Nicaragua, de cabeza

8 de noviembre, 2006

Ciudad de Guatemala—Hace medio siglo, el renombrado escritor francés André Malraux afirmó: “Qué extraña época, dirán de la nuestra los historiadores del porvenir, en la que la derecha no era la derecha, la izquierda no era la izquierda y el centro no estaba en el medio”. La frase describe a la Nicaragua de hoy: las elecciones presidenciales del pasado domingo, que Daniel Ortega parece haber ganado en primera vuelta, confirman que el país está patas arriba.

Hace más de seis años, el presidente Arnoldo Alemán y el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) arruinaron la transición de Nicaragua al Estado de Derecho tras sellar un infame acuerdo con los sandinistas, arrojados del poder por los electores en 1990, que les otorgaba un virtual control de las instituciones medulares. El reparto del poder conocido como “El Pacto” garantizó la impunidad para Alemán y su corrupta administración y permitió a Daniel Ortega resurgir de las cenizas, proporcionándole los medios para ejercer un dominio político sobre varios segmentos de la población.

Después, el revolucionario marxista pasó a ser un travesti político, poniéndose un atuendo cristiano. El año pasado Ortega se casó con su compañera de larga data en una ceremonia religiosa presidida por el Cardenal y este año instruyó a sus legisladores para que voten a favor de una ley que prohíbe el aborto aún en los casos en que el embarazo pone en riesgo la vida de la madre. ¿El resultado? La victoria en la primera ronda electoral el domingo pasado.

En virtud del “Pacto”, los sandinistas obtuvieron el control del poder judicial y protegieron a Daniel Ortega de las denuncias de su hijastra, Zoilamérica Narváez, que lo ha acusado de haber abusado sexualmente de ella durante su adolescencia (recuerdo haberme conmovido profundamente cuando me contó en detalle su dolorosa historia a fines de la década del 90). Este comercio político de índole mafiosa garantizó también que la “Piñata”, la tristemente célebre distribución de los activos gubernamentales y la propiedad confiscada entre los dirigentes sandinistas tras su derrota en las elecciones de 1990 a manos de Violeta Chamorro, no sería revisada. Como parte del festín voraz que birló a los nicaragüenses cientos de millones de dólares, Daniel Ortega se mudó una casa de $1 millón de dólares expropiada al empresario y ex “contra” Jaime Morales (quien, confirmando que todo está patas arriba en Nicaragua, fue compañero de fórmula de Ortega en estos comicios.)

El dominio del “Pacto” sobre las instituciones de Nicaragua es tan férreo que el gobierno de Enrique Bolaños, el Presidente saliente que trató de combatir la corrupción después de su elección en 2001, quedó reducido prácticamente a la impotencia durante los últimos cinco años.

El resultado de esta transición torcida puede medirse en varios niveles. Según un largo estudio realizado por el periodista de investigación Jorge Loáisiga, en los últimos quince años el gobierno ha gastado más de mil cien millones de dólares en bonos de compensación abonados a distintos tipos de reclamantes y otros 500 millones en el establecimiento de estructuras burocráticas dedicadas a lidiar con las laberínticas disputas en torno a los derechos de propiedad generadas por la confiscación de tierras realizada por los sandinistas. Ante la ausencia de salvaguardias legales y sólidos derechos de propiedad, la economía se ha mantenido en estado raquítico. Nicaragua apenas exporta unos 800 millones de dólares al año y es la nación más pobre del hemisferio después de Haití.

Las consecuencias políticas de todo esto se vieron el domingo pasado. Como el “Pacto” redujo la valla para el triunfo en primera vuelta en los comicios, Ortega, uno de los principales artífices de la tragedia nicaraguense contemporánea, necesitaba apenas 35 por ciento de los votos y una ventaja de cinco puntos con respecto al segundo para evitar un “ballotage”. Así que, con 38 por ciento de los votos y con dos tercios de los nicaraguenses en contra, Ortega es prácticamente el nuevo Presidente electo.

La esperanza para el país radicaba en la Alianza Liberal Nicaragüense liderada por el ex Ministro de Relaciones Exteriores Eduardo Montealegre, que se había escindido de la corrupta organización de Alemán, y el centrista Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), que rompió filas con los sandinistas hace unos años y cuyo candidato, Edmundo Jarquín, comparte muchos valores con Montealegre. Pero el voto de centro-derecha se dividió entre Montealegre y el PLC de Alemán, mientras que Edmundo Jarquín le restó en realidad más votos a Montealegre que a Ortega, quien contaba con un tercio de los sufragios.

Ortega promete ahora respetar la propiedad privada y el estado de Derecho. Sus palabras suenan huecas a juzgar por sus vínculos con Hugo Chávez, que envía desde hace algún tiempo subvenciones a los municipios sandinistas, y por el hecho de haber sido el factor clave de la corrupción, el mercantilismo, la impunidad y la sofocante politización de la sociedad civil que han caracterizado la transición desde su salida del gobierno. El que Alemán y su grupo conservador hayan sido sus aliados en este proceso y ahora hayan facilitado el regreso al poder del viejo enemigo de Ronald Reagan representa un giro particularmente punzante de la historia contemporánea.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group

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