La visita del Papa Benedicto XVI al Brasi, el país con el mayor número de católicos, la semana pasada se hizo eco, en gran medida, de la angustia del cardenal Hummes y, por añadidura, de los obispos de toda América Latina, donde la Iglesia Católica ha perdido alrededor del 20 por ciento de sus seguidores a manos de distintos grupos evangélicos en las últimas décadas. La condena frontal del Papa a las “sectas”, tal como llama a los grupos pentecostales y otras denominaciones evangélicas, es un claro reconocimiento por parte del Vaticano de que la mayor “reserva” católica del mundo se encuentra amenazada por sus competidores espirituales.
Washington, DC-Hace dos años, durante un sínodo de obispos, el cardenal brasileño Claudio Hummes, de quien se habló como un firme candidato a Papa tras el deceso de Juan Pablo II, dejó atónito a su auditorio con estas palabras: “¿Cuánto tiempo más seguirá siendo el Brasil una nación católica?”
La amenaza no es tan reciente. Aunque el protestantismo logró penetrar furtivamente en América Latina incluso en la época colonial, cuando las enseñanzas de Lutero circulaban de manera clandestina alrededor del continente, el verdadero desafío comenzó en la década de 1950 con la llegada de los Testigos de Jehová. Más tarde, ganó fuerza con la proliferación de distintos grupos evangélicos.
En Guatemala, cerca del 30 por ciento de la población ya se considera protestante y el éxito de la “embestida” contra el catolicismo puede medirse, por ejemplo, en el hecho de que la Fraternidad Cristiana, el grupo evangélico más grande, está por inaugurar el mayor edificio religioso de América Central (tendrá cabida para 12.200 personas). En Brasil, la Asamblea de Dios, el movimiento pentecostal más fuerte del país, convoca multitudes que no tienen nada que envidiar a las de los partidos de fútbol. Entre una quinta y una cuarta parte de la población brasileña ha abandonado a la Iglesia Católica en favor de las iglesias protestantes.
¿Por qué ocurre esto? La explicación convencional es que la Iglesia Católica fue siempre parte de las élites que gobernaron América Latina y está pagando el precio de su larga asociación con lo establecido. La explicación de “derechas” es que la Teología de la Liberación ,el movimiento marxista que dividió a la Iglesia Católica en América Latina en los años 70 y 80, ha contribuido a la satanización del Vaticano y de la Iglesia tradicional. La explicación de “izquierdas” es que la reacción del Vaticano contra la Teología de la Liberación, dirigida por el cardenal Ratzinger, el actual Papa, en los años 80 y 90, en sus tiempos como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, perjudicó el esfuerzo por acercar a la Iglesia al mundo de los pobres, abriendo un vacío que ha sido llenado por los competidores evangélicos.
Tiendo a pensar que el fallo de la Iglesia Católica ha consistido en mostrarse poco alerta a las angustias de los latinoamericanos pobres del mismo modo en que los partidos tradicionales y las instituciones políticas se han mostrado ajenas a la vida real de millones de personas. La emigración hacia otras religiones es el equivalente del voto en favor de los “outsiders” en muchos comicios presidenciales o de la evasión de impuestos, licencias y reglamentos en las actividades económicas cotidianas, lo que se conoce como la “economía sumergida”.
En el caso de la Iglesia Católica, los esfuerzos de la Teología de la Liberación por enraizar a la Iglesia en el pueblo a través del marxismo acabaron por ahuyentar, como es lógico, a los latinoamericanos de a pie que experimentaron, a través de la revolución y la contrarrevolución, los horrores de la lucha armada y que padecieron, por medio de la inflación, el desabastecimiento y la burocracia sofocante, los rigores de la economía populista. Pero la reacción conservadora tampoco estuvo muy inspirada. El Vaticano fue incapaz de advertir que la frustración de la gente por el statu quo estaba perfectamente justificada. Las instituciones políticas y legales de América Latina no facilitaban la movilidad social y al espíritu empresarial de los de abajo.
Los grupos evangélicos, en cambio, supieron abordar esas preocupaciones con buena puntería. A diferencia de los obispos católicos, no vociferaron en contra de la economía global ni denostaron al mundo material en nombre de los valores espirituales. Más bien, predicaron entre sus seguidores la idea de que su destino está en sus propias manos y les aconsejaron no esperar del Estado la solución de todos sus problemas. Alentaron, por tanto, a los pobres a establecer toda clase de asociaciones de ayuda voluntaria para suministrar los servicios que las autoridades nunca se cansaban de prometer pero se mostraban incapaces de proporcionar.
El hecho de que el Papa Benedicto XVI incluyera, durante su viaje al Brasil, una visita a un centro católico de rehabilitación para drogadictos que en parte ha intentado emular a la red de servicios sociales de los pentecostales indica que por ahora no está en los planes de Roma tirar la toalla en la pugna contra las “sectas”. En buena hora. La competencia jamás perjudicó a un consumidor. Ni siquiera en las cuestiones del espíritu.
©2007, The Washington Post Writers Group.
