La teocracia secular
Los fundamentos y el absurdo de la tiranía moderna
Parte 1:
Vivimos en un mundo cada vez más secularizado de masivos y penetrantes Estados-naciones en los cuales la religión tradicional, especialmente el cristianismo, es considerada inoportuna e incluso un peligro real, sobre la base de una supuesta historia de intolerancia y “violencia religiosa”. Esto lo hallamos en la mayor parte de los ámbitos “públicos”, incluidas las instituciones educativas, las empresas, el gobierno, el bienestar social, el transporte, los parques y la recreación, la ciencia, el arte, las relaciones exteriores, la economía, el entretenimiento y los medios de comunicación. Una esfera pública secularizada y vigilada por el gobierno es vista como algo que ofrece un ámbito neutral, racional, libre y seguro, que impide que las fuerzas “irracionales” de la religión generen conflictos y oscuridad. Y se nos dice que el verdadero progreso requiere expandir esta esfera haciendo retroceder siempre a la religión hacia los rincones más remotos de la sociedad donde tiene poca o ninguna influencia. En síntesis, los Estados Unidos modernos se han convertido en una teocracia secular con la religión cívica de la política nacional (nacionalismo) ocupando el ámbito público en el cual el gobierno ha reemplazado a Dios.
Para el renombrado académico y escritor cristiano C.S. Lewis, esta visión era fatalmente errónea moral, intelectual y espiritualmente, produciendo el surgimiento del Estado total, la guerra total, y los mega-genocidios del siglo XX. Para Lewis, el cristianismo ofrecía una cosmovisión veraz y coherente aplicable a todas las aspiraciones y esfuerzos humanos: “Creo en el cristianismo como creo que ha salido el sol, no sólo porque lo veo, sino porque por él veo todo lo demás”. (The Weight of Glory) [1]
En su libro, The Discarded Image, Lewis reveló que para los cristianos medievales, no existía una división entre lo sagrado y lo secular y que esta unificada y teopolítica cosmovisión de esperanza, alegría, libertad, justicia, y el propósito de la entrañable gracia de Dios les permitió descubrir los principios objetivos del derecho natural de la ética, la ciencia y la teología, produciendo un inmenso florecimiento humano. [2] Lewis describió a la ley natural como un estándar objetivo, cohesivo e interconectado de la conducta correcta:
Esto a lo que he denominado por conveniencia el Tao, y que otros pueden llamar derecho natural o moral tradicional o los primeros principios de la razón práctica o las primeras banalidades, no es uno entre una serie de posibles sistemas de valor. Es la única fuente de todos los juicios de valor. Si es rechazada, todos los valores son rechazados. Si algún valor es retenido, ella es retenida. El esfuerzo por refutarla y plantear un nuevo sistema de valores en su lugar es contradictorio en sí mismo. Nunca ha habido, y nunca habrá, un juicio de valor radicalmente nuevo en la historia del mundo. Los que pretenden ser sistemas nuevos o (como ahora los llaman) “ideologías”, consisten todos de fragmentos del propio Tao. Arrancados arbitrariamente de su contexto en el todo y luego llevados a la locura en su aislamiento, aún así deben al Tao y sólo a él la validez que poseen. Si mi deber para con mis padres es una superstición, también lo es mi deber con la posteridad. Si la justicia es una superstición, entonces también lo es mi deber para con mi país o mi raza. Si la búsqueda del conocimiento científico es un valor real, entonces también lo es la fidelidad conyugal. (The Abolition of Man) [3]
Y en su reciente libro, The Victory of Reason, Rodney Stark ha demostrado además “Cómo el cristianismo condujo a la libertad, el capitalismo, y el éxito de Occidente”. [4] Del mismo modo, y antes del surgimiento del Estado-nación secular en los EE.UU., Alexis de Tocqueville documentó en su obra de 1835, La democracia en América, la notable flexibilidad, vitalidad y cohesión de la libertad basadas en el cristianismo en la sociedad estadounidense con las empresas, iglesias y sociedades de socorro, los contratos y otras instituciones y comunidades privadas. [5]
