C. S. Lewis sobre la mera libertad y los males del estatismo
Durante décadas, muchos cristianos y no cristianos, tanto “conservadores” como “liberales”, han abrazado desafortunadamente la visión mal concebida y “progresista” (es decir, autoritaria) de ejercitar poderes gubernamentales intrusivos como una exigencia incuestionable e incluso santificada para los asuntos tanto internos como internacionales, abandonando la tradición judeocristiana del derecho natural en el plano de la ética moral y la economía. Por el contrario, el académico de Oxford y Cambridge y autor de grandes éxitos, C.S. Lewis no padeció tales delirios, pese a las gigantescas y extremadamente preocupantes situaciones y conflictos como la guerra total, el Estado total, y los genocidios que tuvieron lugar a lo largo de su vida.
La aversión de Lewis hacia el gobierno quedó claramente revelada en 1951 cuando Winston Churchill, a las pocas semanas de recuperar el cargo de primer ministro de Gran Bretaña, escribió a Lewis ofreciéndole nombrarlo caballero “Comendador de la Orden del Imperio Británico”. Lewis declinó rotundamente el honor porque él, a diferencia de los “progresistas”, nunca estuvo interesado en la política y era profundamente escéptico del poder del gobierno y de los políticos, como lo expresó en las dos primeras líneas de su poema “Lines during a General Election”: “Their threats are terrible enough, but we could bear / All that; it is their promises that bring despair”. [1]
Lewis había sostenido este punto de vista durante muchos años. En 1940, había escrito en una carta a su hermano Warren, “¿Podrá alguien crear un Partido del Estancamiento—que en los comicios generales se jacte de que durante su gobierno ningún acontecimiento de menor importancia haya tenido lugar?» Señaló además, “Yo estaba por naturaleza «en contra del gobierno». [2]
En comparación a cristianos “progresistas” contemporáneos como Jim Wallis, Tony Campolo, Ronald Sider, y Brian McLaren, que claman a favor de la tonta y desastrosa idea de lograr la “justicia social” a través de los gigantescos poderes del gobierno (véase el libro de Robert Higgs que refuta el mito “progresista” en la historia de los EE.UU., Crisis and Leviathan), [3] ¿Lewis era sencillamente ignorante o ingenuo respecto de las realidades modernas, o estaba destinado a un propósito más profundo y significativo? En este artículo, comienzo tan solo a tratar superficialmente algunos de los muchos escritos de Lewis relativos al tema de la libertad y las enseñanzas cristianas en virtud de que cualquier análisis ciertamente adecuado justificaría al menos un libro entero.
Lewis estaba incuestionable y profundamente interesado en las ideas e instituciones que fueron la base de los individuos y comunidades libres y virtuosas, pero no estaba en absoluto interesado en la política partidista ni en las campañas políticas. En cambio, se centró en los principios fundacionales, y los temas de políticas públicas eran de su interés sólo mientras se refiriesen a cuestiones de valor perdurable. Como resultado de este enfoque, mientras las obras de la mayoría de los académicos modernos y otros escritores se tornan rápidamente vetustas y obsoletas, la obra de Lewis ha conseguido acrecentar su atemporalidad y relevancia. Sus libros se siguen vendiendo de una manera asombrosa, y aunque Lewis es más conocido por su obra de ficción, también escribió excelentes libros de filosofía y teología, historia y crítica literaria, poesía y una autobiografía, así como alrededor de más de cincuenta mil cartas dirigidas a personas de todo el mundo.
La libertad individual
A lo largo de su obra, Lewis infundió una visión interconectada del mundo que defendía la verdad objetiva, la ética moral, la ley natural, la excelencia literaria, la razón, la ciencia, la libertad individual, la responsabilidad personal y la virtud, y el teísmo cristiano. Al hacerlo, criticó el naturalismo, el reduccionismo, el nihilismo, el positivismo, el cientificismo, el historicismo, el colectivismo, el ateísmo, el estatismo, el igualitarismo coercitivo, el militarismo, el asistencialismo, y la deshumanización y la tiranía de todas las formas. A diferencia de los cruzados “progresistas” a favor de las facultades depredatorias del gobierno sobre los fines pacíficos de personas inocentes, Lewis señaló: “no me agradan que las pretensiones del gobierno—los motivos por los cuales exige mi obediencia—sean catapultadas demasiado alto. No me agradan las pretensiones mágicas del curandero, ni el derecho divino del Borbón. Esto no es solamente porque descreo de la magia y la Politique de Bossuet. Creo en Dios, pero detesto la teocracia. Todo gobierno está integrado por simples hombres y es, estrictamente considerado, un arreglo provisorio; si añade a sus mandamientos “Así dice el Señor, miente, y miente peligrosamente”. [4]
Lewis se ocupó no sólo de los males del totalitarismo tal como se manifestaron en el fascismo y el comunismo, sino de las formas más sutiles que enfrentamos a diario, incluyendo los Estados de Bienestar, terapéuticos, niñeras, y cientificistas. “De todas las tiranías”, sostuvo,
una tiranía ejercida por el bien de sus víctimas puede ser la más opresiva. Tal vez sea mejor vivir sujetos a barones ladrones que bajo omnipotentes entrometidos morales. La crueldad del barón ladrón puede a veces sosegarse, su avaricia puede en algún momento ser saciada; pero aquellos que nos atormentan por nuestro propio bien nos atormentarán sin fin pues lo hacen con la aprobación de su propia conciencia. Ellos pueden ser más propensos a ir al cielo pero al mismo tiempo más proclives a hacer un infierno de la tierra. Esta bondad aguijonea con un insulto intolerable. Ser “curados” en contra de nuestra voluntad y curados de estados a los que podemos no considerar como una enfermedad es ser colocado en el nivel de aquellos que no han alcanzado aún la edad de la razón o aquellos que nunca la alcanzarán; ser categorizado junto a los infantes, los imbéciles, y los animales domésticos. [5]
A lo largo de sus libros, defendió los derechos y la santidad de los individuos contra la tiranía no sólo porque se oponía al mal, sino porque consideraba que una vida en libertad—incluyendo tanto a la libertad social como la económica—es esencial: “Considero que un hombre es más feliz, y feliz de una manera más rica, si ha “nacido libre de mente”. Pero dudo que pueda tener esto sin la independencia económica, que la nueva sociedad está aboliendo. La independencia económica permite una educación no controlada por el gobierno; y en la vida adulta es el hombre quien no precisa, ni pide, nada de un gobierno que pueda criticar sus actos y chasquear los dedos ante su ideología”. [6]
