El presidente francés Jacques Chirac rechazó por “absolutamente absurda” la idea de que su país se haya vuelto recientemente más proteccionista. En verdad, Francia es tan proteccionista como lo ha sido siempre. Hace apenas unos meses el Presidente Chirac, junto con el Primer Ministro Dominique De Villepin, enumeraron las diez “industrias estratégicas” que merecen protección contra la adquisición por parte de otras firmas extranjeras. Las diez industrias son la seguridad privada, la fabricación de armamentos, la biotecnología, los laboratorios farmacéuticos que producen antídotos, la energía nuclear, la criptología, la seguridad informática, los contratos de defensa, la intercepción de las comunicaciones, y los casinos.
Siguiendo un rumor de que PepsiCo Inc. podría considerar efectuar una oferta por el grupo Danone con sede en París, el mayor fabricante de yogurt del mundo, el Sr. Chirac aclaró que las empresas productoras de yogurt deberían ser consideradas también una industria estratégica. Del mismo modo, la empresa suiza Novartis AG fue calurosamente invitada a no realizar una oferta por la firma francesa Sanofi-Synthelabo SA.
Por lo tanto, no hay en verdad nada de novedoso en la historia de la anunciada fusión entre la empresa estatal Gaz de France (que controla más de tres cuartas partes del mercado) y la multiservicios Suez. La fusión está dirigida a evitar una oferta de adquisición hostil por parte de la compañía italiana Enel. Mientras que esta operación puede estar perfectamente justificada en base a argumentos industriales, el proyecto fue revelado durante una conferencia de prensa convocada por los directivos de las dos empresas junto con el Sr. De Villepin y el ministro de finanzas Thierry Breton. Irónicamente, la unión empresarial requerirá una modificación en la ley francesa que ordena que el gobierno posea al menos el 70 % de Gaz de France. La misma bien podría tratarse del primer caso de una “neo-nacionalización mediante la privatización”, lo que nos dice algo acerca de que el sector privado francés es en realidad más francés que privado.
Sin embargo el problema no es solamente que los franceses protegerán a sus campeones nacionales a expensas de los consumidores—o más bien de los contribuyentes, dado que parte de sus facturas de electricidad y gas son pagadas con ingresos fiscales generales. El verdadero problema es que en virtud de que Francia es un fuerte jugador en la arena europea, está sentando un precedente que ya está siendo seguido por muchos otros. Por ejemplo, la resistencia de España a que la empresa alemana E.On realice una oferta por la firma Endesa, los esfuerzos de Luxemburgo para frenar la adquisición por parte de Mittal Steel Co. de Arcelor SA, y el veto de Polonia a la fusión de las subsidiarias del banco italiano Unicredit.
El proteccionismo está ganando terreno incluso en estados miembros como Italia como una reacción contra Francia–los principales políticos de la izquierda y la derecha han venido reclamando una represalia contra las empresas francesas. Como resultado de ello, la voz de la Comisión Europea (la rama ejecutiva de la Unión Europea) está debilitándose, especialmente si usted considera que el Comisionado de Energía Andris Piebalgs proviene de Latvia, un país cuya influencia es mucho menor que la de Francia, y que el Comisionado de Competencia Neelie Kroes posiblemente no pueda desafiar cada avance proteccionista. Claramente, el sueño europeo de un mercado único no es probable que se cumpla en el corto plazo.
La teoría subyacente a esta nueva ola de avances proteccionistas es la de que un país precisa proteger a sus “campeones” nacionales (tal como llaman a sus industrias líderes) a efectos de preservar su independencia. No obstante, el de la independencia es un concepto cuestionable en lo que le concierne a la economía: la única manera de ser realmente independiente es mediante una dramática reducción de las importaciones. El interrogante que se plantea es: ¿por qué necesita un país importar ciertos bienes? La respuesta es que no son los países sino los individuos los que eligen adquirir bienes extranjeros en vez de los nacionales. Lo hacen en razón de que los bienes extranjeros son más baratos, o de mejor calidad, que los nacionales. Así, al comprar bienes extranjeros los consumidores sienten que están mejor. De modo similar, las decisiones políticas para limitar las importaciones o para evitar las compras de empresas por parte de firmas foráneas (un especie de limite a la importación de capital extranjero) se traduce en más costos, o en menos oportunidades, para los consumidores internos. En otras palabras, el proteccionismo es un impuesto con distinto nombre.
El proteccionismo proporciona un espacio abierto para la búsqueda de renta. Un medio ambiente así de anticompetitivo no es bueno para los consumidores, los empleados, y los accionistas, quienes resultan respectivamente impedidos de adquirir los mejores productos, trabajar para las empresas más eficientes y confiables, y obtener el valor más alto por sus inversiones.
En el sector energético, el proteccionismo es incluso más prejudicial debido a que, dada la naturaleza de capital-intensivo de las inversiones, las empresas precisan ser grandes y saludables, y no adictas al dinero público ni a la protección estatal. La energía es un “commodity” esencial para la sociedad moderna. La creación de un mercado único verdaderamente liberalizado es por lo tanto la precondición necesaria para que el Viejo Continente empiece nuevamente a crecer. La opción que los líderes europeos están llamados a realizar no es un mero tecnicismo. Tiene que ver con nuestro futuro común como un región rica.