En su libro, The Myth of Religious Violence: Secular Ideology and the Roots of Modern Conflict, William Cavanaugh señala de manera similar que para San Agustín y el mundo antiguo, la religión no era un ámbito distinto separado de lo secular. El origen del término “religión” (religio) procedía de la antigua Roma (re-ligare, volver a enlazar o vincular) como una seria obligación de una persona según el derecho natural (“religio para mí»), no sólo en un santuario, sino también en los juramentos cívicos y rituales familiares que la mayoría de los occidentales de hoy considerarían seculares. En la Edad Media, Tomás de Aquino veía además a la religio no como un conjunto de creencias privadas sino como una devoción hacia la excelencia moral en todos los ámbitos. [6]
Sin embargo, en el Renacimiento, la religión era vista como un impulso “privado”, distinto de la política, la economía y la ciencia “seculares”. [7] Esta visión “moderna” de la religión inició la declinación de la iglesia como la práctica pública y comunal de la virtud de la religio. Y durante la Ilustración, John Locke había distinguido entre la “fuerza externa” de los funcionarios civiles y la “persuasión interior” de la religión. Creía que la harmonía civil requería una estricta división entre el Estado, cuyos intereses son “públicos”, y la iglesia, cuyos intereses son “privados”, liberando por consiguiente a la esfera pública de lo puramente secular. Para Locke, la iglesia es una “sociedad voluntaria de hombres”, pero la obediencia al Estado es obligatoria. [8]
El subsiguiente surgimiento del Estado moderno que reclama un monopolio de la violencia, la legislación, y la lealtad del público dentro de un determinado territorio dependió ya sea de la absorción de la iglesia en el Estado o del hecho de relegar a la iglesia a un ámbito privado. Como señala Cavanaugh:
La clave de este movimiento es la aseveración de que los asuntos de la iglesia son la religión. La religión debe aparecer, por lo tanto, no como con lo que la iglesia se queda una vez que ha sido despojada de la relevancia terrenal, sino como el esfuerzo humano eterno y esencial al que las acciones de la iglesia siempre deberían haber estado confinadas…. A raíz de la Reforma, los príncipes y reyes tendieron a afirmar su autoridad sobre la Iglesia en sus reinos, como en la Alemania de Lutero y la Inglaterra de Enrique VIII…. La nueva concepción de la religión ayudó a facilitar la transición a la dominación del Estado sobre la iglesia al distinguir a la religión interior de las disciplinas corporales del Estado. [9]
Para figuras de la Ilustración como Jean-Jacques Rousseau que desechaban el derecho natural, la “religión cívica” como la de los regímenes democráticos “es una nueva creación que confiere el carácter sagrado a las instituciones y símbolos democráticos”. [10] Y en sus influyentes escritos, Edward Gibbon y Voltaire afirmaron que las guerras de religión en los siglos XVI y XVII eran “el último suspiro de la barbarie y el fanatismo medieval antes que la oscuridad fuese disipada”. [11] Gibbon y Voltaire consideraban que después de que la Reforma dividió a la cristiandad por motivos religiosos, los católicos y protestantes comenzaron a matarse unos a otros por más de un siglo, demostrando el inherente peligro de la religión “pública”. La supuesta solución fue el Estado moderno, en el cual las lealtades religiosas fueron subvertidas y el Estado se aseguró un monopolio de la violencia. A partir de entonces, el fanatismo religioso sería doblegado, uniendo a todos en la lealtad al Estado secular. Sin embargo, este es un infundado “mito de la violencia religiosa”. La relación entre la construcción del Estado y la guerra ha sido bien documentada, como señaló el historiador Charles Tilly: “La guerra hizo al Estado, y el Estado hizo la guerra”. [12] En el período propiamente dicho de la construcción del Estado europeo, la causa más seria de la violencia y el factor central en el crecimiento del Estado fue el intento de recaudar impuestos de un populacho poco dispuesto con las elites locales resistiendo los esfuerzos de la edificación del Estado de los reyes y emperadores. El punto es que el surgimiento del Estado moderno no era en absoluto la solución a la violencia de la religión. Por el contrario, la absorción de la iglesia por el Estado que comenzó mucho antes de la Reforma fue crucial para el surgimiento del Estado y las guerras de los siglos XVI y XVII.