Como Rodney Stark analiza en su libro “The Victory of Reason, [7] Marco Tulio Cicerón y otros habían contemplado el concepto de uno mismo (individualismo) y del libre albedrío antes de la era cristiana, pero no fue hasta que Jesús personalmente afirmó con palabras y hechos el concepto de la igualdad moral universal ante Dios y la responsabilidad para con El y hasta que los teólogos cristianos hicieron de ella una característica central de su doctrina, que los derechos de todos y cada uno fueron defendidos y la esclavitud fue condenada. Este audaz progreso en el pensamiento tuvo su origen en parte en la idea revolucionaria del individualismo metodológico aplicada al estudio del comportamiento humano, en donde el individuo es considerado primario. Como señala Jon Elster, “La unidad elemental de la vida social es la acción humana individual. Explicar las instituciones sociales y el cambio social es mostrar cómo surgen como resultado de las acciones y la interacción de los individuos. Este punto de vista, al que menudo se refiere como individualismo metodológico, es en mi opinión una verdad trivial”. [8] El economista de la escuela austríaca Murray Rothbard escribió de manera similar: “El axioma fundamental, entonces, para el estudio del hombre es la existencia de la conciencia individual”. [9] Ludwig von Mises agregó además, que “el colectivo no tiene existencia ni realidad salvo en las acciones de los individuos. Cobra existencia por las ideas que mueven a los individuos a comportarse como miembros de un grupo definido y deja de existir cuando el poder persuasivo de estas ideas aminora”. [10] Y Stark ha señalado que a pesar de que casi cualquier otra cultura y religión anteriores veían a la sociedad humana en términos de la tribu, la polis, o el colectivo, “es el individuo quien era el tema central del pensamiento político cristiano, y esto, a su vez, dio forma explícitamente a las opiniones de los filósofos políticos europeos posteriores”. [11]
Este enfoque produjo un cambio radical en un mundo donde, a pesar de notables pero limitadas excepciones de descentralización política, la esclavitud y el despotismo casi universal e inquebrantable han gobernado [12], donde las personas eran tratadas como meros miembros de un grupo sin derechos. Con el cristianismo, cada persona es “un hijo de Dios” o un objeto sagrado (res sacra homo) que posee libre albedrío y es individualmente responsable de las decisiones que él o ella toman. En esta tradición, Tomás de Aquino afirmó: “Un hombre puede también dirigir y gobernar sus propias acciones. Por lo tanto la criatura racional participa de la providencia divina no sólo siendo gobernado, sino también gobernando”. [13]
La ley natural
Trabajando a partir de estos antecedentes cristianos, Lewis destacó la importancia de la ley natural de la ética moral, un código de conciencia moral que es ineludible y define a cada persona como humana. Tal moralidad existe por sí misma, independiente de las elecciones subjetivas o experiencias, así como uno puede comprender la perogrullada inherente de las matemáticas o las leyes naturales de la física como la de gravedad. Lewis se inspiró en las ideas de la ley natural de pensadores como el apóstol Pablo, Agustín, Magno, Santo Tomás, Cicerón, Grocio, Blackstone, Acton, y Locke, y consideró que los rechazos modernistas a esos trabajos eran fundamentalmente erróneos. En particular, tanto la noción de “sentido común” (sensus communis) de Santo Tomás tal como es descripta en su Summa Theologica como el legado del teísmo racional encontrado en ciertos escritores judíos, islámicos, cristianos y paganos—el sistema filosófico medular Occidente—tuvieron un poderoso efecto sobre Lewis. Para él, la cultura del “modernismo” no es sólo una aberración histórica de este “sentido común”, sino una profunda amenaza a la búsqueda de la verdad, la bondad y la propia civilización.
Este “sentido común”, o la noción de Lewis de la racionalidad común, consistía en parte en la comprensión intrínseca de cada individuo de un orden legal objetivo, universal y natural de la verdad y la moral (la “ley natural”, o lo que Lewis llamaba el “Tao” [14]), en base al cual él o ella discierne, elige y actúa. [15] Para Lewis, cada individuo responde a, y puede llegar a conocer y experimentar, esta realidad externa de la verdad—es un “conocimiento común”. Esta idea es similar a la visión de Adam Smith, tal como la expresó en su libro de 1759 The Theory of Moral Sentiments, al afirmar que los individuos nacen con una conciencia moral innata y un “simpatía” por el bienestar de los demás y pueden conservarlas siguiendo la ley natural [16].
Lewis afirmó también que
[S]i un hombre concurre a una biblioteca y pasa algunos días con la Enciclopedia de la Religión y la Etica, pronto descubrirá la unanimidad masiva de la razón práctica del hombre. Desde el himno babilónico a Samos, de las Leyes de Manu, el Libro de los Muertos, las Analectas [de Confucio], los estoicos, los plantonistas, desde los aborígenes australianos y los Pieles Rojas, recavará las mismas denuncias triunfalmente monótonas de opresión, asesinato, traición y falsedad, los mismos mandatos de bondad para los ancianos, los jóvenes, y los débiles, de caridad e imparcialidad y honestidad. Puede estar un poco sorprendido (yo ciertamente lo estuve) al descubrir que los preceptos de la misericordia son más frecuentes que los preceptos de la justicia; pero ya no tendrá duda de que existe tal cosa como la ley de la naturaleza. . . . . . [E]l pretexto de que somos presentados con un mero caos—aunque no se insinue esbozo alguno de un valor universalmente aceptado—es simplemente falso y debe ser contradicho a tiempo y a destiempo donde quiera que se lo encuentre. Lejos de encontrar un caos, hallamos exactamente lo que deberíamos esperar si el bien es en verdad algo objetivo y la razón el órgano mediante el cual es aprehendido—es decir, un acuerdo sustancial con considerables diferencias locales de énfasis y, tal vez, ningún código que lo incluya todo. [17]
Lewis señaló que lo que es común a todos estos conceptos es algo crucial: “Es la doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas actitudes son realmente verdaderas, y otras efectivamente falsas, para la clase de cosa que es el universo y la clase de cosas que somos. . . . Ninguna emoción es, en sí misma, una sentencia; en ese sentido todas las emociones y sentimientos son ilógicos. Pero pueden ser razonables o no razonables en la medida en que sean conformes a la razón o fallen en ajustarse a ella. El corazón nunca ocupa el lugar de la cabeza: pero puede, y debería obedecerle”. [18]
De por sí, Lewis rechazó firmemente la idea de que sólo aquellos que son cristianos pueden entender o ser morales porque la ley natural es fundamental para la existencia humana y sirve como base para la elección humana. Señaló que si solo los cristianos fuesen capaces de ser morales o de entender la moral, entonces existiría un dilema inviable por el cual nadie que no fuese ya un cristiano sería persuadido de ser (o ni siquiera ser capaz de volverse) moral, y por lo tanto nadie se convertiría jamás en cristiano. “A menudo se afirma que el mundo debe retornar a la ética cristiana a fin de preservar la civilización. Aunque yo mismo soy un cristiano, e incluso un cristiano dogmático al margen de las reservas modernistas y comprometido con el supernaturalismo en todo su rigor, me hallo incapaz de tomar mi lugar al lado de los partidarios de [éste] punto de vista. Está lejos de mi intención negar que encontramos en la ética cristiana una profundización, una internalización, algunos cambios de énfasis en el código moral. Pero sólo una ignorancia grave de la cultura judía y pagana llevaría a alguien a la conclusión de que es algo radicalmente nuevo”. [19]
Lewis sostuvo que una ley moral natural es conocida por todos, y este código moral natural es ineludible; es la base para todos los juicios morales. Sus verdades fundacionales tales como “interesarse por los demás es algo bueno”, “debería hacerse el bien y evitarse el mal”, “morir por una causa justa es algo noble”—son comprendidas independientemente de la experiencia, del mismo modo que sabemos que 2 + 2 = 4.
