Quien puede olvidar el final del “Planeta de los Simios” cuando Charlton Heston, arrodillándose ante los restos a medio enterrar de la Estatua de la Libertad, golpea con sus puños la arena y clama, “¡Ustedes, maniacos! ¡Ustedes la arruinaron! ¡Ah, váyanse al diablo …váyanse todos al diablo!”
Ahora imagínese la misma escena, con el edificio de Morgan Stanley a medio enterrar en lugar de la Srta. Libertad y a un Walter Bagehot viajero en el tiempo desempeñando el papel principal, y obtiene una perfecta dramatización al estilo de Hollywood de la tragedia de la vida real que, con suerte, está teniendo su desenlace en Wall Street.
¿Bagehot? El gran hombre de letras victoriano, mejor recordado hoy día como el segundo y más celebrado editor de la revista británica, The Economist, no era exactamente un galán. Pero ciertamente podría haber dicho aquellas fútiles líneas finales con verdadera convicción, dado que estuvo entre los primeros en reconocer el enorme potencial destructivo de esa exótica arma de las finanzas victorianas: el moderno banco central.
Bagehot alertó primero a sus lectores de este potencial y ofreció sus sugerencias para contenerlo, en un artículo que apareció en The Economist después del gran pánico y de la crisis crediticia de 1866. Ese pánico atestiguó el espectacular colapso de Overend, Gurney y Co., la cual había sido durante largo tiempo la casa de inversión más importante de Gran Bretaña.
Bagehot entendía que, durante tales pánicos, solo el Banco de Inglaterra brindaba la confianza necesaria para atender a otras firmas financieras como un “prestamista de última instancia”. Pero tal como Bagehot lo señaló más tarde en su libro “Lombard Street: A Description of the Money Market” (1873), el “modo titubeante” del banco—la utilización arbitraria e inconsistente de sus exclusivas facultades prestatarias—solamente tendía a empeorar las cosas. “El público”, escribió Bagehot, “nunca está seguro de qué política será adoptada en el momento más importante: no está seguro de qué suma se otorgará en concepto de adelantos…. Y en este punto tenemos un claro entendimiento respecto del Banco de Inglaterra, de que tanto nuestra capacidad para evitar las crisis como nuestro terror ante las crisis, siempre serán mayores de lo que hubiesen sido de otra forma”.
La principal fuente de problemas, consideraba Bagehot, era la propia existencia del Banco de Inglaterra y los privilegios especiales de los que gozaba. Pero en virtud de que nada salvo una revolución parecía probable que terminase con la “Vieja Dama de la calle Threadneedle”, como se lo llamaba, la solución práctica preferida por Bagehot era que el banco se comprometiese expresamente a prestar libremente durante las crisis, aunque solamente frente a una buena garantía colateral, y aplicando intereses “punitorios”. Las cláusulas restrictivas estaban pensadas para limitar la ayuda a las firmas solventes a las que el pánico hubiese tornado ilíquidas.
La recomendación de Bagehot se ha convertido desde entonces en una especie de precepto maestro de la banca central—a pesar de tratarse de uno que es honrado principalmente en los momentos de apuro por los banqueros centrales.
Para ser justos con los banqueros centrales de hoy día, nunca ha existido gran acuerdo acerca de cómo aplicar en la práctica a la regla de Bagehot. ¿Qué es lo que significa una “buena garantía colateral” e “intereses punitorios” en momentos como estos?
Mientras uno podría llegar a ser capaz de definir con precisión a una buena garantía colateral, y uno puede discutir si la tasa a la cual los bancos ofrecen efectuar prestamos inseguros a otros bancos, conocida como la London Interbank Offered Rate (Tasa de Interés Interbancaria del mercado de Londres), o tasa LIBOR, más el 8 por ciento constituye una tasa “punitiva”, ¿quién supone siquiera que los recientes préstamos del banco central hayan estado basados en una buena garantía colateral?
Pero el rescate de las firmas insolventes es lo menos malo. El verdadero daño se origina en la absoluta falta por parte del Tesoro de alguna regla consistente para los préstamos de última instancia. La ley de salvataje de las instituciones financieras recién promulgada hace poco por clarificar esto.
Esa es justamente la clase de cosas que preocupan a Bagehot hace casi un siglo y medio, cuando los bancos centrales todavía estaban en pañales. Sin embargo, los banqueros centrales y los gobiernos aun no lo entienden, a pesar de los homenajes que le rinden a este gran pensador de nuestro pasado.
