Washington, DC—Hace poco, Barack Obama pronunció un importante discurso sobre América Latina intentando marcar distancias con la política del Presidente Bush de cara a la región, que caracterizó como “negligente”. Agregando que Washington “se ha aferrado a planes trillados en el tema de las drogas y el comercio, la democracia y el desarrollo”, propuso dialogar con los adversarios, aumentar la ayuda exterior, ser más cuidadoso en lo atinente a los acuerdos comerciales, impulsar los Cuerpos de Paz y establecer esfuerzos conjuntos para reducir la dependencia petrolera.
A lo largo del siglo 20, la política estadounidense hacia América Latina osciló entre el intervencionismo, militar o político, y la condescendencia, de la que son ejemplos la Política del Buen Vecino y la Alianza para el Progreso. Después, se impuso una especie de abandono, excepto en la guerra contra las drogas. Ocasionalmente, ese abandono fue interrumpido por esfuerzos para sortear alguna crisis financiera o política, o la firma de un acuerdo comercial.
Una pizca de abandono no está mal en lo que atañe a una política exterior con respecto a vecinos que en ciertos casos albergan viejos resentimientos o creen que la prosperidad es hija del altruismo internacional. En cualquier caso, la influencia de Estados Unidos en los gobiernos de la región ya no es enorme. Chile y México, dos de sus aliados más cercanos, resistieron presiones para apoyar la invasión de Irak en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y el candidato de Washington para conducir la Organización de Estados Americanos fue derrotado por un socialista. El Fondo Monetario Internacional, a través del cual Washington solía ejercer algo de presión sobre gobiernos latinoamericanos, se concentra hoy en el África debido a que Brasil y Argentina han saldado sus deudas con ese organismo y el auge exportador ha abultado los ingresos de la mayor parte de los gobiernos de la zona.
Pero Estados Unidos sí puede alentar o desacelerar las actuales tendencias al sur de la frontera. Obama acierta al afirmar que los latinoamericanos son los principales responsables de sus propias tribulaciones, pero se equivoca al creer que un incremento de la ayuda exterior mejorará la economía de la región y evitará la aparición de populistas como Chávez. Esa fue la filosofía de la Política del Buen Vecino, pensada para socavar la influencia de las potencias del Eje en los años 30, y de la Alianza para el Progreso, dirigida a frenar la penetración del comunismo en los años 60. En realidad, el populismo fue rey y señor de la región desde finales de la década del 20 hasta comienzos de los años 90. Su actual resurgimiento confirma que la ayuda exterior hará poco por evitar el populismo: con George W. Bush, la ayuda asistencial a América Latina se ha duplicado, hasta llegar a los 1.600 millones de dólares: el mayor incremento desde la Segunda Guerra Mundial.
Obama, numerosos demócratas y algunos republicanos se han distanciado de los acuerdos de libre comercio apoyados por Bill Clinton y George W. Bush. A pesar de que los pactos burocráticos son menos eficaces que la eliminación unilateral de las barreras comerciales, como lo demostró Estonia en su día, son mejores que el proteccionismo. Aumentar el flujo de bienes y servicios a través de la región no es una “política de Bush”, sino un ideal cuyos antecedentes se remontan a la Conferencia Panamericana celebrada en 1889, que fracasó en el propósito de lograr la unión aduanera de todo el continente. Incluso F. D. Roosevelt y J. F. Kennedy, cuyas políticas idealistas inspiran a Obama, hacían hincapié en el comercio casi tanto como en la ayuda exterior.
El probable candidato por el Partido Demócrata apoyó el acuerdo comercial con Perú pero se opuso al de Centroamérica y ha condenado el acuerdo con Colombia. En cuanto a Cuba, Obama ha prometido levantar las restricciones que pesan sobre los viajes a Cuba y las remesas de dinero a la isla. En asuntos de comercio, el candidato debería ser consistente con su posición sobre Cuba, que busca alentar el intercambio entre ambos países.
El comercio entre los Estados Unidos y América Latina representa casi 600 mil millones de dólares y las ventas al sur de la frontera dan sustento a dos millones y medio de familias estadounidenses (e indirectamente a muchas más). Si no fuese por el aumento del comercio, que en el caso de México ha crecido un 400 por ciento en década y media, la migración hacia el norte sería mayor.
Y a propósito de la inmigración: la política de Obama difiere poco de la propugnada por George W. Bush y McCain, que tienen a este respecto un mejor instinto que el de su propio partido. Una política inmigratoria sensata que procure legalizar a millones de indocumentados que trabajan duro mejorará la percepción de los Estados Unidos al otro lado de la frontera.
