A medida que la furia cundía a través de India tras los ataques terroristas con bombas en Mumbai, Condoleezza Rice, la Secretaria de Estado de la administración Bush, viajó a India y alertó al gobierno de ese país acerca de evitar una respuesta automática que resultase contraproducente. Advirtió a los indios de que “cualquier respuesta debe ser juzgada por su efectividad en la prevención y también por no generar otras consecuencias o dificultades no queridas”. Este discurso resulta risible después de que la exagerada reacción de la administración Bush al 11 de septiembre consistió en declarar una masiva guerra global contra el terror, crear un ficticio y humorístico “eje del mal” e invadir y ocupar dos países musulmanes—todo lo cual fomentó el terrorismo islamista a través del mundo. (Dados estos mismo hechos, la crítica estadounidense de la invasión temporal de Rusia de un tercio de Georgia en respuesta al inicio de las hostilidades de esa nación en Osetia del Sur, que mató a soldados rusos, estuvo igualmente bañada de hipocresía).
Y la desproporcionada respuesta de los EE.UU. al terrorismo continúa. El Secretario de Defensa Robert Gates advirtió recientemente que los Estados Unidos enfrentarán sus mayores amenazas no de parte de naciones o Estados agresivos, sino de guerrilleros y terroristas en “Estados fallidos”. Para combatir a estas amenazas, el Departamento de Defensa acaba de elevar la categoría de dichas “guerras irregulares” para equipararla con el estatus de las guerras convencionales. Aparentemente no hizo más que coincidir con la conducción del Pentágono de que la mayor parte de las guerras libradas por los Estados Unidos durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial han sido conflictos de bajo nivel.
Michael Vickers, secretario asistente del Pentágono para las operaciones especiales y la guerra de baja intensidad, está hablando actualmente de una red mundial constituida por los EE.UU. y fuerzas amigas para realizar operaciones de contraterrorismo de “carácter permanente”, a fin de “crear una presencia persistente y omnipresente contra nuestros adversarios…” En otras palabras, llevar adelante una guerra perpetua en pos de la paz perpetua. Los fundadores de la nación, suspicaces de los costos en sangre y tesoros de la conflagración contante a la que los reyes europeos sometían a sus pueblos, se habrían desmayado ante esta idea—especialmente cuando en promedio las probabilidades de que un estadounidense resulte alguna vez muerto por un ataque terrorista internacional son estadísticamente menores a las de que sea impactado por un rayo.
Sin embargo, no se la ha ocurrido aún al Pentágono (probablemente debido a que dicho entendimiento no sería en el interés de las fuerzas armadas) ni a la opinión pública estadounidense que el hecho de andar fastidiando militarmente a los Estados fallidos, especialmente a los musulmanes, es lo que genera el odio anti-estadounidense que lleva a que los terroristas ataquen objetivos de los EE.UU.. No obstante, la gente de otros países parecería ser consciente de que las actividades militares en el exterior pueden tornar a sus países menos seguros. Por ejemplo, en España después del masivo ataque con bombas a una serie de trenes el 11 de marzo de 2004, el gobierno de José María Aznar, que había sido uno de los pocos gobiernos europeos que apoyó y ayudó ávidamente a la invasión de Irak de Bush, tuvo que mentirle a su pueblo sobre que los ataques eran probablemente obra de los separatistas vascos, cuando contaba con evidencia de que los islamistas estaban detrás de ellos. ¿Por qué? Debido a que si el pueblo español descubría que los islamistas habían perpetrado el ataque, el gobierno español sabía que el público vería acertadamente que la política exterior española había puesto en peligro a la seguridad interna. De este modo, el gobierno español hubiese estado en riesgo. Por supuesto, la verdad eventualmente salió a la luz de todos modos, y el embustero gobierno español fue justificablemente derrotado en las urnas, y las fuerzas españolas fueron retiradas de Irak.
