Washington, DC—Varios bancos estadounidenses han anunciado utilidades espectaculares en el segundo trimestre de 2009. Hay quienes sostienen que los 4.300 millones de dólares que ganó el Citigroup, los 3.200 millones del Bank of America, los 3.400 millones de Goldman Sachs y los 2.700 millones del JPMorgan Chase demuestran que los bancos ya están fuera de peligro. Pero una mirada más atenta indica lo contrario.
Algunas instituciones financieras (Citigroup, Bank of America) han obtenido utilidades porque han vendido grandes activos, no porque sus actividades principales se hayan recuperado. Otras (JPMorgan Chase, Goldman Sachs) han aprovechado el ocaso de algunos competidores en medio de la hecatombe, el hecho de que muchas compañías estén emitiendo deuda y acciones para obtener dinero en vista de que su negocio está moribundo y el auge de los bonos de largo plazo por el temor a una eventual inflación tras una alocada emisión monetaria.>
No existe, sin embargo, prueba alguna para concluir que el sistema financiero ha superado sus debilidades fundamentales. Naturalmente, la intervención del Estado –mediante la adquisición de activos tóxicos, garantías de crédito e inyecciones de capital— ha dado oxígeno a estas instituciones en el corto plazo. Pero la incógnita subsiste: ¿serán capaces de mantenerse en pie por sí mismos en el futuro?
El descalabro provocado por la caída de los títulos valores ligados a las hipotecas parece haber quedado atrás. Como se sabe, numerosos bancos poseían papeles cuyo valor bursátil se desplomó ante la expectativa de que las hipotecas en las que estaban basados quedarían impagas tarde o temprano. Las normas relativas a la contabilidad, principalmente la que obliga a valuar esos papeles según su precio actual de mercado en lugar de hacerlo al valor de su vencimiento, complicaron las cosas, haciendo que los balances de los bancos se leyeran como cuentos de terror. Al transferirles parte de esa carga a los contribuyentes, el gobierno rescató a los bancos de la trampa de los activos tóxicos.
Pero la historia no termina ahí. Aún no ha sido purgado el exceso de malos créditos de todo el sistema, que no se agotan en las hipotecas residenciales sino que incluyen inmuebles comerciales y cuantiosos préstamos de consumo. Como la recesión no tiene cuándo acabar, seguimos muy lejos de haber restaurado la salud de la banca comercial.
Según lo explica un reciente informe de McKinsey & Company titulado “What»s Next for U.S. Banks”, el motivo por el cual se le ha prestado menos atención a este aspecto del drama financiero que a los activos tóxicos tiene que ver más con la contabilidad que con la realidad. A diferencia de los papeles ligados a las hipotecas, la mayor parte de los préstamos de consumo no aparecen en la contabilidad de los bancos con precios que reflejan su valor actual de mercado sino su valor de vencimiento, de modo que las pérdidas no figuran como tales hasta que los incumplimientos acontecen. Cuando estalló la crisis de los activos tóxicos, aún no habían tenido lugar los incumplimientos de pago de los otros tipos de créditos y por ende no estaban reflejados en los libros contables. Ahora sí están ocurriendo a lo grande y seguirán haciéndolo por un buen rato.
El impacto de este descalabro lo están sintiendo muchos bancos, incluidos los que se beneficiaron con la reducción de activos tóxicos pero que aún poseen los otros tipos de créditos pendientes de cancelación. Lo sufren peor, desde luego, los bancos más expuestos al incumplimiento, en el futuro cercano, de los cuantiosos créditos de consumo.
Las previsiones de la banca comercial para cubrir pérdidas crediticias alcanzaron 38.000 millones de dólares en el primer trimestre de este año (no hay cifras aún para el segundo trimestre), un incremento enorme respecto del año anterior, cuando la economía ya estaba cataléptica. Lo que esto implica es que los incumplimientos seguirán creciendo.
McKinsey cree que las pérdidas crediticias totales por deuda originada en los EE.UU. desde mediados de 2007 hasta finales de 2010 sumarán unos 3 billones de dólares (trillones en inglés). Dos tercios de esa suma aún no se ha realizado. Alrededor de la mitad de las pérdidas totales afectarán a los bancos estadounidenses. Esto anuncia un lío gordo para los bancos comerciales norteamericanos. Los grandes “jugadores” que hace unos meses parecían insolventes y que según muchos incautos han capeado ya lo peor del temporal gracias a los salvatajes financieros del Estado —incluidos el Citigroup, el Bank of America y Wells Fargo— integran ese grupo.
Mucha gente piensa que la intervención estatal ha ayudado al sistema financiero a mantenerse a flote. Peo hay signos de que esa intervención puede haber postergado, más bien, la recuperación. El informe antes mencionado señala, por ejemplo, que aun en medio de esta crisis los bancos han aumentado irresponsablemente sus gastos en vez de recortar sus costos, como deberían haberlo hecho. Y en vista de que la Reserva Federal (banco central) ha mantenido bajas las tasas de interés, estos bancos se han beneficiado con la creciente diferencia entre el interés que abonan por el dinero que deben y el interés que perciben por el dinero que han prestado. Eso no durará para siempre.
No, los bancos no están a salvo todavía.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
¿Están a salvo los bancos?