Como declaró Pablo: “Cuando los gentiles hacen por naturaleza lo que exige la ley, son ley para sí mismos, aunque no tengan ley, ya que demuestran que los requisitos de la ley están escritos en sus corazones, sus conciencias también dan testimonio, y sus pensamientos están ahora acusándolos, ahora incluso defendiéndolos”. [20]
En su libro The Discarded Image, Lewis demostró que la declaración de Pablo se ajusta por completo a la opinión de que la moralidad está determinada por la “recta razón” o la idea estoica de la ley natural: “[L]os estoicos creían en una ley natural a la que todos los hombres racionales, en virtud de su racionalidad, veían como obligatoria para ellos. La declaración [de] San Pablo en la Epístola a los Romanos (2:14) de que hay una ley ‘escrita en los corazones’ incluso de los gentiles que no conocen ‘la ley’ está en plena conformidad con la concepción estoica, y sería por siglos así entendida. Tampoco, durante esos siglos, la palabra ‘corazones’ ha tenido asociaciones meramente emocionales. La palabra hebrea que San Pablo representa al utilizar kardia sería mejor traducida como ‘mente’”. [21]
Lewis planteó argumentos similares en sus libros The Problem of Pain y Christian Reflections. [22]
Sin embargo, como todos los defensores del derecho natural, tuvo cuidado en señalar que la ley natural no ofrece soluciones fáciles ni precisas a todas los interrogantes. Haciéndose eco de la Etica a Nicómaco de Aristóteles, observó que “las decisiones morales no admiten certeza matemática”. [23]
El relativismo moral y el utilitarismo
De importancia central en la discusión de Lewis sobre el derecho natural es su crítica al relativismo moral del utilitarismo (“el fin justifica los medios”) como una teoría de la ética y guía para el comportamiento. Lewis sostenía que los preceptos de la ética moral no pueden simplemente ser innovados o improvisados sobre la marcha. Seleccionar y escoger entre el código del Tao es inherentemente necio y perjudicial. Señalaba, por ejemplo, que los intentos de definir a la ética moral como el producto de un fisicalismo de la supervivencia y el instinto plantea un profundo dilema. Por un lado, el utilitarista (o “innovador”, como lo llamaba Lewis) trata de hacer juicios de valor de las elecciones humanas mediante la afirmación de que una decisión es buena o no. Pero, ¿sobre qué base fue hecha esta valoración si el único estándar que existe es el instinto? Lewis demuestra que todas estas valoraciones deben necesariamente emplear un estándar objetivo del Tao para hacerlo, aunque sea de manera parcial. Como declaró,
El innovador. . . coloca en una alta posición a las pretensiones de la posteridad. No puede obtener ninguna pretensión válida para la posteridad por instinto o (en el sentido moderno) la razón. En verdad, está derivando nuestro deber para con la posteridad del Tao; nuestro deber de hacer el bien a todos los hombres es un axioma de la razón práctica, y nuestro deber de hacer el bien a nuestros descendientes es una deducción clara de ella. Pero entonces, en todas las formas del Tao que ha llegado hasta nosotros, junto al deber para con los hijos y descendientes yace el deber para con los padres y los ancestros. ¿Con qué derecho rechazamos uno y aceptamos al otro? . . . [E]l innovador puede situar primero al valor económico. Lograr que la gente esté alimentada y vestida es un fin grandioso, y en pos de él, los escrúpulos acerca de la justicia y la buena fe pueden ser apartados. El Tao, por supuesto, está de acuerdo con él respecto de la importancia de hacer que la gente esté alimentada y vestida. A menos que el innovador estuviese él mismo utilizando el Tao nunca podría haber sabido de ese deber de justicia y buena fe que está dispuesto a desacreditar. ¿Cuál es su justificación? Puede ser un jingoísta, un racista, un nacionalista extremo, que sostenga que el progreso de su propio pueblo es el objeto al cual todo lo demás debe ceder. Pero ningún tipo de observación fáctica y ninguna apelación al instinto le darán un fundamento para esta opinión. Una vez más, está de hecho derivándola del Tao: un deber para con nuestra propia familia, porque ellos son nuestra propia descendencia, es una parte de la moral tradicional. Pero al lado de ella en el Tao, y limitándola, se encuentran las inflexibles demandas de justicia, y la regla de que, en el largo plazo, todos los hombres son nuestros hermanos. [24]
Lewis describió por lo tanto al derecho natural como un estándar objetivo cohesivo e interrelacionado de la conducta correcta:
Esto a lo que he denominado por conveniencia el Tao, y que otros pueden llamar derecho natural o moral tradicional o los primeros principios de la razón práctica o las primeras banalidades, no es uno entre una serie de posibles sistemas de valor. Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si es rechazada, todos los valores son rechazados. Si algún valor es retenido, ella es retenida. El esfuerzo por refutarla y plantear un nuevo sistema de valores en su lugar es contradictorio en sí mismo. Nunca ha habido, y nunca habrá, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del mundo. Los que pretenden ser sistemas nuevos o (como ahora los llaman) “ideologías”, consisten todos de fragmentos del propio Tao. Arrancados arbitrariamente de su contexto en el todo y luego llevados a la locura en su aislamiento, aún así deben al Tao y sólo a él la validez que poseen. Si mi deber para con mis padres es una superstición, también lo es mi deber con la posteridad. Si la justicia es una superstición, entonces también lo es mi deber para con mi país o mi raza. Si la búsqueda del conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal. [25]
