Me he desempeñado en cinco cargos diferentes tanto en administraciones republicanas como demócratas y he tenido algún modesto éxito en la reducción de los gastos autorizados. Pero la experiencia ha sido difícil y me ha causado algunas dificultades personales. Me temo que este será el caso de cualquiera que intente reducir el gasto–frente a una burocracia atrincherada que se nutre de presupuestos siempre crecientes.
Puede ser también un problema generacional, compartido por muchos de mi edad que han vivido tiempos difíciles antes de la Segunda Guerra Mundial. Como resultado de esa experiencia y formación, tiendo también a ser un tanto frugal-a diferencia de la mayor parte de las generaciones más jóvenes. Apago las luces; mis hijos no lo hacen.
Mi primer encuentro con el gobierno fue cuando me enrolé en la Marina de los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que mi “salario” mensual era de 30 dólares. Y se nos alentaba a comprar Bonos de Guerra-lo cual hicimos.
Durante los años 50’, en la Universidad de Maryland, me beneficié enormemente de los grandes presupuestos gubernamentales para la investigación científica en física atmosférica y espacial. Pero en 1962 me convertí en director fundador del Servicio de Meteorología Satelital de los EE.UU., parte de la Oficina Meteorológica de los EE.UU. dependiente del Departamento de Comercio, (actualmente NOAA, sigla en inglés para la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica), y responsable de lo que entonces era considerado un presupuesto enorme, principalmente para la compra los satélites meteorológicos de la NASA.
Comenzamos con el TIROS de bajo costo, un sencillo satélite estabilizado de giro, que proporcionaba fotografías diurnas de nubes a través de una cámara de televisión. En esos años, la NASA estaba desarrollando el satélite NIMBUS mucho más avanzado, que era completamente estabilizado y transportaba muchos otros instrumentos. Era un gran esfuerzo científico pero demasiado ambicioso para el tipo de pronóstico meteorológico operacional que se necesitaba en ese momento. Tratamos de decirle esto a la NASA pero ellos deseaban que nos comprometiésemos a utilizar al NIMBUS como un satélite operativo antes de que incluso fuera probado en vuelo.
Una gran contienda se desató entre la Oficina Meteorológica y la NASA, la cual llegó hasta la Casa Blanca. Con el apoyo del Subsecretario de Comercio, Herbert J. Hollomon, cancelé nuestra pedido de compra del NIMBUS a la NASA-algo que nunca se había hecho antes. La Escuela de Administración de la Syracuse University realizó incluso un estudio (una tesis de Robert Carpenter) que relataba toda la historia como un ejemplo de gestión técnica gubernamental. Abandoné mi cargo en el gobierno en 1964 para dirigirme a la academia, contento de haber sido capaz de reducir el presupuesto a la mitad. No me percaté en ese momento que esto me causaría dificultades más adelante, la burocracia jamás olvida ni perdona.
Mi siguiente empleo en el gobierno, de 1967 a 1970, fue como Subsecretario del Interior para la calidad del agua y la investigación. Era un trabajo bastante tranquilo; una de mis principales tareas era dirigir el “Estudio Nacional sobre la Contaminación de los Estuarios”, esbozado para descubrir el modo de armonizar los diversos usos de los valiosos estuarios-que van desde los puertos y la navegación, la refrigeración de las centrales eléctricas, hasta la forma de cosechar ostras y camarones. Concluimos que la característica común era la calidad del agua, que debe alcanzarse mediante un tratamiento adecuado de la contaminación de las aguas residuales, la escorrentía agrícola y el control de la eutrofización. Sin embargo, cuando nuestro informe aterrizó en el Congreso se convirtió en la Ley de las Zonas Costeras-otro gran programa de subsidios del gobierno.
Cuando la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA es su sigla en inglés) fue establecida en 1970, me convertí en Administrador Adjunto para la Política. Siendo joven y ambicioso, me acerqué al administrador Bill Ruckelshaus y sugerí que podría ser un buen administrador adjunto. Le señalé la necesidad del análisis de costo-beneficio para decidir sencillamente “cuán limpio es limpio”. Su respuesta, como abogado, fue “Nuestra labor es hacer cumplir la ley, perseguir a quienes contaminen, y demandarlos”. Decidí que la EPA no era para mí y me mudé a la Universidad de Virginia.