Washington, DC—Varios bancos estadounidenses han anunciado utilidades espectaculares en el segundo trimestre de 2009. Hay quienes sostienen que los 4.300 millones de dólares que ganó el Citigroup, los 3.200 millones del Bank of America, los 3.400 millones de Goldman Sachs y los 2.700 millones del JPMorgan Chase demuestran que los bancos ya están fuera de peligro. Pero una mirada más atenta indica lo contrario.
Algunas instituciones financieras (Citigroup, Bank of America) han obtenido utilidades porque han vendido grandes activos, no porque sus actividades principales se hayan recuperado. Otras (JPMorgan Chase, Goldman Sachs) han aprovechado el ocaso de algunos competidores en medio de la hecatombe, el hecho de que muchas compañías estén emitiendo deuda y acciones para obtener dinero en vista de que su negocio está moribundo y el auge de los bonos de largo plazo por el temor a una eventual inflación tras una alocada emisión monetaria.>
No existe, sin embargo, prueba alguna para concluir que el sistema financiero ha superado sus debilidades fundamentales. Naturalmente, la intervención del Estado –mediante la adquisición de activos tóxicos, garantías de crédito e inyecciones de capital— ha dado oxígeno a estas instituciones en el corto plazo. Pero la incógnita subsiste: ¿serán capaces de mantenerse en pie por sí mismos en el futuro?
El descalabro provocado por la caída de los títulos valores ligados a las hipotecas parece haber quedado atrás. Como se sabe, numerosos bancos poseían papeles cuyo valor bursátil se desplomó ante la expectativa de que las hipotecas en las que estaban basados quedarían impagas tarde o temprano. Las normas relativas a la contabilidad, principalmente la que obliga a valuar esos papeles según su precio actual de mercado en lugar de hacerlo al valor de su vencimiento, complicaron las cosas, haciendo que los balances de los bancos se leyeran como cuentos de terror. Al transferirles parte de esa carga a los contribuyentes, el gobierno rescató a los bancos de la trampa de los activos tóxicos.
Pero la historia no termina ahí. Aún no ha sido purgado el exceso de malos créditos de todo el sistema, que no se agotan en las hipotecas residenciales sino que incluyen inmuebles comerciales y cuantiosos préstamos de consumo. Como la recesión no tiene cuándo acabar, seguimos muy lejos de haber restaurado la salud de la banca comercial.
Según lo explica un reciente informe de McKinsey & Company titulado “What»s Next for U.S. Banks”, el motivo por el cual se le ha prestado menos atención a este aspecto del drama financiero que a los activos tóxicos tiene que ver más con la contabilidad que con la realidad. A diferencia de los papeles ligados a las hipotecas, la mayor parte de los préstamos de consumo no aparecen en la contabilidad de los bancos con precios que reflejan su valor actual de mercado sino su valor de vencimiento, de modo que las pérdidas no figuran como tales hasta que los incumplimientos acontecen. Cuando estalló la crisis de los activos tóxicos, aún no habían tenido lugar los incumplimientos de pago de los otros tipos de créditos y por ende no estaban reflejados en los libros contables. Ahora sí están ocurriendo a lo grande y seguirán haciéndolo por un buen rato.
El impacto de este descalabro lo están sintiendo muchos bancos, incluidos los que se beneficiaron con la reducción de activos tóxicos pero que aún poseen los otros tipos de créditos pendientes de cancelación. Lo sufren peor, desde luego, los bancos más expuestos al incumplimiento, en el futuro cercano, de los cuantiosos créditos de consumo.
Las previsiones de la banca comercial para cubrir pérdidas crediticias alcanzaron 38.000 millones de dólares en el primer trimestre de este año (no hay cifras aún para el segundo trimestre), un incremento enorme respecto del año anterior, cuando la economía ya estaba cataléptica. Lo que esto implica es que los incumplimientos seguirán creciendo.
McKinsey cree que las pérdidas crediticias totales por deuda originada en los EE.UU. desde mediados de 2007 hasta finales de 2010 sumarán unos 3 billones de dólares (trillones en inglés). Dos tercios de esa suma aún no se ha realizado. Alrededor de la mitad de las pérdidas totales afectarán a los bancos estadounidenses. Esto anuncia un lío gordo para los bancos comerciales norteamericanos. Los grandes “jugadores” que hace unos meses parecían insolventes y que según muchos incautos han capeado ya lo peor del temporal gracias a los salvatajes financieros del Estado —incluidos el Citigroup, el Bank of America y Wells Fargo— integran ese grupo.
Mucha gente piensa que la intervención estatal ha ayudado al sistema financiero a mantenerse a flote. Peo hay signos de que esa intervención puede haber postergado, más bien, la recuperación. El informe antes mencionado señala, por ejemplo, que aun en medio de esta crisis los bancos han aumentado irresponsablemente sus gastos en vez de recortar sus costos, como deberían haberlo hecho. Y en vista de que la Reserva Federal (banco central) ha mantenido bajas las tasas de interés, estos bancos se han beneficiado con la creciente diferencia entre el interés que abonan por el dinero que deben y el interés que perciben por el dinero que han prestado. Eso no durará para siempre.
No, los bancos no están a salvo todavía.
(c) 2009, The Washington Post Writers Group
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