En su nuevo libro, By His Own Rules: The Ambitions, Successes, and Ultimate Failures of Donald Rumsfeld , Bradley Graham sostiene que si bien la ideología y la arrogancia jugaron un rol en el fiasco que fue la invasión y ocupación de Irak, el concepto de Donald Rumsfeld de transformar a las fuerzas armadas en una fuerza más estrecha y mortífera también jugó su papel.
Rumsfeld no solamente sacó ventaja del 11 de septiembre para justificar la invasión de Irak, sino que también la utilizó como una cuña para intentar transformar a las fuerzas armadas de los EE.UU.. El aaprovechamiento de una crisis para procurar instituir cambios políticos es una antigua estratagema en Washington. La guerra afgana pareció validar el nuevo concepto de Rumsfeld, pero naufragó en las profundidades de la insurgencia en Irak.
Tradicionalmente en las guerras, el poderío aéreo estadounidense había apoyado a las fuerzas terrestres de los EE.UU.. Rumsfeld consideraba que el mejorado poder de fuego y la exactitud de las municiones enviadas por aire habían vuelto menos importante al ejército. Ahora los EE.UU. podían depender de las fuerzas terrestres autóctonas para mantener en su lugar al enemigo (siendo esencialmente un yunque), mientras que el poder aéreo estadounidense fuese utilizado como un martillo para derrotar a las fuerzas de la oposición. Sin embargo Rumsfeld no fue quien inventó este concepto. Durante la administración Clinton, este mismo modelo fue empleado con éxito contra Serbia en la Guerra de Kosovo en 1999. El éxito inicial del concepto después del 11/09, la utilización de las fuerzas terrestres de la opositora Alianza del Norte contra las fuerzas del gobierno talibán en Afganistán, pareció entronizar a Rumsfeld en el salón de la fama militar.
Sin embargo, Irak sirvió para demostrar el ocaso de la visión de Rumsfeld. Una vez más parecía quedar validado su concepto del empleo de un número pequeño de efectivos en tierra para contener a las fuerzas enemigas—con un enemigo iraquí más formidable y ninguna fuerza autóctona de oposición significativa que emplear, las fuerzas terrestres de los EE.UU. fueron sustituidas por las lugareñas—para que fuesen atacadas con el poder aéreo. Las fuerzas de Saddam Hussein fueron rápidamente derrotadas y Bagdad y el resto de Irak ocupados.
Y aquí radica el problema con el concepto de Rumsfeld. La ocupación es diferente a ganar la guerra. Ocupar un país requiere de muchas más botas en el terreno, especialmente cuando estalla una guerra de guerrillas—tal como aconteció en Irak. Debido a que Rumsfeld deseaba demonstrar su nuevo modelo bélico, los EE.UU. siempre contaron con demasiado pocos efectivos de tierra para doblegar militarmente a la insurgencia iraquí.
Además, la guerra perenne en Afganistán comenzó a erosionar aún más el apoyo al concepto de Rumsfeld. Con incluso menos efectivos terrestres por habitante en Afganistán que en Irak, un Talibán resurgente provocó una excesiva dependencia en el poder aéreo para combatir a la creciente insurgencia. Tal como las fuerzas armadas estadounidenses lo están redescubriendo tardíamente (hace mucho que las lecciones de Vietnam han sido olvidadas), en las guerras de contrainsurgencia, ganar al menos la neutralidad de los locales al no matar a demasiados civiles inocentes es más importante que apilar los cadáveres de los guerrilleros muertos. Pero no importa cuán exactas sean las armas desde el aire, a fin de evitar la matanza de civiles, los ojos y las botas en el terreno son necesarias—muchas de ellas.
Bob Gates, el mucho más popular reemplazo de Rumsfeld como Secretario de Defensa, ha descartado el programa de transformación de Rumsfeld y se ha volcado incondicionalmente a desarrollar fuerzas y tecnologías para las guerras de contrainsurgencia.
¿La visión de Rumsfeld debería de este modo ser considerada como un infausto fracaso tal como muchos lo han caracterizado? No.
