La cumbre Iberoamericana que culminó hace poco en Santiago de Chile sirvió para mostrar las debilidades de nuestra región y para poner de relieve ante la opinión pública, otra vez, el caso de Venezuela. Ni la vaga y difusa declaración final, ni la llamada a una supuesta “Cumbre de los pueblos” tuvieron en definitiva mayores repercusiones pero, en cambio, el incidente en que el Rey de España mandó a callar al intempestivo Hugo Chávez, presidente de Venezuela, han circulado por todo el mundo y despertado los más variados comentarios. Chávez, como siempre, se mostró intolerante y poco dispuesto a acatar las reglas, aún las sencillas reglas del debate democrático y despertó la justificada indignación del rey Juan Carlos, modelo si lo hay de comportamiento diplomático. No era para menos: acusando al ex presidente español José María Aznar de fascista, y agregando que los fascistas son peores que los animales más dañinos, Chávez rompió la calma usual en estas reuniones y logró atraer sobre sí la atención de todos.
El incidente permite entender qué clase de gobernante es Hugo Chávez, no sólo por la agresividad que demuestra aún en foros internacionales sino por el modo en que ha construido un discurso político basado en la hipocresía y el engaño. La razón de los ataques de Chávez es la supuesta intromisión del rey y del presidente español de entonces en los asuntos internos de Venezuela con motivo de los sucesos de 2002, en que fue depuesto y luego vuelto a colocar en el poder. Nunca han podido confirmarse tales versiones, por cierto, pero en cambio es público y evidente que Chávez se lanzó de lleno a intervenir en las pasadas elecciones peruanas, alentando públicamente y financiando al candidato Humala, que ha prometido apoyo militar para su aliado, el presidente boliviano Evo Morales, y que el gobierno de Venezuela, en el presupuesto que acaba de aprobar, dispone de un fondo de 200 millones de dólares para financiar grupos “alternativos”, opuestos a los Estados Unidos, en México y Centroamérica. El principio de no intervención, considerado como sagrado en todos los discursos, se aplica solamente a los demás gobiernos, no al suyo o el de sus aliados.
Las perturbaciones que causa Chávez en la escena internacional han sido alentadas, y esto es lo más lamentable, por la actitud de gobiernos democráticos que lo acogen como un gobernante legítimo y democrático y aceptan de buen grado sus histriónicas salidas y sus dádivas económicas. Ninguno de los gobiernos de América Latina ha alzado su voz contra el sistema de votaciones que existe en Venezuela ni contra la reforma constitucional que, con la aquiescencia del congreso, pronto será confirmada mediante referéndum. Ante la pasividad del hemisferio Chávez ha construido un sistema electoral que no permite a los electores comprobar la forma en que se contabilizan sus votos y que se basa en un padrón electoral amañado y que nunca se ha hecho público. Las elecciones son una completa farsa en Venezuela porque además el gobierno interviene abiertamente en las campañas electorales, gasta centenares de millones de dólares de los dineros públicos en ellas, hostiga a la oposición y atemoriza a los electores con constantes amenazas. Por eso muchos analistas no consideramos al venezolano como un gobernante legítimo.
La reforma que ahora se presentará a referéndum es un cambio radical a la constitución vigente que confiere al presidente poderes absolutos y de ilimitada duración. No sólo se establece en ella la figura de la reelección indefinida sino que se otorga al presidente poderes para cambiar la ordenación espacial del país, creando o eliminando estados a su gusto, se elimina la elección popular en gobernaciones y municipios y, lo que es más grave aún, se establece formalmente un sistema socialista que según mandato constitucional no podrá ser ya criticado o modificado. La propiedad privada queda reducida a un papel residual y el estado se hace con el control absoluto de las universidades y de todo el sistema educativo, ya sea hoy público o privado. Lo mismo ocurrirá con la medicina, a estatizarse por completo.
Mientras agrede públicamente a los gobernantes de España y crea incidentes de todo tipo Chávez avanza firmemente en la creación de un estado totalitario para la otrora democrática Venezuela. Lo peor es que lo hace ante la paciente mirada de una comunidad internacional que todo le tolera y que lo sigue aceptando en su seno sin objeción alguna. Chávez está dispuesto a terminar con los últimos vestigios de la libertad en Venezuela y eso parece no importarle a los demás gobiernos, quizás porque ingenuamente se crean a salvo de la intervención del militar venezolano. Pero no lo están: si siguen tolerando sus desmanes, si continúan aceptando que intervenga a discreción en todo el continente pronto se encontrarán con grupos implacables, financiados por este nuevo dictador caribeño, dispuestos a todo para sembrar en caos en sus países.
