Con Irak, Afganistán, Líbano, y Palestina ya en o deslizándose hacia la guerra civil, uno puede correctamente rotular a la política exterior de la administración Bush como la más incompetente de la memoria reciente. Pero el problema es más profundo que eso. La hiperactiva, y a menudo contraproducente, política exterior estadounidense es un problema bipartidista, ilustrado de la mejor manera por la sórdida historia de los EE.UU. en Somalia.
Desde la Guerra de Corea, a través de administraciones demócratas y republicanas, los Estados Unidos han perseguido una política intervencionista en el exterior que está desconectada de las raíces históricas de su política exterior tradicional de restricción militar en ultramar. Esta restricción tradicional, con lapsos aquí y allá, dominó la política exterior de los EE.UU. desde la fundación de la nación hasta la Guerra de Corea. En verdad, al defender a la entonces económicamente atrasada Corea del Sur, que sigue teniendo tan solo una limitada significación estratégica para los Estados Unidos, el demócrata Harry Truman se convirtió en el primero de una larga línea de presidentes activistas consecutivos. Más recientemente, Bill Clinton fue el moderno paladín en favor del mayor número de intervenciones en el exterior—entrometiéndose en Somalia, Haití, Corea del Norte, Bosnia, Irak, Kosovo, Afganistán, y Sudan. Mientras que Clinton evitó cometer el error de involucrarse en un gran atolladero sobre el terreno, tal como lo ha hecho la actual administración Bush, su energética política exterior evidencia que la política exterior activista de los Estados Unidos transciende las líneas partidarias.
La política estadounidense en Somalia, a lo largo de las administraciones de Clinton y George W. Bush, es un clásico ejemplo del activismo de los EE.UU. que empeora las cosas con el paso del tiempo. A comienzos de los años 90, la administración de George H.W. Bush envió fuerzas estadounidenses a Somalia para proteger las provisiones de ayuda de las facciones en conflicto. A pesar de la “misión de infiltración”—la expansión de una misión una vez que las fuerzas de los EE.UU. están sobre el terreno—comenzó a afectar a la operación en Somalia incluso antes de que Clinton se convirtiera en presidente, él la exacerbó enormemente. Al igual que la aventura estadounidense de mantenimiento de la paz en Líbano a comienzos de los años 80 bajo el Presidente Ronald Reagan, la misión en Somalia se expandió hasta combatir por un bando de una guerra civil. El resultado fue también el mismo: Cuando un número relativamente menor de fuerzas estadounidenses resultó muerto, tanto Reagan como Clinton cancelaron la intervención, casi indiscutiblemente dejando a ambos países peor que cuando los Estados Unidos arribaron.
En Somalia, después de que las fuerzas de los Estados Unidos y las Naciones Unidas se marcharon en 1994, el país se deslizó en una guerra civil aún peor. Una de las facciones en este conflicto mutuamente destructivo era un contingente islamista radical. Esta facción no consiguió mucha tracción hasta que la actual administración Bush ordenó a la CIA apoyar a los caudillos impopulares en su contra. De repente, los islamistas, denominados Unión de Tribunales Islámicos (ICU es su sigla en inglés), se volvieron ampliamente populares y se apoderaron de la parte sureña del país, incluida la capital Mogadiscio. La ICU es favorable a al Qaeda, da cobijo a sus seguidores, posee fuerzas que han sido entrenadas por el grupo, y está liderada por Hassan Dahir Aweys, quien tiene vínculos con al Qaeda.
Los Estados Unidos, habiendo creado grandemente esta desastrosa situación, luego la exacerbaron. Los Estados Unidos quedaron apoyando al débil y despreciado gobierno somalí, que ha sido rodeado por la fuerzas de la ICU en la ciudad de Baidoa. Los Estados Unidos tácitamente permitieron a los militares etíopes, un rival tradicional de Somalia, enviar tropas para apoyar al precario y faccioso gobierno somalí. Esta acción, por supuesto, provocó el efecto de una “marcha alrededor de la bandera” en Somalia, con la radical ICU beneficiándose de esta efusión nacionalista. Una visita realizada por el General John Abizaid, Comandante en Jefe del Comando Central de los EE.UU., a Etiopia también alimentó este sentimiento en Somalia.