Pero en 1974, durante la administración Ford, fui entrevistado para el puesto de Secretario de Estado Adjunto de la Secretaría de Asuntos del Medio Ambiente, Océanos y Ciencia (OES como se la conoce en inglés). La OES no tenía uno sino tres secretarios adjunto y un montón de personal, que en verdad no producía nada, a excepción quizás de algunas reuniones informativas para el secretario. Nunca conocí a Henry Kissinger, pero durante la entrevista le sugerí al Subsecretario Ingersoll cómo la oficina podría ser racionalizada. No obtuve el puesto; la OES era utilizada principalmente como un lugar cómodo para estacionar por los funcionarios del servicio exterior que carecían de una asignación. Así que regresé a la Universidad de Virginia.
Los años de Reagan
Cuando Reagan llegó a la Casa Blanca, mi nombre fue propuesto para el cargo de administrador de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA es su sigla en inglés). Pero Lowell Weicker, un senador republicano de Connecticut, puso en “suspenso” mi candidatura. Nuestra entrevista fue bastante insatisfactoria. Parece que obtuvo su información sobre mí persona de gente que se desempeñaba en el centro de satélites meteorológicos que no estaba conforme con mi recorte presupuestario anterior. Ello me enseñó una importante lección sobre cómo funciona la vida en el gobierno federal.
La Casa Blanca de Reagan me designó luego como Vicepresidente del NACOA (Sigla inglesa para el Comité Consultivo Nacional para los Océanos y la Atmósfera). Se suponía que supervisaríamos a la NOAA y otras actividades gubernamentales que se ocupan de los océanos y la atmósfera, y formularíamos recomendaciones. Nuestro grupo hizo varias sugerencias para la privatización de gran parte de lo que hace la NOAA, lo que hubiese ahorrado una gran cantidad de dinero y recortado los presupuestos federales. El NACOA pronto fue desincorporado y su financiamiento para el personal fue totalmente cercenado. Fin de la historia.
Mi siguiente aventura fue en el Departamento de Transporte. En 1987 fui nombrado Director Científico con la responsabilidad general de supervisar la contratación de un nuevo sistema de control del tráfico aéreo de la Administración Federal de Aviación (FAA en inglés). El presupuesto de 26 mil millones de dólares era por entonces la más grande contratación civil jamás planeada. Llevó un tiempo descubrir de qué se trataba el sistema, pero pronto me percaté de que se podía eliminar el programa de 6 mil millones de dólares para el MSL (Sistema de Aterrizaje por Microondas). Una propuesta de la FAA propiciada durante casi dos décadas, se había tornado técnicamente redundante, debido en parte a las mejoras en el sistema de aterrizaje existente y en parte debido al advenimiento de los satélites GPS.
Cuando Reagan dejó el cargo, Sam Skinner fue designado Secretario del Departamento de Transporte. Pagó mi almuerzo y puso su brazo alrededor de mí: “Fred, no creo que necesitemos un director científico”. Aparentemente, mis esfuerzos por recortar el presupuesto de la FAA habían sido conocidos por él. Me fui en 1989 y regresé a la Universidad de Virginia.
Espacio y Defensa
Una palabra especial acerca de la agencia espacial. Aunque soy un científico espacial, nunca realmente he trabajado para la NASA, pero fui considerado para el cargo de Director Científico por los administradores de la NASA Jim Fletcher en 1989 y Mike Griffin en 2001. Pero tal vez mis opiniones sobre ciertos programas de la NASA habían sido conocidos por ellos.
Siempre he considerado a la Estación Espacial Internacional como un gran “elefante blanco”-y a la base lunar tripulada de George Bush padre y George W. Bush un desastre aún mayor. No hace falta decir que no obtuve el empleo en la NASA.
Aún considero que la estación espacial es un proyecto bastante inútil. Y argumento fuertemente en contra de la colonización del espacio. Al mismo tiempo, hay muy pocas aplicaciones buenas para “el hombre en el espacio”. Mi interés particular está en la creación de un laboratorio dotado de personal en la luna marciana Deimos y explorar Marte exclusivamente con vehículos no tripulados. Veo con horror cualquier plan de establecer una base habitada en el propio Marte.
Las batallas climáticas
Mi experiencia más reciente data de 2005, cuando la Casa Blanca postuló mi nombre como Subsecretario de Comercio (y Administrador Adjunto de la NOAA) para supervisar el floreciente programa federal de investigación sobre la ciencia climática. Superé mis entrevistas con éxito; pero luego la Casa Blanca perdió interés. Obviamente, mi escepticismo bien conocido sobre el calentamiento global causado por el hombre había alcanzado los titulares políticos y el asunto sencillamente se extinguió.
