Está en boga acometer contra el “capitalismo”.
Fue el codicioso mercado libre, supuestamente, el que generó tanto la burbuja inmobiliaria como la crisis de la vivienda y condujo, de modo inevitable, a la “gran recesión”. El capitalismo, según la mayor parte de los expertos de izquierdas (e incluso un malhumorado Alan Greenspan), es un sistema inherentemente riesgoso e inestable que precisa la regulación del gobierno a efectos de corregir sus defectos y moderar sus excesos.
Permítanme disentir de manera tajante con la posición convencional y replicar que aquello que los parlanchines están denominando “capitalismo” es en realidad “capitalismo de amigos” y que es el capitalismo de amigos el responsable de la mayoría de nuestras actuales dificultades económicas.
Una genuina economía capitalista supone que cada individuo adulto y empresa es libre de comprar y vender todo lo que posean y luego conservar las recompensas (o sufrir las pérdidas) del emprendimiento. La única función legítima del gobierno (el sistema político) es proteger los derechos de propiedad, es decir, hacer cumplir los contratos y prohibir el robo y el fraude.
Por lo tanto, bajo el capitalismo, no habría control de precios alguno sobre la leche ni disposiciones que obliguen a adquirir un seguro de salud; PERO quienes contaminen derramando petróleo crudo o los bandidos corporativos como Bernie Madoff que cometan fraudes flagrantes serán procesados con todo el rigor de la ley.
El capitalismo de amigos, por el contrario, supone un papel por lejos mucho mayor para el gobierno en la economía. En este sistema, el gobierno utiliza diferentes reglamentaciones, impuestos y subsidios para alentar o desalentar una actividad económica específica a la que el sistema político estima deseable. Por ejemplo, en el capitalismo de amigos, los precios agrícolas y la producción podrían estar regulados; empresas seleccionadas podría recibir dinero del TARP (sigla en inglés para el Programa de Alivio para Activos en Problemas), para proyectos de investigación comercial; los estados podrían regular la responsabilidad y a las compañías de seguro de salud; y Freddy Mac y Fannie Mae podrían ambas existir para subsidiar el mercado inmobiliario.
Y fundamentalmente, en el capitalismo de amigos las empresas privadas que sean consideradas “demasiado grandes para quebrar” podrán ser rescatadas financieramente por el gobierno; y un banco central (la Reserva Federal) existirá para “imprimir dinero” (sin guardar relación con reserva de oro alguna) y regular la oferta de crédito en la economía.
Es difícil argumentar que el malestar económico actual fue de alguna forma producido por algo que se parezca al capitalismo puro. Pero resulta bastante sencillo concluir que fue el intervencionismo, es decir, los mercados privados apuntalados por el fraude y el dinero ficticio, de hecho, el culpable.
Primero, la Reserva Federal mantuvo las tasas de interés demasiado bajas durante demasiado tiempo (2001-2006) e inyectó dinero y crédito en exceso en la economía. Segundo, numerosas agencias cuasi-gubernamentales (Freddie y Fanny) alentaron el excesivo otorgamiento de préstamos hipotecarios y la propiedad de viviendas fuera de toda relación con las sanas prácticas financieras.
Tercero, gran parte de la industria bancaria sub-capitalizada y sobre-apalancada colapsó cuando el crédito (federal) se secó y los precios de las viviendas se tornaron cuesta abajo. Y cuarto, el contribuyente del gobierno federal y los prestamistas internacionales (principalmente China) financiaron el plan de “estímulo” gubernamental de un billón de dólares (trillón en inglés) y el rescate financiero de organizaciones empresariales ineficientes (Chrysler, GM, AIG, etc.) a las que se debería haber permitido quebrar.
¿Es este el capitalismo de libre mercado? Poco probable.
No obstante, la clase política, absolviéndose siempre de toda culpa, desearía hacernos creer que la codicia capitalista provocó la recesión y que los reguladores políticos necesitan más poder. No es así. Lo que realmente necesitamos son limitaciones sobre el crecimiento monetario, mercados más competitivos, presupuestos equilibrados y menos regulaciones que restrinjan la producción. Pero por encima de todo, antes de gastar y regular más, precisamos de unos medios de comunicación informados y un público ilustrado que sea capaz de distinguir al verdadero capitalismo del capitalismo de amigos.