El concepto de Rumsfeld resulta fundamentalmente sensato si el país se encuentra librando una guerra convencional contra incluso un enemigo formidable. Y esa es la clase de futuras guerras para las que deberían estar preparándose los EE.UU.. Como una protección contra cualquier amenaza importante para la seguridad de los EE.UU. que pudiese surgir— en la actualidad no existe ninguna—las fuerzas armadas estadounidenses deben ser capaces de luchar contra las fuerzas convencionales de una gran potencia. No es que el presupuesto del Pentágono no pueda ser reducido drásticamente hasta que dicha amenaza aparezca, pero eso no implica que las fuerzas armadas no puedan tener un concepto acerca de cómo combatirían contra un enemigo así. Y recortar drásticamente el número de efectivos terrestres ahorraría muchos dólares a los contribuyentes, eliminaría la tentación de emprender misiones imperiales de largo plazo y morigeraría los peligros inherentes que los ejércitos permanentes traen aparejados para las libertades civiles y la república.
¿Pero qué hay acerca de la necesidad de delinear a los países a través de las contrainsurgencias y la edificación de naciones—tal como lo han venido intentando hacer los EE.UU. en Afganistán e Irak? Después de todo, ¿no precisamos “remover el problema” de modo tal que los potenciales terroristas no surjan de, o se aglutinen en, un refugio seguro en tales Estados fallidos?
No, ante todo son esas ocupaciones imperiales las que causan el terrorismo anti-estadounidense—basta con leer los escritos de Osama bin Laden. Para atrapar a terroristas como bin Laden precisamos emplear una mejor inteligencia y aplicación de la ley y tal vez ocasionales incursiones de las Fuerzas Especiales. La ocupación y los trabajos sociales realizados por las fuerzas armadas son innecesarios, costosos y empeoran el problema de las represalias del terrorismo.
Resumiendo, si los E.UU. abandonan dichas imprudentes guerras de elección y las ocupaciones concomitantes, el concepto de Rumsfeld de menos fuerzas terrestres y una mayor dependencia en el poderío aéreo puede ser viable. El problema no es el concepto, sino que éste no va a funcionar si los Estados Unidos continúan con tales atolladeros interminables.
Traducido por Gabriel Gasave
¿Estaba realmente tan errado Donald Rumsfeld?
En su nuevo libro, By His Own Rules: The Ambitions, Successes, and Ultimate Failures of Donald Rumsfeld , Bradley Graham sostiene que si bien la ideología y la arrogancia jugaron un rol en el fiasco que fue la invasión y ocupación de Irak, el concepto de Donald Rumsfeld de transformar a las fuerzas armadas en una fuerza más estrecha y mortífera también jugó su papel.
Rumsfeld no solamente sacó ventaja del 11 de septiembre para justificar la invasión de Irak, sino que también la utilizó como una cuña para intentar transformar a las fuerzas armadas de los EE.UU.. El aaprovechamiento de una crisis para procurar instituir cambios políticos es una antigua estratagema en Washington. La guerra afgana pareció validar el nuevo concepto de Rumsfeld, pero naufragó en las profundidades de la insurgencia en Irak.
Tradicionalmente en las guerras, el poderío aéreo estadounidense había apoyado a las fuerzas terrestres de los EE.UU.. Rumsfeld consideraba que el mejorado poder de fuego y la exactitud de las municiones enviadas por aire habían vuelto menos importante al ejército. Ahora los EE.UU. podían depender de las fuerzas terrestres autóctonas para mantener en su lugar al enemigo (siendo esencialmente un yunque), mientras que el poder aéreo estadounidense fuese utilizado como un martillo para derrotar a las fuerzas de la oposición. Sin embargo Rumsfeld no fue quien inventó este concepto. Durante la administración Clinton, este mismo modelo fue empleado con éxito contra Serbia en la Guerra de Kosovo en 1999. El éxito inicial del concepto después del 11/09, la utilización de las fuerzas terrestres de la opositora Alianza del Norte contra las fuerzas del gobierno talibán en Afganistán, pareció entronizar a Rumsfeld en el salón de la fama militar.
