Washington, DC—Resulta fascinante el contraste entre la percepción que suscita la campaña de Barack Obama en el extranjero y la forma en que la están enfocando los estadounidenses. Mientras que el gran público en los Estados Unidos comenta la amplia aceptación que ha logrado el candidato negro entre los blancos, otros países, particularmente en Europa y América Latina, están interesados en lo difícil que les resulta a muchos estadounidenses de raza negra identificarse con Obama.
En términos generales, para los europeos y latinoamericanos de derecha, el hecho de que, por ahora, el senador Obama tenga menos apoyo que Hillary Clinton entre los votantes negros es reconfortante porque lo distancia del victimismo y de las políticas de “discriminación positiva” que tienden a asociar con los principales activistas de la comunidad negra. Barack Obama da a los conservadores europeos argumentos contra el multiculturalismo colectivista que ciertos líderes de las “minorías”, particularmente aquellos que pretenden hablar en nombre de los inmigrantes musulmanes, profesan en sus países y a los que ven como una amenaza para la sociedad abierta. Por ejemplo, el diario conservador británico “The Times” celebra lo que denomina el “notable” discurso inaugural del candidato Obama en Springfield, Illinois, destacando con regocijo que “no hizo ni una sola referencia al color de su piel”.
Obama también da a los conservadores latinoamericanos argumentos contra la pretensión de ciertos dirigentes indigenistas —a menudo mestizos antes que indígenas— de reemplazar una forma de racismo con otra. Hace poco, el periódico brasileño “Folha de Sao Paulo” se refirió a Obama como una especie de “mesías multicultural y post-racial”, empleando el término “multicultural” con un dejo de ironía ya que Obama simboliza para los conservadores lo contrario de lo que ha venido a significar el “multiculturalismo”: trascender en lugar de exacerbar el conflicto cultural.
Para los europeos y latinoamericanos de izquierda, las actuales dificultades de Obama con los votantes negros son también una buena noticia, pero por motivos distintos. Aunque el hecho de que exista cierto escepticismo entre los estadounidenses de raza negra con respecto a su campaña plantea la cuestión de cuán fiable es en temas “sociales”, su historia le resulta útil a la izquierda extranjera. Los europeos de izquierda, que favorecen la inmigración al menos de boca para afuera, tienden a ver en él al inmigrante aculturado —exactamente lo que objetan algunos estadounidenses de raza negra, para quienes Obama no es un afro-americano por ser hijo de padre keniano y no descendiente de esclavos estadounidenses. Por tanto, Le Monde citaba hace poco, con mucha satisfacción, un reciente artículo del profesor de Harvard Orlando Patterson en el que éste critica las objeciones que se le hacen a Obama por no ser un auténtico afro-americano: “Al igual que otros grupos que fueron excluidos antes que ellos, los negros de los Estados Unidos necesitan un capital social y cultural que se obtiene viviendo con y en la mayoría blanca, y cuyo valor queda demostrado de manera poderosa con los enormes logros y el gran potencial de Barack Obama”.
Por su parte, la izquierda andina, que tiende a propugnar una sociedad mestiza que trascienda la división entre los descendientes de europeos y el pueblo indígena en sus propios países, lo ve como el estadounidense “mixto” —curiosamente, aquello que a algunos negros de los Estados Unidos, para quienes Obama es insuficientemente negro, les desagrada respecto de su historia. Así, el diario argentino “Clarín” se refirió recientemente al candidato como el “ciudadano mixto”, sugiriendo con entusiasmo que representa la simbiosis que las élites latinoamericanas observan con algún desdén (aun cuando, tras cinco siglos de presencia europea en América Latina, las elites también son mestizas).
Hay una última razón por la que muchos latinoamericanos, tanto de derechas como de izquierdas, observan la candidatura de Obama con interés: la inmigración. La percepción de que los afro-americanos recelan del número creciente de inmigrantes hispanos en los Estados Unidos ha puesto a muchos latinoamericanos en guardia. Ven venir un aumento de la tensión en las relaciones entre ambas comunidades en un futuro cercano. El que este político negro en ascenso combine en cierta forma antecedentes de inmigrante con un punto de vista más flexible sobre la identidad racial que el de tantos activistas afro-americanos lleva a muchos latinoamericanos a pensar que podría ayudar a relegar a los activistas negros más opuestos a la inmigración. El hecho de que en su discurso de Springfield el senador Obama se refiriese de manera favorable a los inmigrantes no pasó inadvertido al sur del Río Grande.