En contraste con tan lúcido razonamiento, los políticos y los medios de comunicación en los Estados Unidos deliberadamente fomentan excesivos temores de terrorismo de modo tal que puedan obtener financiamiento gubernamental para sus negociados o atraer más espectadores, oyentes o lectores. Por ejemplo, una comisión designada por el Congreso encabezada por dos ex senadores llegó recientemente a la alarmista conclusión de que “es muy probable de que un arma de destrucción masiva sea utilizada en un ataque terrorista en alguna parte del mundo antes de 2013”. Cómo llegó el panel a tamaña estimación de un acontecimiento que tiene esencialmente una probabilidad incognoscible (solamente dos ataques importantes con armas de destrucción masiva realizados por grupos terroristas o individuos han ocurrido en la historia—el ataque con gas contra el subterráneo de Tokio en 1995 y los ataques con ántrax en los EE.UU. en 2001) debería levantar sospechas. Además, la comisión concluyó que un ataque con un agente biológico era más probable que uno con un arma nuclear y que por ende el gobierno estadounidense debería incrementar la vigilancia de las 400 instalaciones de investigación de los EE.UU. y de las 15.000 personas que se desempeñan en dichos organismos.
Ninguna mención se hizo respecto de que incluso un ataque biológico es difícil de llevar a cabo con éxito (la agrupación terrorista japonesa que perpetró el patéticamente ineficaz ataque químico contra el subterráneo, que debería haber sido más fácil de realizar que un ataque biológico, disponía de carradas de dinero, había contratado a destacados científicos y había fallado en cometer terrorismo biológico) o a que las amenazas de terrorismo biológico se han vuelto peores tras los ataques del 11 de septiembre y los ataques con ántrax, al multiplicarse el número de instalaciones que trabajan en antídotos y vacunas para ataques biológicos. Después de todo, los ataques con ántrax, que mataron a unas pocas personas, tuvieron su origen en el ántrax almacenado en una instalación del gobierno de los EE.UU. y que era utilizado por científicos con una destreza especial en agentes de armas biológicas.
Así, el temor irracional alimenta respuestas irracionales e hipócritas. Con suerte, India responderá a los ataques de Mumbai adoptando el más racional modelo español y no el histérico modelo estadounidense.
Traducido por Gabriel Gasave
Lo único que debemos temer es el temor mismo
A medida que la furia cundía a través de India tras los ataques terroristas con bombas en Mumbai, Condoleezza Rice, la Secretaria de Estado de la administración Bush, viajó a India y alertó al gobierno de ese país acerca de evitar una respuesta automática que resultase contraproducente. Advirtió a los indios de que “cualquier respuesta debe ser juzgada por su efectividad en la prevención y también por no generar otras consecuencias o dificultades no queridas”. Este discurso resulta risible después de que la exagerada reacción de la administración Bush al 11 de septiembre consistió en declarar una masiva guerra global contra el terror, crear un ficticio y humorístico “eje del mal” e invadir y ocupar dos países musulmanes—todo lo cual fomentó el terrorismo islamista a través del mundo. (Dados estos mismo hechos, la crítica estadounidense de la invasión temporal de Rusia de un tercio de Georgia en respuesta al inicio de las hostilidades de esa nación en Osetia del Sur, que mató a soldados rusos, estuvo igualmente bañada de hipocresía).
Y la desproporcionada respuesta de los EE.UU. al terrorismo continúa. El Secretario de Defensa Robert Gates advirtió recientemente que los Estados Unidos enfrentarán sus mayores amenazas no de parte de naciones o Estados agresivos, sino de guerrilleros y terroristas en “Estados fallidos”. Para combatir a estas amenazas, el Departamento de Defensa acaba de elevar la categoría de dichas “guerras irregulares” para equipararla con el estatus de las guerras convencionales. Aparentemente no hizo más que coincidir con la conducción del Pentágono de que la mayor parte de las guerras libradas por los Estados Unidos durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial han sido conflictos de bajo nivel.
