Recientemente The London Review of Books publicó un artículo de los profesores John Mearsheimer de la University of Chicago y Stephen Walt de la Kennedy School of Government de Harvard, acerca del impacto negativo del lobby de Israel sobre los intereses estadounidenses tanto en los planos interno como internacional. El esperado tsunami de rabiosas respuestas condenó al informe, denigró a sus autores, y negó la existencia de dicho lobby—comprobando de ese modo tanto la existencia del “lobby” como su presencia agresiva y penetrante y obligando a Harvard a quitar su nombre del trabajo.
Todas las democracias tienen “lobbies”. La aguda insistencia de que ningún grupo promociona a Israel es absurda. Las opiniones difieren respecto de los costos y beneficios en el largo plazo para ambas naciones, pero los puntos de vista del lobby de los intereses de Israel se han convertido en el fundamento de las políticas de los Estados Unidos en el Medio Oriente. La circunstancia de que esta influencia es mayormente el resultado de los esfuerzos de personas decididas a ejercitar sus prerrogativas democráticas no es algo para discutir—ni para desafiar.
Sin embargo, el peligroso e inaceptable resultado de la práctica de ese lobby, es el sofocamiento del debate público. Conociendo las salvajes reacciones negativas a los informes veraces y detallados de las controversias que atañen a Israel, los medios de comunicación fallan en cubrir las violaciones por parte de Israel de todos los principios que los Estados Unidos—e Israel—ruidosamente proclaman defender. Existe tan solo una cobertura rara y escasa de los masivos castigos israelíes actuales, las demoliciones de viviendas, los asentamientos ilegales, los asesinatos, la brutalidad de los colonos, los toques de queda y las golpizas. Por otra parte, la ciega furia palestina generada por décadas de recibir una humillante y violenta supresión en su patria es informada en espeluznante y sangriento detalle.
La eficacia del lobby en control fue ilustrada dos años atrás. Tanto el gobierno como los medios condenaron a China cuando arrestó, y acusó de espionaje, a un ciudadano chino residente en los EE.UU. que se encontraba visitando aquel país. Ni el gobierno estadounidense ni los medios han protestado jamás—ni nunca han tan siquiera mencionado—los múltiples arrestos y prolongadas detenciones por parte de Israel de ciudadanos estadounidenses desde hace ya largo tiempo, sin que medien acusaciones en su contra y sin ser sometidos a juicio. En septiembre de 2000, la CNN entrevistó a cuatro estadounidenses que habían sido torturados, el único informe en esta historia autoritaria, y desde entonces la cadena ha sido obligada a negarse a vender las grabaciones de ese segmento noticioso, intitulado “Estadounidenses maltratados en cárceles israelíes”. Los Estados Unidos hubiesen sido plenamente informados si algún otro país hubiese cometido estos actos.
El lobby recientemente bloqueó también la puesta en escena en Nueva York de una obra, tras su exitoso paso por Londres, basada en los discursos de la activista por la paz Rachel Corrie. Ella fue aplastada por una topadora Caterpillar blindada mientras intentaba evitar la demolición de una vivienda palestina en Gaza. El conductor falló en advertir su chaleco naranja resplandeciente, su casco de protección amarillo y su megáfono eléctrico.
Ningún estadounidense racional desea que algo malo les suceda a los israelíes, a los palestinos o a los estadounidenses. Pero esas cosas han ocurrido, están ocurriendo, y seguirán pasando. Las acciones de Israel a menudo involucran violaciones de los derechos humanos, el derecho internacional, y las resoluciones de la ONU, emprendidas a expensas de una Palestina desamparada y embrutecida, negándole de esta forma a Israel la paz, la seguridad, y el apoyo internacional. Peor aún, las mismas llevan a reacciones violentas, las que generalmente se encuentran reconocidas por la Carta de las Naciones Unidas como resistencia legítima a la ocupación.
Las acciones israelíes también generan antisemitismo, la propia calificación que el lobby utiliza para intimidar en silencio a cualquiera en los Estados Unidos que cuestione las relaciones con Israel y sus políticas expansionistas. Esto obstaculiza eficazmente la amplia comprensión pública de que los intereses de Israel y los Estados Unidos, los que a veces guardan concordancia, y otras veces son claramente divergentes. De mayor y enteramente justificable preocupación, el lobby ha sido exitoso en presionar a las sucesivas administraciones para que incurran en acciones y declaraciones evidentemente contrarias a los anunciados principios estadounidenses y al progreso de los objetivos de los Estados Unidos.
Como la única nación que de manera irrestricta le provee a Israel vastas sumas de dinero, armamentos y resuelta protección política, los Estados Unidos son percibidos como el proveedor fundamental durante los 40 años de ocupación y opresión. Los masivos y crecientes costos políticos, económicos y humanos, de continuar esa relación cercana ameritan el cocimiento, la discusión y el debate público. El lobby de Israel lo evita, tal como Mearsheimer y Walt lo han documentado cuidadosamente.
