Pese a su declive en el mundo académico, la economía keynesiana todavía sigue vivita y coleando en el pensamiento estadounidense prevaleciente y la prensa económica. Los recientes acontecimientos en Estonia, sin embargo, deberían socavar esa postura aunque probablemente no lo harán.
El motivo por el cual la evidencia empírica no ha clavado una estaca en el corazón del vampiro keynesiano se debe a que Keynes creó esta teoría del castillo de naipes para justificar el gobierno grande en la práctica (no al revés). Y en virtud de que los intereses creados tienen incentivos para continuar con el gobierno grande, el keynesianismo sigue merodeando a la economía.
En el escenario mundial, el debate sobre el keynesianismo tuvo lugar entre las grandes potencias durante la crisis financiera mundial y la recesión. Los gobiernos conservadores británico y alemán han estado reduciendo significativamente sus presupuestos gubernamentales. En el caso alemán, el recuerdo de la hiperinflación durante el período entre las dos guerras impulsa la actual prudencia fiscal. Por el contrario, el presidente Barack Obama ha estado cebando la bomba keynesiana al defender y promulgar un paquete de gasto gubernamental de “estímulo” plagado de negociados. El predecesor de Obama, George W. Bush, también disipó el efectivo federal como un marinero borracho en un intento por reactivar la economía.
Los medios de comunicación de la nación (y muchos republicanos) han apoyado el despilfarro fiscal de Bush y/o Obama en nombre de luchar contra una profunda recesión. Por ejemplo, el 7 de marzo de 2011, los editores del New York Times comentaron sobre los modestos esfuerzos republicanos en la Cámara de Representantes para recortar 61 mil millones de dólares del presupuesto para los siete meses que restan del año fiscal 2011 del gobierno federal: “Si los demócratas tratan de poner en peligro incluso la mitad de esa suma, todavía estarán haciendo un daño enorme a muchos programas y amenazando una recuperación que está empezando a mostrar signos de vida real”.
Sin embargo el mismo día, enterrado en sus páginas posteriores, el Times publicó un artículo que socavaba su propia posición editorial. El artículo hablaba sobre los votantes estonios que premiaron en los recientes comicios parlamentarios a un gobierno que instituyó un draconiano programa gubernamental de austeridad fiscal, que ha estimulado a una economía de capa caída. Dicho pensamiento es contrario a la defensa de Keynes de la utilización de un mayor gasto gubernamental para estimular al sector privado de la economía. De hecho, elevar el gasto del gobierno requiere sustraer recursos del sector privado más eficiente a través de impuestos más altos o un mayor endeudamiento del gobierno (que desplaza a los préstamos privados necesarios para la expansión de las empresas) y utilizar los ingresos para tratar de estimular indirectamente a esos sectores ya sobrecargados de tributos y hambrientos de préstamos para ampliar las actividades. En su lugar, el restablecimiento de la confianza del sector privado mediante la reducción del gasto, los impuestos y la intervención pública en los mercados de crédito (disminuyendo así las tasas de interés para los préstamos comerciales) hará crecer a la economía sin depender de los despilfarradores negociados del gobierno—y lo que ha sucedido en el pequeño país de Estonia lo demuestra.
De acuerdo con el artículo del New York Times, Estonia siguió abrazando una política de laissez-faire en los meses posteriores a la crisis económica mundial. Incluso después de que la economía estonia se redujo la friolera de un 15 por ciento debido a la recesión, el gobierno redujo drásticamente sus gastos por el equivalente a un 9 por ciento del PBI. Inicialmente, la demanda cayó en picada, y el desempleo subió a casi el 20 por ciento a principios de 2010.
No obstante, actualmente la economía estonia está creciendo a una tasa proyectada del 4 por ciento este año, y el desempleo se ha reducido a la mitad a alrededor del 10 por ciento. En enero de este año, la economía estonia fue considerada lo suficientemente sana como para permitírsele unirse a la zona del euro. En resumen, el padecimiento de corto plazo ha producido una fuerte recuperación.
Sin embargo, con el keynesianismo de Bush y Obama, los Estados Unidos han tenido problemas para recuperarse. El único punto brillante es que las elecciones de mitad de mandato de 2010 y los intentos de la Cámara de Representantes republicana por reducir el presupuesto han impulsado a la administración Obama a por lo menos comenzar a proponer modestos recortes presupuestarios (en lugar de aumentos). En respuesta a la Cámara, la Casa Blanca de Obama y el Senado demócrata han propuesto recortar 6,5 mil millones de dólares de gastos corrientes, incluyendo 2 mil millones de dólares en recortes del Pentágono no incluidos en la propuesta de la Cámara.
Por supuesto, incluso los 61 mil millones de dólares de la propuesta de la Cámara de Representantes son una miseria en comparación con el abismal déficit récord del presupuesto federal de más de 1 billón de dólares por año. Pero supongo que usted tiene que comenzar en alguna parte—aunque tardíamente—y la exigua propuesta demócrata al menos pone sobre la mesa una muy necesaria reducción en el gasto de defensa. Tanto los políticos demócratas como los republicanos, no obstante, precisan ir más allá en la toma de decisiones fiscales difíciles—y el experimento estonio muestra que haciendo lo correcto se pueden obtener beneficios económicos para el país y recompensas políticas para los legisladores.
