El Presidente Warren Harding dijo en una oportunidad, “No tengo problema alguno con mis enemigos”, pero destacaba que sus amigos “me mantienen en vela todas las noches”. Esa máxima debería aplicarse a la política exterior estadounidense a partir del “11 de septiembre” e incluso desde antes.
En ocasiones resulta extraño porqué el gobierno de los EE.UU. siente temor por lejanos países que en la actualidad no plantean ninguna amenaza directa a los Estados Unidos—por ejemplo, Irán, Corea del Norte, el Irak de Saddam—mientras que minimiza a las verdaderas amenazas que emanan de las naciones “amistosas”.
Todos conocemos la historia de cómo la mayoría de los secuestradores del 11/09 eran sauditas, cómo el gobierno saudí financiaba escuelas islámicas radicales en todo el mundo musulmán y de cómo dinero privado saudí ha llegado a al Qaeda y al Talibán en Afganistán y Paquistán.
Pero la prensa estadounidense informó recientemente que el ISI, sigla en inglés del servicio de inteligencia paquistaní, supuestamente un aliado de los EE.UU. desde la guerra contra los soviéticos en la década de 1980, se encontraba apoyando a militantes combatientes islamistas contra las fuerzas de los Estados Unidos y la OTAN en Afganistán. Esta información no debería ser novedosa ni sorprendernos. Durante la guerra soviética, la CIA canalizó miles de millones de dólares a través del ISI hacia los militantes combatientes islamistas. El ISI elegía a qué grupos financiar con el dinero de la CIA. Atendiendo a sus propios intereses, el ISI financiaba a los combatientes islámicos más radicales, incluido Osama bin Laden, cuando los grupos más moderados eran mejores combatientes contra los soviéticos.
Desde el 11/09, el gobierno paquistaní ha desplumado al gobierno de los EE.UU. en miles de millones en concepto de asistencia para combatir a dichos militantes, mientras que al mismo tiempo su brazo de inteligencia está financiando a la misma gente, proporcionándoles armas e incluso planificando sus ataques. Así, dado que el dinero es fungible, el gobierno de los Estados Unidos está esencialmente utilizando los dólares de los contribuyentes estadounidenses para financiar a sus enemigos en el campo de batalla. Por supuesto, el tener enemigos a quienes combatir—el Talibán y otros grupos militantes—le asegura al Departamento de Defensa de los EE.UU. más dinero en efectivo del Congreso y del pueblo estadounidense. Todos parecerían estar felices con este arreglo bizarro, excepto quizás los contribuyentes estadounidenses y las familias de los soldados estadounidenses y los afganos asesinados.
La política enunciada por Barack Obama para lidiar con este descalabro es de alguna manera mejor que la de George W. Bush. Siendo más pragmático, el objetivo de Obama es el de estabilizar lo suficiente a Afganistán de modo tal que el país no pueda ser utilizado como una base para que al Qaeda lance ataques contra los Estados Unidos, sus intereses o sus aliados o por al Qaeda para socavar o hacer caer a los gobiernos democráticamente elegidos respaldados por los EE.UU.. Al igual que en Irak, ha prometido también retirarse eventualmente de Afganistán. La política enunciada por Obama es al menos mejor que el proyecto de edificación de naciones erróneamente definido y con un final abierto de George W. Bush.
Sin embargo, en el corto plazo, Obama parece estar haciendo abiertamente lo que Bush intentó hacer reservadamente en Irak: incrementar el número de efectivos para encubrir una negociación y un acuerdo con el enemigo. Resta por verse, no obstante, si la política estadounidense será exitosa en la estabilización de Irak en el largo plazo—es decir, una vez que los pagos estadounidenses a los guerrilleros sunitas se interrumpan. En Afganistán, Obama planea también incrementar en 17.000 el número de tropas y enviar 4.000 entrenadores estadounidenses adicionales para las fuerza afganas. Pero para que sea una lucha limpia, Obama está también aumentando el financiamiento para el gobierno paquistaní, el cual inadvertidamente terminará asistiendo al Talibán y otros grupos militantes islamistas en Afganistán y Paquistán. Obama está negociando con algunos grupos militantes y, como en Irak, el dinero está fluyendo hacia el enemigo. Pero en Irak, el dinero le paga al enemigo para que cese las hostilidades, mientras que en Pakistán, parte de la asistencia incrementada ayudará al Talibán y a otros grupos militantes a luchar contra los Estados Unidos.