La supervivencia de la libertad en Venezuela
La cumbre Iberoamericana que culminó hace poco en Santiago de Chile sirvió para mostrar las debilidades de nuestra región y para poner de relieve ante la opinión pública, otra vez, el caso de Venezuela. Ni la vaga y difusa declaración final, ni la llamada a una supuesta “Cumbre de los pueblos” tuvieron en definitiva mayores repercusiones pero, en cambio, el incidente en que el Rey de España mandó a callar al intempestivo Hugo Chávez, presidente de Venezuela, han circulado por todo el mundo y despertado los más variados comentarios. Chávez, como siempre, se mostró intolerante y poco dispuesto a acatar las reglas, aún las sencillas reglas del debate democrático y despertó la justificada indignación del rey Juan Carlos, modelo si lo hay de comportamiento diplomático. No era para menos: acusando al ex presidente español José María Aznar de fascista, y agregando que los fascistas son peores que los animales más dañinos, Chávez rompió la calma usual en estas reuniones y logró atraer sobre sí la atención de todos.
El incidente permite entender qué clase de gobernante es Hugo Chávez, no sólo por la agresividad que demuestra aún en foros internacionales sino por el modo en que ha construido un discurso político basado en la hipocresía y el engaño. La razón de los ataques de Chávez es la supuesta intromisión del rey y del presidente español de entonces en los asuntos internos de Venezuela con motivo de los sucesos de 2002, en que fue depuesto y luego vuelto a colocar en el poder. Nunca han podido confirmarse tales versiones, por cierto, pero en cambio es público y evidente que Chávez se lanzó de lleno a intervenir en las pasadas elecciones peruanas, alentando públicamente y financiando al candidato Humala, que ha prometido apoyo militar para su aliado, el presidente boliviano Evo Morales, y que el gobierno de Venezuela, en el presupuesto que acaba de aprobar, dispone de un fondo de 200 millones de dólares para financiar grupos “alternativos”, opuestos a los Estados Unidos, en México y Centroamérica. El principio de no intervención, considerado como sagrado en todos los discursos, se aplica solamente a los demás gobiernos, no al suyo o el de sus aliados.
Las perturbaciones que causa Chávez en la escena internacional han sido alentadas, y esto es lo más lamentable, por la actitud de gobiernos democráticos que lo acogen como un gobernante legítimo y democrático y aceptan de buen grado sus histriónicas salidas y sus dádivas económicas. Ninguno de los gobiernos de América Latina ha alzado su voz contra el sistema de votaciones que existe en Venezuela ni contra la reforma constitucional que, con la aquiescencia del congreso, pronto será confirmada mediante referéndum. Ante la pasividad del hemisferio Chávez ha construido un sistema electoral que no permite a los electores comprobar la forma en que se contabilizan sus votos y que se basa en un padrón electoral amañado y que nunca se ha hecho público. Las elecciones son una completa farsa en Venezuela porque además el gobierno interviene abiertamente en las campañas electorales, gasta centenares de millones de dólares de los dineros públicos en ellas, hostiga a la oposición y atemoriza a los electores con constantes amenazas. Por eso muchos analistas no consideramos al venezolano como un gobernante legítimo.
La reforma que ahora se presentará a referéndum es un cambio radical a la constitución vigente que confiere al presidente poderes absolutos y de ilimitada duración. No sólo se establece en ella la figura de la reelección indefinida sino que se otorga al presidente poderes para cambiar la ordenación espacial del país, creando o eliminando estados a su gusto, se elimina la elección popular en gobernaciones y municipios y, lo que es más grave aún, se establece formalmente un sistema socialista que según mandato constitucional no podrá ser ya criticado o modificado. La propiedad privada queda reducida a un papel residual y el estado se hace con el control absoluto de las universidades y de todo el sistema educativo, ya sea hoy público o privado. Lo mismo ocurrirá con la medicina, a estatizarse por completo.
Mientras agrede públicamente a los gobernantes de España y crea incidentes de todo tipo Chávez avanza firmemente en la creación de un estado totalitario para la otrora democrática Venezuela. Lo peor es que lo hace ante la paciente mirada de una comunidad internacional que todo le tolera y que lo sigue aceptando en su seno sin objeción alguna. Chávez está dispuesto a terminar con los últimos vestigios de la libertad en Venezuela y eso parece no importarle a los demás gobiernos, quizás porque ingenuamente se crean a salvo de la intervención del militar venezolano. Pero no lo están: si siguen tolerando sus desmanes, si continúan aceptando que intervenga a discreción en todo el continente pronto se encontrarán con grupos implacables, financiados por este nuevo dictador caribeño, dispuestos a todo para sembrar en caos en sus países.
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