Lewis preguntó luego, si dado que ningún nuevo sistema de juicio de valor al margen del derecho natural puede ser desarrollado, ¿significa ello que “ningún progreso en nuestras percepciones de valor puede llevarse a cabo jamás? ¿Que estamos sujetos por siempre a un código inmodificable concedido de una vez por todas? . . . Si agrupamos, como lo he hecho, a las morales tradicionales de Oriente y Occidente, la cristiana, la pagana y la judía, ¿no encontraremos muchas contradicciones y algunos absurdos?” Su respuesta simple: “Admito todo esto. Algunas críticas, alguna supresión de contradicciones, incluso algunos avances reales, son requeridos. . . . Pero la ética nietzscheana sólo puede ser aceptada si estamos listos para descartar a la moral tradicional como un mero error y colocarnos luego en una posición en la cual no podemos encontrar fundamento alguno para ningún juicio de valor en absoluto. . . . Desde dentro del propio Tao proviene la única autoridad para modificar el Tao”. [26]
Libertad e Igualdad
Como proponente del derecho natural, Lewis era un partidario de la “ley de igual libertad»” pero un firme crítico del igualitarismo impuesto por cualquier motivo. Entendía además que el igualitarismo es con demasiada frecuencia un cobijo para la envidia (el pecado de la codicia) y que tales simpatías por la regimentación son tiránicas:
La exigencia de igualdad tiene dos fuentes; una de ellas se encuentra entre las más nobles, la otra es la más baja de las emociones humanas. La fuente noble es el deseo de juego limpio. Pero la otra fuente es el odio de la superioridad. . . . La igualdad (fuera de las matemáticas) es una concepción puramente social. Se aplica al hombre como un animal político y económico. No tiene cabida en el mundo de la mente. La belleza no es democrática; se revela más a los pocos que a los muchos, más a los solicitantes persistentes y disciplinados que a los muchos, más a los solicitantes persistentes y disciplinados que a los distraídos. La virtud no es democrática; ella es lograda por aquellos que la buscan más calurosamente que la mayoría de los hombres. La verdad no es democrática; ella exige talentos especiales y una laboriosidad especial en aquellos a los que ella otorga sus favores. La democracia política está condenada al fracaso si se trata de extender su exigencia de igualdad en estas esferas superiores. La democracia ética, intelectual, o estética está muerta. Una educación verdaderamente democrática—una que preserve la democracia—debe ser, en su propio campo, despiadadamente aristocrática, desvergonzadamente “erudita”. [27]
También reconoció la diferenciación innata de los individuos y cómo la singularidad de cada alma individual es de origen divino: “Es inútil decir que los hombres son de igual valor. Si el valor es tomado en un sentido mundano—si queremos decir que todos los hombres son igualmente útiles o bellos o buenos o entretenidos—entonces esta es una tontería. . . . Si existe igualdad, es en Su amor, no en nosotros. . . . De esta manera entonces, la vida cristiana defiende la personalidad única de la colectiva, no aislándolo sino dándole el estatus de un órgano en el Cuerpo Místico”. [28]
En un trabajo anterior, [29] analicé el rechazo de Lewis del determinismo de la causalidad tanto genética como ambiental para la humanidad. En la llamada perspectiva modernista, el hombre no es visto como un agente moral sino como una entidad que está condicionada únicamente por causas no racionales, y todo lo que importa no es “¿qué es justo?” sino el utilitario “¿qué funciona?” Si el hombre tiene libre albedrío y es considerado responsable de sus acciones, hay límites al poder del Estado. Pero si los individuos actúan por necesidad, no son agentes morales. En el lugar del castigo por el obrar “equivocado”, la prevención se convierte en el medio de control social. Como es defendido por los autoritarios de derechas e izquierdas, el Estado simplemente elimina la elección del individuo o, más exactamente, elige por él o ella. Y esta eliminación es la base del “progresista” principio preventivo y de las medidas gubernamentales de “censura previa” basadas en él. Lewis debatió este problema en profundidad en The Abolition of Man así como en diversos ensayos, entre ellos “The Humanitarian Theory of Punishment.”
El colectivismo y el estatismo
Lewis consecuentemente estableció una clara distinción entre la realidad de la importancia de la libertad individual y las tendencias a caer presa de los absurdos y los peligros del colectivismo:
La primera de estas tendencias es la creciente exaltación de lo colectivo y la creciente indiferencia por las personas. . . . si uno tuviese que inventar una expresión para “seres sin pecado que aman a su prójimo como a sí mismos” sería apropiado no emplear palabras como “mi”, “yo” y “otros pronombres e inflexiones personales”. En otras palabras. . . no existe diferencia entre las dos soluciones opuestas al problema del egoísmo: entre el amor (que es una relación entre personas) y la abolición de las personas. Nada más que un Tú puede amar y un Tú sólo puede existir para un Yo. Una sociedad en la que nadie fuese consciente de sí mismo como una persona frente a otras personas, donde nadie pudiese decir “Te amo”, sería, en efecto, libre de egoísmo, pero no a través del amor. Sería tan “desinteresada” como lo es un balde de agua. . . . [En tal caso] el individuo no importa. Y por lo tanto, cuando realmente se eche a andar. . . no importará lo que usted le haga a un individuo.