No obstante, incluso antes de que Obama se convirtiese en presidente y declarase que los Estados Unidos eventualmente se retirarían de Afganistán, el Talibán y sus patrocinadores en el ISI predijeron una salida estadounidense final y han actuado en consecuencia. El ISI desea influir en un Afganistán post-Estados Unidos a fin de contrarrestar potenciales ataques de su archirrival India. El grupo que es el más receptivo a la influencia paquistaní es su aliado de larga data, el Talibán. Si bien el gobierno paquistaní ha prometido dejar de asistir al Talibán, sus intereses de largo plazo se contraponen con esta promesa.
Perdiendo de vista el objetivo original de atrapar a Osama bin Laden (quien probablemente se encuentre en Paquistán, no en Afganistán), los EE.UU. se han entrampado en un atolladero edificador de naciones en el cual están indirectamente financiando a los guerrilleros que luchan contra sus propios efectivos. En vez de incrementar el número de efectivos y entrenadores en Afganistán y la ayuda a Paquistán, Obama precisa retirar a las fuerzas estadounidenses de Afganistán —lo antes posible— y de acotar drásticamente sus objetivos: meramente garantizar que al Qaeda no pueda utilizar a Afganistán o Paquistán como un punto de lanzamiento para ataques contra los Estados Unidos. Está pensando de una manera más realista y clara acerca de la situación en ambos países que Bush, pero precisa ir más lejos.
Traducido por Gabriel Gasave
Los Estados Unidos deberían temerles a sus amigos
El Presidente Warren Harding dijo en una oportunidad, “No tengo problema alguno con mis enemigos”, pero destacaba que sus amigos “me mantienen en vela todas las noches”. Esa máxima debería aplicarse a la política exterior estadounidense a partir del “11 de septiembre” e incluso desde antes.
En ocasiones resulta extraño porqué el gobierno de los EE.UU. siente temor por lejanos países que en la actualidad no plantean ninguna amenaza directa a los Estados Unidos—por ejemplo, Irán, Corea del Norte, el Irak de Saddam—mientras que minimiza a las verdaderas amenazas que emanan de las naciones “amistosas”.
Todos conocemos la historia de cómo la mayoría de los secuestradores del 11/09 eran sauditas, cómo el gobierno saudí financiaba escuelas islámicas radicales en todo el mundo musulmán y de cómo dinero privado saudí ha llegado a al Qaeda y al Talibán en Afganistán y Paquistán.
Pero la prensa estadounidense informó recientemente que el ISI, sigla en inglés del servicio de inteligencia paquistaní, supuestamente un aliado de los EE.UU. desde la guerra contra los soviéticos en la década de 1980, se encontraba apoyando a militantes combatientes islamistas contra las fuerzas de los Estados Unidos y la OTAN en Afganistán. Esta información no debería ser novedosa ni sorprendernos. Durante la guerra soviética, la CIA canalizó miles de millones de dólares a través del ISI hacia los militantes combatientes islamistas. El ISI elegía a qué grupos financiar con el dinero de la CIA. Atendiendo a sus propios intereses, el ISI financiaba a los combatientes islámicos más radicales, incluido Osama bin Laden, cuando los grupos más moderados eran mejores combatientes contra los soviéticos.