Que pena. Durante la última década, hemos gastado unos 50 mil millones de dólares en investigaciones relacionadas con el clima, gran parte de esa cifra a través del Programa para la Ciencia del Cambio Climático (CCSP) a cargo de varias agencias. La oficina que se suponía yo debía dirigir finalmente emitió 21 informes, que son de dudoso valor y poco conocidos. El primero y más importante de ellos, el CCSP-SAP 1.1, en realidad demuestra que la naturaleza, no la actividad humana, domina el clima. Las “huellas digitales” de las observaciones y los modelos de efecto invernadero están completamente en desacuerdo-como se desprende de los gráficos en el cuerpo del informe. Sin embargo, el Sumario Ejecutivo, redactado por una tipografía política y aprobado por la administración de la NOAA, se las arregla para pasar por alto la diferencia y mantiene la ficción del calentamiento global antropogénico. Si yo hubiera estado a cargo, este sumario no habría sido aprobado.
Actualmente, el Congreso está tratando de recortar algunos de los programas más notorios que se basan en los temores sobre un cambio climático catastrófico. Considere la Ley de Prevención de los Impuestos Energéticos que haría que la EPA dejase de imponer límites a las emisiones de dióxido de carbono los cuales terminan eliminando empleos. O los esfuerzos por eliminar una gran cantidad de subsidios para proyectos antieconómicos de energía “renovable”.
Conclusión
Entonces, ¿qué se debe hacer? Los nombramientos políticos pronto se sienten frustrados cuando se dan cuenta de lo difícil que es cambiar de rumbo. Necesitamos muchos gerentes de nivel medio que no tengan miedo de poner en riesgo sus empleos. La burocracia está impregnada de una cultura de aumentos anuales automáticos-y nuevos programas. El público estadounidense y también los estados se han acostumbrado a las subvenciones, subsidios y servicios del gobierno; hay más de 1.000 programas federales de subvenciones en ayudas para los estados, que involucran educación, vivienda, transporte, etc. La mayor parte de estos servicios federales pueden y deberían ser reemplazados por otros financiados y controlados localmente-más cerca de los votantes y los contribuyentes, y menos costosos. Sin embargo, se precisa dar pasos lentos en la reducción del presupuesto federal; los síntomas de abstinencia pueden ser dolorosos, políticamente dañinos, y podrían matar a todo el proyecto. Recuerde que “sacar a los cerdos del pesebre provoca muchos gruñidos”.
Traducido por Gabriel Gasave
Aventuras tratando de recortar el presupuesto federal
Me he desempeñado en cinco cargos diferentes tanto en administraciones republicanas como demócratas y he tenido algún modesto éxito en la reducción de los gastos autorizados. Pero la experiencia ha sido difícil y me ha causado algunas dificultades personales. Me temo que este será el caso de cualquiera que intente reducir el gasto–frente a una burocracia atrincherada que se nutre de presupuestos siempre crecientes.
Puede ser también un problema generacional, compartido por muchos de mi edad que han vivido tiempos difíciles antes de la Segunda Guerra Mundial. Como resultado de esa experiencia y formación, tiendo también a ser un tanto frugal-a diferencia de la mayor parte de las generaciones más jóvenes. Apago las luces; mis hijos no lo hacen.
Mi primer encuentro con el gobierno fue cuando me enrolé en la Marina de los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial. Creo que mi “salario” mensual era de 30 dólares. Y se nos alentaba a comprar Bonos de Guerra-lo cual hicimos.
Durante los años 50’, en la Universidad de Maryland, me beneficié enormemente de los grandes presupuestos gubernamentales para la investigación científica en física atmosférica y espacial. Pero en 1962 me convertí en director fundador del Servicio de Meteorología Satelital de los EE.UU., parte de la Oficina Meteorológica de los EE.UU. dependiente del Departamento de Comercio, (actualmente NOAA, sigla en inglés para la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica), y responsable de lo que entonces era considerado un presupuesto enorme, principalmente para la compra los satélites meteorológicos de la NASA.
Comenzamos con el TIROS de bajo costo, un sencillo satélite estabilizado de giro, que proporcionaba fotografías diurnas de nubes a través de una cámara de televisión. En esos años, la NASA estaba desarrollando el satélite NIMBUS mucho más avanzado, que era completamente estabilizado y transportaba muchos otros instrumentos. Era un gran esfuerzo científico pero demasiado ambicioso para el tipo de pronóstico meteorológico operacional que se necesitaba en ese momento. Tratamos de decirle esto a la NASA pero ellos deseaban que nos comprometiésemos a utilizar al NIMBUS como un satélite operativo antes de que incluso fuera probado en vuelo.