En segundo lugar, tenemos la aparición de “el Partido” en el sentido moderno—los fascistas, los nazis o los comunistas. Lo que lo distingue de los partidos políticos del siglo diecinueve es la creencia de sus miembros de que no se encuentran meramente tratando de implementar un programa, sino que están obedeciendo a una fuerza importante: que la Naturaleza o la Evolución, o la Dialéctica, o la Raza, los están conduciendo. Esto suele ir acompañado de dos creencias. . . la creencia de que el proceso que encarna el Partido es inevitable, y la creencia de que llevar adelante este proceso es el deber supremo y algo que deroga todas las leyes morales comunes. En este estado de ánimo los hombres pueden convertirse en adoradores del diablo en el sentido de que ahora pueden honrar, así como obedecer, a sus propios vicios. Todos los hombres a veces obedecen a sus vicios: pero es cuando la crueldad, la envidia y la lujuria del poder aparecen como los comandos de una gran fuerza súper personal que pueden ser ejercidos con la auto-aprobación. [30]
Lewis comprendía que sin este necesario encuadre de la ley natural de la cultura social, jurídica y política, la humanidad dejaría de ser reconocida como digna de derechos o incluso de la decencia común, y en cambio quedaría indefensa ante cualquier forma de opresión:
Nuestros tribunales, estoy de acuerdo, “han tradicionalmente representado al hombre común y la visión común de la moralidad”. Es cierto que debemos extender el término “hombre común” para abarcar a Locke, Grocio, Hooker, Pynet, Santo Tomás de Aquino, Justiniano, los estoicos y Aristóteles, pero no tengo ninguna objeción a ello; en el sentido más importante, y para mí glorioso, todos ellos fueron hombres comunes. Pero toda esa tradición está vinculada a las ideas del libre albedrío, la responsabilidad, los derechos, y el gobierno de la naturaleza. ¿Podrá ella sobrevivir en tribunales penales cuya práctica penal subordina diariamente al “desamparado” a la terapia y la protección de la sociedad? . . . Porque si no me engaño, todos estamos en este momento ayudando a decidir si la humanidad conservará todo lo que hasta ahora ha hecho que la humanidad valga la pena ser preservada, o si debemos deslizarnos hacia la sub-humanidad imaginada por el Sr. Aldous Huxley y George Orwell y parcialmente consumada en la Alemania de Hitler. [31]
Por lo tanto nosotros tenemos la base para el cientificista “valiente nuevo mundo” en el cual el ciudadano y el gobierno se vuelven esclavo y amo, exactamente lo que Lewis criticó en su ensayo “Is Progress Possible? Willing Slaves of the Welfare State”. Y, por supuesto, todo lo que esto significa es la eliminación de lo que hace humana a la humanidad en primer lugar. Como Lewis explicó el problema: “La cuestión se ha tornado en si podemos descubrir alguna manera de someternos al paternalismo mundial de una tecnocracia sin perder toda la privacidad y la independencia personal. ¿Hay alguna posibilidad de obtener la miel del Súper Estado de Bienestar y evitar el aguijón? No nos equivoquemos respecto del aguijón. . . . Para vivir su vida a su manera, para llamar a su casa su castillo, para disfrutar de los frutos de su propio trabajo, para educar a sus hijos como su conciencia lo indique, para ahorrar para la prosperidad de ellos después de su muerte—estos son deseos profundamente arraigados en el hombre civilizado”. [32]
Esto tema se repite en toda la obra de Lewis, tanto en las de ficción como las de no-ficción. Por ejemplo, en That Hideous Strength, el tercer volumen de su Space Trilogy,describe un mundo desconcertante en el que una élite científica crea un sistema totalitario con el fin de diseñar coercitivamente una nueva humanidad a través del Instituto Nacional de Experimentos Coordinados, o I.N.E.C. (N.I.C.E. en inglés) para abreviar. Los burócratas y planificadores del I.N.E.C. son exactamente lo que él había atacado anteriormente en su magistral libro The Abolition of Man.
Y en la novela de Lewis The Screwtape Letters, el demoníaco Screwtape instruye a su discípulo Wormwood a inducir a error a su “paciente” humano con el enrevesado concepto “progresista” de “justicia social” a fin de torcer lo que parece ser bueno en malo y seducir a la persona en el pecado: “Por otra parte deseamos, y lo deseamos mucho, hacer que los hombres traten a la cristiandad como un medio; preferiblemente, por supuesto, como un medio para su propio progreso, pero, en su defecto, como un medio para cualquier cosa—incluso para la justicia social. Lo que hay que hacer es conseguir que un hombre en un primer momento valore a la justicia social como algo que el Enemigo [Dios] exige, y luego colocarlo en la etapa en la que valore a la cristiandad porque ella puede generar justicia social. El Enemigo no será utilizado como una ventaja”. [33]
El cientificismo
Para Lewis, la ciencia debería ser una búsqueda del conocimiento, y lo desvelaba el hecho de que en los tiempos modernos la ciencia sea utilizada con demasiada frecuencia por algunos como una búsqueda del poder sobre los demás. Lewis no negaba que la ciencia fuese una herramienta sumamente importante para comprender al mundo natural, pero su punto más importante es que la ciencia no puede decirnos nada que en última instancia sea importante con respecto a qué opciones deberíamos escoger. En otras palabras, Lewis muestra que “lo que es” no indica “lo que debería” ser. Los científicos por sí solos no son capaces de abordar la ética moral, y todas las cuestiones sociales y políticas son exclusivamente cuestiones de moralidad. Lewis, además, consideraba como no-ciencia, o cientificismo, a todas aquellas disciplinas que intentan replicar el método científico para analizar al hombre: “[L]a nueva oligarquía debe basar cada vez más su pretensión de planificarnos en su pretensión de conocimiento. . . . Si vamos a ser criados por una madre, esa madre es la que más debe saber. . . . La tecnocracia es la forma a la que una sociedad planificada debe tender. Hoy en día le temo a los especialistas en el poder porque son especialistas que hablan más allá de sus temas específicos. Dejemos que los científicos nos digan acerca de la ciencia. Pero el gobierno involucra cuestiones sobre lo que es bueno para el hombre, y la justicia, y qué cosas valen la pena tener y a qué precio; y sobre esto una formación científica no le confiere a la opinión de un hombre ningún valor agregado”. [34]
Lewis sentía todavía más “pavor del gobierno en el nombre de la ciencia”. Para él, la conexión era clara: “Así es como hacen su aparición las tiranías”.