Michael Vickers, secretario asistente del Pentágono para las operaciones especiales y la guerra de baja intensidad, está hablando actualmente de una red mundial constituida por los EE.UU. y fuerzas amigas para realizar operaciones de contraterrorismo de “carácter permanente”, a fin de “crear una presencia persistente y omnipresente contra nuestros adversarios…” En otras palabras, llevar adelante una guerra perpetua en pos de la paz perpetua. Los fundadores de la nación, suspicaces de los costos en sangre y tesoros de la conflagración contante a la que los reyes europeos sometían a sus pueblos, se habrían desmayado ante esta idea—especialmente cuando en promedio las probabilidades de que un estadounidense resulte alguna vez muerto por un ataque terrorista internacional son estadísticamente menores a las de que sea impactado por un rayo.
Sin embargo, no se la ha ocurrido aún al Pentágono (probablemente debido a que dicho entendimiento no sería en el interés de las fuerzas armadas) ni a la opinión pública estadounidense que el hecho de andar fastidiando militarmente a los Estados fallidos, especialmente a los musulmanes, es lo que genera el odio anti-estadounidense que lleva a que los terroristas ataquen objetivos de los EE.UU.. No obstante, la gente de otros países parecería ser consciente de que las actividades militares en el exterior pueden tornar a sus países menos seguros. Por ejemplo, en España después del masivo ataque con bombas a una serie de trenes el 11 de marzo de 2004, el gobierno de José María Aznar, que había sido uno de los pocos gobiernos europeos que apoyó y ayudó ávidamente a la invasión de Irak de Bush, tuvo que mentirle a su pueblo sobre que los ataques eran probablemente obra de los separatistas vascos, cuando contaba con evidencia de que los islamistas estaban detrás de ellos. ¿Por qué? Debido a que si el pueblo español descubría que los islamistas habían perpetrado el ataque, el gobierno español sabía que el público vería acertadamente que la política exterior española había puesto en peligro a la seguridad interna. De este modo, el gobierno español hubiese estado en riesgo. Por supuesto, la verdad eventualmente salió a la luz de todos modos, y el embustero gobierno español fue justificablemente derrotado en las urnas, y las fuerzas españolas fueron retiradas de Irak.
En contraste con tan lúcido razonamiento, los políticos y los medios de comunicación en los Estados Unidos deliberadamente fomentan excesivos temores de terrorismo de modo tal que puedan obtener financiamiento gubernamental para sus negociados o atraer más espectadores, oyentes o lectores. Por ejemplo, una comisión designada por el Congreso encabezada por dos ex senadores llegó recientemente a la alarmista conclusión de que “es muy probable de que un arma de destrucción masiva sea utilizada en un ataque terrorista en alguna parte del mundo antes de 2013”. Cómo llegó el panel a tamaña estimación de un acontecimiento que tiene esencialmente una probabilidad incognoscible (solamente dos ataques importantes con armas de destrucción masiva realizados por grupos terroristas o individuos han ocurrido en la historia—el ataque con gas contra el subterráneo de Tokio en 1995 y los ataques con ántrax en los EE.UU. en 2001) debería levantar sospechas. Además, la comisión concluyó que un ataque con un agente biológico era más probable que uno con un arma nuclear y que por ende el gobierno estadounidense debería incrementar la vigilancia de las 400 instalaciones de investigación de los EE.UU. y de las 15.000 personas que se desempeñan en dichos organismos.
Ninguna mención se hizo respecto de que incluso un ataque biológico es difícil de llevar a cabo con éxito (la agrupación terrorista japonesa que perpetró el patéticamente ineficaz ataque químico contra el subterráneo, que debería haber sido más fácil de realizar que un ataque biológico, disponía de carradas de dinero, había contratado a destacados científicos y había fallado en cometer terrorismo biológico) o a que las amenazas de terrorismo biológico se han vuelto peores tras los ataques del 11 de septiembre y los ataques con ántrax, al multiplicarse el número de instalaciones que trabajan en antídotos y vacunas para ataques biológicos. Después de todo, los ataques con ántrax, que mataron a unas pocas personas, tuvieron su origen en el ántrax almacenado en una instalación del gobierno de los EE.UU. y que era utilizado por científicos con una destreza especial en agentes de armas biológicas.
Así, el temor irracional alimenta respuestas irracionales e hipócritas. Con suerte, India responderá a los ataques de Mumbai adoptando el más racional modelo español y no el histérico modelo estadounidense.
Traducido por Gabriel Gasave
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