Muchos lectores estarán familiarizados con la frase “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos,” pronunciada por el dictador Porfirio Díaz a comienzos del siglo 20. El más reciente sondeo a propósito de las actitudes y los valores prevalecientes en el hemisferio, llevado a cabo por Latinobarómetro, una prestigiosa organización, indica que los latinoamericanos están actualmente muchos más cerca de Dios y más alejados de los Estados Unidos que en la época de Porfirio Díaz.
Ha habido una gradual erosión del respaldo a la Iglesia Católica en América Latina. En lugar de un distanciamiento con respecto a la religión, lo que se comprueba es la consolidación de un fenómeno que ha estado aconteciendo silenciosamente durante varios años: el auge de las iglesias evangélicas. Un abrumador 85 por ciento de la población de América Latina se declara religioso. La novedad es que el 15 por ciento de la población se declara ahora protestante en lugar de católica.
El segundo hallazgo importante tiene que ver con las actitudes respecto a los Estados Unidos. Alrededor del 40 por ciento de los latinoamericanos tienen una opinión favorable de los EE.UU., una cifra mucho más pequeña que la de hace diez años. En Argentina, Venezuela, Uruguay, y Bolivia, la cifra es más baja. Pese a la circunstancia de que más latinoamericanos que nunca desean emigrar a los Estados Unidos (se calcula que un millón de inmigrantes ilegales llegaron al país el pasado año) y de que muchas familias dependen de las remesas de efectivo de los emigrantes radicados en los EE.UU., una mayoría de latinoamericanos continúa viendo a su vecino del norte con sospecha.
Hay una sutil conexión entre estos dos descubrimientos que merece ser destacada.
El espectacular crecimiento del protestantismo en países como Brasil, Guatemala, Perú y, en menor grado, México, es una de las formas en que los latinoamericanos de a pie se han rebelado contra el poder centralizado. A diferencia de la Iglesia Católica, que siempre ha estado asociada con el status quo, los distintos cultos evangélicos que han ganado fuerza entre los pobres expresan una forma de religión más flexible y descentralizada, y menos jerárquica. Y, lo que es más importante aún, la Iglesia Católica es percibida como una institución vinculada a las elites. Dado que solamente un cuarto de quienes respondieron al sondeo afirman que en sus países los ciudadanos son iguales ante la ley, no sorprende que una institución que es percibida como parte de un sistema discriminatorio esté perdiendo apoyo a favor de grupos religiosos que han penetrado los barrios más humildes con un mensaje de sublevación espiritual en contra del status quo, enfatizando el esfuerzo propio y la cooperación social como sustitutos de la acción estatal.
¿Cómo se relaciona esto con el continuo escepticismo hacia los Estados Unidos? Cuando la gente responde a las encuestas, tienden a asociar a “los Estados Unidos” con el gobierno estadounidense en vez de con un conjunto de valores. La cuestión interesante es la de por qué el crecimiento de alternativas espirituales al catolicismo en toda América Latina coincide con una desconfianza, entre grandes sectores de la población, respecto de los EE.UU.. Las explicaciones obvias tienen que ver con la política exterior intervensionista de Washington, la retórica anti-estadounidense de ciertos dirigentes, y el tono severo de algunos representantes estadounidenses que visitan a América Latina, incluidos los oficiales militares y los diplomáticos. Aunque no cabe duda de que en un país como México todavía supura la herida del humillante tratado Hidalgo-Guadalupe de 1848 por el cual ese país perdió territorio a manos de los Estados Unidos, y de que líderes como Hugo Chávez y los “peronistas” en Argentina estimulan el sentimiento anti-estadounidense en la región, me permitiría sugerir una razón más importante a tomar en cuenta.
Entre muchos latinoamericanos, existe la percepción de que los Estados Unidos se encuentran aliados de un modo demasiado cercano con los grupos de la elite política y empresarial. Estos son los mismos grupos contra los cuales los ciudadanos latinoamericanos comunes llevan décadas rebelándose, de muchas formas: pasándose a una iglesia distinta, apoyando “outsiders” en diversas elecciones presidenciales en contra de los partidos tradicionales o sustituyendo los servicios estatales en sus barrios. Algunos latinoamericanos perciben a los Estados Unidos como otro pilar—al igual que la Iglesia Católica, los partidos tradicionales, o los militares—del sistema prevaleciente. A pesar de que nada en la encuesta conecta de manera específica ambos asuntos, hay una interesante consonancia entre el nivel de insatisfacción con las principales instituciones oficiales en varios países latinoamericanos y el nivel de escepticismo hacia los Estados Unidos.
Comprender por qué esto es así no es nada del otro mundo. Para los latinoamericanos de a pie, la obvia atracción de los Estados Unidos como tierra de oportunidades se ve algo ensombrecida por el rostro más inmediato de los EE.UU. en la región: el de los distintos representantes que tienden a asociarse con los gobiernos vigentes, practicantes del amiguismo (a excepción de casos extremos como el de Chávez en Venezuela). Existe, además, una percepción muy vaga de quién constituye un “representante estadounidense” debido a que, en la imaginación popular, esa noción incluye a los frecuentes visitantes del Fondo Monetario Internacional ¡aun si no son ciudadanos estadounidenses!
¿Cómo se hace para rectificar esto? Aparte del modo obvio—prestando menos apoyo a las medidas que parecieran reforzar el sistema basado en la discriminación legal entre aquellos que se encuentran próximos al Estado y aquellos que no lo están, se me ocurre sólo un camino: un masivo incremento de los intercambios que no se realizan a través de las instituciones oficiales. En otras palabras, una mayor comunicación entre las sociedades civiles en vez de entre los gobiernos o las entidades percibidas como pilares del status quo.
