El nuevo presidente no la tendrá fácil en España

13 de diciembre, 2011

Las recientes elecciones de España produjeron uno de los resultados más desproporcionados desde el retorno de la democracia en 1975.

Con una mayoría parlamentaria de 186 escaños y más del 44% de los votos, el conservador Partido Popular logró su mejor desempeño, mientras que los socialistas gobernantes sufrieron su peor derrota. Si el presidente entrante Mariano Rajoy no salva a su país de la catástrofe económica, no será por carecer de apoyo político.

De todos los países con problemas en Europa, España es el más importante. Dado sus tamaños relativamente pequeños, Grecia, Irlanda y Portugal—los países que ya fueron temporalmente “rescatados” por la Unión Europea—no representan el corazón de la eurozona. E Italia, cuyas tribulaciones son comparables a los de España, tiene un largo historial de meterse en problemas y salir del paso. Así que las dificultades de Italia no resultan extrañas.

Pero se suponía que España era diferente. España era el gran éxito de la Europa moderna, una nación que saltó del aislamiento político, el atraso económico y la represión social a la modernidad. Su difícil situación actual, por lo tanto, es más consecuente.

Los problemas de España, francamente, deberían haber sido anticipados. En algún momento durante ese espléndido salto hacia adelante, muchos españoles perdieron la conexión entre el esfuerzo y la recompensa. Olvidaron que trabajar, ahorrar e invertir en activos reales es el camino hacia el éxito. Decidieron cosechar los frutos sin renovar el esfuerzo, sin percatarse de que tarde o temprano la prosperidad se detendría.

Una burbuja inmobiliaria, que afectó a España peor que a cualquier otro país, fue el punto de inflexión. Agravando el problema estaban su oneroso Estado de Bienestar, las rígidas normas laborales, las reglamentaciones que disuadían a la gente de emprender negocios y los altos impuestos sobre los asalariados de clase media que no se benefician de las lagunas fiscales accesibles a quienes tienen mayores ingresos.

Una vez que estalló la crisis, 150.000 empresas se declararon en quiebra y el desempleo superó el 21%. Entre los jóvenes, el porcentaje era dos veces mayor.

Luego vinieron los esfuerzos del gobierno socialista para rescatar a varias industrias y proteger a los trabajadores, mientras que los ingresos gubernamentales caían precipitadamente. El resultado fue un enorme incremento en la deuda pública, que ahora equivale a alrededor del 360% del PIB—más del triple que la de los EE.UU.

Este es el regalo envenenado que el presidente electo Rajoy heredará de los salientes socialistas a finales de diciembre. Rajoy ha prometido reformas importantes en materia tributaria, la legislación laboral y la reglamentación financiera para aliviar el asfixiante clima empresarial—con la esperanza de que estas medidas aumentarán la confianza de inversores y consumidores.

Si España tuviese su propia moneda, en lugar del euro, Rajoy tendría que devaluar la peseta hasta que alcanzase su verdadero nivel, haciendo en consecuencia más competitivas a las exportaciones. Pero dado que España, al igual que la mayor parte de Europa, está casada con el euro, la carga de corregir el descalabro caerá pesadamente sobre los asalariados, los jubilados y los consumidores, que verán su poder adquisitivo erosionado por el aumento de los precios y los salarios estancados. Es inevitable.

Los beneficios gubernamentales de todo tipo tendrán que ser recortados. Eso es también inevitable. Un generoso Estado de Bienestar socialista y una economía sana no pueden coexistir hasta el infinito. A pesar del mandato de Rajoy, no hay garantía alguna de que la sociedad española vaya a tolerar la difícil medicina que se requiere.

Portugal, donde las medidas de austeridad han desatado manifestaciones en contra de otro gobierno recientemente elegido, sugiere lo que podría acontecer.

Pendiendo sobre Rajoy está también el interrogante de qué sucederá con Europa como un todo. El escenario más probable es el de un masivo esfuerzo de rescate por parte del Banco Central Europeo y las transferencias indirectas de los países más ricos a los que han vivido dispendiosamente más allá de sus posibilidades. Aparte de los costos que tal decisión tendrá para Europa en el futuro, ello no ayudará a España a resolver su problema—un sesgo institucional y cultural contrario a la prosperidad sostenible.

Según todos los indicios, Rajoy entiende lo que se necesita. Aún no está claro, dada su estrategia de comunicación recatada y prudente, si hará lo que sabe que hay que hacer.

Traducido por Gabriel Gasave

Artículos relacionados