Desde el 11/09, el gobierno paquistaní ha desplumado al gobierno de los EE.UU. en miles de millones en concepto de asistencia para combatir a dichos militantes, mientras que al mismo tiempo su brazo de inteligencia está financiando a la misma gente, proporcionándoles armas e incluso planificando sus ataques. Así, dado que el dinero es fungible, el gobierno de los Estados Unidos está esencialmente utilizando los dólares de los contribuyentes estadounidenses para financiar a sus enemigos en el campo de batalla. Por supuesto, el tener enemigos a quienes combatir—el Talibán y otros grupos militantes—le asegura al Departamento de Defensa de los EE.UU. más dinero en efectivo del Congreso y del pueblo estadounidense. Todos parecerían estar felices con este arreglo bizarro, excepto quizás los contribuyentes estadounidenses y las familias de los soldados estadounidenses y los afganos asesinados.
La política enunciada por Barack Obama para lidiar con este descalabro es de alguna manera mejor que la de George W. Bush. Siendo más pragmático, el objetivo de Obama es el de estabilizar lo suficiente a Afganistán de modo tal que el país no pueda ser utilizado como una base para que al Qaeda lance ataques contra los Estados Unidos, sus intereses o sus aliados o por al Qaeda para socavar o hacer caer a los gobiernos democráticamente elegidos respaldados por los EE.UU.. Al igual que en Irak, ha prometido también retirarse eventualmente de Afganistán. La política enunciada por Obama es al menos mejor que el proyecto de edificación de naciones erróneamente definido y con un final abierto de George W. Bush.
Sin embargo, en el corto plazo, Obama parece estar haciendo abiertamente lo que Bush intentó hacer reservadamente en Irak: incrementar el número de efectivos para encubrir una negociación y un acuerdo con el enemigo. Resta por verse, no obstante, si la política estadounidense será exitosa en la estabilización de Irak en el largo plazo—es decir, una vez que los pagos estadounidenses a los guerrilleros sunitas se interrumpan. En Afganistán, Obama planea también incrementar en 17.000 el número de tropas y enviar 4.000 entrenadores estadounidenses adicionales para las fuerza afganas. Pero para que sea una lucha limpia, Obama está también aumentando el financiamiento para el gobierno paquistaní, el cual inadvertidamente terminará asistiendo al Talibán y otros grupos militantes islamistas en Afganistán y Paquistán. Obama está negociando con algunos grupos militantes y, como en Irak, el dinero está fluyendo hacia el enemigo. Pero en Irak, el dinero le paga al enemigo para que cese las hostilidades, mientras que en Pakistán, parte de la asistencia incrementada ayudará al Talibán y a otros grupos militantes a luchar contra los Estados Unidos.
No obstante, incluso antes de que Obama se convirtiese en presidente y declarase que los Estados Unidos eventualmente se retirarían de Afganistán, el Talibán y sus patrocinadores en el ISI predijeron una salida estadounidense final y han actuado en consecuencia. El ISI desea influir en un Afganistán post-Estados Unidos a fin de contrarrestar potenciales ataques de su archirrival India. El grupo que es el más receptivo a la influencia paquistaní es su aliado de larga data, el Talibán. Si bien el gobierno paquistaní ha prometido dejar de asistir al Talibán, sus intereses de largo plazo se contraponen con esta promesa.
Perdiendo de vista el objetivo original de atrapar a Osama bin Laden (quien probablemente se encuentre en Paquistán, no en Afganistán), los EE.UU. se han entrampado en un atolladero edificador de naciones en el cual están indirectamente financiando a los guerrilleros que luchan contra sus propios efectivos. En vez de incrementar el número de efectivos y entrenadores en Afganistán y la ayuda a Paquistán, Obama precisa retirar a las fuerzas estadounidenses de Afganistán —lo antes posible— y de acotar drásticamente sus objetivos: meramente garantizar que al Qaeda no pueda utilizar a Afganistán o Paquistán como un punto de lanzamiento para ataques contra los Estados Unidos. Está pensando de una manera más realista y clara acerca de la situación en ambos países que Bush, pero precisa ir más lejos.
Traducido por Gabriel Gasave
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