Pese a que el horario de verano fue presentado políticamente como una medida para la conservación de energía, no hace tal cosa. Las investigaciones realizadas en Indiana antes de 2006, cuando ese estado operaba bajo tres regímenes horarios distintos, o bien no exhiben diferencia alguna en el consumo energético o denotan un pequeño incremento en el uso de energía durante los meses posteriores al adelantamiento en una hora de los relojes.
Así, el ritual anual de adelantar (“Spring forward”) y atrasar (“Fall back”) los relojes es posible que no produzca ningún ahorro de energía y podría ser contraproducente. También requiere que las personas que viven en lugares donde rige el horario de verano pierdan el tiempo dos veces al año ajustando sus relojes.
Sin embargo, los costos de cambiar entre el horario de verano y la hora estándar va mucho más allá de las molestias de «perder» una hora en la primavera y «recuperarla» en el otoño.
No soy médico ni tampoco interpreto a uno en la televisión, pero la profesión médica – tal como me señaló recientemente el Dr. Osvaldo Bustos de la Escuela de Medicina de la George Washington University – ha sabido durante años que el desplazamiento horario hacia adelante o hacia atrás tiene consecuencias para la salud negativas y posiblemente mortales.
Un estudio sueco publicado en The New England Journal of Medicine el 30 de octubre de 2008, da cuenta de aumentos en la incidencia del infarto de miocardio (ataque cardíaco) tras el inicio del horario de verano y el posterior retorno a la hora estándar. Dependiendo de si el cambio se producía en el otoño o la primavera, se descubrió que variaba la medida en que para hombres y mujeres se incrementaban los riesgos de un ataque al corazón, pero los autores del estudio llegaron a la conclusión en base a la evidencia clínica de que el cambio de hora ha producido más infartos de miocardio en general en los dos los grupos que los que habrían tenido lugar de no haber existido dicha modificación horaria.
El mecanismo causal subyacente tiene que ver con el modo en que el hipotálamo regula los ritmos circadianos de la humanidad. Cuando el «reloj» que regula esos ritmos es desplazado abruptamente una hora hacia adelante o hacia atrás, lucha por adaptar internamente al entorno físico, químico, eléctrico, hormonal e inmunológico a las nuevas condiciones. Afortunadamente, la mayoría de las personas tienen consciencia de los intentos para afrontar la situación del hipotálamo y padecen una sensación de mareo y de ser menos productivo en el trabajo o en el hogar tan solo durante unos pocos días. No obstante, aparentemente otros experimentan efectos más graves, como sufrir un ataque al corazón, del cual, es de esperarse, la mayoría se recupera.
Sería de poco consuelo que solamente una pequeña fracción de la población estuviese sujeta a las perjudiciales consecuencias para la salud del cambio horario. Esto es así porque, como lo señala el estudio sueco, más de 1.500 millones de personas (billones en inglés) en todo el mundo se encuentran expuestos a las transiciones que les son exigidas al inicio y al final de horario de verano. Muchas de las empresas ubicadas en el extranjero que prestan apoyo técnico o de otros servicios a empresas de los EE.UU. operan con la hora de Nueva York. Los trabajadores en Manila, Mumbai y en otras localidades deben ajustar por lo tanto sus relojes dos veces al año, aún cuando sus propias naciones no hayan adoptado oficialmente la institución de lo que en algunos lugares se denomina el horario de verano.
Cuando a un pequeño riesgo elevado de ataque al corazón por persona se lo multiplica por los 1.500 millones de individuos expuestos a ese riesgo, uno se da cuenta de que muchos hombres y mujeres sufren ataques cardíacos graves y fallecen cada vez que adelantamos o atrasamos la hora.
Sumándose a la cuenta, algunos estudios del horario de verano indican también que los accidentes que involucran a peatones se incrementan bruscamente después del retorno al horario normal, porque los conductores no se han adaptado aún a regresar a sus hogares cuando ya impera la oscuridad.
Son pocos, en el mejor de los casos, los beneficios mensurables derivados del hecho de cambiar al horario de verano en la primavera y retornar al horario estándar a finales de octubre. Pero el cambio de horario impone algunos costos muy reales. Estos costos, sospechamos actualmente, no se limitan a sentirnos temporalmente indispuestos o dedicarle esfuerzo al ajuste de los relojes en vez de hacer algo más agradable y productivo. El ritual de viajar en el tiempo dos veces al año realmente mata.
