Aún en una era de medios de comunicación sensacionalistas, la intensa cobertura del Centro Islámico propuesto para la Zona Cero, y la amenaza de parte de un intolerante ministro cristiano de quemar el Corán en respuesta a ello, sobresalta a la vez que entristece.
Ninguno de estos acontecimientos merecían en absoluto la cobertura de los medios, pero en el mundo de hoy la controversia genera mayores audiencias y por lo tanto más ingresos a través de los anuncios. La mezquita no es ni siquiera la primera cerca del “suelo sagrado” de la Zona Cero, ni siquiera puede ser observada desde ese sitio, y, como lo señaló el imán de la mezquita propuesta, se encuentra en el mismo vecindario que los no tan sagrados clubes de striptease y salones de juegos de azar. Más importante aún, todos los seguidores del Islam, una religión que tiene 1.500 millones de adherentes en todo el mundo, no deberían ser castigados tan sólo porque los diecinueve secuestradores del 11 de septiembre resultaron ser musulmanes. Al cristianismo no se lo culpa por el holocausto nazi pese a que Adolf Hitler era católico, la Iglesia hizo la vista gorda durante el exterminio de los judíos, la Iglesia nunca excomulgó a Hitler, Hitler no pudo haber llegado al poder sin el apoyo de las iglesias protestante y católica en Alemania, y Hitler, en su libro Mi Lucha y en distintos discursos, afirmaba que Jesús luchó contra el “veneno judío” y que “en defensa contra los judíos estaba realizando el trabajo de Jesús”. Sin embargo nadie afirma que todos los cristianos sean sanguinarios antisemitas como Hitler, así que ¿por qué todos los musulmanes deberían ser caracterizados como terroristas después del 11 de septiembre?
Pero en base a su descarada maniobra publicitaria, al parecer el ministro de Gainesville, Florida que deseaba quemar el Corán, piensa que deberían serlo. Sin embargo, con una congregación de tan sólo 50 años, no es ni siquiera un líder religioso importante y por lo tanto debería haber sido marginado por los medios como un extremista chiflado.
No obstante, la ignorancia o el fanatismo contra los musulmanes puede no ser el aspecto más preocupante de esta pesarosa saga. De hecho, el comportamiento del Departamento de Bomberos de Gainesville, el Secretario de Defensa Robert Gates y el General David Petraeus pueden haber sido más peligrosos para los principios de la república.
El Departamento de Bomberos de Gainesville intentó de manera inconstitucional negar al ciertamente desagradable ministro los derechos de la Primera Enmienda al no otorgarle un permiso para encender una fogata cuando no existía ningún peligro de incendio obvio. Rumores similares se escucharon en la Ciudad de Nueva York respecto del uso de las leyes de zonificación como una excusa para negar inconstitucionalmente a los musulmanes el derecho a construir el centro islámico cerca del Ground Zero. Afortunadamente, eso no ocurrió, y el alcalde Michael Bloomberg se merece una palmadita en la espalda por su raro comportamiento principista para ser un político, al defender el derecho a establecer el centro islámico. El Departamento de Bomberos de Gainesville no se comportó tan admirablemente.
El General David Petraeus, el comandante militar de los EE.UU. en Afganistán, declaró públicamente que la quema por parte del ministro del libro sagrado de los musulmanes podría poner en peligro a las tropas estadounidense, y el Secretario de Defensa Robert Gates hizo un llamado al ministro instándolo a que no lo hiciese por la misma razón. Petraeus y Gates pueden estar en lo cierto, pero entonces ¿por qué no efectúan declaraciones similares de que la presión para mudar al centro islámico propuesto fuera de la Zona Cero también podría plantear una amenaza para las fuerzas estadounidenses? La quema del Corán del ministro no puede hacer peligrar a las tropas de los EE.UU. en el exterior más de lo que lo hacen las reiteradas ocupaciones e intervenciones no musulmanas de los EE.UU. en tierras musulmanas—entremetimiento como el que se da en lugares como Indonesia, Palestina, Afganistán, Pakistán, Irak, Irán, Líbano, Libia, Kuwait, Somalia y Yemen—que son la razón principal para los ataques del 11/09/2001, no el Islam.
