La decisión de Standard & Poors (S&P) de rebajar la calificación crediticia de los Estados Unidos de AAA a AA+ dice mucho más respecto de nuestro disfuncional sistema político que sobre los mercados estadounidenses.
Washington se encuentra inyectando incertidumbre e inestabilidad en una economía que de otro modo podría ser un sosegado resiliente frente al cambio. Muchas empresas se están desempeñando bien y obteniendo beneficios. Pero la economía no está creciendo porque las empresas no tienen certeza acerca de la mejor manera de emplear esos beneficios, y otros recursos.
Es la incertidumbre sobre la política y el accionar del gobierno la que provoca que los inversores pierdan confianza en el mercado.
Por ejemplo, imaginemos una empresa que obtiene un rendimiento del 6 por ciento sobre la inversión. Si el dueño no está seguro de cuánto le costará la nueva legislación sobre el cuidado de la salud, renunciará a contratar nuevos trabajadores o a reinvertir sus ganancias en tecnología generadora de empleos.
Virtualmente todo lo que Washington ha hecho durante los últimos ocho años ha sido visto por las empresas como una amenaza a largo plazo a la prosperidad estadounidense. La anterior administración nos metió en dos guerras y sancionó costosas políticas como el beneficio de la provisión de medicamentos del Medicare. La actual administración retomó donde dejó George Bush, añadiendo de yapa imprudentes políticas monetarias y rescates financieros.
Estas y otras acciones han dejado a nuestro gobierno ahogándose en la deuda—unos 15 billones (trillones en inglés) de dólares proyectados para finales de este año—y han dejado a las empresas paralizadas por la regulación, la microgestión burocrática y la incertidumbre.
S&P no redujo la calificación de la economía estadounidense—bajó la de los políticos y el ordenamiento político de los Estados Unidos.
En abril, el Secretario del Tesoro Timothy Geithner, reconoció que los inversores se encontraban extremadamente nerviosos acerca de la condición fiscal del gobierno y la incapacidad de la clase dirigente para lidiar con ella. “Washington es un lugar difícil para leer. Y es difícil para la gente ver más allá de la retórica política y tratar de entender si el liderazgo de Washington va a tomar las medidas difíciles pero necesarias para adelantarse a este problema”, dijo a Fox News.
Cuando S&P expresó preocupaciones similares, Geithner más o menos ignoró a la agencia de calificación declarando públicamente que no existía “riesgo alguno” de una rebaja en la calificación crediticia de los EE.UU. dado que el Congreso elevó el techo de la deuda. El Congreso elevó el techo, pero no mitigó el riesgo.
Como señaló acertadamente Binyamin Appelbaum en el New York Times poco después de que el acuerdo sobre la deuda fuese sellado, el acuerdo “en realidad no reduce el gasto federal. De hecho, tanto el gobierno como sus deudas seguirán creciendo más rápidamente que la economía de los EE.UU.”.
Standard & Poor no se dejó engatuzar.
En respuesta a la rebaja en la calificación, Geithner afirmó que S&P había demostrado “una increíble falta de conocimiento sobre las matemáticas básicas del presupuesto fiscal de los EE.UU.” y que se habían “manejado muy mal”. Peo no es S&P quien se ha manejado muy mal; son nuestros líderes políticos. Y son también nuestros dirigentes políticos quienes han ignorado las matemáticas del presupuesto federal: año tras año, con pocas excepciones, produciendo enormes déficits presupuestarios.
Mi colega, el historiador económico Robert Higgs ha escrito extensamente sobre las condiciones que causaron y prolongaron la Gran Depresión.
La investigación de Higgs, confirmada por otros, demuestra que las políticas del presidente Franklin D. Roosevelt, en lugar de poner en marcha a una economía paralizada, prolongaron la Depresión al reducir la confianza del inversor y plantear interrogantes respecto de la durabilidad de los derechos de la propiedad privada. Como varios presidentes nos han recordado en numerosas ocasiones: Un gobierno lo suficientemente grande como para proveernos de todo lo que necesitamos es un gobierno lo suficientemente grande como para quitarnos todo lo que poseemos.
Mientras los expertos especulan sobre la probabilidad de otra recesión, una supuesta “recesión doble”, la lección de la rebaja en la calificación de S&P es que el gobierno es el problema, no la solución. Los rescates financieros, la flexibilización cuantitativa de la moneda, el estímulo y el gasto excesivo ha hecho poco, o nada, para aliviar nuestros problemas económicos. Lo que han hecho es añadir incertidumbre política y ella está arruinando la economía.
Washington tiene que retroceder y retirarse. La única manera de salir del caos actual es un compromiso de principios en pos de un gobierno más pequeño, junto con recortes profundos y estructurales del gasto en concepto de beneficios sociales y defensa.
