Washington, DC— Por muy distintas razones, el viaje del Presidente Bush a América Latina animará a amigos y enemigos. Quienes comprueban con espanto que América Latina es cada vez más irrelevante celebrarán la atención dispensada. Quienes soportan la presión de Chávez y compañía celebrarán el respiro que traerá esta visita de alto nivel. Quienes se preocupan por la amenaza de un Congreso proteccionista en los Estados Unidos celebrarán las palabras tranquilizadoras del visitante. Y quienes viven del anti-americanismo celebrarán la oportunidad de ser un “pobre actor que en escena se arrebata y contonea”, para usar la fórmula de Macbeth.
Los latinoamericanos que consideran que el mundo se ocupa demasiado de Oriente Medio, China, e India no deben buscar culpas ajenas. A menos que uno amenace la paz mundial, la manera de ser “alguien”, en este mundo competitivo, es prosperando. Como América Latina parece contentarse con su colocación a mitad de la tabla, no debe sorprender que capte apenas una sexta parte de la inversión directa que fluye hoy hacia los países atrasados.,/p>
En cuanto a Chávez, la culpa, una vez más, de que el ínclito pelagatos proyecte una imagen descomunal la tienen los propios latinoamericanos. En 2005, en la Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata, 29 países apoyaban la idea del Área de Libre Comercio hemisférica. Ello no obstante, cinco países fueron capaces de impedirla pese que el comercio interno entre ellos representaba apenas $26.000 millones, contra $1.5 mil billones («trillion» en inglés) en el resto del hemisferio. La lección fue meridiana: frente a Chávez, lo que cuentan no son los números sino el liderazgo. La pobreza del liderazgo latinoamericano incluye hoy al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien se ha despojado de su pasado marxista pero consiente todos los caprichos de su amigo venezolano. Cuando lo interrogué sobre su amistad con Chávez hace algunos meses, Lula cubrió su respuesta con papel de celofán, afirmando que uno tiene que respetar las políticas internas de los demás países.
Dadas estas condiciones, ¿puede Bush lograr algo sustancial en su recorrido por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala, y México? Su mera presencia hará recordará que el “triunfo” de la izquierda no es el titular que mejor expresa lo que ocurre en la región. El verdadero titular es la modernización gradual de una parte de la izquierda—aún si a los modernizadores todavía les falta librarse de ciertos complejos de cara a los dinosaurios. Brasil y Uruguay están gobernados por una izquierda que comparte valores liberales democráticos y respalda, en líneas generales, la economía de mercado. Con el solo hecho de negociar un acuerdo comercial con Washington, el uruguayo Tabaré Vázquez desafía a su vecino inmediato, el argentino Néstor Kirchner, quien, genio y figura hasta la sepultura, ha invitado a Chávez a visitarlo durante la estancia de Bush en Uruguay para celebrar un mitin anti-americano en Buenos Aires.
Los otros países que visitará Bush están gobernados por la centroderecha. Ese grupo se sentía hasta hace poco entre la espada y la pared por la percepción de que la izquierda campeaba en casi toda la región, pero el triunfo de Felipe Calderón en México, y su enérgico lenguaje en favor de la globalización, le han infundido nueva confianza. La presencia de Bush reforzará la idea de que la izquierda carnívora no se ha apoderado aun del “alma” de América Latina.
Ese, me parece, será el único resultado significativo de este viaje, debido a que el Presidente Bush no está en posición de brindar a sus interlocutores algo más tangible.
En el caso de Brasil, pese a los discursos a favor de una revolución del etanol, el visitante no tiene intención de derogar el arancel del 54 por ciento sobre las importaciones de ese producto (aun cuando esta sería, probablemente, la única forma de cumplir su objetivo de reemplazar un 20 por ciento del petróleo que se consume en su país con “biocombustibles” para 2017).
En cuanto a las aspiraciones comerciales de Uruguay, la administración Bush tiene problemas para convencer al Congreso de que sancione los TCL recientemente suscritos con Panamá, Colombia, y Perú. Además, la autoridad del Presidente para negociar acuerdos de manera directa expira en cuatro meses.
En el caso de Colombia, además de la aprobación del TLC, al Presidente Uribe le gustaría que el Congreso estadounidense le otorgase más asistencia para su guerra contra las narcoguerrillas. Sin embargo, la existencia de un Congreso proteccionista y el reciente escándalo en el que Uribe ha sido (injustamente) responsabilizado por los vínculos entre los paramilitares y el “establishment” político le han restado fuerza a Colombia en Washington últimamente.
Finalmente, en Guatemala y, especialmente, México, hay sólo una cosa que Bush podría hacer para alegrar la vida de sus anfitriones: la reforma migratoria. Felipe Calderón ha venido cortejando a los EE.UU. desde que asumió el mando mediante una empeñosa campaña en contra de las drogas. Y sin embargo, Bush, que tiene un instinto correcto en materia de inmigración, ha sido hasta ahora incapaz de movilizar a su partido en esta materia.