En cada época los hombres que nos quieren bajo su pulgar, si tienen buen tino, plantearán esa particular pretensión con las esperanzas y los temores que esa época estime más potentes. . . . Debemos dar la debida importancia a la afirmación de que nada más que la ciencia, y la ciencia globalmente aplicada, y por ende controles gubernamentales sin precedentes, puede producir estómagos llenos y atención médica para toda la raza humana: en síntesis, nada sino un Estado de Bienestar mundial. Es un pleno reconocimiento de estas verdades lo que en la actualidad me convence del extremo peligro de la humanidad. Tenemos por un lado necesidades desesperadas: el hambre, la enfermedad y temor de la guerra. Tenemos, por el otro, la concepción de algo que puede hacerles frente: una omnipotente tecnocracia global. ¿No son estas una oportunidad ideal para la esclavitud? . . . El interrogante sobre el progreso se ha convertido en la cuestión de si podemos descubrir a nivel mundial alguna manera de subsumirnos ante el paternalismo de una tecnocracia sin perder toda la privacidad y la independencia personal. . . . Todo lo que realmente puede suceder es que algunos hombres se harán cargo del destino de los demás. Serán simplemente hombres; ninguno perfecto, algunos codiciosos, crueles y deshonestos. Cuanto más completamente planificados nos encontremos, más poderosos serán ellos. ¿Habremos descubierto alguna nueva razón por la cual, esta vez, el poder no debería corromper como lo había hecho antes? [35]
Cuando el biólogo marxista J.B.S. Haldane en su artículo “Auld Hornie, FRS” cuestionó a Lewis por estar en contra de la ciencia y en contra de un “mundo planificado” en su Space Trilogy (“La idea del Sr. Lewis es lo suficientemente clara. La aplicación de la ciencia a los asuntos humanos sólo puede conducir al infierno”), Lewis escribió lo siguiente en “A Reply to Professor Haldane” (“Una respuesta al profesor Haldane”):
Ciertamente es un ataque, no contra los científicos, sino contra algo que podría ser denominado el “cientificismo”—una cierta perspectiva sobre el mundo que está casualmente conectada con la popularización de las ciencias, aunque es mucho menos común entre los verdaderos científicos que entre sus lectores. Es, en una palabra, la creencia de que el fin moral supremo es la perpetuación de nuestra propia especie, y que ella debe ser perseguida aun cuando, en el proceso de tornarnos aptos para sobrevivir, nuestra especie tenga que ser despojada de todos las cosas por las cuales la valoramos—de la compasión, de la felicidad y de la libertad. . . . En las condiciones modernas cualquier invitación efectiva al infierno aparecerá sin duda bajo el disfraz de la planificación científica—como de hecho hizo el régimen de Hitler. Todo tirano debe comenzar por afirmar que posee lo que sus víctimas respetan y darles lo que desean. En gran parte de los países, las mayorías respetan a la ciencia y desean ser planificados. Y por ende, casi por definición, si algún hombre o grupo desease esclavizarnos obviamente la describirá como una “democracia científicamente planificada”. Razón de más para observar con mucha atención a todo lo que ostente ese rotulo.
Mis temores de una tiranía así le parecerán al profesor poco sinceros o pusilánimes. Para él, el peligro se encuentra absolutamente en la dirección opuesta, en el caótico egoísmo del individualismo. Debo tratar de explicar por qué le temo más a la crueldad disciplinada de alguna oligarquía ideológica. El profesor tiene su propia explicación de esto; él cree que me encuentro inconscientemente motivado por el hecho de que tengo “mucho que perder con el cambio social”. Y en verdad sería difícil para mí dar la bienvenida a un cambio que podría enviarme a un campo de concentración. [36]
El poder corrompe
Como la forma de gobierno más consistente con su estudio del derecho natural y la naturaleza del hombre, Lewis optó por la democracia (no el “mayoritarianismo”, sino el auto-gobierno como en Democracy in America de Alexis de Tocqueville), considerándola la estructura política menos mala. No obstante, la misma debería ser establecida solamente con el fin de limitar el poder político centralizado: “Soy un demócrata porque creo en la imperfección del hombre”—o más precisamente, que el hombre es libre de elegir el bien o el mal. Sin embargo, se daba cuenta de que
la mayoría de la gente es demócrata por la razón opuesta. Gran parte del entusiasmo democrático se origina en las ideas de personas como Rousseau, que creían en la democracia porque consideraban que la humanidad era tan sabia y buena que todo el mundo merecía participar del gobierno. El peligro de defender la democracia en base a esos motivos es que no son ciertos. Y siempre que su debilidad queda expuesta, quienes prefieren la tiranía capitalizan esa exposición. Encuentro que no son ciertos sin mirar más allá de mí mismo. No merezco participar del gobierno de un gallinero, mucho menos de una nación. Tampoco lo merece la mayor parte de las personas—todos los que creen en la publicidad, y piensan en muletillas y esparcen rumores. La verdadera razón para estar a favor de la democracia es justamente lo contrario. El hombre es tan imperfecto que a ninguno se le puede confiar un poder sin límites sobre sus semejantes. Aristóteles afirmaba que algunas personas sólo eran aptas para ser esclavos. Yo no lo contradigo. Pero rechazo la esclavitud porque no veo a ningún hombre apto para ser amo. [37]
En su libro The Weight of Glory, señaló de manera similar la necesidad de restringir radicalmente las facultades del gobierno, parafraseando el axioma de Lord Acton sobre la influencia corruptora del poder:
Creo en la igualdad política. Pero hay dos razones opuestas para ser un demócrata. Usted puede pensar que todos los hombres son tan buenos que merecen una participación en el gobierno de la nación, y tan sabios que la nación necesita su consejo. Es decir, en mi opinión, la doctrina falsa y romántica de la democracia. Por otra parte, usted puede creer que los hombres imperfectos son tan malvados que a ninguno se le puede confiar algún poder irresponsable sobre sus semejantes. Ese creo que es el verdadero fundamento de la democracia. No creo que Dios crease un mundo igualitario. . . . [D]ado que hemos pecado, hemos descubierto, como dice Lord Acton, que “todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. El único remedio ha sido quitarles los poderes y sustituirlos por una ficción legal de igualdad. . . . La teocracia ha sido abolida con razón no porque es malo que los sacerdotes debieran regir a los laicos ignorantes, sino porque los sacerdotes son hombres malvados como el resto de nosotros. [38]
Y fue aún más lejos en su condena de la teocracia, declarando: “Detesto todo tipo de compulsión religiosa: ¡el otro día no más me encontraba escribiendo una airada carta a The Spectator” acerca de los desfiles de la Iglesia con la Guardia Urbana!” [39]
Para Lewis, la igualdad legal en virtud de la democracia enriquece la vida única y espiritual de cada individuo: “Bajo la necesaria cobertura exterior de la igualdad legal, todo la danza jerárquica y la armonía de nuestras profundas y gozosamente aceptadas desigualdades espirituales deberían vivir. Está allí, por supuesto, en nuestra vida como cristianos: allí, como laicos, podemos obedecer—máxime porque el sacerdote no tiene autoridad sobre nosotros en el plano político”. [40]
Pero Lewis comprendía plenamente que la democracia, si no está controlada, se torna igualitarismo y pisoteará la libertad como una fuerza colectivista a favor del mal mediante la celebración del orgullo y la envidia mientras fomenta la tiranía. El demoníaco Screwtape de Lewis, esta vez en “Screwtape Proposes a Toast”, explica una vez más de manera muy elocuente cómo esto mismo ha acontecido históricamente, incluso en la supuesta búsqueda de la libertad:
Oculto en el corazón de esta lucha por la Libertad se hallaba también un profundo odio a la libertad personal. Aquel que el invaluable Rousseau fue el primero en revelar. En su democracia perfecta, solamente la religión del Estado está permitida, la esclavitud es restaurada, y al individuo se le dice que lo que realmente ha deseado (aunque él no lo sabía) es cualquier cosa que el gobierno le diga que haga. Desde ese punto de partida, a través de Hegel (otro propagandista indispensable de nuestro bando), fácilmente pergeñamos tanto al Estado nazi como al comunista. Incluso en Inglaterra fuimos muy exitosos. Oía el otro día que en ese país un hombre no podía, sin un permiso, talar su propio árbol con su propia hacha, convertirlo en tablas con su propia sierra, y emplear las tablas para construir un cobertizo para herramientas en su propio jardín.
