Esta es nuestra crisis de identidad nacional en pocas palabras: ¿Queremos que el gobierno gaste la mitad de su dinero en la redistribución y las fuerzas armadas, o lo vuelva a dedicar a la ciencia, la infraestructura y la investigación en salud?
Nos agrada considerarnos una nación de innovación, pero nuestro gobierno es un Estado bélico/asistencialista. Para construir una economía del siglo 21 tenemos que acrecentar la tasa de innovación y para ello necesitamos poner a la innovación en el centro de nuestra visión nacional.
La innovación, sin embargo, no es una prioridad de nuestro masivo gobierno federal. Casi dos tercios del presupuesto federal de los EE.UU., 2,2 billones de dólares (trillones en inglés) anuales, están destinados a los cuatro principales programas bélicos y de asistencialismo, el Medicaid, el Medicare, la defensa y la Seguridad Social. Por el contrario, los Institutos Nacionales de la Salud (NHI), que financian la investigación médica, gastan 31 mil millones (billones en inglés) al año, y la Fundación Nacional de Ciencia (NSF) gasta tan sólo 7 mil millones de dólares.
El gobierno federal gasta algo de dinero en innovación, pero sobre todo para la innovación bélica. El Departamento de Defensa, por ejemplo, gasta 78 mil millones de dólares en investigación y desarrollo (I&D). Bueno para el Departamento de Defensa, al menos están pensando en el futuro. Pero la mayor parte de la I&D de la defensa es para la investigación en armamentos la cual es poco probable que genere efectos secundarios significativos para otras áreas de la economía. La investigación básica y aplicada en algo que no sean armas que cuanta con la mayor posibilidad de generar efectos secundarios benéficos es una pequeña minoría de la I&D de la defensa. La Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (DARPA), por ejemplo, ayudó a desarrollar Internet pero el presupuesto de la DARPA es de sólo 3 mil millones de dólares. Incluso cuando agrupamos todos los gastos federales en I&D, independientemente de su calidad, éstos equivalen a sólo 150 mil millones de dólares, un mero 4 por ciento del presupuesto.
El hecho de colocar a la innovación en el centro de nuestra visión nacional no consiste simplemente en gastar más dinero. Una nación innovadora pensaría todos los problemas de manera diferente. Por ejemplo, el largo debate sobre la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible (PPACA en inglés, también conocida como Obamacare), se refirió casi en su totalidad al bienestar y la redistribución, es decir a repartir el pastel. Durante este debate, ¿cuánto oímos hablar de innovación en materia de salud?
Desde la perspectiva de la innovación, dos hechos acerca del cuidado de la salud son de importancia. Primero, una enorme cuantía del gasto en atención de la salud es desperdiciada. Existe un amplio consenso en este punto entre los investigadores de la salud a lo largo del espectro político. Cientos de miles de millones de dólares se gastan en la atención de la salud hoy en día con poco o nada que mostrar en términos de mejora en materia de salud. Segundo, pese a queele hecho de gastar más en la atención médica actualmente no aporta mucho, gastar más en investigación sobre salud sí ofrece bastante. Los aumentos en la esperanza de vida de menos de muertes causadas por enfermedades cardiovasculares durante el período 1970-1990, por ejemplo, fueron valuadas en más de 30 billones de dólares (Trillones en inglés). Sí, 30 billones de dólares. En otras palabras, los beneficios de una mejor salud durante el período 1970-1990 fueron comparables a todos los beneficios de la riqueza material en el mismo período.
De cara al futuro, si la investigación médica pudiese reducir la mortalidad por cáncer en sólo un 10 por ciento, ello valdría 5 billones de dólares para los ciudadanos de los EE.UU. (e incluso más teniendo en cuenta al resto del mundo). La ganancia neta sería especialmente importante si pudiésemos reducir la mortalidad por cáncer con nuevos medicamentos, los cuales por lo general son baratos de producir una vez descubiertos. Una reducción en la mortalidad por cáncer de este tamaño no es algo inalcanzable. Si bien el gasto en investigación médica es mucho más valioso en el margen que el gasto en atención médica debido a que carecemos de una visión innovadora, continuamente debatimos cómo repartir el pastel, mientras pasamos por alto las mejoras potencialmente enormes en el bienestar humano.