En resumen: será un viaje de buena voluntad, que acaso ayude a corregir la percepción de que Chávez juega solo en la región, y nada más que eso. Lo cual no está mal, pues va siendo hora de que América Latina asuma sus propias responsabilidades.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
Bush, rumbo al sur
Washington, DC— Por muy distintas razones, el viaje del Presidente Bush a América Latina animará a amigos y enemigos. Quienes comprueban con espanto que América Latina es cada vez más irrelevante celebrarán la atención dispensada. Quienes soportan la presión de Chávez y compañía celebrarán el respiro que traerá esta visita de alto nivel. Quienes se preocupan por la amenaza de un Congreso proteccionista en los Estados Unidos celebrarán las palabras tranquilizadoras del visitante. Y quienes viven del anti-americanismo celebrarán la oportunidad de ser un “pobre actor que en escena se arrebata y contonea”, para usar la fórmula de Macbeth.
Los latinoamericanos que consideran que el mundo se ocupa demasiado de Oriente Medio, China, e India no deben buscar culpas ajenas. A menos que uno amenace la paz mundial, la manera de ser “alguien”, en este mundo competitivo, es prosperando. Como América Latina parece contentarse con su colocación a mitad de la tabla, no debe sorprender que capte apenas una sexta parte de la inversión directa que fluye hoy hacia los países atrasados.,/p>
En cuanto a Chávez, la culpa, una vez más, de que el ínclito pelagatos proyecte una imagen descomunal la tienen los propios latinoamericanos. En 2005, en la Cumbre de las Américas celebrada en Mar del Plata, 29 países apoyaban la idea del Área de Libre Comercio hemisférica. Ello no obstante, cinco países fueron capaces de impedirla pese que el comercio interno entre ellos representaba apenas $26.000 millones, contra $1.5 mil billones («trillion» en inglés) en el resto del hemisferio. La lección fue meridiana: frente a Chávez, lo que cuentan no son los números sino el liderazgo. La pobreza del liderazgo latinoamericano incluye hoy al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, quien se ha despojado de su pasado marxista pero consiente todos los caprichos de su amigo venezolano. Cuando lo interrogué sobre su amistad con Chávez hace algunos meses, Lula cubrió su respuesta con papel de celofán, afirmando que uno tiene que respetar las políticas internas de los demás países.
Dadas estas condiciones, ¿puede Bush lograr algo sustancial en su recorrido por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala, y México? Su mera presencia hará recordará que el “triunfo” de la izquierda no es el titular que mejor expresa lo que ocurre en la región. El verdadero titular es la modernización gradual de una parte de la izquierda—aún si a los modernizadores todavía les falta librarse de ciertos complejos de cara a los dinosaurios. Brasil y Uruguay están gobernados por una izquierda que comparte valores liberales democráticos y respalda, en líneas generales, la economía de mercado. Con el solo hecho de negociar un acuerdo comercial con Washington, el uruguayo Tabaré Vázquez desafía a su vecino inmediato, el argentino Néstor Kirchner, quien, genio y figura hasta la sepultura, ha invitado a Chávez a visitarlo durante la estancia de Bush en Uruguay para celebrar un mitin anti-americano en Buenos Aires.
Los otros países que visitará Bush están gobernados por la centroderecha. Ese grupo se sentía hasta hace poco entre la espada y la pared por la percepción de que la izquierda campeaba en casi toda la región, pero el triunfo de Felipe Calderón en México, y su enérgico lenguaje en favor de la globalización, le han infundido nueva confianza. La presencia de Bush reforzará la idea de que la izquierda carnívora no se ha apoderado aun del “alma” de América Latina.
Ese, me parece, será el único resultado significativo de este viaje, debido a que el Presidente Bush no está en posición de brindar a sus interlocutores algo más tangible.
En el caso de Brasil, pese a los discursos a favor de una revolución del etanol, el visitante no tiene intención de derogar el arancel del 54 por ciento sobre las importaciones de ese producto (aun cuando esta sería, probablemente, la única forma de cumplir su objetivo de reemplazar un 20 por ciento del petróleo que se consume en su país con “biocombustibles” para 2017).
En cuanto a las aspiraciones comerciales de Uruguay, la administración Bush tiene problemas para convencer al Congreso de que sancione los TCL recientemente suscritos con Panamá, Colombia, y Perú. Además, la autoridad del Presidente para negociar acuerdos de manera directa expira en cuatro meses.
En el caso de Colombia, además de la aprobación del TLC, al Presidente Uribe le gustaría que el Congreso estadounidense le otorgase más asistencia para su guerra contra las narcoguerrillas. Sin embargo, la existencia de un Congreso proteccionista y el reciente escándalo en el que Uribe ha sido (injustamente) responsabilizado por los vínculos entre los paramilitares y el “establishment” político le han restado fuerza a Colombia en Washington últimamente.
Finalmente, en Guatemala y, especialmente, México, hay sólo una cosa que Bush podría hacer para alegrar la vida de sus anfitriones: la reforma migratoria. Felipe Calderón ha venido cortejando a los EE.UU. desde que asumió el mando mediante una empeñosa campaña en contra de las drogas. Y sin embargo, Bush, que tiene un instinto correcto en materia de inmigración, ha sido hasta ahora incapaz de movilizar a su partido en esta materia.
En resumen: será un viaje de buena voluntad, que acaso ayude a corregir la percepción de que Chávez juega solo en la región, y nada más que eso. Lo cual no está mal, pues va siendo hora de que América Latina asuma sus propias responsabilidades.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
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