Tú, personaje del año

20 de diciembre, 2006

Washington, DC—La revista Time ha escogido al Personaje del Año con más acierto del que ha empleado a la hora de explicar por qué “tú” eres el elegido. Muchos comentaristas, por tanto, han expresado reservas, aunque sospecho que la mayoría de la gente comprende mejor lo que el reconocimiento trata de transmitir.

El “tú” seleccionado por la revista Time se refiere a los millones de personas alrededor del mundo cuya interacción cotidiana, particularmente a través de Internet, hace posible la era de la información, pulverizando las barreras del Estado-nación, el lenguaje, la raza, el género, la edad o la ideología.

Esta es una idea fácil de aceptar. Pero ¿cuál es su verdadera significación y por qué eres “tú”, entonces, el Personaje del Año? Me atrevo a pensar que la magia de la era de la información está en su caos ordenado, es decir en el orden imprevisto y beneficioso que resulta de millones de acciones cotidianas realizadas por personas que persiguen fines distintos a través de esa vasta red de comunicación. Nadie se propuso crear una “comunidad mundial” o dirigir a los demás hacia esa meta específica. Eso, sin embargo, es exactamente lo que ha ocurrido. Los servicios “online” como MySpace, Facebook o Wikipedia, para mencionar apenas tres, son una pequeña expresión de ese caos ordenado.

La idea de que los mayores logros sociales pueden llegar de forma inesperada y espontánea es difícil de aceptar. Por lo general, esperamos que la “comunidad”, la “solidaridad” o la “cooperación social” nazcan del esfuerzo focalizado de poderes a los que podemos identificar y en los que delegamos responsabilidad cómodamente. Desconfiamos de la idea de que, siguiendo sus propios designios con toda libertad, los individuos alcanzarán fines sociales elevados. Pero eso es, precisamente, lo que ha logrado Internet. A comienzos del siglo 18, Bernard Mandeville, un médico holandés conocido por su libro “La fábula de las abejas”, escribió que los “vicios privados” conducen a “beneficios públicos”. Se sorprendería de ver la extraordinaria multiplicación del conocimiento, del comercio y de las opciones a disposición de la gente que han resultado de las decisiones cotidianas de los vanidosos, codiciosos, entrometidos, obscenos e irreverentes usuarios de Internet.

Internet no ha cambiado la naturaleza esencial de nuestra civilización. Lo que ha hecho es reafirmar y ampliar su atributo básico: la existencia de un orden autorregulado y en constante evolución que coordina aquello que nadie se propuso coordinar en un inicio como no podría haberlo hecho un programa estatal, una ONG, un intelectual o una computadora.

Las distintas profesiones emplean nombres diferentes para referirse a este fenómeno. Los economistas hablan de “mercados”. Algunos historiadores apuntan a las “leyes de la historia”. Hay novelistas que lo comparan a un “enjambre”, incluido Tolstoi, quien afirmó en “La guerra y la paz” que el “hombre vive conscientemente para sí pero inconscientemente sirve de instrumento para la realización de fines históricos y sociales”.

Internet está ampliando el alcance de nuestra civilización más allá de sus límites previos. Y brinda, a aquellos cuyas acciones diarias sustentan esa civilización, las herramientas para acelerar su ritmo y socavar a las fuerzas que operan en su contra.

En los dos últimos años, he dirigido un ambicioso proyecto de investigación sobre casos de éxito empresarial en Europa central, Asia, Africa y América Latina, y eso es exactamente lo que he advertido: el gradual y a veces tortuoso —pero inequívoco—impulso de nuestra civilización más allá de sus límites tradicionales gracias a un designio que no pertenece a una persona o entidad en particular.

El hecho de que nuestra civilización se expanda transmite inseguridad a mucha gente. En ninguna parte se nota esto más que en los Estados Unidos. Se trata de un efecto puramente psicológico porque lo cierto es que Estados Unidos es todavía uno de los lugares más seguros de la tierra, como lo sabe cualquiera que ha vivido en ambientes verdaderamente inseguros. Tres cosas provocan dicha inseguridad: la inmigración latinoamericana, la competencia asiática y el terrorismo islámico. Mucha gente piensa que la inmigración acabará con su cultura, que la competencia acabará con sus empleos y que el terrorismo acabará con su libertad. La verdad es que los inmigrantes se están integrando al país, la competencia asiática está fabricando más empleos de los que está eliminando y hay mínimas posibilidades de que el terrorismo ponga en riesgo la capacidad defensiva –u ofensiva— de los Estados Unidos. Pero estos argumentos son racionales y el miedo es algo irracional.

Aquí es donde “tú”, Personaje del Año, entras en escena. Precisamente porque había demasiadas barreras —políticas, económicas y culturales— al momento de su inicio, el poder liberador de la era de la información encontró a muchos ciudadanos desprevenidos. Pero ellos acabarán adaptándose y el resultado será —en cierto modo, ya lo es—un mejor conocimiento del “otro”. Eso probablemente no bastará para erradicar el miedo y la desconfianza de forma definitiva, pero lo mantendrá a raya y el mundo será más libre y más prospero para muchas más personas.

Tú eres, sin duda, el Personaje del Año.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group

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