Una gran contienda se desató entre la Oficina Meteorológica y la NASA, la cual llegó hasta la Casa Blanca. Con el apoyo del Subsecretario de Comercio, Herbert J. Hollomon, cancelé nuestra pedido de compra del NIMBUS a la NASA-algo que nunca se había hecho antes. La Escuela de Administración de la Syracuse University realizó incluso un estudio (una tesis de Robert Carpenter) que relataba toda la historia como un ejemplo de gestión técnica gubernamental. Abandoné mi cargo en el gobierno en 1964 para dirigirme a la academia, contento de haber sido capaz de reducir el presupuesto a la mitad. No me percaté en ese momento que esto me causaría dificultades más adelante, la burocracia jamás olvida ni perdona.
Mi siguiente empleo en el gobierno, de 1967 a 1970, fue como Subsecretario del Interior para la calidad del agua y la investigación. Era un trabajo bastante tranquilo; una de mis principales tareas era dirigir el “Estudio Nacional sobre la Contaminación de los Estuarios”, esbozado para descubrir el modo de armonizar los diversos usos de los valiosos estuarios-que van desde los puertos y la navegación, la refrigeración de las centrales eléctricas, hasta la forma de cosechar ostras y camarones. Concluimos que la característica común era la calidad del agua, que debe alcanzarse mediante un tratamiento adecuado de la contaminación de las aguas residuales, la escorrentía agrícola y el control de la eutrofización. Sin embargo, cuando nuestro informe aterrizó en el Congreso se convirtió en la Ley de las Zonas Costeras-otro gran programa de subsidios del gobierno.
Cuando la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA es su sigla en inglés) fue establecida en 1970, me convertí en Administrador Adjunto para la Política. Siendo joven y ambicioso, me acerqué al administrador Bill Ruckelshaus y sugerí que podría ser un buen administrador adjunto. Le señalé la necesidad del análisis de costo-beneficio para decidir sencillamente “cuán limpio es limpio”. Su respuesta, como abogado, fue “Nuestra labor es hacer cumplir la ley, perseguir a quienes contaminen, y demandarlos”. Decidí que la EPA no era para mí y me mudé a la Universidad de Virginia.
Pero en 1974, durante la administración Ford, fui entrevistado para el puesto de Secretario de Estado Adjunto de la Secretaría de Asuntos del Medio Ambiente, Océanos y Ciencia (OES como se la conoce en inglés). La OES no tenía uno sino tres secretarios adjunto y un montón de personal, que en verdad no producía nada, a excepción quizás de algunas reuniones informativas para el secretario. Nunca conocí a Henry Kissinger, pero durante la entrevista le sugerí al Subsecretario Ingersoll cómo la oficina podría ser racionalizada. No obtuve el puesto; la OES era utilizada principalmente como un lugar cómodo para estacionar por los funcionarios del servicio exterior que carecían de una asignación. Así que regresé a la Universidad de Virginia.
Los años de Reagan
Cuando Reagan llegó a la Casa Blanca, mi nombre fue propuesto para el cargo de administrador de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA es su sigla en inglés). Pero Lowell Weicker, un senador republicano de Connecticut, puso en “suspenso” mi candidatura. Nuestra entrevista fue bastante insatisfactoria. Parece que obtuvo su información sobre mí persona de gente que se desempeñaba en el centro de satélites meteorológicos que no estaba conforme con mi recorte presupuestario anterior. Ello me enseñó una importante lección sobre cómo funciona la vida en el gobierno federal.
La Casa Blanca de Reagan me designó luego como Vicepresidente del NACOA (Sigla inglesa para el Comité Consultivo Nacional para los Océanos y la Atmósfera). Se suponía que supervisaríamos a la NOAA y otras actividades gubernamentales que se ocupan de los océanos y la atmósfera, y formularíamos recomendaciones. Nuestro grupo hizo varias sugerencias para la privatización de gran parte de lo que hace la NOAA, lo que hubiese ahorrado una gran cantidad de dinero y recortado los presupuestos federales. El NACOA pronto fue desincorporado y su financiamiento para el personal fue totalmente cercenado. Fin de la historia.
Mi siguiente aventura fue en el Departamento de Transporte. En 1987 fui nombrado Director Científico con la responsabilidad general de supervisar la contratación de un nuevo sistema de control del tráfico aéreo de la Administración Federal de Aviación (FAA en inglés). El presupuesto de 26 mil millones de dólares era por entonces la más grande contratación civil jamás planeada. Llevó un tiempo descubrir de qué se trataba el sistema, pero pronto me percaté de que se podía eliminar el programa de 6 mil millones de dólares para el MSL (Sistema de Aterrizaje por Microondas). Una propuesta de la FAA propiciada durante casi dos décadas, se había tornado técnicamente redundante, debido en parte a las mejoras en el sistema de aterrizaje existente y en parte debido al advenimiento de los satélites GPS.
