La publicación de un informe del Director de la CIA Michael Hayden sobre el desempeño de la agencia con anterioridad a los ataques terroristas del 11 de septiembre ha dado lugar a un resultado predecible: más del juego de las culpas.
Sin duda, la CIA y otros cometieron errores. Por ejemplo, un memorando del FBI que advertía de las actividades de individuos procedente de Oriente Medio en escuelas de vuelo estadounidenses nunca pasaron del escritorio de un jefe de unidad de nivel medio, pese a que llegó a las oficinas centrales dos meses antes del 11 de septiembre. Sí dichas equivocaciones no hubiesen ocurrido, quizás los ataques pudieron haberse evitado.
Pero “pudieron haberse” no es lo mismo que “se habrían”. Aquellos que creen esto ultimo asumen que la inteligencia es una ciencia exacta, pero resulta que tiene tanto de arte como de ciencia.
Pese a que el informe del inspector general de la CIA se concentra exclusivamente en la responsabilidad de la CIA, identifica un problema mayor: “Ni el gobierno de los Estados Unidos ni la CI [comunidad internacional] tenía una estrategia integral para combatir a al-Qaida”. Antes del 11 de septiembre, por ejemplo, el presidente Bush no mencionaba en absoluto a al-Qaida en las discusiones sobre la seguridad nacional estadounidense. Su foco estaba puesto en los Estados truhanes, las armas de destrucción masiva y la defensa de misiles balísticos. Y para ser justos, la administración Clinton tampoco tuvo por completo en su mira a Osama bin Laden y al-Qaida.
Procurar entender cómo podría haberse evitado el 11 de septiembre exige más que un análisis “post-mortem” sobre los procedimientos de la CIA y una revisión de la inexistente estrategia gubernamental para lidiar con al- Qaida. En definitiva, los ataques terroristas del 11 de septiembre se encuentran ligados de manera inextricable a la política exterior de los Estados Unidos.
La Comisión del 11 de septiembre concluyó que el considerable aumento del odio anti-estadounidense se encuentra alimentado más por lo que hacemos—es decir, por las políticas de los EE.UU.—que por lo que somos. Nuestros valores, cultura y modo de vida no son el problema; el problema son nuestras acciones.
No obstante ello, mientras que la Comisión del 11 de septiembre entendió ese punto, no prescribió ningún cambio real en la política exterior de los Estados Unidos pos-Guerra Fria.
Sí somos incapaces de admitir que algunas de nuestras decisiones en materia de política son erróneas, ¿cómo podemos esperar corregirlas? Ciertamente, al-Qaida—no los estadounidenses ni la sociedad estadounidense—es exclusivamente responsable por la muerte y destrucción de esos ataques. Pero el gobierno de los Estados Unidos debe ser considerado responsable por las desacertadas políticas que han ayudado a motivar al terrorismo.
La política exterior estadounidense que resulta en una innecesaria intervención militar—los Balcanes con el presidente Clinton e Irak con George W. Bush—es una de las principales causas del virulento sentimiento anti-estadounidense que incentiva al terrorismo.
Para comprender qué podría haber hecho mejor el gobierno de los Estados Unidos a fin de evitar el 11 de septiembre y para entender cómo podríamos evitar futuros ataques terroristas, precisamos adoptar una política exterior más humilde, tal como el candidato Bush proponía en 2000. Esa responsabilidad reposa por completo en la Oficina Oval, no en la sede central de la CIA en Virginia.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos requieren una política exterior más humilde y variada
La publicación de un informe del Director de la CIA Michael Hayden sobre el desempeño de la agencia con anterioridad a los ataques terroristas del 11 de septiembre ha dado lugar a un resultado predecible: más del juego de las culpas.
Sin duda, la CIA y otros cometieron errores. Por ejemplo, un memorando del FBI que advertía de las actividades de individuos procedente de Oriente Medio en escuelas de vuelo estadounidenses nunca pasaron del escritorio de un jefe de unidad de nivel medio, pese a que llegó a las oficinas centrales dos meses antes del 11 de septiembre. Sí dichas equivocaciones no hubiesen ocurrido, quizás los ataques pudieron haberse evitado.
Pero “pudieron haberse” no es lo mismo que “se habrían”. Aquellos que creen esto ultimo asumen que la inteligencia es una ciencia exacta, pero resulta que tiene tanto de arte como de ciencia.
Pese a que el informe del inspector general de la CIA se concentra exclusivamente en la responsabilidad de la CIA, identifica un problema mayor: “Ni el gobierno de los Estados Unidos ni la CI [comunidad internacional] tenía una estrategia integral para combatir a al-Qaida”. Antes del 11 de septiembre, por ejemplo, el presidente Bush no mencionaba en absoluto a al-Qaida en las discusiones sobre la seguridad nacional estadounidense. Su foco estaba puesto en los Estados truhanes, las armas de destrucción masiva y la defensa de misiles balísticos. Y para ser justos, la administración Clinton tampoco tuvo por completo en su mira a Osama bin Laden y al-Qaida.
Procurar entender cómo podría haberse evitado el 11 de septiembre exige más que un análisis “post-mortem” sobre los procedimientos de la CIA y una revisión de la inexistente estrategia gubernamental para lidiar con al- Qaida. En definitiva, los ataques terroristas del 11 de septiembre se encuentran ligados de manera inextricable a la política exterior de los Estados Unidos.
La Comisión del 11 de septiembre concluyó que el considerable aumento del odio anti-estadounidense se encuentra alimentado más por lo que hacemos—es decir, por las políticas de los EE.UU.—que por lo que somos. Nuestros valores, cultura y modo de vida no son el problema; el problema son nuestras acciones.
No obstante ello, mientras que la Comisión del 11 de septiembre entendió ese punto, no prescribió ningún cambio real en la política exterior de los Estados Unidos pos-Guerra Fria.
Sí somos incapaces de admitir que algunas de nuestras decisiones en materia de política son erróneas, ¿cómo podemos esperar corregirlas? Ciertamente, al-Qaida—no los estadounidenses ni la sociedad estadounidense—es exclusivamente responsable por la muerte y destrucción de esos ataques. Pero el gobierno de los Estados Unidos debe ser considerado responsable por las desacertadas políticas que han ayudado a motivar al terrorismo.
La política exterior estadounidense que resulta en una innecesaria intervención militar—los Balcanes con el presidente Clinton e Irak con George W. Bush—es una de las principales causas del virulento sentimiento anti-estadounidense que incentiva al terrorismo.
Para comprender qué podría haber hecho mejor el gobierno de los Estados Unidos a fin de evitar el 11 de septiembre y para entender cómo podríamos evitar futuros ataques terroristas, precisamos adoptar una política exterior más humilde, tal como el candidato Bush proponía en 2000. Esa responsabilidad reposa por completo en la Oficina Oval, no en la sede central de la CIA en Virginia.
Traducido por Gabriel Gasave
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