Traducido por Gabriel Gasave
El cambio de hora es insalubre
Pese a que el horario de verano fue presentado políticamente como una medida para la conservación de energía, no hace tal cosa. Las investigaciones realizadas en Indiana antes de 2006, cuando ese estado operaba bajo tres regímenes horarios distintos, o bien no exhiben diferencia alguna en el consumo energético o denotan un pequeño incremento en el uso de energía durante los meses posteriores al adelantamiento en una hora de los relojes.
Así, el ritual anual de adelantar (“Spring forward”) y atrasar (“Fall back”) los relojes es posible que no produzca ningún ahorro de energía y podría ser contraproducente. También requiere que las personas que viven en lugares donde rige el horario de verano pierdan el tiempo dos veces al año ajustando sus relojes.
Sin embargo, los costos de cambiar entre el horario de verano y la hora estándar va mucho más allá de las molestias de «perder» una hora en la primavera y «recuperarla» en el otoño.
No soy médico ni tampoco interpreto a uno en la televisión, pero la profesión médica – tal como me señaló recientemente el Dr. Osvaldo Bustos de la Escuela de Medicina de la George Washington University – ha sabido durante años que el desplazamiento horario hacia adelante o hacia atrás tiene consecuencias para la salud negativas y posiblemente mortales.
Un estudio sueco publicado en The New England Journal of Medicine el 30 de octubre de 2008, da cuenta de aumentos en la incidencia del infarto de miocardio (ataque cardíaco) tras el inicio del horario de verano y el posterior retorno a la hora estándar. Dependiendo de si el cambio se producía en el otoño o la primavera, se descubrió que variaba la medida en que para hombres y mujeres se incrementaban los riesgos de un ataque al corazón, pero los autores del estudio llegaron a la conclusión en base a la evidencia clínica de que el cambio de hora ha producido más infartos de miocardio en general en los dos los grupos que los que habrían tenido lugar de no haber existido dicha modificación horaria.
El mecanismo causal subyacente tiene que ver con el modo en que el hipotálamo regula los ritmos circadianos de la humanidad. Cuando el «reloj» que regula esos ritmos es desplazado abruptamente una hora hacia adelante o hacia atrás, lucha por adaptar internamente al entorno físico, químico, eléctrico, hormonal e inmunológico a las nuevas condiciones. Afortunadamente, la mayoría de las personas tienen consciencia de los intentos para afrontar la situación del hipotálamo y padecen una sensación de mareo y de ser menos productivo en el trabajo o en el hogar tan solo durante unos pocos días. No obstante, aparentemente otros experimentan efectos más graves, como sufrir un ataque al corazón, del cual, es de esperarse, la mayoría se recupera.
Sería de poco consuelo que solamente una pequeña fracción de la población estuviese sujeta a las perjudiciales consecuencias para la salud del cambio horario. Esto es así porque, como lo señala el estudio sueco, más de 1.500 millones de personas (billones en inglés) en todo el mundo se encuentran expuestos a las transiciones que les son exigidas al inicio y al final de horario de verano. Muchas de las empresas ubicadas en el extranjero que prestan apoyo técnico o de otros servicios a empresas de los EE.UU. operan con la hora de Nueva York. Los trabajadores en Manila, Mumbai y en otras localidades deben ajustar por lo tanto sus relojes dos veces al año, aún cuando sus propias naciones no hayan adoptado oficialmente la institución de lo que en algunos lugares se denomina el horario de verano.
Cuando a un pequeño riesgo elevado de ataque al corazón por persona se lo multiplica por los 1.500 millones de individuos expuestos a ese riesgo, uno se da cuenta de que muchos hombres y mujeres sufren ataques cardíacos graves y fallecen cada vez que adelantamos o atrasamos la hora.
Sumándose a la cuenta, algunos estudios del horario de verano indican también que los accidentes que involucran a peatones se incrementan bruscamente después del retorno al horario normal, porque los conductores no se han adaptado aún a regresar a sus hogares cuando ya impera la oscuridad.
Son pocos, en el mejor de los casos, los beneficios mensurables derivados del hecho de cambiar al horario de verano en la primavera y retornar al horario estándar a finales de octubre. Pero el cambio de horario impone algunos costos muy reales. Estos costos, sospechamos actualmente, no se limitan a sentirnos temporalmente indispuestos o dedicarle esfuerzo al ajuste de los relojes en vez de hacer algo más agradable y productivo. El ritual de viajar en el tiempo dos veces al año realmente mata.
Traducido por Gabriel Gasave
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