Apenas terminada su reciente cumbre sobre el empleo patrocinada por la Casa Blanca, el presidente Barack Obama está impulsando un nuevo plan de estímulo económico pergeñado para aliviar el padecimiento causado por la mayor tasa de desocupación en 26 años que da cuenta de que uno de cada 10 estadounidenses se encuentra sin empleo.
Contra todas las expectativas, 200 mil millones de dólares (billones en inglés) del dinero originalmente asignado por el Congreso para rescatar a las instituciones financieras en el marco del Programa de Alivio para Activos en Problemas (Troubled Asset Relief Program o TARP) o bien permanecen sin ser gastados o ya han sido devueltos al Tesoro.
¿Dejarán alguna vez de asombrarnos?
En vez de utilizar esos 200 mil millones de dólares ya sea para pagar la monumental deuda federal o, mejor aún, devolvérselos a los contribuyentes, Obama propone gastar 50 mil millones para “crear” puestos de trabajo adicionales. Resulta así que parte del dinero “excedente” del TARP será ahora utilizado para, entre otras cosas, la financiación de créditos fiscales para empresas que contraten nuevos empleados, el subsidio de proyectos de infraestructura pública que no se encontraban previamente “listos para su ejecución”, y la provisión de deducciones impositivas para individuos que mejoren la eficiencia energética de sus hogares.
Los adictos a la heroína experimentan una sensación de “euforia” inmediatamente después de inyectarse en las venas su droga predilecta. En ese momento no comprenden las consecuencias a largo plazo de los hábitos degradantes para su salud. Con una tasa de desempleo que descendió inesperadamente a un 10 por ciento desde el 10,2 por ciento en el último mes, la administración Obama y muchos expertos han caído en la misma trampa. Pero si Washington DC, inyecta un billón de dólares (trillón en inglés) o más en la economía de los EE.UU., las cosas están destinadas a mejorar en el corto plazo.
Sin embargo, cualquier estímulo económico financiado por los contribuyentes debe, por definición, ser temporal. El gobierno federal carece de recursos propios. Por lo tanto, sólo puede financiar sus programas de gasto de tres maneras: gravando con impuestos al sector privado, endeudándose o imprimiendo dinero. Estas tres opciones imponen cargas sobre los estadounidenses de a pie, que deben pagar impuestos más altos ahora o en el futuro, u observar como los valores de sus inversiones son erosionados por el continuo declive en el valor del dólar.
Solamente vale la pena contratar a alguien si su aporte a valores de mercado excede el costo adicional para el empleador bajo la forma de salarios y beneficios sociales. Los créditos al empleo reducen el costo después de impuestos de la contratación de nuevos trabajadores, pero no hacen que lo que éstos produzcan valga más. Una empresa guiada por el afán de lucro racionalmente despedirá a aquellas personas a las que no hubiese contratado de no haber existido el subsidio cuando el mismo expire, como eventualmente debe ocurrir.
Y los créditos fiscales pueden afectar los incentivos de los empleadores de manera contraproducente. ¿Por qué no despedir ahora a un empleado actual y volver a contratar a la misma persona más adelante a efectos de aprovechar el crédito fiscal propuesto? ¿Qué hay acerca de reclamar el mismo crédito mediante la reducción de las horas de trabajo de uno o más trabajadores existentes para crear una vacante de tiempo completo, que si califique para el crédito impositivo? Algunos trabajadores pueden simplemente ser transferidos de puestos que no califican para el crédito a los que si lo hacen, sin efecto neto alguno sobre el nivel de ocupación total.
El presidente Richard Nixon dijo célebremente una vez que “todos somos keynesianos”. Aunque Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, parecen haber engullido ese adagio, los contribuyentes de los Estados Unidos no deberían ser embaucados. No hay tal cosa como un almuerzo gratis de puestos de trabajo.
La creación de empleo es algo que solamente puede acontecer en el sector privado. Pero eso exige que el gobierno se haga a una lado mediante la reducción general de impuestos y la eliminación de reglamentaciones opresivas. Si no se adoptan pronto políticas favorables al mercado, los Estados Unidos bien podrían parecerse a Francia o Alemania, con tasas de desempleo más elevadas de modo permanente, menos capacidad de adaptación al cambio y tasas más lentas de crecimiento económico.