Sin embargo, Voltaire distinguió entre la “religión del Estado” y la “religión teológica” de la cual “Una religión de Estado no puede causar jamás disturbio alguno. Esto no es cierto respecto de la religión teológica; es la fuente de todas las sandeces y disturbios imaginables; es la madre del fanatismo y la discordia civil; es enemiga de la humanidad”. [13] Lo que Rousseau proponía en su lugar era complementar a la religión puramente “privada” del hombre con una religión civil o política pensada para vincular al ciudadano con el Estado: “En cuanto a ese hombre que, después de haberse comprometido públicamente a los artículos de fe del Estado, actúa en cualquier ocasión como si no creyese en ellos, déjese que su castigo sea la muerte. Ha cometido el más grande de todos los crímenes: Ha mentido en presencia de las leyes”. [14]
Parte 2:
Durante la Ilustración, el nacionalismo se convirtió en la nueva religión cívica, en la cual el Estado-nación no era meramente un sustituto de la iglesia, sino un sustituto de Dios y la religión política se beneficiaba por ser más tangible que la religión sobrenatural al poseer los medios físicos de la violencia necesaria para hacer cumplir la veneración y financiación obligatoria. Los Estados-nación proporcionaron un nuevo tipo de salvación e inmortalidad; la muerte de uno no es en vano si es “por la nación”, la cual perdurará. [15]
Este “mito de la violencia religiosa” se nutre con el teórico legal John Rawls quien afirmaba que el problema moderno es teológico y la solución es política. Para Rawls, dado que la gente cree en doctrinas teológicas irresolubles según las cuales se matarán los unos a los otros, un Estado secular debe gobernar. [16] De manera similar, la profesora de leyes de Stanford, Kathleen Sullivan, una secularista, ha afirmado que como una condición necesaria para la paz a fin de evitar una “guerra de todas las sectas contra todos”, la religión debe ser desterrada de la esfera pública. [17]
Como señala Canavaugh, “[u]na vez que el Estado se ha atribuido lo santo, el Estado renunció voluntariamente a ello al prohibirle a la religión el acceso directo a la esfera pública. . . entonces lo que tenemos no es una separación entre la religión y la política sino en cambio la sustitución de la religión del Estado por la religión de la iglesia”. [18]
Así pues, en el fallo recaído en el caso Abington Township School District c. Schempp, el Juez de la Corte Suprema William Brennan señaló que la función de las escuelas públicas es:
la formación de ciudadanos estadounidenses en una atmósfera en la que los niños puedan asimilar una herencia común a todos los grupos y religiones estadounidenses…. Esta es una herencia ni teísta ni atea, sino simplemente cívica y patriótica. Una lealtad patriótica y unida hacia los Estados Unidos es la cura para la conflictividad de la religión en el público. [19]
En su voto en disidencia, el Juez Potter Stewart advirtió correctamente que el pronunciamiento en el caso Abington sería visto “no como el logro de la neutralidad del Estado, sino más bien como el establecimiento de una religión del secularismo”. [20]
La realidad de la actual teocracia secular es su autoritarismo hipócrita que soslaya la tradición del derecho natural de las enseñanzas cristianas. Cavanaugh resume bien la incoherencia del teócrata secular que afirma que, “Su violencia—que está contaminada por la religión—es descontrolada, absolutista, fanática, irracional y conflictiva. Nuestra violencia—que es secular—es controlada, modesta y racional, beneficiosa, propensa a la paz, y a veces lamentablemente necesaria para contener su violencia”. [21] El problema abrumador con el “mito de la violencia religiosa” no es que ésta se oponga a ciertas formas de violencia, sino que no sólo niega la condena moral de la violencia secular sino que la considera altamente encomiable. [22]
En Politics as Religion, Emilio Gentile señala que la “religión de la política” es “un sistema de creencias, mitos, rituales y símbolos que interpretan y definen el sentido y el fin de la existencia humana, subordinando el destino de los individuos y la colectividad a un entidad suprema”. Una religión de la política es una religión secular porque crea “un aura de santidad en torno a una entidad que pertenece a este mundo”. [23] Y de acuerdo con Cavanaugh, “A la gente no se le permite matar por la ‘religión sectaria’…. Sólo el Estado-nación puede matar…. es esta facultad de organizar asesinatos la que hace de la religión civil estadounidense la verdadera religión del orden social de los EE.UU.”. [24]