La amenaza burocrática
La de la regulación es otra área en la que nos hace falta una visión innovadora. Hay regulaciones buenas y regulaciones malas y mucho debate sobre cuál es cuál. Desde la perspectiva de la innovación, sin embargo, este debate omite un punto clave. Asumamos que todas las regulaciones son buenas. El problema es que aunque cada regulación sea buena, el efecto neto de todas las regulaciones combinadas puede ser malo. Una sola piedra en un gran torrente no hace mucho, pero si arrojamos piedras suficientes, el torrente de la innovación queda obstruido.
Por ejemplo, edificar en los Estados Unidos hoy en día requiere navegar por una maraña de regulaciones medioambientales, de zonificación y estéticas que varían no solamente de estado en estado sino de condado en condado. Si construir una casa es difícil, trate de erigir un aeropuerto. El transporte de pasajeros se ha más que triplicado desde la desregulación de 1978, pero en ese lapso sólo un nuevo aeropuerto importante ha sido construido: el de Denver. Ese aeropuerto es actualmente el cuarto más congestionado del mundo. De hecho, los siete aeropuertos con más tráfico del mundo se encuentran todos en los Estados Unidos, no tanto porque seamos grandes sino debido a que sin nuevas construcciones nos vemos obligados a saturar nuestra infraestructura existente. El resultado son demoras e ineficacia. Mientras tanto, China estará construyendo entre 50 y 100 aeropuertos en los próximos 10 años.
La maraña de regulaciones también estrangula la innovación energética. El Departamento de Energía de los EE.UU., por ejemplo, estima que pequeños y ambientalmente amigables proyectos hidroeléctricos podrían generar al menos 30.000 MW de potencia cada año. Eso equivale a la capacidad de generación de unas 30 plantas de energía nuclear. Además, dado que actualmente el 97% de las presas de los EE.UU. están generando cero energía, estos proyectos no requerirían la construcción de ninguna nueva represa. Entonces, ¿cuál es el problema? El problema es que la construcción de incluso un pequeño proyecto hidroeléctrico requiere la aprobación de numerosos organismos, incluida la Comisión Federal de Regulación de Energía (FERC), el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de los EE.UU. (FWS), el Cuerpo de Ingenieros del Ejército y los Departamentos estaduales de Medio Ambiente y Preservación Histórica. Sencillamente resulta demasiado costoso, lento y riesgoso erigir estos proyectos cuando cualquiera de estos organismos puede vetarlos en cualquier momento. El resultado neto es que generamos más electricidad de la necesaria al nivelar las montañas, quemar carbón, y llenar nuestro aire con partículas peligrosas y CO2 que alteran el clima.
Construyendo la próxima represa Hoover
Nuestros antepasados eran audaces y laboriosos. Erigieron una parte importante de nuestra infraestructura energética y vial hace más de medio siglo. Sería casi imposible construir ese sistema en la actualidad. ¿Podríamos construir la represa Hoover hoy? Contamos con la tecnología. Pero parece que nos falta voluntad. Desafortunadamente, no podemos confiar en la infraestructura de nuestro pasado para viajar hacia nuestro futuro. Aeropuertos, una red eléctrica inteligente que no arroje millones de dólares a la oscuridad cada pocos años, y Wi-Fi en todas partes son algunas de las infraestructuras importantes del siglo 21, y se encuentran atrapadas en una maraña de regulaciones.
Nuestra economía está estancada por primera vez en mucho tiempo, y el estado de ánimo nacional es profundamente pesimista. Para restaurar nuestra economía y nuestro espíritu es necesario convertirse en una nación innovadora. Una nación innovadora podría mejorar las perspectivas de crecimiento económico, pero podría hacer mucho más. El Estado belicoso y asistencialista reparte el pastel y también divide a los estadounidenses. Los estadounidenses, sin embargo, son gente innovadora y con visión de futuro y las perspectivas son buenas de que se unan en torno a una agenda favorable al crecimiento y la innovación.