Traducido por Gabriel Gasave
Una superpotencia precisa emular a un superhéroe económico
Pese a su declive en el mundo académico, la economía keynesiana todavía sigue vivita y coleando en el pensamiento estadounidense prevaleciente y la prensa económica. Los recientes acontecimientos en Estonia, sin embargo, deberían socavar esa postura aunque probablemente no lo harán.
El motivo por el cual la evidencia empírica no ha clavado una estaca en el corazón del vampiro keynesiano se debe a que Keynes creó esta teoría del castillo de naipes para justificar el gobierno grande en la práctica (no al revés). Y en virtud de que los intereses creados tienen incentivos para continuar con el gobierno grande, el keynesianismo sigue merodeando a la economía.
En el escenario mundial, el debate sobre el keynesianismo tuvo lugar entre las grandes potencias durante la crisis financiera mundial y la recesión. Los gobiernos conservadores británico y alemán han estado reduciendo significativamente sus presupuestos gubernamentales. En el caso alemán, el recuerdo de la hiperinflación durante el período entre las dos guerras impulsa la actual prudencia fiscal. Por el contrario, el presidente Barack Obama ha estado cebando la bomba keynesiana al defender y promulgar un paquete de gasto gubernamental de “estímulo” plagado de negociados. El predecesor de Obama, George W. Bush, también disipó el efectivo federal como un marinero borracho en un intento por reactivar la economía.
Los medios de comunicación de la nación (y muchos republicanos) han apoyado el despilfarro fiscal de Bush y/o Obama en nombre de luchar contra una profunda recesión. Por ejemplo, el 7 de marzo de 2011, los editores del New York Times comentaron sobre los modestos esfuerzos republicanos en la Cámara de Representantes para recortar 61 mil millones de dólares del presupuesto para los siete meses que restan del año fiscal 2011 del gobierno federal: “Si los demócratas tratan de poner en peligro incluso la mitad de esa suma, todavía estarán haciendo un daño enorme a muchos programas y amenazando una recuperación que está empezando a mostrar signos de vida real”.
Sin embargo el mismo día, enterrado en sus páginas posteriores, el Times publicó un artículo que socavaba su propia posición editorial. El artículo hablaba sobre los votantes estonios que premiaron en los recientes comicios parlamentarios a un gobierno que instituyó un draconiano programa gubernamental de austeridad fiscal, que ha estimulado a una economía de capa caída. Dicho pensamiento es contrario a la defensa de Keynes de la utilización de un mayor gasto gubernamental para estimular al sector privado de la economía. De hecho, elevar el gasto del gobierno requiere sustraer recursos del sector privado más eficiente a través de impuestos más altos o un mayor endeudamiento del gobierno (que desplaza a los préstamos privados necesarios para la expansión de las empresas) y utilizar los ingresos para tratar de estimular indirectamente a esos sectores ya sobrecargados de tributos y hambrientos de préstamos para ampliar las actividades. En su lugar, el restablecimiento de la confianza del sector privado mediante la reducción del gasto, los impuestos y la intervención pública en los mercados de crédito (disminuyendo así las tasas de interés para los préstamos comerciales) hará crecer a la economía sin depender de los despilfarradores negociados del gobierno—y lo que ha sucedido en el pequeño país de Estonia lo demuestra.
De acuerdo con el artículo del New York Times, Estonia siguió abrazando una política de laissez-faire en los meses posteriores a la crisis económica mundial. Incluso después de que la economía estonia se redujo la friolera de un 15 por ciento debido a la recesión, el gobierno redujo drásticamente sus gastos por el equivalente a un 9 por ciento del PBI. Inicialmente, la demanda cayó en picada, y el desempleo subió a casi el 20 por ciento a principios de 2010.
No obstante, actualmente la economía estonia está creciendo a una tasa proyectada del 4 por ciento este año, y el desempleo se ha reducido a la mitad a alrededor del 10 por ciento. En enero de este año, la economía estonia fue considerada lo suficientemente sana como para permitírsele unirse a la zona del euro. En resumen, el padecimiento de corto plazo ha producido una fuerte recuperación.
Sin embargo, con el keynesianismo de Bush y Obama, los Estados Unidos han tenido problemas para recuperarse. El único punto brillante es que las elecciones de mitad de mandato de 2010 y los intentos de la Cámara de Representantes republicana por reducir el presupuesto han impulsado a la administración Obama a por lo menos comenzar a proponer modestos recortes presupuestarios (en lugar de aumentos). En respuesta a la Cámara, la Casa Blanca de Obama y el Senado demócrata han propuesto recortar 6,5 mil millones de dólares de gastos corrientes, incluyendo 2 mil millones de dólares en recortes del Pentágono no incluidos en la propuesta de la Cámara.
Por supuesto, incluso los 61 mil millones de dólares de la propuesta de la Cámara de Representantes son una miseria en comparación con el abismal déficit récord del presupuesto federal de más de 1 billón de dólares por año. Pero supongo que usted tiene que comenzar en alguna parte—aunque tardíamente—y la exigua propuesta demócrata al menos pone sobre la mesa una muy necesaria reducción en el gasto de defensa. Tanto los políticos demócratas como los republicanos, no obstante, precisan ir más allá en la toma de decisiones fiscales difíciles—y el experimento estonio muestra que haciendo lo correcto se pueden obtener beneficios económicos para el país y recompensas políticas para los legisladores.
Traducido por Gabriel Gasave
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