Entre la mayoría de los cristianos de los EE.UU. por ejemplo, muy pocos estarían de acuerdo en matar en nombre de Cristo, mientras que matar y morir por el Estado-nación en la guerra y el apoyo a “nuestras tropas” se da por sentado. La división entre lo religioso y lo secular posibilita la lealtad pública de los cristianos a la violencia secular del Estado-nación, incluyendo las guerras invasoras, la tortura y los “daños colaterales”, evitando la confrontación directa con las creencias cristianas acerca de la supremacía de Dios y las enseñanzas del derecho natural. [25]
Así, la teocracia secular exalta un Estado soberano y poderoso que impregna toda la vida y obliga a la obediencia no sólo a sus mandatos sino al nacionalismo secular del propio espíritu de la época, por el cual la población es obligada a cumplir y financiar. Esta visión del mundo domina las escuelas públicas, los colegios y las universidades, la élite de los medios de comunicación, el entretenimiento y una variedad siempre en expansión de las esferas gubernamentales en el derecho, el cuidado de la salud, el bienestar social, las jubilaciones, el transporte, el comercio, los parques y la recreación, etc. No es coincidencia que en la era moderna cuando los Estados-nación han desplazado a Dios, señala Cavanaugh, “no importa que la bandera de los EE.UU. no se refiera explícitamente a un dios. Es sin embargo, un objeto sagrado—quizás el más sagrado—en la sociedad estadounidense y es por lo tanto un objeto de veneración religiosa”. [26] Y la veneración en la teocracia secular en las escuelas y en los eventos públicos consiste en cantar el “Himno Nacional” y saludar al pabellón en “La Promesa de Lealtad”, la cual según lo descrito por su autor socialista Francis Bellamy, “equivale al catecismo o al Padre Nuestro”. [27]
Por el contrario, C.S. Lewis entendió que la ley natural se aplica a todos los comportamientos humanos, incluidos los funcionarios del gobierno, y vio claramente que el poder del gobierno era una fuerza peligrosa que precisa ser estrictamente limitada. [28] Contrariamente a las interpretaciones seculares de la Cláusula de Establecimiento de la Primera Enmienda, el problema no es “la separación de la iglesia y el Estado” en ámbitos distintos y conflictivos sino la reducción del poder del Estado a los mínimos niveles a fin de eliminar el establecimiento de una iglesia de cualquier tipo respaldada por el Estado. Los individuos poseen derechos de propiedad que son sagrados y precisan ser protegidos por un Estado de Derecho uniforme, el cristianismo nos educa conforme las virtudes cívicas da las que depende dicha ley, y los buenos fines sólo pueden alcanzarse empleando buenos medios. El resultado es el reconocimiento de que compeler a la gente a alguna regimentación colectivista es malo y produce un inmenso sufrimiento humano. Lewis señalaba que:
No me agradan que las pretensiones del gobierno—los motivos por los cuales exige mi obediencia—sean catapultadas demasiado alto. No me agradan las pretensiones mágicas del curandero, ni el derecho divino del Borbón. Esto no es solamente porque descreo de la magia y la Politique de Bossuet. Creo en Dios, pero detesto la teocracia. Todo gobierno está integrado por simples hombres y es, estrictamente considerado, un arreglo provisorio; si añade a sus mandamientos “Así dice el Señor, miente, y miente peligrosamente. [29]
El punto es que la ley natural se encuentra enraizada en la religio de la cristiandad y establece el fundamento y el contexto epistémico y moral para la existencia de todas las personas como individuos y que esas leyes posibiliten la cooperación, las normas y las relaciones de la comunidad. Quebrantar la ley natural en nombre de una teocracia secular es quebrantar simultáneamente los vínculos de las relacionas de la comunidad que son la base de los derechos naturales de todos los individuos a ser libres y responsables.
