Washington, DC—El Presidente Barack Obama se reunirá con sus colegas latinoamericanos y caribeños en la Cumbre de las Américas, en abril. Casi todos esperan mucho de él, lo que no es nunca una buena señal. ¿Qué debería llevarles Obama?
Lo más importante que Estados Unidos puede hacer por América Latina no es un plan de rescate sino recomponer su propia economía. De otro modo, veremos a la región volver a los brazos de los organismos multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya presencia envenenó las relaciones entre América Latina y el mundo exterior en el pasado.
Hace una década, el FMI tenía peso en América Latina: había prestado unos 50 mil millones de dólares acumulados en el tiempo. Desde que Brasil y Argentina cancelaron sus deudas, el FMI desapareció del mapa latinoamericano: el acrónimo tenía un tufillo a era pasada. Ahora, por la dificultad del acceso a los mercados de capitales, la caída de las exportaciones y los 250 mil millones de dólares de deuda que vencerán este año, muchos gobiernos están sedientos de fondos. Así que el FMI –el ogro peludo con el que muchos padres amenazaban a sus hijos si no comían su comida— está de regreso. Otros organismos financieros también crecen. El Banco Interamericano de Desarrollo ha prometido 6 mil millones de dólares a los bancos comerciales y tiene disponibles otros 12 mil millones para distintos proyectos públicos.
Todo esto es un retorno inquietante a la infancia política y económica de América Latina, cuando dependía de las transferencias de los ricos. Hay una forma en que Estados Unidos puede echarle una mano a la región. Como dice Myles Frechette, ex embajador estadounidense, en un trabajo reciente, “Estados Unidos puede jugar un rol importante en América Latina y el Caribe con sólo recuperarse de la crisis económica. Para la mayoría de los países en la región Estados Unidos sigue siendo el destino individual más importante de sus exportaciones”.
Aunque quince acuerdos comerciales vincularán a las naciones latinoamericanas con once economías asiáticas hacia 2010, Asia también las está viendo negras hoy en día y los intercambios entre China y América Latina son apenas la quinta parte del comercio entre Estados Unidos y América Latina.
Lo segundo que Obama puede hacer es una reforma migratoria. Diez Tratados de Libre Comercio fueron suscritos entre Washington y los países latinoamericanos en la última década, pero el comercio no será del todo libre mientras no haya movilidad laboral (como lo entendió en su día la Unión Europea). El gobierno norteamericano debe escuchar a los capitanes de industria a lo ancho de esta nación y prestar atención a los numerosos estudios que demuestran que la economía estadounidense clama por un flujo sostenido de mano de obra inmigrante. Los argumentos a favor de los inmigrantes altamente calificados son obvios, pero los argumentos en favor de los poco calificados son también muy seductores. Un estudio realizado por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos advierte que más de la mitad del aumento de la demanda de trabajo en las 25 ocupaciones principales tendrá lugar en empleos poco calificados que no pueden ser deslocalizados.
Hay numerosas propuestas revoloteando en el ambiente. En un libro reciente titulado “A World of Wealth”, Thomas Donlan, director de la página editorial de Barron´s, publicación conservadora, propone dar la bienvenida a todo inmigrante que tenga un empleo y acepte no acceder a servicios sociales gratuitos de ningún tipo —excepto la educación— antes de convertirse en ciudadano. Este es el tipo de ideas al que un gobierno estadounidense interesado en tratar de tú a tú con sus vecinos debería echarle toronja, como se dice.
Finalmente, urge repensar la guerra contra las drogas. En 1992, en una “cumbre” celebrada en Cartagena, el primer presidente Bush acordó con sus colegas de México y los países andinos dirigir los esfuerzos tanto contra el consumo de narcóticos como contra la oferta. Un par de décadas más tarde, ninguno de los dos ha disminuido. El sangriento conflicto en el que está atrapado el gobierno del Presidente mexicano Felipe Calderón —y que ha costado más de 8.000 vidas en dos años— es hijo de una estrategia antidrogas mal concebida y ejecutada a lo largo de décadas. La opinión pública estadounidense no está preparada aun para relajar la prohibición del consumo, pero Obama debería al menos plantear una conversación hemisférica sobre los modos de quitar el énfasis al enfoque represivo.
Hay medidas puntuales que Washington puede tomar para hacerse querer: por ejemplo, eliminar el absurdo arancel de 54 por ciento al etanol importado de Brasil. También hay cuestiones tácticas que pueden convenir, como dejar que Hugo Chávez se ahorque con su propia soga. Pero, en definitiva, revertir el descalabro económico de los Estados Unidos, empezar a entender la circulacion de las personas —y no sólo de bienes y servicios— como parte de las relaciones comerciales y pensar en voz alta caminos alternativos para hacer frente a las drogas sería de lejos la mejor contribución que Obama a una región del mundo que aun no ha visitado pero donde despierta entusiasmo.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
Lo que Obama (no) puede hacer por América Latina
Washington, DC—El Presidente Barack Obama se reunirá con sus colegas latinoamericanos y caribeños en la Cumbre de las Américas, en abril. Casi todos esperan mucho de él, lo que no es nunca una buena señal. ¿Qué debería llevarles Obama?