Traducido por Gabriel Gasave
El capitalismo de amigos NO es capitalismo
Está en boga acometer contra el “capitalismo”.
Fue el codicioso mercado libre, supuestamente, el que generó tanto la burbuja inmobiliaria como la crisis de la vivienda y condujo, de modo inevitable, a la “gran recesión”. El capitalismo, según la mayor parte de los expertos de izquierdas (e incluso un malhumorado Alan Greenspan), es un sistema inherentemente riesgoso e inestable que precisa la regulación del gobierno a efectos de corregir sus defectos y moderar sus excesos.
Permítanme disentir de manera tajante con la posición convencional y replicar que aquello que los parlanchines están denominando “capitalismo” es en realidad “capitalismo de amigos” y que es el capitalismo de amigos el responsable de la mayoría de nuestras actuales dificultades económicas.
Una genuina economía capitalista supone que cada individuo adulto y empresa es libre de comprar y vender todo lo que posean y luego conservar las recompensas (o sufrir las pérdidas) del emprendimiento. La única función legítima del gobierno (el sistema político) es proteger los derechos de propiedad, es decir, hacer cumplir los contratos y prohibir el robo y el fraude.
Por lo tanto, bajo el capitalismo, no habría control de precios alguno sobre la leche ni disposiciones que obliguen a adquirir un seguro de salud; PERO quienes contaminen derramando petróleo crudo o los bandidos corporativos como Bernie Madoff que cometan fraudes flagrantes serán procesados con todo el rigor de la ley.
El capitalismo de amigos, por el contrario, supone un papel por lejos mucho mayor para el gobierno en la economía. En este sistema, el gobierno utiliza diferentes reglamentaciones, impuestos y subsidios para alentar o desalentar una actividad económica específica a la que el sistema político estima deseable. Por ejemplo, en el capitalismo de amigos, los precios agrícolas y la producción podrían estar regulados; empresas seleccionadas podría recibir dinero del TARP (sigla en inglés para el Programa de Alivio para Activos en Problemas), para proyectos de investigación comercial; los estados podrían regular la responsabilidad y a las compañías de seguro de salud; y Freddy Mac y Fannie Mae podrían ambas existir para subsidiar el mercado inmobiliario.
Y fundamentalmente, en el capitalismo de amigos las empresas privadas que sean consideradas “demasiado grandes para quebrar” podrán ser rescatadas financieramente por el gobierno; y un banco central (la Reserva Federal) existirá para “imprimir dinero” (sin guardar relación con reserva de oro alguna) y regular la oferta de crédito en la economía.
Es difícil argumentar que el malestar económico actual fue de alguna forma producido por algo que se parezca al capitalismo puro. Pero resulta bastante sencillo concluir que fue el intervencionismo, es decir, los mercados privados apuntalados por el fraude y el dinero ficticio, de hecho, el culpable.
Primero, la Reserva Federal mantuvo las tasas de interés demasiado bajas durante demasiado tiempo (2001-2006) e inyectó dinero y crédito en exceso en la economía. Segundo, numerosas agencias cuasi-gubernamentales (Freddie y Fanny) alentaron el excesivo otorgamiento de préstamos hipotecarios y la propiedad de viviendas fuera de toda relación con las sanas prácticas financieras.
Tercero, gran parte de la industria bancaria sub-capitalizada y sobre-apalancada colapsó cuando el crédito (federal) se secó y los precios de las viviendas se tornaron cuesta abajo. Y cuarto, el contribuyente del gobierno federal y los prestamistas internacionales (principalmente China) financiaron el plan de “estímulo” gubernamental de un billón de dólares (trillón en inglés) y el rescate financiero de organizaciones empresariales ineficientes (Chrysler, GM, AIG, etc.) a las que se debería haber permitido quebrar.
¿Es este el capitalismo de libre mercado? Poco probable.
No obstante, la clase política, absolviéndose siempre de toda culpa, desearía hacernos creer que la codicia capitalista provocó la recesión y que los reguladores políticos necesitan más poder. No es así. Lo que realmente necesitamos son limitaciones sobre el crecimiento monetario, mercados más competitivos, presupuestos equilibrados y menos regulaciones que restrinjan la producción. Pero por encima de todo, antes de gastar y regular más, precisamos de unos medios de comunicación informados y un público ilustrado que sea capaz de distinguir al verdadero capitalismo del capitalismo de amigos.
Traducido por Gabriel Gasave
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