Por otra parte, la solución es poner fin a la teocracia secular mediante la de-socialización de la esfera pública, no procurar “hacerse cargo” de esta teocracia. Esto significa la privatización de las escuelas públicas, el transporte, el bienestar social, las jubilaciones, los parques y la recreación, el comercio, las áreas cívicas de todo tipo, etc., y permitir que florezcan los convenios y otras instituciones y comunidades privadas. [30] Aquellos que consideran que dichos ámbitos gubernamentales son viables y deberían estar exentos de los principios del derecho natural, están arrogantemente engañándose a sí mismos y terminarán abrazando el relativismo moral del utilitarismo. Como Lewis señalaba también:
[D]ado que hemos pecado, hemos descubierto, como dice Lord Acton, que “todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. El único remedio ha sido quitarles los poderes y sustituirlos por una ficción legal de igualdad. . . . La teocracia ha sido abolida con razón no porque es malo que los sacerdotes debieran regir a los laicos ignorantes, sino porque los sacerdotes son hombres malvados como el resto de nosotros. [31]
[1] C.S. Lewis, “Is Theology Poetry?” en The Weight of Glory and Other Addresses (San Francisco: HarperOne, 2001).
[2] C.S. Lewis, The Discarded Image: An Introduction to Medieval and Renaissance Literature (New York, Cambridge University Press, 1994).
[3] C.S. Lewis, The Abolition of Man (San Francisco: HarperOne, 1974), 44.
[4] Rodney Stark, The Victory of Reason: How Christianity Led to Freedom, Capitalism, and Western Success (New York: Random House, 2006).
[5] Alexis de Tocqueville, Democracy in America, trans. Delba Winthrop (Chicago: University of Chicago Press, 2002).
[6] William T. Cavanaugh, The Myth of Religious Violence: Secular Ideology and the Roots of Modern Conflict (Oxford: Oxford University Press, 2009), 62–68.
[7] Ibid, 70.
[8] Ibid, 79–83.
[9] Ibid, 83–84.
[10] Ibid, 113.
[11] Ibid, 127.
[12] Charles Tilly, “Reflections on the History of European State-Making,” en The Formation of National States in Western Europe, ed. Charles Tilly (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1975), 42.
[13] Cavanaugh, 128.
[14] Jean-Jacques Rousseau, The Social Contract, trans. Willmoore Kendall (South Bend, IN: Gateway, 1954), 149.
[15] Cavanaugh, 114. [16] Ibid, 134. [17] Ibid, 135. [18] Ibid, 177. [19] Abington Township School District v. Schempp, 374 U.S. 203 (1963), 307. [20] Ibid, 33. [21] Cavanaugh, 211. [22] Ibid, 121. [23] Emilio Gentile, Politics as Religion, trans. George Saunton (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 2006), xiv. [24] Cavanaugh, 118. [25] Ibid, 122. [26] Ibid, 106. [27] Francis Bellamy, quoted in Cecilia Elizabeth O’Leary, To Die For: the Paradox of American Patriotism (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1999), 178. [28] David J. Theroux, C. S. Lewis sobre la mera libertad y los males del estatismo” , Cultura y Civilización (2010). [29] C. S. Lewis, “Is Progress Possible? Willing Slaves of the Welfare State,” in C. S. Lewis, God in the Dock: Essays in Theology and Ethics, ed. Walter Hooper (Grand Rapids, Mich.: William B. Eerdmans, 1970), 315. [30] David Beito, Peter Gordon and Alexander Tabarrok, eds., The Voluntary City: Choice, Community, and Civil Society (Ann Arbor, MI: University of Michigan Press for The Independent Institute, 2002). [31] C. S. Lewis, The Weight of Glory and Other Addresses, 168–69.Traducido por Gabriel Gasave
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