Además, jihadistas de todo el mundo pueden muy bien ingresar al país para ayudar a la Somalia islámica a defenderse de la “agresión extranjera” de Etiopia—tal como aconteció en los años 80 en Afganistán después de que los soviéticos atacaron y más recientemente en Irak después de que los Estados Unidos invadieron. Adicionalmente, al Qaeda podría utilizar su refugio seguro en Somalia para lanzar ataques contra otros países, tal como lo hizo cuando el amigable talibán controlaba Afganistán.
Por si esto no fuese lo suficientemente malo, la invasión de los etíopes de Somalia ha hecho que Eritrea, otro de sus rivales, le suministre a la ICU miles de hombres para luchar. Muchos analistas se preocupan actualmente de que una guerra regional podría inflamar a la totalidad del Cuerno de África.
El economista ganador del Premio Nobel Fredrick Hayek dijo una vez que los gobiernos casi siempre hacen lo que está equivocado. Estaba hablando del ámbito económico, pero podría haber estado hablando también de la política exterior estadounidense hacia Somalia durante las administraciones de George H.W. Bush, Clinton, y George W. Bush. A veces no hacer nada consigue mejores resultados que el activismo contraproducente.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos exacerbaron la guerra civil en otra nación: Somalia
Con Irak, Afganistán, Líbano, y Palestina ya en o deslizándose hacia la guerra civil, uno puede correctamente rotular a la política exterior de la administración Bush como la más incompetente de la memoria reciente. Pero el problema es más profundo que eso. La hiperactiva, y a menudo contraproducente, política exterior estadounidense es un problema bipartidista, ilustrado de la mejor manera por la sórdida historia de los EE.UU. en Somalia.
Desde la Guerra de Corea, a través de administraciones demócratas y republicanas, los Estados Unidos han perseguido una política intervencionista en el exterior que está desconectada de las raíces históricas de su política exterior tradicional de restricción militar en ultramar. Esta restricción tradicional, con lapsos aquí y allá, dominó la política exterior de los EE.UU. desde la fundación de la nación hasta la Guerra de Corea. En verdad, al defender a la entonces económicamente atrasada Corea del Sur, que sigue teniendo tan solo una limitada significación estratégica para los Estados Unidos, el demócrata Harry Truman se convirtió en el primero de una larga línea de presidentes activistas consecutivos. Más recientemente, Bill Clinton fue el moderno paladín en favor del mayor número de intervenciones en el exterior—entrometiéndose en Somalia, Haití, Corea del Norte, Bosnia, Irak, Kosovo, Afganistán, y Sudan. Mientras que Clinton evitó cometer el error de involucrarse en un gran atolladero sobre el terreno, tal como lo ha hecho la actual administración Bush, su energética política exterior evidencia que la política exterior activista de los Estados Unidos transciende las líneas partidarias.
La política estadounidense en Somalia, a lo largo de las administraciones de Clinton y George W. Bush, es un clásico ejemplo del activismo de los EE.UU. que empeora las cosas con el paso del tiempo. A comienzos de los años 90, la administración de George H.W. Bush envió fuerzas estadounidenses a Somalia para proteger las provisiones de ayuda de las facciones en conflicto. A pesar de la “misión de infiltración”—la expansión de una misión una vez que las fuerzas de los EE.UU. están sobre el terreno—comenzó a afectar a la operación en Somalia incluso antes de que Clinton se convirtiera en presidente, él la exacerbó enormemente. Al igual que la aventura estadounidense de mantenimiento de la paz en Líbano a comienzos de los años 80 bajo el Presidente Ronald Reagan, la misión en Somalia se expandió hasta combatir por un bando de una guerra civil. El resultado fue también el mismo: Cuando un número relativamente menor de fuerzas estadounidenses resultó muerto, tanto Reagan como Clinton cancelaron la intervención, casi indiscutiblemente dejando a ambos países peor que cuando los Estados Unidos arribaron.