En el exterior, pues, el senador estadounidense ofrece algo para todos los gustos, incluido el Primer Ministro australiano John Howard, que recientemente atacó el llamamiento de Obama a favor del retiro de las tropas estadounidenses de Irak, recordándole al mundo exterior que valdría la pena escudriñar las políticas que ofrece el candidato y no sólo su historia.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
Obama, visto desde el exterior
Washington, DC—Resulta fascinante el contraste entre la percepción que suscita la campaña de Barack Obama en el extranjero y la forma en que la están enfocando los estadounidenses. Mientras que el gran público en los Estados Unidos comenta la amplia aceptación que ha logrado el candidato negro entre los blancos, otros países, particularmente en Europa y América Latina, están interesados en lo difícil que les resulta a muchos estadounidenses de raza negra identificarse con Obama.
En términos generales, para los europeos y latinoamericanos de derecha, el hecho de que, por ahora, el senador Obama tenga menos apoyo que Hillary Clinton entre los votantes negros es reconfortante porque lo distancia del victimismo y de las políticas de “discriminación positiva” que tienden a asociar con los principales activistas de la comunidad negra. Barack Obama da a los conservadores europeos argumentos contra el multiculturalismo colectivista que ciertos líderes de las “minorías”, particularmente aquellos que pretenden hablar en nombre de los inmigrantes musulmanes, profesan en sus países y a los que ven como una amenaza para la sociedad abierta. Por ejemplo, el diario conservador británico “The Times” celebra lo que denomina el “notable” discurso inaugural del candidato Obama en Springfield, Illinois, destacando con regocijo que “no hizo ni una sola referencia al color de su piel”.
Obama también da a los conservadores latinoamericanos argumentos contra la pretensión de ciertos dirigentes indigenistas —a menudo mestizos antes que indígenas— de reemplazar una forma de racismo con otra. Hace poco, el periódico brasileño “Folha de Sao Paulo” se refirió a Obama como una especie de “mesías multicultural y post-racial”, empleando el término “multicultural” con un dejo de ironía ya que Obama simboliza para los conservadores lo contrario de lo que ha venido a significar el “multiculturalismo”: trascender en lugar de exacerbar el conflicto cultural.
Para los europeos y latinoamericanos de izquierda, las actuales dificultades de Obama con los votantes negros son también una buena noticia, pero por motivos distintos. Aunque el hecho de que exista cierto escepticismo entre los estadounidenses de raza negra con respecto a su campaña plantea la cuestión de cuán fiable es en temas “sociales”, su historia le resulta útil a la izquierda extranjera. Los europeos de izquierda, que favorecen la inmigración al menos de boca para afuera, tienden a ver en él al inmigrante aculturado —exactamente lo que objetan algunos estadounidenses de raza negra, para quienes Obama no es un afro-americano por ser hijo de padre keniano y no descendiente de esclavos estadounidenses. Por tanto, Le Monde citaba hace poco, con mucha satisfacción, un reciente artículo del profesor de Harvard Orlando Patterson en el que éste critica las objeciones que se le hacen a Obama por no ser un auténtico afro-americano: “Al igual que otros grupos que fueron excluidos antes que ellos, los negros de los Estados Unidos necesitan un capital social y cultural que se obtiene viviendo con y en la mayoría blanca, y cuyo valor queda demostrado de manera poderosa con los enormes logros y el gran potencial de Barack Obama”.
Por su parte, la izquierda andina, que tiende a propugnar una sociedad mestiza que trascienda la división entre los descendientes de europeos y el pueblo indígena en sus propios países, lo ve como el estadounidense “mixto” —curiosamente, aquello que a algunos negros de los Estados Unidos, para quienes Obama es insuficientemente negro, les desagrada respecto de su historia. Así, el diario argentino “Clarín” se refirió recientemente al candidato como el “ciudadano mixto”, sugiriendo con entusiasmo que representa la simbiosis que las élites latinoamericanas observan con algún desdén (aun cuando, tras cinco siglos de presencia europea en América Latina, las elites también son mestizas).
Hay una última razón por la que muchos latinoamericanos, tanto de derechas como de izquierdas, observan la candidatura de Obama con interés: la inmigración. La percepción de que los afro-americanos recelan del número creciente de inmigrantes hispanos en los Estados Unidos ha puesto a muchos latinoamericanos en guardia. Ven venir un aumento de la tensión en las relaciones entre ambas comunidades en un futuro cercano. El que este político negro en ascenso combine en cierta forma antecedentes de inmigrante con un punto de vista más flexible sobre la identidad racial que el de tantos activistas afro-americanos lleva a muchos latinoamericanos a pensar que podría ayudar a relegar a los activistas negros más opuestos a la inmigración. El hecho de que en su discurso de Springfield el senador Obama se refiriese de manera favorable a los inmigrantes no pasó inadvertido al sur del Río Grande.
En el exterior, pues, el senador estadounidense ofrece algo para todos los gustos, incluido el Primer Ministro australiano John Howard, que recientemente atacó el llamamiento de Obama a favor del retiro de las tropas estadounidenses de Irak, recordándole al mundo exterior que valdría la pena escudriñar las políticas que ofrece el candidato y no sólo su historia.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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