La inadecuada planificación gubernamental y la pereza de la respuesta federal al huracán Katrina plantean importantes interrogantes acerca de la calidad de la respuesta del gobierno ante cualquier ataque terrorista catastrófico.
Nueva Orleans enfrenta actualmente severas e innecesarias victimas fatales, refugiados abandonados en condiciones desesperadas, saqueos, desorden, y una caos general. ¿Podría el mismo estrago acontecer tras otro ataque catastrófico convencional al estilo de aquel del 11/09, de un incidente terrorista que involucre a una planta nuclear o química, o incluso de un ataque con armas químicas, biológicas, nucleares o radiológicas? La respuesta es sí.
La planificación gubernamental frente a la ruptura de los diques de Nueva Orleans, un escenario que había sido ampliamente advertido y publicitado por los expertos, fue groseramente inapropiada. También, entre los muchos desaciertos del gobierno estuvo el de un llamado tardío para la evacuación, la que comenzó solamente 24 horas antes de la tormenta, contándose con insuficientes instalaciones para los refugios de emergencia, y el de haber enviando a cerca de un tercio de los efectivos de la Guardia Nacional de Louisiana a Irak, quienes contaban con habilidades, tales como conocimientos de ingeniería, que pudiesen haber sido empleadas en los esfuerzos de ayuda. Docenas de vehículos anfibios de la Guardia de Louisiana, “humvees” (vehículos multipropósito de alta movilidad), re-abastecedores de combustible, y generadores que podrían estar salvando vidas esta semana han sido también enviados al exterior.
Además, la respuesta federal al huracán fue lenta, costando potencialmente muchos decesos innecesarios y resultando en el descenso de Nueva Orleáns a un estado primario similar a aquel visto en las películas de ciencia ficción después de una guerra nuclear. La evidencia más visible de esta apatía federal fue la demora del Presidente Bush en interrumpir sus vacaciones en Texas para regresar a Washington a fin de coordinar las operaciones de alivio. Según el Washington Post, el congresal republicano Charles W. Boustany Jr. de Louisiana se quejó respecto de la velocidad del letargo de la administración Bush para enviar ayuda: “Comencé a realizar llamados y a tratar de causar la impresión sobre la Casa Blanca y otros de que debía hacerse algo.”
Y en eso yace el problema con la respuesta gubernamental a cualquier desastre catastrófico—natural o artificial. Los estados y las localidades realizan su propia planificación de emergencia pero se han vuelto demasiado dependientes de la ayuda del gobierno federal en tales emergencias. Si los gobiernos estaduales y locales esperan que la Agencia Federal de Gestión de las Emergencias (FEMA es su sigla en inglés), la cual reside en la distante capital de la nación, intervendrá después de cualquier desastre, tienen incentivos para invertir menos en la planificación para los desastres y en el desarrollo de las capacidades de ejecutar operaciones post-desastre.
Desafortunadamente, cualquier deterioro de dichos esfuerzos estaduales y locales puede resultar trágico en virtud de que los individuos que viven en el área local, o en sus cercanías, son los que mejor conocen las necesidades y las capacidades allí existentes en cualquier emergencia. Por ejemplo, Nueva Orleans, por debajo del nivel del mar (lo cual requiere diques y bombas) y próxima a un enorme lago, era inigualablemente vulnerable a una huracán, y los expertos y el público local lo sabían. No obstante ello, la planificación estadual y local estuvo claramente retardada por una excesiva confianza en el hombre federal sobre un caballo blanco galopando al rescate. Por ejemplo, los planificadotes de Louisiana estaban esperando fondos federales para reparar los diques que contienen al Lago Pontchartrain, los cuales eventualmente se rompieron e inundaron a la ciudad.