En Somalia, después de que las fuerzas de los Estados Unidos y las Naciones Unidas se marcharon en 1994, el país se deslizó en una guerra civil aún peor. Una de las facciones en este conflicto mutuamente destructivo era un contingente islamista radical. Esta facción no consiguió mucha tracción hasta que la actual administración Bush ordenó a la CIA apoyar a los caudillos impopulares en su contra. De repente, los islamistas, denominados Unión de Tribunales Islámicos (ICU es su sigla en inglés), se volvieron ampliamente populares y se apoderaron de la parte sureña del país, incluida la capital Mogadiscio. La ICU es favorable a al Qaeda, da cobijo a sus seguidores, posee fuerzas que han sido entrenadas por el grupo, y está liderada por Hassan Dahir Aweys, quien tiene vínculos con al Qaeda.
Los Estados Unidos, habiendo creado grandemente esta desastrosa situación, luego la exacerbaron. Los Estados Unidos quedaron apoyando al débil y despreciado gobierno somalí, que ha sido rodeado por la fuerzas de la ICU en la ciudad de Baidoa. Los Estados Unidos tácitamente permitieron a los militares etíopes, un rival tradicional de Somalia, enviar tropas para apoyar al precario y faccioso gobierno somalí. Esta acción, por supuesto, provocó el efecto de una “marcha alrededor de la bandera” en Somalia, con la radical ICU beneficiándose de esta efusión nacionalista. Una visita realizada por el General John Abizaid, Comandante en Jefe del Comando Central de los EE.UU., a Etiopia también alimentó este sentimiento en Somalia.
Además, jihadistas de todo el mundo pueden muy bien ingresar al país para ayudar a la Somalia islámica a defenderse de la “agresión extranjera” de Etiopia—tal como aconteció en los años 80 en Afganistán después de que los soviéticos atacaron y más recientemente en Irak después de que los Estados Unidos invadieron. Adicionalmente, al Qaeda podría utilizar su refugio seguro en Somalia para lanzar ataques contra otros países, tal como lo hizo cuando el amigable talibán controlaba Afganistán.
Por si esto no fuese lo suficientemente malo, la invasión de los etíopes de Somalia ha hecho que Eritrea, otro de sus rivales, le suministre a la ICU miles de hombres para luchar. Muchos analistas se preocupan actualmente de que una guerra regional podría inflamar a la totalidad del Cuerno de África.
El economista ganador del Premio Nobel Fredrick Hayek dijo una vez que los gobiernos casi siempre hacen lo que está equivocado. Estaba hablando del ámbito económico, pero podría haber estado hablando también de la política exterior estadounidense hacia Somalia durante las administraciones de George H.W. Bush, Clinton, y George W. Bush. A veces no hacer nada consigue mejores resultados que el activismo contraproducente.
Traducido por Gabriel Gasave
África subsaharianaÁfrica subsaharianaDefensa y política exteriorEconomía y desarrollo internacionalesTerrorismo y seguridad nacional
Artículos relacionados
La Guerra de Vietnam y la Guerra contra las Drogas
La prisión del Tío Sam en Guantánamo: Fuera del Estado de Derecho
Las últimas noticias provenientes desde la Bahía de Guantánamo están comenzando a sonar...
Las contradicciones en la estrategia de seguridad nacional de Trump
A pesar de su discurso revolucionario durante la campaña, Donald Trump, al igual...
Los datos del censo: No tan confidenciales después de todo
La actual campaña publicitaria de 350 millones de dólares para el Censo de...
Artículos de tendencia
Blogs de tendencia