El TARP, sigla en inglés para el Programa de Alivio para Activos en Problemas (Troubled Asset Relief Program), ha cumplido un año. El 19 de septiembre de 2008, el ex Secretario del Tesoro Henry Paulson anunciaba la necesidad de un programa de 700 mil millones de dólares (billones en inglés) para adquirir activos tóxicos en poder de los bancos a fin de evitar un colapso financiero, y después de algunas modificaciones el Congreso aprobó rápidamente el TARP el día 3 de octubre. Mirando hacia atrás después de un año, cabe preguntarse ¿era necesario el TARP?, ¿Funcionó?.
La respuesta es no y no.
A fin de analizar la primera pregunta, considérese aquello para lo cual el TARP fue diseñado. El Secretario Paulson sostenía que los préstamos interbancarios se habían secado porque los bancos poseían activos tóxicos (títulos valores respaldados por hipotecas) que obstruían sus carteras de inversión. Dado que nadie sabía lo que valían, los bancos carecían de certidumbre respecto de la seguridad financiera de los otros bancos. Esta incertidumbre provocaba una reticencia a prestar e impulsaba a los mercados financieros a cerrarse.
La solución, argüía Paulson, era la aprobación del TARP y utilizar los 700 mil millones de dólares para comprar los activos tóxicos. El reemplazo de los activos con valores del Tesoro fortalecería los balances bancarios y se reanudarían los préstamos interbancarios.
Es fácil afirmar que el programa no era necesario, a pesar de los argumentos de Paulson, porque el dinero del TARP no fue utilizado para adquirir activos tóxicos. El dinero del TARP fue empleado en cambio para comprar acciones preferentes de los bancos, apuntalando sus balances al otorgarle al gobierno federal parte de la propiedad de los bancos.
Nueve de los bancos más grandes se vieron obligados a emitir acciones para el Tesoro, pagadas con dinero del TARP, a pesar de que varios de los bancos trataron de quedar excluidos. El Secretario Paulson dijo que si algunos de los grandes bancos participaban y otros no, eso pondría al descubierto sus distintos niveles de debilidad, lo cual Paulson consideraba que no era deseable.
En lugar de comprar activos tóxicos, el dinero del TARP fue utilizado para nacionalizar parcialmente a la industria bancaria. También fue empleado para que el gobierno federal asumiese el control de la aseguradora AIG (después de que inicialmente fue rescatada por la Fed) y para el salvataje financiero de Chrysler y General Motors.
Cuando las compañías automotrices se acercaron inicialmente al Secretario Paulson para obtener una parte del dinero, él manifestó que solamente iba a ser utilizado para la adquisición de activos tóxicos de las instituciones financieras. Pero cuando el Congreso no rescató a la industria automotriz, Paulson cambió de parecer.
¿Era necesario destinar la suma de 700 mil millones para comprar activos tóxicos? En retrospectiva, podemos ver que la respuesta es no, porque el dinero no fue utilizado para tal fin. ¿Estamos en una situación mejor por haber gastado esa suma en lugar de nacionalizar parcialmente las instituciones financieras y empresas manufactureras? Todo lo que el TARP hizo por Chrysler y GM fue retrasar sus quiebras durante seis meses y comprar para el gobierno su participación accionaria.
En cuanto a los bancos, puede ser que algunos de ellos hubiesen quebrado sin el dinero, pero eso no es algo malo. Cuando las empresas asumen riesgos, deben equilibrar los beneficios potenciales del éxito con las pérdidas potenciales del fracaso, y el apoyo del TARP elimina la última parte de ese acto de equilibrio. Podrían haber habido en el corto plazo algunas dislocaciones por las quiebras bancarias, pero en el largo plazo el hecho de permitirles quebrar preserva la estructura de incentivos que impulsa a una economía de mercado.
Los bancos son intermediarios financieros que conectan a los que desean endeudarse con los prestamistas. Cuando un banco quiebra, no reduce la cantidad de dinero disponible para los tomadores de créditos ni evita que los ahorristas proporcionen el dinero que pueda ser prestado. Otros intermediarios financieros estarán disponibles para los tomadores de prestamos y los prestamistas a fin de reemplazar las actividades que los bancos quebrados hubiesen realizado.
En última instancia, lo que hizo el TARP fue proporcionar fondos para que el gobierno asumiese una participación accionaria en las empresas privadas. La nacionalización de nuestras empresas financieras e industriales no hace al interés del público. El gobierno federal posee en la actualidad el 80 por ciento de AIG y el 61 por ciento de GM. El TARP no era necesario. No funcionó. Y lo que realmente hizo fue indeseable.