Traducido por Gabriel Gasave
Los banqueros centrales aún no lo entienden
Quien puede olvidar el final del “Planeta de los Simios” cuando Charlton Heston, arrodillándose ante los restos a medio enterrar de la Estatua de la Libertad, golpea con sus puños la arena y clama, “¡Ustedes, maniacos! ¡Ustedes la arruinaron! ¡Ah, váyanse al diablo …váyanse todos al diablo!”
Ahora imagínese la misma escena, con el edificio de Morgan Stanley a medio enterrar en lugar de la Srta. Libertad y a un Walter Bagehot viajero en el tiempo desempeñando el papel principal, y obtiene una perfecta dramatización al estilo de Hollywood de la tragedia de la vida real que, con suerte, está teniendo su desenlace en Wall Street.
¿Bagehot? El gran hombre de letras victoriano, mejor recordado hoy día como el segundo y más celebrado editor de la revista británica, The Economist, no era exactamente un galán. Pero ciertamente podría haber dicho aquellas fútiles líneas finales con verdadera convicción, dado que estuvo entre los primeros en reconocer el enorme potencial destructivo de esa exótica arma de las finanzas victorianas: el moderno banco central.
Bagehot alertó primero a sus lectores de este potencial y ofreció sus sugerencias para contenerlo, en un artículo que apareció en The Economist después del gran pánico y de la crisis crediticia de 1866. Ese pánico atestiguó el espectacular colapso de Overend, Gurney y Co., la cual había sido durante largo tiempo la casa de inversión más importante de Gran Bretaña.
Bagehot entendía que, durante tales pánicos, solo el Banco de Inglaterra brindaba la confianza necesaria para atender a otras firmas financieras como un “prestamista de última instancia”. Pero tal como Bagehot lo señaló más tarde en su libro “Lombard Street: A Description of the Money Market” (1873), el “modo titubeante” del banco—la utilización arbitraria e inconsistente de sus exclusivas facultades prestatarias—solamente tendía a empeorar las cosas. “El público”, escribió Bagehot, “nunca está seguro de qué política será adoptada en el momento más importante: no está seguro de qué suma se otorgará en concepto de adelantos…. Y en este punto tenemos un claro entendimiento respecto del Banco de Inglaterra, de que tanto nuestra capacidad para evitar las crisis como nuestro terror ante las crisis, siempre serán mayores de lo que hubiesen sido de otra forma”.
La principal fuente de problemas, consideraba Bagehot, era la propia existencia del Banco de Inglaterra y los privilegios especiales de los que gozaba. Pero en virtud de que nada salvo una revolución parecía probable que terminase con la “Vieja Dama de la calle Threadneedle”, como se lo llamaba, la solución práctica preferida por Bagehot era que el banco se comprometiese expresamente a prestar libremente durante las crisis, aunque solamente frente a una buena garantía colateral, y aplicando intereses “punitorios”. Las cláusulas restrictivas estaban pensadas para limitar la ayuda a las firmas solventes a las que el pánico hubiese tornado ilíquidas.
La recomendación de Bagehot se ha convertido desde entonces en una especie de precepto maestro de la banca central—a pesar de tratarse de uno que es honrado principalmente en los momentos de apuro por los banqueros centrales.
Para ser justos con los banqueros centrales de hoy día, nunca ha existido gran acuerdo acerca de cómo aplicar en la práctica a la regla de Bagehot. ¿Qué es lo que significa una “buena garantía colateral” e “intereses punitorios” en momentos como estos?
Mientras uno podría llegar a ser capaz de definir con precisión a una buena garantía colateral, y uno puede discutir si la tasa a la cual los bancos ofrecen efectuar prestamos inseguros a otros bancos, conocida como la London Interbank Offered Rate (Tasa de Interés Interbancaria del mercado de Londres), o tasa LIBOR, más el 8 por ciento constituye una tasa “punitiva”, ¿quién supone siquiera que los recientes préstamos del banco central hayan estado basados en una buena garantía colateral?
Pero el rescate de las firmas insolventes es lo menos malo. El verdadero daño se origina en la absoluta falta por parte del Tesoro de alguna regla consistente para los préstamos de última instancia. La ley de salvataje de las instituciones financieras recién promulgada hace poco por clarificar esto.
Esa es justamente la clase de cosas que preocupan a Bagehot hace casi un siglo y medio, cuando los bancos centrales todavía estaban en pañales. Sin embargo, los banqueros centrales y los gobiernos aun no lo entienden, a pesar de los homenajes que le rinden a este gran pensador de nuestro pasado.
Traducido por Gabriel Gasave
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