El desafío de las sectas
La visita del Papa Benedicto XVI al Brasi, el país con el mayor número de católicos, la semana pasada se hizo eco, en gran medida, de la angustia del cardenal Hummes y, por añadidura, de los obispos de toda América Latina, donde la Iglesia Católica ha perdido alrededor del 20 por ciento de sus seguidores a manos de distintos grupos evangélicos en las últimas décadas. La condena frontal del Papa a las “sectas”, tal como llama a los grupos pentecostales y otras denominaciones evangélicas, es un claro reconocimiento por parte del Vaticano de que la mayor “reserva” católica del mundo se encuentra amenazada por sus competidores espirituales.
Washington, DC-Hace dos años, durante un sínodo de obispos, el cardenal brasileño Claudio Hummes, de quien se habló como un firme candidato a Papa tras el deceso de Juan Pablo II, dejó atónito a su auditorio con estas palabras: “¿Cuánto tiempo más seguirá siendo el Brasil una nación católica?”
La amenaza no es tan reciente. Aunque el protestantismo logró penetrar furtivamente en América Latina incluso en la época colonial, cuando las enseñanzas de Lutero circulaban de manera clandestina alrededor del continente, el verdadero desafío comenzó en la década de 1950 con la llegada de los Testigos de Jehová. Más tarde, ganó fuerza con la proliferación de distintos grupos evangélicos.
En Guatemala, cerca del 30 por ciento de la población ya se considera protestante y el éxito de la “embestida” contra el catolicismo puede medirse, por ejemplo, en el hecho de que la Fraternidad Cristiana, el grupo evangélico más grande, está por inaugurar el mayor edificio religioso de América Central (tendrá cabida para 12.200 personas). En Brasil, la Asamblea de Dios, el movimiento pentecostal más fuerte del país, convoca multitudes que no tienen nada que envidiar a las de los partidos de fútbol. Entre una quinta y una cuarta parte de la población brasileña ha abandonado a la Iglesia Católica en favor de las iglesias protestantes.
¿Por qué ocurre esto? La explicación convencional es que la Iglesia Católica fue siempre parte de las élites que gobernaron América Latina y está pagando el precio de su larga asociación con lo establecido. La explicación de “derechas” es que la Teología de la Liberación ,el movimiento marxista que dividió a la Iglesia Católica en América Latina en los años 70 y 80, ha contribuido a la satanización del Vaticano y de la Iglesia tradicional. La explicación de “izquierdas” es que la reacción del Vaticano contra la Teología de la Liberación, dirigida por el cardenal Ratzinger, el actual Papa, en los años 80 y 90, en sus tiempos como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, perjudicó el esfuerzo por acercar a la Iglesia al mundo de los pobres, abriendo un vacío que ha sido llenado por los competidores evangélicos.
Tiendo a pensar que el fallo de la Iglesia Católica ha consistido en mostrarse poco alerta a las angustias de los latinoamericanos pobres del mismo modo en que los partidos tradicionales y las instituciones políticas se han mostrado ajenas a la vida real de millones de personas. La emigración hacia otras religiones es el equivalente del voto en favor de los “outsiders” en muchos comicios presidenciales o de la evasión de impuestos, licencias y reglamentos en las actividades económicas cotidianas, lo que se conoce como la “economía sumergida”.
En el caso de la Iglesia Católica, los esfuerzos de la Teología de la Liberación por enraizar a la Iglesia en el pueblo a través del marxismo acabaron por ahuyentar, como es lógico, a los latinoamericanos de a pie que experimentaron, a través de la revolución y la contrarrevolución, los horrores de la lucha armada y que padecieron, por medio de la inflación, el desabastecimiento y la burocracia sofocante, los rigores de la economía populista. Pero la reacción conservadora tampoco estuvo muy inspirada. El Vaticano fue incapaz de advertir que la frustración de la gente por el statu quo estaba perfectamente justificada. Las instituciones políticas y legales de América Latina no facilitaban la movilidad social y al espíritu empresarial de los de abajo.
Los grupos evangélicos, en cambio, supieron abordar esas preocupaciones con buena puntería. A diferencia de los obispos católicos, no vociferaron en contra de la economía global ni denostaron al mundo material en nombre de los valores espirituales. Más bien, predicaron entre sus seguidores la idea de que su destino está en sus propias manos y les aconsejaron no esperar del Estado la solución de todos sus problemas. Alentaron, por tanto, a los pobres a establecer toda clase de asociaciones de ayuda voluntaria para suministrar los servicios que las autoridades nunca se cansaban de prometer pero se mostraban incapaces de proporcionar.
El hecho de que el Papa Benedicto XVI incluyera, durante su viaje al Brasil, una visita a un centro católico de rehabilitación para drogadictos que en parte ha intentado emular a la red de servicios sociales de los pentecostales indica que por ahora no está en los planes de Roma tirar la toalla en la pugna contra las “sectas”. En buena hora. La competencia jamás perjudicó a un consumidor. Ni siquiera en las cuestiones del espíritu.
©2007, The Washington Post Writers Group.
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