En la raíz de la tiranía en desarrollo se encuentra lo que muchas personas menos podrían esperar—la democracia y el igualitarismo:
Democracia es la palabra con la que debes conducirlos por la nariz. . . . Y por supuesto, está relacionada con el ideal político de que los hombres deberían recibir el mismo trato. A continuación, haces una sigilosa transición en sus mentes desde este ideal político a la creencia fáctica de que todos los hombres son iguales. Especialmente el hombre sobre el que estás trabajando. Como resultado de ello puedes utilizar la palabra democracia para sancionar en su pensamiento lo más degradante (y también lo menos agradable) de los sentimientos humanos. Puedes lograr que practique, no sólo sin vergüenza, sino con un brillo positivo de auto-aprobación, aquellas conductas que, si no estuviesen defendidas por la palabra mágica, serían universalmente ridiculizadas. . . .A los [z]opencos y holgazanes no debiera hacérselos sentir inferiores a los alumnos inteligentes e industriosos. Eso sería “antidemocrático”. . . .Y de todos modos, los maestros—¿o debería decir, las enfermeras?—estarán demasiado ocupados reconfortando a los zopencos y palmeándoles la espalda como para perder el tiempo en la verdadera enseñanza. . . . esto no se dará a menos que toda la educación se convierta en educación estatal. . . .las sanciones impositivas, diseñadas a tal efecto, están liquidando a la clase media, la clase que se encontraba preparada para ahorrar y gastar y hacer sacrificios para que sus hijos fuesen educados de manera privada. [41]
Aquellos que, como Screwtape, desean establecer sus propias reglas y extirpar la libertad
deben percatarse. . . que la “democracia” en el sentido diabólico (soy tan bueno como tú, somos gente común, compañerismo) es el instrumento más apto con el que podríamos contar para extirpar las democracias políticas de la faz de la tierra. . . . Es nuestra tarea alentar el comportamiento, los modales, toda la actitud mental, que a las democracias naturalmente les agradan y disfrutan, porque estas son las mismas cosas que, si no son controladas, destruirán la democracia. . . . El derrocamiento de los pueblos libres y la multiplicación de los Estados esclavistas son para nosotros un medio (además, por supuesto, de ser divertidos); pero el verdadero fin es la destrucción de los individuos. . . . El Soy tan bueno como tú, es un medio útil para la destrucción de las sociedades democráticas. Pero tiene un valor mucho más profundo como un fin en sí mismo, como un estado de ánimo que, excluyendo necesariamente a la humildad, la caridad, el contento, y todos los placeres de la gratitud o la admiración, alejan a un ser humano de casi todos los caminos que finalmente podrían conducirlo al cielo. [42]
Conclusión
Por sobre todas las cosas, Lewis fue un agudo observador del mundo en que vivía, reconociendo de manera consistente las implicancias de cada avance de un galopante socialismo en la Inglaterra posterior a la Segunda Guerra Mundial:
[L]a filosofía política implícita en la mayoría de las comunidades modernas. . . nos ha robado sin que nos diésemos cuenta. Las dos guerras necesitaron de vastos recortes a la libertad, y hemos crecido, aunque refunfuñando, acostumbrados a nuestras cadenas. La creciente complejidad y precariedad de nuestra vida económica ha obligado al gobierno a hacerse cargo de muchas esferas de la actividad que alguna vez estuvieron en manos de la elección o del azar. Nuestros intelectuales se han rendido primero a la filosofía esclavista de Hegel, luego a Marx, y finalmente a los analistas lingüísticos. Como resultado, la teoría política clásica, con sus primordiales concepciones estoicas, cristianas y jurídicas (la ley natural, el valor del individuo, los derechos del hombre), ha muerto. El Estado moderno existe no para proteger nuestros derechos, sino para hacernos el bien o hacernos buenos—de una u otra manera, para hacer algo por nosotros o para hacernos algo. De ahí el nuevo nombre de “líderes” para aquellos que alguna vez fueron “gobernantes”.. . . Somos menos sus súbditos que sus protegidos, alumnos, o animales domésticos. No queda nada por lo que podamos decirles “Métanse en tus asuntos”. Nuestras vidas enteras son sus asuntos. [43]
En contraste directo con el relativismo moral, el utilitarismo, el colectivismo y el autoritarismo de los “progresistas”, las profundas enseñanzas de los extensos escritos de Lewis relativas a la libertad son absolutamente claras y de fundamental importancia para cada hombre y mujer moderna:
Es facultad del hombre tratarse a sí mismo como un mero “objeto natural” y a sus juicios de valor como materia prima para la manipulación científica para alterar a voluntad. . . . La verdadera objeción es que si el hombre elige tratarse a sí mismo como materia prima, materia prima será: no una materia prima para ser manipulada, como él cariñosamente imaginaba, por sí mismo, sino por el mero apetito, es decir, la mera naturaleza, en la persona de sus deshumanizados condicionadores. . . . O somos un espíritu racional obligado a obedecer por siempre a los valores absolutos del Tao [la ley natural], o bien somos mera naturaleza que es amasada y recortada con nuevas formas para placer de amos que no deben, por hipótesis, tener motivo alguno salvo sus propios impulsos “naturales”. Sólo el Tao proporciona una ley de acción humana común que puede predominar por sobre los gobernantes y gobernados por igual. Una creencia dogmática en el valor objetivo es necesaria para la idea misma de un gobierno que no es la tiranía o de una obediencia que no es la esclavitud. . . . El proceso que, si no es controlado, abolirá al hombre marcha a pasos agigantados entre los comunistas y los demócratas no menos que entre los fascistas. Los métodos pueden (al principio) diferir en la brutalidad. Pero muchos científicos con lentes, muchos dramaturgos populares, muchos filósofos aficionados entre nosotros, significan a la larga lo mismo que los gobernantes nazis de Alemania. [44]
En la serie de libros de Lewis “Las Crónicas de Narnia”, la tierra de Narnia está regida por la sagrada Magia Profunda (o ley natural), y transgredir este código moral es hacer el mal. Hacia el final del primer libro de la serie, El león, la bruja y el armario (que se convirtió en la muy exitosa película de 2005), los niños Peter, Susan, Edmund y Lucy asumen sus tronos que legítimamente les corresponden como reyes y reinas de Narnia. Lewis describe la forma en que gobiernan durante la Edad de Oro de Narnia y sus logros más importantes: “E hicieron buenas leyes y mantuvieron la paz y salvaron a los arboles buenos de ser talados y eximieron a los jóvenes enanos y a los jóvenes sátiros de ser enviados a la escuela y por lo general detuvieron a los entrometidos e interferentes y alentaron a la gente común que deseaba vivir y dejar vivir”. [45]
Notas
[1] C. S. Lewis, “Lines during a General Election,” en Poems, ed. Walter Hooper (London: Geoffrey Bles, 1964), 62.