Traducido por Gabriel Gasave
Bajándole la calificación a los políticos estadounidenses
La decisión de Standard & Poors (S&P) de rebajar la calificación crediticia de los Estados Unidos de AAA a AA+ dice mucho más respecto de nuestro disfuncional sistema político que sobre los mercados estadounidenses.
Washington se encuentra inyectando incertidumbre e inestabilidad en una economía que de otro modo podría ser un sosegado resiliente frente al cambio. Muchas empresas se están desempeñando bien y obteniendo beneficios. Pero la economía no está creciendo porque las empresas no tienen certeza acerca de la mejor manera de emplear esos beneficios, y otros recursos.
Es la incertidumbre sobre la política y el accionar del gobierno la que provoca que los inversores pierdan confianza en el mercado.
Por ejemplo, imaginemos una empresa que obtiene un rendimiento del 6 por ciento sobre la inversión. Si el dueño no está seguro de cuánto le costará la nueva legislación sobre el cuidado de la salud, renunciará a contratar nuevos trabajadores o a reinvertir sus ganancias en tecnología generadora de empleos.
Virtualmente todo lo que Washington ha hecho durante los últimos ocho años ha sido visto por las empresas como una amenaza a largo plazo a la prosperidad estadounidense. La anterior administración nos metió en dos guerras y sancionó costosas políticas como el beneficio de la provisión de medicamentos del Medicare. La actual administración retomó donde dejó George Bush, añadiendo de yapa imprudentes políticas monetarias y rescates financieros.
Estas y otras acciones han dejado a nuestro gobierno ahogándose en la deuda—unos 15 billones (trillones en inglés) de dólares proyectados para finales de este año—y han dejado a las empresas paralizadas por la regulación, la microgestión burocrática y la incertidumbre.
S&P no redujo la calificación de la economía estadounidense—bajó la de los políticos y el ordenamiento político de los Estados Unidos.
En abril, el Secretario del Tesoro Timothy Geithner, reconoció que los inversores se encontraban extremadamente nerviosos acerca de la condición fiscal del gobierno y la incapacidad de la clase dirigente para lidiar con ella. “Washington es un lugar difícil para leer. Y es difícil para la gente ver más allá de la retórica política y tratar de entender si el liderazgo de Washington va a tomar las medidas difíciles pero necesarias para adelantarse a este problema”, dijo a Fox News.
Cuando S&P expresó preocupaciones similares, Geithner más o menos ignoró a la agencia de calificación declarando públicamente que no existía “riesgo alguno” de una rebaja en la calificación crediticia de los EE.UU. dado que el Congreso elevó el techo de la deuda. El Congreso elevó el techo, pero no mitigó el riesgo.
Como señaló acertadamente Binyamin Appelbaum en el New York Times poco después de que el acuerdo sobre la deuda fuese sellado, el acuerdo “en realidad no reduce el gasto federal. De hecho, tanto el gobierno como sus deudas seguirán creciendo más rápidamente que la economía de los EE.UU.”.
Standard & Poor no se dejó engatuzar.
En respuesta a la rebaja en la calificación, Geithner afirmó que S&P había demostrado “una increíble falta de conocimiento sobre las matemáticas básicas del presupuesto fiscal de los EE.UU.” y que se habían “manejado muy mal”. Peo no es S&P quien se ha manejado muy mal; son nuestros líderes políticos. Y son también nuestros dirigentes políticos quienes han ignorado las matemáticas del presupuesto federal: año tras año, con pocas excepciones, produciendo enormes déficits presupuestarios.
Mi colega, el historiador económico Robert Higgs ha escrito extensamente sobre las condiciones que causaron y prolongaron la Gran Depresión.
La investigación de Higgs, confirmada por otros, demuestra que las políticas del presidente Franklin D. Roosevelt, en lugar de poner en marcha a una economía paralizada, prolongaron la Depresión al reducir la confianza del inversor y plantear interrogantes respecto de la durabilidad de los derechos de la propiedad privada. Como varios presidentes nos han recordado en numerosas ocasiones: Un gobierno lo suficientemente grande como para proveernos de todo lo que necesitamos es un gobierno lo suficientemente grande como para quitarnos todo lo que poseemos.
Mientras los expertos especulan sobre la probabilidad de otra recesión, una supuesta “recesión doble”, la lección de la rebaja en la calificación de S&P es que el gobierno es el problema, no la solución. Los rescates financieros, la flexibilización cuantitativa de la moneda, el estímulo y el gasto excesivo ha hecho poco, o nada, para aliviar nuestros problemas económicos. Lo que han hecho es añadir incertidumbre política y ella está arruinando la economía.
Washington tiene que retroceder y retirarse. La única manera de salir del caos actual es un compromiso de principios en pos de un gobierno más pequeño, junto con recortes profundos y estructurales del gasto en concepto de beneficios sociales y defensa.
Traducido por Gabriel Gasave
Banca y finanzasEconomíaPolítica fiscal/Endeudamiento
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