Pese a toda la algarabía respecto de la cumbre del presidente Barack Obama sobre la seguridad nuclear y un nuevo acuerdo para el control de armamentos, los eventuales resultados de sus loables esfuerzos probablemente serán modestos y es factible que resulten eclipsados por los daños a la seguridad nuclear causados por la anterior administración de George W. Bush.
Aunque la posibilidad de terrorismo nuclear probablemente haya sido exagerada—los terroristas tendrían dificultades para obtener material fisionable que ya está sometido a controles—la misma no es imposible pero puede ser tornada aún más improbable mediante la adopción de medidas adicionales por parte de las naciones para asegurar tales sustancias peligrosas. Obama desea—tal como lo ha hecho Ucrania—que todos los países prometan cancelar su material nuclear para el año 2012. Pero promesas a un lado, muchos países no son tan serios acerca del hecho de hacerlo o simplemente no pueden darse ese lujo.
La tarea de Obama es más difícil debido a sus propias acciones y las de su predecesor en el sudoeste y el sur de Asia, respectivamente. La administración de George W. Bush, a fin de contener a China, se acercó a India y se comprometió de manera desastrosa a venderle combustible nuclear para sus reactores civiles, liberando así a las instalaciones nucleares hindúes a efectos de producir material para más armas atómicas. El archirrival de la India, Pakistán, ya desestabilizado por el atolladero de la edificación de una nación en el vecino Afganistán iniciado por la administración Bush (esa inestabilidad está siendo exacerbada por la desacertada escalada de Obama del conflicto afgano), se encuentra actualmente en un frenesí por producir más material nuclear para contener a los sikhs. Pakistán, luchando contra una insurgencia de milicianos islamistas, es el último país en la tierra en el cual la participación en un “horneado” para crear más material nuclear es deseable. Estableciendo un horrible precedente al completar el acuerdo nuclear hindú con una nación que ha rechazado el Tratado de No Proliferación Nuclear, la administración Bush optó por la generosidad para la ya altamente subsidiada industria nuclear estadounidense por sobre el sentido común.
Con respecto al acuerdo sobre el control de armas estratégicas con los rusos de Obama, el mismo reduce las ojivas nucleares desplegadas en tan sólo un 30 por ciento, e incluso ese porcentaje se ve favorecido por las nuevas formas de contabilizarlas. Sin embargo, el acuerdo y su ligero ajuste de la doctrina declarativa de los EE.UU. respecto de que cuando las armas nucleares fuesen empleadas ello podría tener positivos efectos marginales al hacer que la fabricación de armas nucleares fuese menos legítima a los ojos de la mayoría de las naciones no nucleares. Por supuesto, estos países saben que la nueva doctrina de los EE.UU. probablemente podría ser arrojada por la borda ante una crisis. Además, esa política parece haber tenido ya el efecto opuesto sobre Irán, que, junto con otras naciones que han dejado de lado el Tratado de No Proliferación Nuclear, ha sido excluido de la doctrina de constricción. Irán se quejó amargamente de que la nueva política estadounidense apuntaba de manera implícita a sus armas nucleares. El cambio doctrinal podría muy bien hacer que Irán sea más, no menos, proclive a continuar su búsqueda por obtener un disuasivo contra-nuclear.
No obstante, el modesto acuerdo de control de armas con Rusia sobre las armas estratégicas de largo alcance desplegadas inicia la reparación de una relación con Rusia innecesariamente descuidada. Esta mejora en las relaciones será necesaria para la más difícil tarea de reducir o eliminar las armas nucleares tácticas de corto alcance y los dispositivos atómicos almacenados. Para alcanzar dicho acuerdo, los Estados Unidos probablemente tendrán seguramente que haberse librado de la defensa misilística o adoptado un sistema conjunto ruso-estadounidense, parte del cual debería encontrase en territorio de Rusia; los EE.UU. también necesitarían desguazar a la alianza de la OTAN o admitir a Rusia y eliminar el artículo V que garantiza la seguridad de los EE.UU. para las naciones europeas.
De esta forma, los logros de Obama en materia de seguridad nuclear y control de armamentos son, hasta ahora, más modestos que todo lo que la publicidad sugiere, pero al menos Obama ha vuelto a centrar la atención mundial en lo que sigue siendo la única amenaza existencial en la historia de los EE.UU.—la guerra nuclear—y la improbable, pero potencialmente desastrosa, amenaza del terrorismo nuclear. En su búsqueda de la edificación de naciones y el trabajo social militar en atolladeros de ultramar, la administración Bush había descuidado a ambas.