Traducido por Gabriel Gasave
El presidente planea otra (equivocada) euforia de estímulos
Apenas terminada su reciente cumbre sobre el empleo patrocinada por la Casa Blanca, el presidente Barack Obama está impulsando un nuevo plan de estímulo económico pergeñado para aliviar el padecimiento causado por la mayor tasa de desocupación en 26 años que da cuenta de que uno de cada 10 estadounidenses se encuentra sin empleo.
Contra todas las expectativas, 200 mil millones de dólares (billones en inglés) del dinero originalmente asignado por el Congreso para rescatar a las instituciones financieras en el marco del Programa de Alivio para Activos en Problemas (Troubled Asset Relief Program o TARP) o bien permanecen sin ser gastados o ya han sido devueltos al Tesoro.
¿Dejarán alguna vez de asombrarnos?
En vez de utilizar esos 200 mil millones de dólares ya sea para pagar la monumental deuda federal o, mejor aún, devolvérselos a los contribuyentes, Obama propone gastar 50 mil millones para “crear” puestos de trabajo adicionales. Resulta así que parte del dinero “excedente” del TARP será ahora utilizado para, entre otras cosas, la financiación de créditos fiscales para empresas que contraten nuevos empleados, el subsidio de proyectos de infraestructura pública que no se encontraban previamente “listos para su ejecución”, y la provisión de deducciones impositivas para individuos que mejoren la eficiencia energética de sus hogares.
Los adictos a la heroína experimentan una sensación de “euforia” inmediatamente después de inyectarse en las venas su droga predilecta. En ese momento no comprenden las consecuencias a largo plazo de los hábitos degradantes para su salud. Con una tasa de desempleo que descendió inesperadamente a un 10 por ciento desde el 10,2 por ciento en el último mes, la administración Obama y muchos expertos han caído en la misma trampa. Pero si Washington DC, inyecta un billón de dólares (trillón en inglés) o más en la economía de los EE.UU., las cosas están destinadas a mejorar en el corto plazo.
Sin embargo, cualquier estímulo económico financiado por los contribuyentes debe, por definición, ser temporal. El gobierno federal carece de recursos propios. Por lo tanto, sólo puede financiar sus programas de gasto de tres maneras: gravando con impuestos al sector privado, endeudándose o imprimiendo dinero. Estas tres opciones imponen cargas sobre los estadounidenses de a pie, que deben pagar impuestos más altos ahora o en el futuro, u observar como los valores de sus inversiones son erosionados por el continuo declive en el valor del dólar.
Solamente vale la pena contratar a alguien si su aporte a valores de mercado excede el costo adicional para el empleador bajo la forma de salarios y beneficios sociales. Los créditos al empleo reducen el costo después de impuestos de la contratación de nuevos trabajadores, pero no hacen que lo que éstos produzcan valga más. Una empresa guiada por el afán de lucro racionalmente despedirá a aquellas personas a las que no hubiese contratado de no haber existido el subsidio cuando el mismo expire, como eventualmente debe ocurrir.
Y los créditos fiscales pueden afectar los incentivos de los empleadores de manera contraproducente. ¿Por qué no despedir ahora a un empleado actual y volver a contratar a la misma persona más adelante a efectos de aprovechar el crédito fiscal propuesto? ¿Qué hay acerca de reclamar el mismo crédito mediante la reducción de las horas de trabajo de uno o más trabajadores existentes para crear una vacante de tiempo completo, que si califique para el crédito impositivo? Algunos trabajadores pueden simplemente ser transferidos de puestos que no califican para el crédito a los que si lo hacen, sin efecto neto alguno sobre el nivel de ocupación total.
El presidente Richard Nixon dijo célebremente una vez que “todos somos keynesianos”. Aunque Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, parecen haber engullido ese adagio, los contribuyentes de los Estados Unidos no deberían ser embaucados. No hay tal cosa como un almuerzo gratis de puestos de trabajo.
La creación de empleo es algo que solamente puede acontecer en el sector privado. Pero eso exige que el gobierno se haga a una lado mediante la reducción general de impuestos y la eliminación de reglamentaciones opresivas. Si no se adoptan pronto políticas favorables al mercado, los Estados Unidos bien podrían parecerse a Francia o Alemania, con tasas de desempleo más elevadas de modo permanente, menos capacidad de adaptación al cambio y tasas más lentas de crecimiento económico.
Traducido por Gabriel Gasave
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