Traducido por Gabriel Gasave
A un año del rescate: 700 mil millones de dólares desperdiciados
El TARP, sigla en inglés para el Programa de Alivio para Activos en Problemas (Troubled Asset Relief Program), ha cumplido un año. El 19 de septiembre de 2008, el ex Secretario del Tesoro Henry Paulson anunciaba la necesidad de un programa de 700 mil millones de dólares (billones en inglés) para adquirir activos tóxicos en poder de los bancos a fin de evitar un colapso financiero, y después de algunas modificaciones el Congreso aprobó rápidamente el TARP el día 3 de octubre. Mirando hacia atrás después de un año, cabe preguntarse ¿era necesario el TARP?, ¿Funcionó?.
La respuesta es no y no.
A fin de analizar la primera pregunta, considérese aquello para lo cual el TARP fue diseñado. El Secretario Paulson sostenía que los préstamos interbancarios se habían secado porque los bancos poseían activos tóxicos (títulos valores respaldados por hipotecas) que obstruían sus carteras de inversión. Dado que nadie sabía lo que valían, los bancos carecían de certidumbre respecto de la seguridad financiera de los otros bancos. Esta incertidumbre provocaba una reticencia a prestar e impulsaba a los mercados financieros a cerrarse.
La solución, argüía Paulson, era la aprobación del TARP y utilizar los 700 mil millones de dólares para comprar los activos tóxicos. El reemplazo de los activos con valores del Tesoro fortalecería los balances bancarios y se reanudarían los préstamos interbancarios.
Es fácil afirmar que el programa no era necesario, a pesar de los argumentos de Paulson, porque el dinero del TARP no fue utilizado para adquirir activos tóxicos. El dinero del TARP fue empleado en cambio para comprar acciones preferentes de los bancos, apuntalando sus balances al otorgarle al gobierno federal parte de la propiedad de los bancos.
Nueve de los bancos más grandes se vieron obligados a emitir acciones para el Tesoro, pagadas con dinero del TARP, a pesar de que varios de los bancos trataron de quedar excluidos. El Secretario Paulson dijo que si algunos de los grandes bancos participaban y otros no, eso pondría al descubierto sus distintos niveles de debilidad, lo cual Paulson consideraba que no era deseable.
En lugar de comprar activos tóxicos, el dinero del TARP fue utilizado para nacionalizar parcialmente a la industria bancaria. También fue empleado para que el gobierno federal asumiese el control de la aseguradora AIG (después de que inicialmente fue rescatada por la Fed) y para el salvataje financiero de Chrysler y General Motors.
Cuando las compañías automotrices se acercaron inicialmente al Secretario Paulson para obtener una parte del dinero, él manifestó que solamente iba a ser utilizado para la adquisición de activos tóxicos de las instituciones financieras. Pero cuando el Congreso no rescató a la industria automotriz, Paulson cambió de parecer.
¿Era necesario destinar la suma de 700 mil millones para comprar activos tóxicos? En retrospectiva, podemos ver que la respuesta es no, porque el dinero no fue utilizado para tal fin. ¿Estamos en una situación mejor por haber gastado esa suma en lugar de nacionalizar parcialmente las instituciones financieras y empresas manufactureras? Todo lo que el TARP hizo por Chrysler y GM fue retrasar sus quiebras durante seis meses y comprar para el gobierno su participación accionaria.
En cuanto a los bancos, puede ser que algunos de ellos hubiesen quebrado sin el dinero, pero eso no es algo malo. Cuando las empresas asumen riesgos, deben equilibrar los beneficios potenciales del éxito con las pérdidas potenciales del fracaso, y el apoyo del TARP elimina la última parte de ese acto de equilibrio. Podrían haber habido en el corto plazo algunas dislocaciones por las quiebras bancarias, pero en el largo plazo el hecho de permitirles quebrar preserva la estructura de incentivos que impulsa a una economía de mercado.
Los bancos son intermediarios financieros que conectan a los que desean endeudarse con los prestamistas. Cuando un banco quiebra, no reduce la cantidad de dinero disponible para los tomadores de créditos ni evita que los ahorristas proporcionen el dinero que pueda ser prestado. Otros intermediarios financieros estarán disponibles para los tomadores de prestamos y los prestamistas a fin de reemplazar las actividades que los bancos quebrados hubiesen realizado.
En última instancia, lo que hizo el TARP fue proporcionar fondos para que el gobierno asumiese una participación accionaria en las empresas privadas. La nacionalización de nuestras empresas financieras e industriales no hace al interés del público. El gobierno federal posee en la actualidad el 80 por ciento de AIG y el 61 por ciento de GM. El TARP no era necesario. No funcionó. Y lo que realmente hizo fue indeseable.
Traducido por Gabriel Gasave
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