Traducido por Gabriel Gasave
Los logros nucleares de Obama: Menos de lo que parecen
Pese a toda la algarabía respecto de la cumbre del presidente Barack Obama sobre la seguridad nuclear y un nuevo acuerdo para el control de armamentos, los eventuales resultados de sus loables esfuerzos probablemente serán modestos y es factible que resulten eclipsados por los daños a la seguridad nuclear causados por la anterior administración de George W. Bush.
Aunque la posibilidad de terrorismo nuclear probablemente haya sido exagerada—los terroristas tendrían dificultades para obtener material fisionable que ya está sometido a controles—la misma no es imposible pero puede ser tornada aún más improbable mediante la adopción de medidas adicionales por parte de las naciones para asegurar tales sustancias peligrosas. Obama desea—tal como lo ha hecho Ucrania—que todos los países prometan cancelar su material nuclear para el año 2012. Pero promesas a un lado, muchos países no son tan serios acerca del hecho de hacerlo o simplemente no pueden darse ese lujo.
La tarea de Obama es más difícil debido a sus propias acciones y las de su predecesor en el sudoeste y el sur de Asia, respectivamente. La administración de George W. Bush, a fin de contener a China, se acercó a India y se comprometió de manera desastrosa a venderle combustible nuclear para sus reactores civiles, liberando así a las instalaciones nucleares hindúes a efectos de producir material para más armas atómicas. El archirrival de la India, Pakistán, ya desestabilizado por el atolladero de la edificación de una nación en el vecino Afganistán iniciado por la administración Bush (esa inestabilidad está siendo exacerbada por la desacertada escalada de Obama del conflicto afgano), se encuentra actualmente en un frenesí por producir más material nuclear para contener a los sikhs. Pakistán, luchando contra una insurgencia de milicianos islamistas, es el último país en la tierra en el cual la participación en un “horneado” para crear más material nuclear es deseable. Estableciendo un horrible precedente al completar el acuerdo nuclear hindú con una nación que ha rechazado el Tratado de No Proliferación Nuclear, la administración Bush optó por la generosidad para la ya altamente subsidiada industria nuclear estadounidense por sobre el sentido común.
Con respecto al acuerdo sobre el control de armas estratégicas con los rusos de Obama, el mismo reduce las ojivas nucleares desplegadas en tan sólo un 30 por ciento, e incluso ese porcentaje se ve favorecido por las nuevas formas de contabilizarlas. Sin embargo, el acuerdo y su ligero ajuste de la doctrina declarativa de los EE.UU. respecto de que cuando las armas nucleares fuesen empleadas ello podría tener positivos efectos marginales al hacer que la fabricación de armas nucleares fuese menos legítima a los ojos de la mayoría de las naciones no nucleares. Por supuesto, estos países saben que la nueva doctrina de los EE.UU. probablemente podría ser arrojada por la borda ante una crisis. Además, esa política parece haber tenido ya el efecto opuesto sobre Irán, que, junto con otras naciones que han dejado de lado el Tratado de No Proliferación Nuclear, ha sido excluido de la doctrina de constricción. Irán se quejó amargamente de que la nueva política estadounidense apuntaba de manera implícita a sus armas nucleares. El cambio doctrinal podría muy bien hacer que Irán sea más, no menos, proclive a continuar su búsqueda por obtener un disuasivo contra-nuclear.
No obstante, el modesto acuerdo de control de armas con Rusia sobre las armas estratégicas de largo alcance desplegadas inicia la reparación de una relación con Rusia innecesariamente descuidada. Esta mejora en las relaciones será necesaria para la más difícil tarea de reducir o eliminar las armas nucleares tácticas de corto alcance y los dispositivos atómicos almacenados. Para alcanzar dicho acuerdo, los Estados Unidos probablemente tendrán seguramente que haberse librado de la defensa misilística o adoptado un sistema conjunto ruso-estadounidense, parte del cual debería encontrase en territorio de Rusia; los EE.UU. también necesitarían desguazar a la alianza de la OTAN o admitir a Rusia y eliminar el artículo V que garantiza la seguridad de los EE.UU. para las naciones europeas.
De esta forma, los logros de Obama en materia de seguridad nuclear y control de armamentos son, hasta ahora, más modestos que todo lo que la publicidad sugiere, pero al menos Obama ha vuelto a centrar la atención mundial en lo que sigue siendo la única amenaza existencial en la historia de los EE.UU.—la guerra nuclear—y la improbable, pero potencialmente desastrosa, amenaza del terrorismo nuclear. En su búsqueda de la edificación de naciones y el trabajo social militar en atolladeros de ultramar, la administración Bush había descuidado a ambas.
Traducido por Gabriel Gasave
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