[2] C. S. Lewis, Letters of C. S. Lewis, ed. Warren H. Lewis (New York: Harcourt, Brace and World, 1966), 179.
[3] Robert Higgs, Crisis and Leviathan: Critical Episodes in the Growth of American Government (New York: Oxford University Press, 1987). Véase también su libro sobre el desastroso mito del Estado “progresista” en los Estados Unidos desde 1930, Depression, War, and Cold War: Challenging the Myths of Conflict and Prosperity (New York: Oxford University Press for the Independent Institute, 2009) así como también las obras de Arthur A. Ekirch Jr., The Decline of American Liberalism (Oakland, Calif.: Independent Institute, 2009), y de Jonathan Bean, ed., Race and Liberty in America: The Essential Reader (Lexington: University Press of Kentucky for The Independent Institute, 2009).
[4] C. S. Lewis, “Is Progress Possible? Willing Slaves of the Welfare State”, en C. S. Lewis, God in the Dock: Essays in Theology and Ethics, ed. Walter Hooper (Grand Rapids, Mich.: William B. Eerdmans, 1970), 315.
[5] C. S. Lewis, “The Humanitarian Theory of Punishment” en God in the Dock, 292.
[6] Lewis, “Is Progress Possible?” 314.
[7] Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2005).
[8] Jon Elster, Nuts and Bolts for the Social Sciences (Cambridge, U.K.: Cambridge University Press, 1989), 13.
[9] Murray N. Rothbard, “The Mantle of Science”, en Scientism and Values, ed. Helmut Schoeck and James W. Wiggins (Princeton, N.J.: D. Van Nostrand, 1960), 177.
[10] Ludwig von Mises, The Ultimate Foundation of Economic Science: An Essay on Method (Indianapolis, Ind.: Liberty Fund, 2006), 80.
[11] Stark, The Victory of Reason, 23.
[12] Véase, por ejemplo, Thomas J. Thompson, “An Ancient Stateless Civilization: Bronze Age India and the State in History”, Independent Review (Winter 2005): 365–84; Jesse L. Byock, Medieval Iceland: Society, Sagas, and Power (Berkeley: University of California Press, 1988); David Friedman, “Private Creation and Enforcement of Law: A Historical Case” Journal of Legal Studies 8, no. 2 (1979): 399–415; Joseph R. Peden, “Property Rights in Ancient Celtic Law”, Journal of Libertarian Studies 1, no. 2 (1977): 81–95; y Harold J. Berman, Law and Revolution: The Formation of the Western Legal Tradition (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1983).
[13] Citado en Berman, Law and Revolution, 25.
[14] El empleo de Lewis del término Tao (que literalmente significa el “camino” o el “sendero”) para describir a la ley natural moral no debería ser confundido con la filosofía naturalista china del Taoísmo (Daoismo), en la cual se apoyan las distintas formas del nihilismo, el escepticismo ético, el relativismo, el misticismo, el intuicionismo, y el primitivismo.
[15] C. S. Lewis, The Abolition of Man (San Francisco: HarperSanFrancisco, 2001), 18–19, 83–101. Véase también C. S. Lewis, Mere Christianity (San Francisco: HarperSanFrancisco, 1952), y Lewis, God in the Dock.
[16] Adam Smith, The Theory of Moral Sentiments (Indianapolis, Ind.: Liberty Fund, 1976), 47–48.
[17] C. S. Lewis, Christian Reflections, ed. Walter Hooper (Grand Rapids, Mich.: William B. Eerdmans, 1995), 77–78, énfasis en el original.
[18] Lewis, The Abolition of Man, 19.
[19] Lewis, Christian Reflections, 44, 46.
[20] Paul, Romans 2:14–15 [NIV].
[21] C. S. Lewis, The Discarded Image: An Introduction to Medieval and Renaissance Literature(New York: Cambridge University Press, 1964), 160.
[22] C. S. Lewis, The Problem of Pain (New York: Macmillan, 1962), 39; C. S. Lewis, “The Poison of Subjectivism”, en Christian Reflections, 78–80.
[23] C. S. Lewis, “A Reply to Professor Haldane,” in On Stories and Other Essays on Literature, ed. Walter Hooper (New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1982), 80.
[24] Lewis, The Abolition of Man, 43.
[25] Ibid., 44.
[26] Ibid., 50.
[27] C. S. Lewis, Present Concerns (New York: Mariner Books, 2002), 34.
[28] C. S. Lewis, The Weight of Glory and Other Essays (CITY: PUBLISHER, XXXX), 170–71.
[29] David J. Theroux, Mere Economic Science: C. S. Lewis and the Poverty of Naturalism, Working Paper no. 67 (Oakland, Calif.: The Independent Institute, 2007), resumido como el artículo “Economic Science and the Poverty of Naturalism: C. S. Lewis’s ‘Argument from Reason’” Journal of Private Enterprise 23, no. 2 (Spring 2008): 95–112.
[30] Lewis, “A Reply to Professor Haldane”, 78–79.
[31] Lewis, “The Humanitarian Theory of Punishment” 299–300.
[32]“Is Progress Possible?” 316.
[33] C. S. Lewis, The Screwtape Letters (San Francisco: HarperOne, 2001), 108–9.
[34] Lewis, “Is Progress Possible?” 314–15.
[35] Ibid., 315–16.
[36] Lewis, On Stories and Other Essays on Literature, 71–72, 74–75.
[37] C. S. Lewis, “Equality” enPresent Concerns, 17.
[38] Lewis, The Weight of Glory and Other Essays, 168–69.
[39] C. S. Lewis, “Answers to Questions on Christianity,” en God in the Dock, 61.
[40] Lewis, Present Concerns, 19.
[41] Lewis, The Screwtape Letters, 197, 203–205.
[42] Lewis, The Screwtape Letters, 205–207.
[43] Lewis, “Is Progress Possible?” 313–14.
[44] Lewis, The Abolition of Man, 72–74.
[45] C. S. Lewis, The Lion, the Witch, and the Wardrobe (San Francisco: HarperCollins, 2000), 183, emphasis added.
Traducido por Gabriel Gasave