Sin embargo, Irak sirvió para demostrar el ocaso de la visión de Rumsfeld. Una vez más parecía quedar validado su concepto del empleo de un número pequeño de efectivos en tierra para contener a las fuerzas enemigas—con un enemigo iraquí más formidable y ninguna fuerza autóctona de oposición significativa que emplear, las fuerzas terrestres de los EE.UU. fueron sustituidas por las lugareñas—para que fuesen atacadas con el poder aéreo. Las fuerzas de Saddam Hussein fueron rápidamente derrotadas y Bagdad y el resto de Irak ocupados.
Y aquí radica el problema con el concepto de Rumsfeld. La ocupación es diferente a ganar la guerra. Ocupar un país requiere de muchas más botas en el terreno, especialmente cuando estalla una guerra de guerrillas—tal como aconteció en Irak. Debido a que Rumsfeld deseaba demonstrar su nuevo modelo bélico, los EE.UU. siempre contaron con demasiado pocos efectivos de tierra para doblegar militarmente a la insurgencia iraquí.
Además, la guerra perenne en Afganistán comenzó a erosionar aún más el apoyo al concepto de Rumsfeld. Con incluso menos efectivos terrestres por habitante en Afganistán que en Irak, un Talibán resurgente provocó una excesiva dependencia en el poder aéreo para combatir a la creciente insurgencia. Tal como las fuerzas armadas estadounidenses lo están redescubriendo tardíamente (hace mucho que las lecciones de Vietnam han sido olvidadas), en las guerras de contrainsurgencia, ganar al menos la neutralidad de los locales al no matar a demasiados civiles inocentes es más importante que apilar los cadáveres de los guerrilleros muertos. Pero no importa cuán exactas sean las armas desde el aire, a fin de evitar la matanza de civiles, los ojos y las botas en el terreno son necesarias—muchas de ellas.
Bob Gates, el mucho más popular reemplazo de Rumsfeld como Secretario de Defensa, ha descartado el programa de transformación de Rumsfeld y se ha volcado incondicionalmente a desarrollar fuerzas y tecnologías para las guerras de contrainsurgencia.
¿La visión de Rumsfeld debería de este modo ser considerada como un infausto fracaso tal como muchos lo han caracterizado? No.
El concepto de Rumsfeld resulta fundamentalmente sensato si el país se encuentra librando una guerra convencional contra incluso un enemigo formidable. Y esa es la clase de futuras guerras para las que deberían estar preparándose los EE.UU.. Como una protección contra cualquier amenaza importante para la seguridad de los EE.UU. que pudiese surgir— en la actualidad no existe ninguna—las fuerzas armadas estadounidenses deben ser capaces de luchar contra las fuerzas convencionales de una gran potencia. No es que el presupuesto del Pentágono no pueda ser reducido drásticamente hasta que dicha amenaza aparezca, pero eso no implica que las fuerzas armadas no puedan tener un concepto acerca de cómo combatirían contra un enemigo así. Y recortar drásticamente el número de efectivos terrestres ahorraría muchos dólares a los contribuyentes, eliminaría la tentación de emprender misiones imperiales de largo plazo y morigeraría los peligros inherentes que los ejércitos permanentes traen aparejados para las libertades civiles y la república.
¿Pero qué hay acerca de la necesidad de delinear a los países a través de las contrainsurgencias y la edificación de naciones—tal como lo han venido intentando hacer los EE.UU. en Afganistán e Irak? Después de todo, ¿no precisamos “remover el problema” de modo tal que los potenciales terroristas no surjan de, o se aglutinen en, un refugio seguro en tales Estados fallidos?
No, ante todo son esas ocupaciones imperiales las que causan el terrorismo anti-estadounidense—basta con leer los escritos de Osama bin Laden. Para atrapar a terroristas como bin Laden precisamos emplear una mejor inteligencia y aplicación de la ley y tal vez ocasionales incursiones de las Fuerzas Especiales. La ocupación y los trabajos sociales realizados por las fuerzas armadas son innecesarios, costosos y empeoran el problema de las represalias del terrorismo.
Resumiendo, si los E.UU. abandonan dichas imprudentes guerras de elección y las ocupaciones concomitantes, el concepto de Rumsfeld de menos fuerzas terrestres y una mayor dependencia en el poderío aéreo puede ser viable. El problema no es el concepto, sino que éste no va a funcionar si los Estados Unidos continúan con tales atolladeros interminables.
Traducido por Gabriel Gasave
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