Lo ideal sería que la política de los EE.UU. con respecto a América Latina fuese un ejercicio atmosférico: muchas fotos y frases dulces, y pocas políticas minuciosas. Las políticas minuciosas inevitablemente llevan al intervencionismo o la condescendencia, y lo que los latinoamericanos precisan es avanzar hacia el sentido de responsabilidad.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
Obama y América Latina
Washington, DC—Hace poco, Barack Obama pronunció un importante discurso sobre América Latina intentando marcar distancias con la política del Presidente Bush de cara a la región, que caracterizó como “negligente”. Agregando que Washington “se ha aferrado a planes trillados en el tema de las drogas y el comercio, la democracia y el desarrollo”, propuso dialogar con los adversarios, aumentar la ayuda exterior, ser más cuidadoso en lo atinente a los acuerdos comerciales, impulsar los Cuerpos de Paz y establecer esfuerzos conjuntos para reducir la dependencia petrolera.
A lo largo del siglo 20, la política estadounidense hacia América Latina osciló entre el intervencionismo, militar o político, y la condescendencia, de la que son ejemplos la Política del Buen Vecino y la Alianza para el Progreso. Después, se impuso una especie de abandono, excepto en la guerra contra las drogas. Ocasionalmente, ese abandono fue interrumpido por esfuerzos para sortear alguna crisis financiera o política, o la firma de un acuerdo comercial.
Una pizca de abandono no está mal en lo que atañe a una política exterior con respecto a vecinos que en ciertos casos albergan viejos resentimientos o creen que la prosperidad es hija del altruismo internacional. En cualquier caso, la influencia de Estados Unidos en los gobiernos de la región ya no es enorme. Chile y México, dos de sus aliados más cercanos, resistieron presiones para apoyar la invasión de Irak en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y el candidato de Washington para conducir la Organización de Estados Americanos fue derrotado por un socialista. El Fondo Monetario Internacional, a través del cual Washington solía ejercer algo de presión sobre gobiernos latinoamericanos, se concentra hoy en el África debido a que Brasil y Argentina han saldado sus deudas con ese organismo y el auge exportador ha abultado los ingresos de la mayor parte de los gobiernos de la zona.
Pero Estados Unidos sí puede alentar o desacelerar las actuales tendencias al sur de la frontera. Obama acierta al afirmar que los latinoamericanos son los principales responsables de sus propias tribulaciones, pero se equivoca al creer que un incremento de la ayuda exterior mejorará la economía de la región y evitará la aparición de populistas como Chávez. Esa fue la filosofía de la Política del Buen Vecino, pensada para socavar la influencia de las potencias del Eje en los años 30, y de la Alianza para el Progreso, dirigida a frenar la penetración del comunismo en los años 60. En realidad, el populismo fue rey y señor de la región desde finales de la década del 20 hasta comienzos de los años 90. Su actual resurgimiento confirma que la ayuda exterior hará poco por evitar el populismo: con George W. Bush, la ayuda asistencial a América Latina se ha duplicado, hasta llegar a los 1.600 millones de dólares: el mayor incremento desde la Segunda Guerra Mundial.
Obama, numerosos demócratas y algunos republicanos se han distanciado de los acuerdos de libre comercio apoyados por Bill Clinton y George W. Bush. A pesar de que los pactos burocráticos son menos eficaces que la eliminación unilateral de las barreras comerciales, como lo demostró Estonia en su día, son mejores que el proteccionismo. Aumentar el flujo de bienes y servicios a través de la región no es una “política de Bush”, sino un ideal cuyos antecedentes se remontan a la Conferencia Panamericana celebrada en 1889, que fracasó en el propósito de lograr la unión aduanera de todo el continente. Incluso F. D. Roosevelt y J. F. Kennedy, cuyas políticas idealistas inspiran a Obama, hacían hincapié en el comercio casi tanto como en la ayuda exterior.
El probable candidato por el Partido Demócrata apoyó el acuerdo comercial con Perú pero se opuso al de Centroamérica y ha condenado el acuerdo con Colombia. En cuanto a Cuba, Obama ha prometido levantar las restricciones que pesan sobre los viajes a Cuba y las remesas de dinero a la isla. En asuntos de comercio, el candidato debería ser consistente con su posición sobre Cuba, que busca alentar el intercambio entre ambos países.
El comercio entre los Estados Unidos y América Latina representa casi 600 mil millones de dólares y las ventas al sur de la frontera dan sustento a dos millones y medio de familias estadounidenses (e indirectamente a muchas más). Si no fuese por el aumento del comercio, que en el caso de México ha crecido un 400 por ciento en década y media, la migración hacia el norte sería mayor.
Y a propósito de la inmigración: la política de Obama difiere poco de la propugnada por George W. Bush y McCain, que tienen a este respecto un mejor instinto que el de su propio partido. Una política inmigratoria sensata que procure legalizar a millones de indocumentados que trabajan duro mejorará la percepción de los Estados Unidos al otro lado de la frontera.
Lo ideal sería que la política de los EE.UU. con respecto a América Latina fuese un ejercicio atmosférico: muchas fotos y frases dulces, y pocas políticas minuciosas. Las políticas minuciosas inevitablemente llevan al intervencionismo o la condescendencia, y lo que los latinoamericanos precisan es avanzar hacia el sentido de responsabilidad.
(c) 2008, The Washington Post Writers Group
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