Lo más importante que Estados Unidos puede hacer por América Latina no es un plan de rescate sino recomponer su propia economía. De otro modo, veremos a la región volver a los brazos de los organismos multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya presencia envenenó las relaciones entre América Latina y el mundo exterior en el pasado.
Hace una década, el FMI tenía peso en América Latina: había prestado unos 50 mil millones de dólares acumulados en el tiempo. Desde que Brasil y Argentina cancelaron sus deudas, el FMI desapareció del mapa latinoamericano: el acrónimo tenía un tufillo a era pasada. Ahora, por la dificultad del acceso a los mercados de capitales, la caída de las exportaciones y los 250 mil millones de dólares de deuda que vencerán este año, muchos gobiernos están sedientos de fondos. Así que el FMI –el ogro peludo con el que muchos padres amenazaban a sus hijos si no comían su comida— está de regreso. Otros organismos financieros también crecen. El Banco Interamericano de Desarrollo ha prometido 6 mil millones de dólares a los bancos comerciales y tiene disponibles otros 12 mil millones para distintos proyectos públicos.
Todo esto es un retorno inquietante a la infancia política y económica de América Latina, cuando dependía de las transferencias de los ricos. Hay una forma en que Estados Unidos puede echarle una mano a la región. Como dice Myles Frechette, ex embajador estadounidense, en un trabajo reciente, “Estados Unidos puede jugar un rol importante en América Latina y el Caribe con sólo recuperarse de la crisis económica. Para la mayoría de los países en la región Estados Unidos sigue siendo el destino individual más importante de sus exportaciones”.
Aunque quince acuerdos comerciales vincularán a las naciones latinoamericanas con once economías asiáticas hacia 2010, Asia también las está viendo negras hoy en día y los intercambios entre China y América Latina son apenas la quinta parte del comercio entre Estados Unidos y América Latina.
Lo segundo que Obama puede hacer es una reforma migratoria. Diez Tratados de Libre Comercio fueron suscritos entre Washington y los países latinoamericanos en la última década, pero el comercio no será del todo libre mientras no haya movilidad laboral (como lo entendió en su día la Unión Europea). El gobierno norteamericano debe escuchar a los capitanes de industria a lo ancho de esta nación y prestar atención a los numerosos estudios que demuestran que la economía estadounidense clama por un flujo sostenido de mano de obra inmigrante. Los argumentos a favor de los inmigrantes altamente calificados son obvios, pero los argumentos en favor de los poco calificados son también muy seductores. Un estudio realizado por el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos advierte que más de la mitad del aumento de la demanda de trabajo en las 25 ocupaciones principales tendrá lugar en empleos poco calificados que no pueden ser deslocalizados.
Hay numerosas propuestas revoloteando en el ambiente. En un libro reciente titulado “A World of Wealth”, Thomas Donlan, director de la página editorial de Barron´s, publicación conservadora, propone dar la bienvenida a todo inmigrante que tenga un empleo y acepte no acceder a servicios sociales gratuitos de ningún tipo —excepto la educación— antes de convertirse en ciudadano. Este es el tipo de ideas al que un gobierno estadounidense interesado en tratar de tú a tú con sus vecinos debería echarle toronja, como se dice.
Finalmente, urge repensar la guerra contra las drogas. En 1992, en una “cumbre” celebrada en Cartagena, el primer presidente Bush acordó con sus colegas de México y los países andinos dirigir los esfuerzos tanto contra el consumo de narcóticos como contra la oferta. Un par de décadas más tarde, ninguno de los dos ha disminuido. El sangriento conflicto en el que está atrapado el gobierno del Presidente mexicano Felipe Calderón —y que ha costado más de 8.000 vidas en dos años— es hijo de una estrategia antidrogas mal concebida y ejecutada a lo largo de décadas. La opinión pública estadounidense no está preparada aun para relajar la prohibición del consumo, pero Obama debería al menos plantear una conversación hemisférica sobre los modos de quitar el énfasis al enfoque represivo.
Hay medidas puntuales que Washington puede tomar para hacerse querer: por ejemplo, eliminar el absurdo arancel de 54 por ciento al etanol importado de Brasil. También hay cuestiones tácticas que pueden convenir, como dejar que Hugo Chávez se ahorque con su propia soga. Pero, en definitiva, revertir el descalabro económico de los Estados Unidos, empezar a entender la circulacion de las personas —y no sólo de bienes y servicios— como parte de las relaciones comerciales y pensar en voz alta caminos alternativos para hacer frente a las drogas sería de lejos la mejor contribución que Obama a una región del mundo que aun no ha visitado pero donde despierta entusiasmo.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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