El proteccionismo matará a Europa
El presidente francés Jacques Chirac rechazó por “absolutamente absurda” la idea de que su país se haya vuelto recientemente más proteccionista. En verdad, Francia es tan proteccionista como lo ha sido siempre. Hace apenas unos meses el Presidente Chirac, junto con el Primer Ministro Dominique De Villepin, enumeraron las diez “industrias estratégicas” que merecen protección contra la adquisición por parte de otras firmas extranjeras. Las diez industrias son la seguridad privada, la fabricación de armamentos, la biotecnología, los laboratorios farmacéuticos que producen antídotos, la energía nuclear, la criptología, la seguridad informática, los contratos de defensa, la intercepción de las comunicaciones, y los casinos.
Siguiendo un rumor de que PepsiCo Inc. podría considerar efectuar una oferta por el grupo Danone con sede en París, el mayor fabricante de yogurt del mundo, el Sr. Chirac aclaró que las empresas productoras de yogurt deberían ser consideradas también una industria estratégica. Del mismo modo, la empresa suiza Novartis AG fue calurosamente invitada a no realizar una oferta por la firma francesa Sanofi-Synthelabo SA.
Por lo tanto, no hay en verdad nada de novedoso en la historia de la anunciada fusión entre la empresa estatal Gaz de France (que controla más de tres cuartas partes del mercado) y la multiservicios Suez. La fusión está dirigida a evitar una oferta de adquisición hostil por parte de la compañía italiana Enel. Mientras que esta operación puede estar perfectamente justificada en base a argumentos industriales, el proyecto fue revelado durante una conferencia de prensa convocada por los directivos de las dos empresas junto con el Sr. De Villepin y el ministro de finanzas Thierry Breton. Irónicamente, la unión empresarial requerirá una modificación en la ley francesa que ordena que el gobierno posea al menos el 70 % de Gaz de France. La misma bien podría tratarse del primer caso de una “neo-nacionalización mediante la privatización”, lo que nos dice algo acerca de que el sector privado francés es en realidad más francés que privado.
Sin embargo el problema no es solamente que los franceses protegerán a sus campeones nacionales a expensas de los consumidores—o más bien de los contribuyentes, dado que parte de sus facturas de electricidad y gas son pagadas con ingresos fiscales generales. El verdadero problema es que en virtud de que Francia es un fuerte jugador en la arena europea, está sentando un precedente que ya está siendo seguido por muchos otros. Por ejemplo, la resistencia de España a que la empresa alemana E.On realice una oferta por la firma Endesa, los esfuerzos de Luxemburgo para frenar la adquisición por parte de Mittal Steel Co. de Arcelor SA, y el veto de Polonia a la fusión de las subsidiarias del banco italiano Unicredit.
El proteccionismo está ganando terreno incluso en estados miembros como Italia como una reacción contra Francia–los principales políticos de la izquierda y la derecha han venido reclamando una represalia contra las empresas francesas. Como resultado de ello, la voz de la Comisión Europea (la rama ejecutiva de la Unión Europea) está debilitándose, especialmente si usted considera que el Comisionado de Energía Andris Piebalgs proviene de Latvia, un país cuya influencia es mucho menor que la de Francia, y que el Comisionado de Competencia Neelie Kroes posiblemente no pueda desafiar cada avance proteccionista. Claramente, el sueño europeo de un mercado único no es probable que se cumpla en el corto plazo.
La teoría subyacente a esta nueva ola de avances proteccionistas es la de que un país precisa proteger a sus “campeones” nacionales (tal como llaman a sus industrias líderes) a efectos de preservar su independencia. No obstante, el de la independencia es un concepto cuestionable en lo que le concierne a la economía: la única manera de ser realmente independiente es mediante una dramática reducción de las importaciones. El interrogante que se plantea es: ¿por qué necesita un país importar ciertos bienes? La respuesta es que no son los países sino los individuos los que eligen adquirir bienes extranjeros en vez de los nacionales. Lo hacen en razón de que los bienes extranjeros son más baratos, o de mejor calidad, que los nacionales. Así, al comprar bienes extranjeros los consumidores sienten que están mejor. De modo similar, las decisiones políticas para limitar las importaciones o para evitar las compras de empresas por parte de firmas foráneas (un especie de limite a la importación de capital extranjero) se traduce en más costos, o en menos oportunidades, para los consumidores internos. En otras palabras, el proteccionismo es un impuesto con distinto nombre.
El proteccionismo proporciona un espacio abierto para la búsqueda de renta. Un medio ambiente así de anticompetitivo no es bueno para los consumidores, los empleados, y los accionistas, quienes resultan respectivamente impedidos de adquirir los mejores productos, trabajar para las empresas más eficientes y confiables, y obtener el valor más alto por sus inversiones.
En el sector energético, el proteccionismo es incluso más prejudicial debido a que, dada la naturaleza de capital-intensivo de las inversiones, las empresas precisan ser grandes y saludables, y no adictas al dinero público ni a la protección estatal. La energía es un “commodity” esencial para la sociedad moderna. La creación de un mercado único verdaderamente liberalizado es por lo tanto la precondición necesaria para que el Viejo Continente empiece nuevamente a crecer. La opción que los líderes europeos están llamados a realizar no es un mero tecnicismo. Tiene que ver con nuestro futuro común como un región rica.
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