Por supuesto que existe un lobby de Israel
Recientemente The London Review of Books publicó un artículo de los profesores John Mearsheimer de la University of Chicago y Stephen Walt de la Kennedy School of Government de Harvard, acerca del impacto negativo del lobby de Israel sobre los intereses estadounidenses tanto en los planos interno como internacional. El esperado tsunami de rabiosas respuestas condenó al informe, denigró a sus autores, y negó la existencia de dicho lobby—comprobando de ese modo tanto la existencia del “lobby” como su presencia agresiva y penetrante y obligando a Harvard a quitar su nombre del trabajo.
Todas las democracias tienen “lobbies”. La aguda insistencia de que ningún grupo promociona a Israel es absurda. Las opiniones difieren respecto de los costos y beneficios en el largo plazo para ambas naciones, pero los puntos de vista del lobby de los intereses de Israel se han convertido en el fundamento de las políticas de los Estados Unidos en el Medio Oriente. La circunstancia de que esta influencia es mayormente el resultado de los esfuerzos de personas decididas a ejercitar sus prerrogativas democráticas no es algo para discutir—ni para desafiar.
Sin embargo, el peligroso e inaceptable resultado de la práctica de ese lobby, es el sofocamiento del debate público. Conociendo las salvajes reacciones negativas a los informes veraces y detallados de las controversias que atañen a Israel, los medios de comunicación fallan en cubrir las violaciones por parte de Israel de todos los principios que los Estados Unidos—e Israel—ruidosamente proclaman defender. Existe tan solo una cobertura rara y escasa de los masivos castigos israelíes actuales, las demoliciones de viviendas, los asentamientos ilegales, los asesinatos, la brutalidad de los colonos, los toques de queda y las golpizas. Por otra parte, la ciega furia palestina generada por décadas de recibir una humillante y violenta supresión en su patria es informada en espeluznante y sangriento detalle.
La eficacia del lobby en control fue ilustrada dos años atrás. Tanto el gobierno como los medios condenaron a China cuando arrestó, y acusó de espionaje, a un ciudadano chino residente en los EE.UU. que se encontraba visitando aquel país. Ni el gobierno estadounidense ni los medios han protestado jamás—ni nunca han tan siquiera mencionado—los múltiples arrestos y prolongadas detenciones por parte de Israel de ciudadanos estadounidenses desde hace ya largo tiempo, sin que medien acusaciones en su contra y sin ser sometidos a juicio. En septiembre de 2000, la CNN entrevistó a cuatro estadounidenses que habían sido torturados, el único informe en esta historia autoritaria, y desde entonces la cadena ha sido obligada a negarse a vender las grabaciones de ese segmento noticioso, intitulado “Estadounidenses maltratados en cárceles israelíes”. Los Estados Unidos hubiesen sido plenamente informados si algún otro país hubiese cometido estos actos.
El lobby recientemente bloqueó también la puesta en escena en Nueva York de una obra, tras su exitoso paso por Londres, basada en los discursos de la activista por la paz Rachel Corrie. Ella fue aplastada por una topadora Caterpillar blindada mientras intentaba evitar la demolición de una vivienda palestina en Gaza. El conductor falló en advertir su chaleco naranja resplandeciente, su casco de protección amarillo y su megáfono eléctrico.
Ningún estadounidense racional desea que algo malo les suceda a los israelíes, a los palestinos o a los estadounidenses. Pero esas cosas han ocurrido, están ocurriendo, y seguirán pasando. Las acciones de Israel a menudo involucran violaciones de los derechos humanos, el derecho internacional, y las resoluciones de la ONU, emprendidas a expensas de una Palestina desamparada y embrutecida, negándole de esta forma a Israel la paz, la seguridad, y el apoyo internacional. Peor aún, las mismas llevan a reacciones violentas, las que generalmente se encuentran reconocidas por la Carta de las Naciones Unidas como resistencia legítima a la ocupación.
Las acciones israelíes también generan antisemitismo, la propia calificación que el lobby utiliza para intimidar en silencio a cualquiera en los Estados Unidos que cuestione las relaciones con Israel y sus políticas expansionistas. Esto obstaculiza eficazmente la amplia comprensión pública de que los intereses de Israel y los Estados Unidos, los que a veces guardan concordancia, y otras veces son claramente divergentes. De mayor y enteramente justificable preocupación, el lobby ha sido exitoso en presionar a las sucesivas administraciones para que incurran en acciones y declaraciones evidentemente contrarias a los anunciados principios estadounidenses y al progreso de los objetivos de los Estados Unidos.
Como la única nación que de manera irrestricta le provee a Israel vastas sumas de dinero, armamentos y resuelta protección política, los Estados Unidos son percibidos como el proveedor fundamental durante los 40 años de ocupación y opresión. Los masivos y crecientes costos políticos, económicos y humanos, de continuar esa relación cercana ameritan el cocimiento, la discusión y el debate público. El lobby de Israel lo evita, tal como Mearsheimer y Walt lo han documentado cuidadosamente.
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