Este ensayo está basado en el nuevo libro de Alex Tabarrok Launching the Innovation Renaissance, publicado por TED books.
Traducido por Gabriel Gasave
La nación innovadora vs. el Estado belicoso y asistencialista
Esta es nuestra crisis de identidad nacional en pocas palabras: ¿Queremos que el gobierno gaste la mitad de su dinero en la redistribución y las fuerzas armadas, o lo vuelva a dedicar a la ciencia, la infraestructura y la investigación en salud?
Nos agrada considerarnos una nación de innovación, pero nuestro gobierno es un Estado bélico/asistencialista. Para construir una economía del siglo 21 tenemos que acrecentar la tasa de innovación y para ello necesitamos poner a la innovación en el centro de nuestra visión nacional.
La innovación, sin embargo, no es una prioridad de nuestro masivo gobierno federal. Casi dos tercios del presupuesto federal de los EE.UU., 2,2 billones de dólares (trillones en inglés) anuales, están destinados a los cuatro principales programas bélicos y de asistencialismo, el Medicaid, el Medicare, la defensa y la Seguridad Social. Por el contrario, los Institutos Nacionales de la Salud (NHI), que financian la investigación médica, gastan 31 mil millones (billones en inglés) al año, y la Fundación Nacional de Ciencia (NSF) gasta tan sólo 7 mil millones de dólares.
El gobierno federal gasta algo de dinero en innovación, pero sobre todo para la innovación bélica. El Departamento de Defensa, por ejemplo, gasta 78 mil millones de dólares en investigación y desarrollo (I&D). Bueno para el Departamento de Defensa, al menos están pensando en el futuro. Pero la mayor parte de la I&D de la defensa es para la investigación en armamentos la cual es poco probable que genere efectos secundarios significativos para otras áreas de la economía. La investigación básica y aplicada en algo que no sean armas que cuanta con la mayor posibilidad de generar efectos secundarios benéficos es una pequeña minoría de la I&D de la defensa. La Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (DARPA), por ejemplo, ayudó a desarrollar Internet pero el presupuesto de la DARPA es de sólo 3 mil millones de dólares. Incluso cuando agrupamos todos los gastos federales en I&D, independientemente de su calidad, éstos equivalen a sólo 150 mil millones de dólares, un mero 4 por ciento del presupuesto.
El hecho de colocar a la innovación en el centro de nuestra visión nacional no consiste simplemente en gastar más dinero. Una nación innovadora pensaría todos los problemas de manera diferente. Por ejemplo, el largo debate sobre la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible (PPACA en inglés, también conocida como Obamacare), se refirió casi en su totalidad al bienestar y la redistribución, es decir a repartir el pastel. Durante este debate, ¿cuánto oímos hablar de innovación en materia de salud?
Desde la perspectiva de la innovación, dos hechos acerca del cuidado de la salud son de importancia. Primero, una enorme cuantía del gasto en atención de la salud es desperdiciada. Existe un amplio consenso en este punto entre los investigadores de la salud a lo largo del espectro político. Cientos de miles de millones de dólares se gastan en la atención de la salud hoy en día con poco o nada que mostrar en términos de mejora en materia de salud. Segundo, pese a queele hecho de gastar más en la atención médica actualmente no aporta mucho, gastar más en investigación sobre salud sí ofrece bastante. Los aumentos en la esperanza de vida de menos de muertes causadas por enfermedades cardiovasculares durante el período 1970-1990, por ejemplo, fueron valuadas en más de 30 billones de dólares (Trillones en inglés). Sí, 30 billones de dólares. En otras palabras, los beneficios de una mejor salud durante el período 1970-1990 fueron comparables a todos los beneficios de la riqueza material en el mismo período.