La misma indolencia estadual y local está siendo alentada en los esfuerzos atinentes a la seguridad interior contra los ataques terroristas. Los esfuerzos federales están desplazando y distorsionando a las que podrían ser las más efectivas acciones estaduales y locales. El Departamento de Seguridad Interior, del cual la FEMA es actualmente parte, se encuentra distribuyendo fondos federales—esencialmente revistiendo a un distorsionado conjunto de prioridades federales sobre el manejo único de las necesidades de emergencia de las áreas locales. También, dicho financiamiento federal eleva artificialmente la prioridad entre las agencias de planificación estaduales y locales de responder a la baja probabilidad de ataques terroristas en vez de a la mayor probabilidad de los desastres naturales, como un huracán o una inundación. Además, incluso Michael Chertoff, el Secretario de Seguridad Interior, se ha percatado de que una parte sustancial del financiamiento federal de la seguridad interior dirigido a los estados y a las localidades está siendo asignada basándose en la política, en lugar de en la amenaza que las mismas enfrentan de los terroristas.
Si los esfuerzos federales tanto respecto de la ayuda ante el desastre como de la seguridad interior están creando una no saludable dependencia de parte de los estados y de las localidades y distorsionando las prioridades de aquellos en la primera línea de respuesta ante un desastre, entonces a pesar de lo que contrariamente podríamos pensar, el hecho de recortar el presupuesto para tales actividades federales podría en verdad mejorar los resultados. Sin embargo, después de cualquier crisis, como la de la debacle de Nueva Orleans, los funcionarios federales usualmente sostienen que podrían haber realizado un mejor trabajo si tan solo hubiesen contado con el financiamiento suficiente. El Congreso, bajo una presión política para rectificar los problemas bastamente publicitados, por lo general concede el dinero en efectivo. Por ejemplo, tras el 11/09, se incrementó el financiamiento para las mismas agencias de inteligencia que fracasaron en ver que el ataque se aproximaba. Pero en materia de la ayuda ante un desastre y de la seguridad interior, así como en la de la inteligencia, el fracaso no debería ser recompensado. Eso solamente conduce a más fracasos.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Se repetirá durante un ataque terrorista la pésima respuesta gubernamental ante el huracán Katrina?
La inadecuada planificación gubernamental y la pereza de la respuesta federal al huracán Katrina plantean importantes interrogantes acerca de la calidad de la respuesta del gobierno ante cualquier ataque terrorista catastrófico.
Nueva Orleans enfrenta actualmente severas e innecesarias victimas fatales, refugiados abandonados en condiciones desesperadas, saqueos, desorden, y una caos general. ¿Podría el mismo estrago acontecer tras otro ataque catastrófico convencional al estilo de aquel del 11/09, de un incidente terrorista que involucre a una planta nuclear o química, o incluso de un ataque con armas químicas, biológicas, nucleares o radiológicas? La respuesta es sí.
La planificación gubernamental frente a la ruptura de los diques de Nueva Orleans, un escenario que había sido ampliamente advertido y publicitado por los expertos, fue groseramente inapropiada. También, entre los muchos desaciertos del gobierno estuvo el de un llamado tardío para la evacuación, la que comenzó solamente 24 horas antes de la tormenta, contándose con insuficientes instalaciones para los refugios de emergencia, y el de haber enviando a cerca de un tercio de los efectivos de la Guardia Nacional de Louisiana a Irak, quienes contaban con habilidades, tales como conocimientos de ingeniería, que pudiesen haber sido empleadas en los esfuerzos de ayuda. Docenas de vehículos anfibios de la Guardia de Louisiana, “humvees” (vehículos multipropósito de alta movilidad), re-abastecedores de combustible, y generadores que podrían estar salvando vidas esta semana han sido también enviados al exterior.
Además, la respuesta federal al huracán fue lenta, costando potencialmente muchos decesos innecesarios y resultando en el descenso de Nueva Orleáns a un estado primario similar a aquel visto en las películas de ciencia ficción después de una guerra nuclear. La evidencia más visible de esta apatía federal fue la demora del Presidente Bush en interrumpir sus vacaciones en Texas para regresar a Washington a fin de coordinar las operaciones de alivio. Según el Washington Post, el congresal republicano Charles W. Boustany Jr. de Louisiana se quejó respecto de la velocidad del letargo de la administración Bush para enviar ayuda: “Comencé a realizar llamados y a tratar de causar la impresión sobre la Casa Blanca y otros de que debía hacerse algo.”