Cómo ven los latinoamericanos a los Estados Unidos
Muchos lectores estarán familiarizados con la frase “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos,” pronunciada por el dictador Porfirio Díaz a comienzos del siglo 20. El más reciente sondeo a propósito de las actitudes y los valores prevalecientes en el hemisferio, llevado a cabo por Latinobarómetro, una prestigiosa organización, indica que los latinoamericanos están actualmente muchos más cerca de Dios y más alejados de los Estados Unidos que en la época de Porfirio Díaz.
Ha habido una gradual erosión del respaldo a la Iglesia Católica en América Latina. En lugar de un distanciamiento con respecto a la religión, lo que se comprueba es la consolidación de un fenómeno que ha estado aconteciendo silenciosamente durante varios años: el auge de las iglesias evangélicas. Un abrumador 85 por ciento de la población de América Latina se declara religioso. La novedad es que el 15 por ciento de la población se declara ahora protestante en lugar de católica.
El segundo hallazgo importante tiene que ver con las actitudes respecto a los Estados Unidos. Alrededor del 40 por ciento de los latinoamericanos tienen una opinión favorable de los EE.UU., una cifra mucho más pequeña que la de hace diez años. En Argentina, Venezuela, Uruguay, y Bolivia, la cifra es más baja. Pese a la circunstancia de que más latinoamericanos que nunca desean emigrar a los Estados Unidos (se calcula que un millón de inmigrantes ilegales llegaron al país el pasado año) y de que muchas familias dependen de las remesas de efectivo de los emigrantes radicados en los EE.UU., una mayoría de latinoamericanos continúa viendo a su vecino del norte con sospecha.
Hay una sutil conexión entre estos dos descubrimientos que merece ser destacada.
El espectacular crecimiento del protestantismo en países como Brasil, Guatemala, Perú y, en menor grado, México, es una de las formas en que los latinoamericanos de a pie se han rebelado contra el poder centralizado. A diferencia de la Iglesia Católica, que siempre ha estado asociada con el status quo, los distintos cultos evangélicos que han ganado fuerza entre los pobres expresan una forma de religión más flexible y descentralizada, y menos jerárquica. Y, lo que es más importante aún, la Iglesia Católica es percibida como una institución vinculada a las elites. Dado que solamente un cuarto de quienes respondieron al sondeo afirman que en sus países los ciudadanos son iguales ante la ley, no sorprende que una institución que es percibida como parte de un sistema discriminatorio esté perdiendo apoyo a favor de grupos religiosos que han penetrado los barrios más humildes con un mensaje de sublevación espiritual en contra del status quo, enfatizando el esfuerzo propio y la cooperación social como sustitutos de la acción estatal.
¿Cómo se relaciona esto con el continuo escepticismo hacia los Estados Unidos? Cuando la gente responde a las encuestas, tienden a asociar a “los Estados Unidos” con el gobierno estadounidense en vez de con un conjunto de valores. La cuestión interesante es la de por qué el crecimiento de alternativas espirituales al catolicismo en toda América Latina coincide con una desconfianza, entre grandes sectores de la población, respecto de los EE.UU.. Las explicaciones obvias tienen que ver con la política exterior intervensionista de Washington, la retórica anti-estadounidense de ciertos dirigentes, y el tono severo de algunos representantes estadounidenses que visitan a América Latina, incluidos los oficiales militares y los diplomáticos. Aunque no cabe duda de que en un país como México todavía supura la herida del humillante tratado Hidalgo-Guadalupe de 1848 por el cual ese país perdió territorio a manos de los Estados Unidos, y de que líderes como Hugo Chávez y los “peronistas” en Argentina estimulan el sentimiento anti-estadounidense en la región, me permitiría sugerir una razón más importante a tomar en cuenta.
Entre muchos latinoamericanos, existe la percepción de que los Estados Unidos se encuentran aliados de un modo demasiado cercano con los grupos de la elite política y empresarial. Estos son los mismos grupos contra los cuales los ciudadanos latinoamericanos comunes llevan décadas rebelándose, de muchas formas: pasándose a una iglesia distinta, apoyando “outsiders” en diversas elecciones presidenciales en contra de los partidos tradicionales o sustituyendo los servicios estatales en sus barrios. Algunos latinoamericanos perciben a los Estados Unidos como otro pilar—al igual que la Iglesia Católica, los partidos tradicionales, o los militares—del sistema prevaleciente. A pesar de que nada en la encuesta conecta de manera específica ambos asuntos, hay una interesante consonancia entre el nivel de insatisfacción con las principales instituciones oficiales en varios países latinoamericanos y el nivel de escepticismo hacia los Estados Unidos.
Comprender por qué esto es así no es nada del otro mundo. Para los latinoamericanos de a pie, la obvia atracción de los Estados Unidos como tierra de oportunidades se ve algo ensombrecida por el rostro más inmediato de los EE.UU. en la región: el de los distintos representantes que tienden a asociarse con los gobiernos vigentes, practicantes del amiguismo (a excepción de casos extremos como el de Chávez en Venezuela). Existe, además, una percepción muy vaga de quién constituye un “representante estadounidense” debido a que, en la imaginación popular, esa noción incluye a los frecuentes visitantes del Fondo Monetario Internacional ¡aun si no son ciudadanos estadounidenses!
¿Cómo se hace para rectificar esto? Aparte del modo obvio—prestando menos apoyo a las medidas que parecieran reforzar el sistema basado en la discriminación legal entre aquellos que se encuentran próximos al Estado y aquellos que no lo están, se me ocurre sólo un camino: un masivo incremento de los intercambios que no se realizan a través de las instituciones oficiales. En otras palabras, una mayor comunicación entre las sociedades civiles en vez de entre los gobiernos o las entidades percibidas como pilares del status quo.
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