Más importante, en una república libre, es peligroso que los funcionarios gubernamentales de alto nivel presionen o intimiden a los particulares, incluso de manera sutil, para que restrinjan su libre expresión protegida por la Constitución (en contraste con la loable oposición a la intolerancia del ministro de parte de líderes religiosos y comunitarios particulares), sin importar cuán vil y prejuicioso sea el discurso y sin importar cuán loable fuese el objetivo (salvar la vida de las tropas estadounidenses).
Gates y Petraeus trabajan para el presidente Obama y deberían haber seguido su ejemplo más moderado. Obama fue criticado por la izquierda por no elogiar lo suficiente a la construcción del centro islámico. Pero cuando Obama afirmó que los musulmanes tenían derecho a construir el centro, agregando luego que él no estaba apoyando el proyecto, estuvo bastante acertado. Dado que la Declaración de la Independencia de los EE.UU. sostuvo que el gobierno debía preservar los derechos de las personas en vez de quitárselos y que el Bill of Rights de la Constitución fue pensado para efectivizar este principio, el apoyo de Obama al derecho de los musulmanes de construir el centro estaba justificado y era necesario. Pero el trabajo de un presidente o de un gobierno no es decidir qué tipo de discurso o práctica religiosa es buena o mala; de hecho, ello en sí mismo sentaría un mal ejemplo.
A algunas personas puede no agradarles la construcción de un centro islámico en cercanías del Ground Zero o pueden no apreciar la declaración política de un ministro cristiano fanático, pero, en ambos casos, los derechos de la Primera Enmienda de la libertad de religión y de expresión deben ser respetados.
Traducido por Gabriel Gasave
La conmoción por la quema del Corán y la construcción del Centro Islámico
Aún en una era de medios de comunicación sensacionalistas, la intensa cobertura del Centro Islámico propuesto para la Zona Cero, y la amenaza de parte de un intolerante ministro cristiano de quemar el Corán en respuesta a ello, sobresalta a la vez que entristece.
Ninguno de estos acontecimientos merecían en absoluto la cobertura de los medios, pero en el mundo de hoy la controversia genera mayores audiencias y por lo tanto más ingresos a través de los anuncios. La mezquita no es ni siquiera la primera cerca del “suelo sagrado” de la Zona Cero, ni siquiera puede ser observada desde ese sitio, y, como lo señaló el imán de la mezquita propuesta, se encuentra en el mismo vecindario que los no tan sagrados clubes de striptease y salones de juegos de azar. Más importante aún, todos los seguidores del Islam, una religión que tiene 1.500 millones de adherentes en todo el mundo, no deberían ser castigados tan sólo porque los diecinueve secuestradores del 11 de septiembre resultaron ser musulmanes. Al cristianismo no se lo culpa por el holocausto nazi pese a que Adolf Hitler era católico, la Iglesia hizo la vista gorda durante el exterminio de los judíos, la Iglesia nunca excomulgó a Hitler, Hitler no pudo haber llegado al poder sin el apoyo de las iglesias protestante y católica en Alemania, y Hitler, en su libro Mi Lucha y en distintos discursos, afirmaba que Jesús luchó contra el “veneno judío” y que “en defensa contra los judíos estaba realizando el trabajo de Jesús”. Sin embargo nadie afirma que todos los cristianos sean sanguinarios antisemitas como Hitler, así que ¿por qué todos los musulmanes deberían ser caracterizados como terroristas después del 11 de septiembre?
Pero en base a su descarada maniobra publicitaria, al parecer el ministro de Gainesville, Florida que deseaba quemar el Corán, piensa que deberían serlo. Sin embargo, con una congregación de tan sólo 50 años, no es ni siquiera un líder religioso importante y por lo tanto debería haber sido marginado por los medios como un extremista chiflado.