Cuando Reagan dejó el cargo, Sam Skinner fue designado Secretario del Departamento de Transporte. Pagó mi almuerzo y puso su brazo alrededor de mí: “Fred, no creo que necesitemos un director científico”. Aparentemente, mis esfuerzos por recortar el presupuesto de la FAA habían sido conocidos por él. Me fui en 1989 y regresé a la Universidad de Virginia.
Espacio y Defensa
Una palabra especial acerca de la agencia espacial. Aunque soy un científico espacial, nunca realmente he trabajado para la NASA, pero fui considerado para el cargo de Director Científico por los administradores de la NASA Jim Fletcher en 1989 y Mike Griffin en 2001. Pero tal vez mis opiniones sobre ciertos programas de la NASA habían sido conocidos por ellos.
Siempre he considerado a la Estación Espacial Internacional como un gran “elefante blanco”-y a la base lunar tripulada de George Bush padre y George W. Bush un desastre aún mayor. No hace falta decir que no obtuve el empleo en la NASA.
Aún considero que la estación espacial es un proyecto bastante inútil. Y argumento fuertemente en contra de la colonización del espacio. Al mismo tiempo, hay muy pocas aplicaciones buenas para “el hombre en el espacio”. Mi interés particular está en la creación de un laboratorio dotado de personal en la luna marciana Deimos y explorar Marte exclusivamente con vehículos no tripulados. Veo con horror cualquier plan de establecer una base habitada en el propio Marte.
Las batallas climáticas
Mi experiencia más reciente data de 2005, cuando la Casa Blanca postuló mi nombre como Subsecretario de Comercio (y Administrador Adjunto de la NOAA) para supervisar el floreciente programa federal de investigación sobre la ciencia climática. Superé mis entrevistas con éxito; pero luego la Casa Blanca perdió interés. Obviamente, mi escepticismo bien conocido sobre el calentamiento global causado por el hombre había alcanzado los titulares políticos y el asunto sencillamente se extinguió.
Que pena. Durante la última década, hemos gastado unos 50 mil millones de dólares en investigaciones relacionadas con el clima, gran parte de esa cifra a través del Programa para la Ciencia del Cambio Climático (CCSP) a cargo de varias agencias. La oficina que se suponía yo debía dirigir finalmente emitió 21 informes, que son de dudoso valor y poco conocidos. El primero y más importante de ellos, el CCSP-SAP 1.1, en realidad demuestra que la naturaleza, no la actividad humana, domina el clima. Las “huellas digitales” de las observaciones y los modelos de efecto invernadero están completamente en desacuerdo-como se desprende de los gráficos en el cuerpo del informe. Sin embargo, el Sumario Ejecutivo, redactado por una tipografía política y aprobado por la administración de la NOAA, se las arregla para pasar por alto la diferencia y mantiene la ficción del calentamiento global antropogénico. Si yo hubiera estado a cargo, este sumario no habría sido aprobado.
Actualmente, el Congreso está tratando de recortar algunos de los programas más notorios que se basan en los temores sobre un cambio climático catastrófico. Considere la Ley de Prevención de los Impuestos Energéticos que haría que la EPA dejase de imponer límites a las emisiones de dióxido de carbono los cuales terminan eliminando empleos. O los esfuerzos por eliminar una gran cantidad de subsidios para proyectos antieconómicos de energía “renovable”.
Conclusión
Entonces, ¿qué se debe hacer? Los nombramientos políticos pronto se sienten frustrados cuando se dan cuenta de lo difícil que es cambiar de rumbo. Necesitamos muchos gerentes de nivel medio que no tengan miedo de poner en riesgo sus empleos. La burocracia está impregnada de una cultura de aumentos anuales automáticos-y nuevos programas. El público estadounidense y también los estados se han acostumbrado a las subvenciones, subsidios y servicios del gobierno; hay más de 1.000 programas federales de subvenciones en ayudas para los estados, que involucran educación, vivienda, transporte, etc. La mayor parte de estos servicios federales pueden y deberían ser reemplazados por otros financiados y controlados localmente-más cerca de los votantes y los contribuyentes, y menos costosos. Sin embargo, se precisa dar pasos lentos en la reducción del presupuesto federal; los síntomas de abstinencia pueden ser dolorosos, políticamente dañinos, y podrían matar a todo el proyecto. Recuerde que “sacar a los cerdos del pesebre provoca muchos gruñidos”.
Traducido por Gabriel Gasave
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