Y en eso yace el problema con la respuesta gubernamental a cualquier desastre catastrófico—natural o artificial. Los estados y las localidades realizan su propia planificación de emergencia pero se han vuelto demasiado dependientes de la ayuda del gobierno federal en tales emergencias. Si los gobiernos estaduales y locales esperan que la Agencia Federal de Gestión de las Emergencias (FEMA es su sigla en inglés), la cual reside en la distante capital de la nación, intervendrá después de cualquier desastre, tienen incentivos para invertir menos en la planificación para los desastres y en el desarrollo de las capacidades de ejecutar operaciones post-desastre.
Desafortunadamente, cualquier deterioro de dichos esfuerzos estaduales y locales puede resultar trágico en virtud de que los individuos que viven en el área local, o en sus cercanías, son los que mejor conocen las necesidades y las capacidades allí existentes en cualquier emergencia. Por ejemplo, Nueva Orleans, por debajo del nivel del mar (lo cual requiere diques y bombas) y próxima a un enorme lago, era inigualablemente vulnerable a una huracán, y los expertos y el público local lo sabían. No obstante ello, la planificación estadual y local estuvo claramente retardada por una excesiva confianza en el hombre federal sobre un caballo blanco galopando al rescate. Por ejemplo, los planificadotes de Louisiana estaban esperando fondos federales para reparar los diques que contienen al Lago Pontchartrain, los cuales eventualmente se rompieron e inundaron a la ciudad.
La misma indolencia estadual y local está siendo alentada en los esfuerzos atinentes a la seguridad interior contra los ataques terroristas. Los esfuerzos federales están desplazando y distorsionando a las que podrían ser las más efectivas acciones estaduales y locales. El Departamento de Seguridad Interior, del cual la FEMA es actualmente parte, se encuentra distribuyendo fondos federales—esencialmente revistiendo a un distorsionado conjunto de prioridades federales sobre el manejo único de las necesidades de emergencia de las áreas locales. También, dicho financiamiento federal eleva artificialmente la prioridad entre las agencias de planificación estaduales y locales de responder a la baja probabilidad de ataques terroristas en vez de a la mayor probabilidad de los desastres naturales, como un huracán o una inundación. Además, incluso Michael Chertoff, el Secretario de Seguridad Interior, se ha percatado de que una parte sustancial del financiamiento federal de la seguridad interior dirigido a los estados y a las localidades está siendo asignada basándose en la política, en lugar de en la amenaza que las mismas enfrentan de los terroristas.
Si los esfuerzos federales tanto respecto de la ayuda ante el desastre como de la seguridad interior están creando una no saludable dependencia de parte de los estados y de las localidades y distorsionando las prioridades de aquellos en la primera línea de respuesta ante un desastre, entonces a pesar de lo que contrariamente podríamos pensar, el hecho de recortar el presupuesto para tales actividades federales podría en verdad mejorar los resultados. Sin embargo, después de cualquier crisis, como la de la debacle de Nueva Orleans, los funcionarios federales usualmente sostienen que podrían haber realizado un mejor trabajo si tan solo hubiesen contado con el financiamiento suficiente. El Congreso, bajo una presión política para rectificar los problemas bastamente publicitados, por lo general concede el dinero en efectivo. Por ejemplo, tras el 11/09, se incrementó el financiamiento para las mismas agencias de inteligencia que fracasaron en ver que el ataque se aproximaba. Pero en materia de la ayuda ante un desastre y de la seguridad interior, así como en la de la inteligencia, el fracaso no debería ser recompensado. Eso solamente conduce a más fracasos.
Traducido por Gabriel Gasave
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