, sabiendo ambos países que se encontraban protegidos por la extensión del Océano Atlántico que los separaba.
Sacando ventaja de la misma clase de separación por un gran océano, los Estados Unidos podrían también de manera segura, permitirle a China obtener el respeto como una gran potencia, con una esfera de influencia acorde. Si China fuese más allá de la obtención de una esfera de influencia razonable y procurase una expansión imperial al estilo de la del Japón, los Estados Unidos podrían muy bien precisar pergeñar un desafió. Sin embargo, en el presente, existe poca evidencia de un intento chino de tal expansión, la que iría en contra de la reciente historia china. Además, una política estadounidense de coexistencia, en vez de una de neo-contención, podría evitar una catastrófica guerra futura o incluso una conflagración nuclear.
Traducido por Gabriel Gasave
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