No obstante, la ignorancia o el fanatismo contra los musulmanes puede no ser el aspecto más preocupante de esta pesarosa saga. De hecho, el comportamiento del Departamento de Bomberos de Gainesville, el Secretario de Defensa Robert Gates y el General David Petraeus pueden haber sido más peligrosos para los principios de la república.
El Departamento de Bomberos de Gainesville intentó de manera inconstitucional negar al ciertamente desagradable ministro los derechos de la Primera Enmienda al no otorgarle un permiso para encender una fogata cuando no existía ningún peligro de incendio obvio. Rumores similares se escucharon en la Ciudad de Nueva York respecto del uso de las leyes de zonificación como una excusa para negar inconstitucionalmente a los musulmanes el derecho a construir el centro islámico cerca del Ground Zero. Afortunadamente, eso no ocurrió, y el alcalde Michael Bloomberg se merece una palmadita en la espalda por su raro comportamiento principista para ser un político, al defender el derecho a establecer el centro islámico. El Departamento de Bomberos de Gainesville no se comportó tan admirablemente.
El General David Petraeus, el comandante militar de los EE.UU. en Afganistán, declaró públicamente que la quema por parte del ministro del libro sagrado de los musulmanes podría poner en peligro a las tropas estadounidense, y el Secretario de Defensa Robert Gates hizo un llamado al ministro instándolo a que no lo hiciese por la misma razón. Petraeus y Gates pueden estar en lo cierto, pero entonces ¿por qué no efectúan declaraciones similares de que la presión para mudar al centro islámico propuesto fuera de la Zona Cero también podría plantear una amenaza para las fuerzas estadounidenses? La quema del Corán del ministro no puede hacer peligrar a las tropas de los EE.UU. en el exterior más de lo que lo hacen las reiteradas ocupaciones e intervenciones no musulmanas de los EE.UU. en tierras musulmanas—entremetimiento como el que se da en lugares como Indonesia, Palestina, Afganistán, Pakistán, Irak, Irán, Líbano, Libia, Kuwait, Somalia y Yemen—que son la razón principal para los ataques del 11/09/2001, no el Islam.
Más importante, en una república libre, es peligroso que los funcionarios gubernamentales de alto nivel presionen o intimiden a los particulares, incluso de manera sutil, para que restrinjan su libre expresión protegida por la Constitución (en contraste con la loable oposición a la intolerancia del ministro de parte de líderes religiosos y comunitarios particulares), sin importar cuán vil y prejuicioso sea el discurso y sin importar cuán loable fuese el objetivo (salvar la vida de las tropas estadounidenses).
Gates y Petraeus trabajan para el presidente Obama y deberían haber seguido su ejemplo más moderado. Obama fue criticado por la izquierda por no elogiar lo suficiente a la construcción del centro islámico. Pero cuando Obama afirmó que los musulmanes tenían derecho a construir el centro, agregando luego que él no estaba apoyando el proyecto, estuvo bastante acertado. Dado que la Declaración de la Independencia de los EE.UU. sostuvo que el gobierno debía preservar los derechos de las personas en vez de quitárselos y que el Bill of Rights de la Constitución fue pensado para efectivizar este principio, el apoyo de Obama al derecho de los musulmanes de construir el centro estaba justificado y era necesario. Pero el trabajo de un presidente o de un gobierno no es decidir qué tipo de discurso o práctica religiosa es buena o mala; de hecho, ello en sí mismo sentaría un mal ejemplo.
A algunas personas puede no agradarles la construcción de un centro islámico en cercanías del Ground Zero o pueden no apreciar la declaración política de un ministro cristiano fanático, pero, en ambos casos, los derechos de la Primera Enmienda de la libertad de religión y de expresión deben ser respetados.
Traducido por Gabriel Gasave
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