De cara al futuro, si la investigación médica pudiese reducir la mortalidad por cáncer en sólo un 10 por ciento, ello valdría 5 billones de dólares para los ciudadanos de los EE.UU. (e incluso más teniendo en cuenta al resto del mundo). La ganancia neta sería especialmente importante si pudiésemos reducir la mortalidad por cáncer con nuevos medicamentos, los cuales por lo general son baratos de producir una vez descubiertos. Una reducción en la mortalidad por cáncer de este tamaño no es algo inalcanzable. Si bien el gasto en investigación médica es mucho más valioso en el margen que el gasto en atención médica debido a que carecemos de una visión innovadora, continuamente debatimos cómo repartir el pastel, mientras pasamos por alto las mejoras potencialmente enormes en el bienestar humano.
La amenaza burocrática
La de la regulación es otra área en la que nos hace falta una visión innovadora. Hay regulaciones buenas y regulaciones malas y mucho debate sobre cuál es cuál. Desde la perspectiva de la innovación, sin embargo, este debate omite un punto clave. Asumamos que todas las regulaciones son buenas. El problema es que aunque cada regulación sea buena, el efecto neto de todas las regulaciones combinadas puede ser malo. Una sola piedra en un gran torrente no hace mucho, pero si arrojamos piedras suficientes, el torrente de la innovación queda obstruido.
Por ejemplo, edificar en los Estados Unidos hoy en día requiere navegar por una maraña de regulaciones medioambientales, de zonificación y estéticas que varían no solamente de estado en estado sino de condado en condado. Si construir una casa es difícil, trate de erigir un aeropuerto. El transporte de pasajeros se ha más que triplicado desde la desregulación de 1978, pero en ese lapso sólo un nuevo aeropuerto importante ha sido construido: el de Denver. Ese aeropuerto es actualmente el cuarto más congestionado del mundo. De hecho, los siete aeropuertos con más tráfico del mundo se encuentran todos en los Estados Unidos, no tanto porque seamos grandes sino debido a que sin nuevas construcciones nos vemos obligados a saturar nuestra infraestructura existente. El resultado son demoras e ineficacia. Mientras tanto, China estará construyendo entre 50 y 100 aeropuertos en los próximos 10 años.
La maraña de regulaciones también estrangula la innovación energética. El Departamento de Energía de los EE.UU., por ejemplo, estima que pequeños y ambientalmente amigables proyectos hidroeléctricos podrían generar al menos 30.000 MW de potencia cada año. Eso equivale a la capacidad de generación de unas 30 plantas de energía nuclear. Además, dado que actualmente el 97% de las presas de los EE.UU. están generando cero energía, estos proyectos no requerirían la construcción de ninguna nueva represa. Entonces, ¿cuál es el problema? El problema es que la construcción de incluso un pequeño proyecto hidroeléctrico requiere la aprobación de numerosos organismos, incluida la Comisión Federal de Regulación de Energía (FERC), el Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de los EE.UU. (FWS), el Cuerpo de Ingenieros del Ejército y los Departamentos estaduales de Medio Ambiente y Preservación Histórica. Sencillamente resulta demasiado costoso, lento y riesgoso erigir estos proyectos cuando cualquiera de estos organismos puede vetarlos en cualquier momento. El resultado neto es que generamos más electricidad de la necesaria al nivelar las montañas, quemar carbón, y llenar nuestro aire con partículas peligrosas y CO2 que alteran el clima.
Construyendo la próxima represa Hoover
Nuestros antepasados eran audaces y laboriosos. Erigieron una parte importante de nuestra infraestructura energética y vial hace más de medio siglo. Sería casi imposible construir ese sistema en la actualidad. ¿Podríamos construir la represa Hoover hoy? Contamos con la tecnología. Pero parece que nos falta voluntad. Desafortunadamente, no podemos confiar en la infraestructura de nuestro pasado para viajar hacia nuestro futuro. Aeropuertos, una red eléctrica inteligente que no arroje millones de dólares a la oscuridad cada pocos años, y Wi-Fi en todas partes son algunas de las infraestructuras importantes del siglo 21, y se encuentran atrapadas en una maraña de regulaciones.
Nuestra economía está estancada por primera vez en mucho tiempo, y el estado de ánimo nacional es profundamente pesimista. Para restaurar nuestra economía y nuestro espíritu es necesario convertirse en una nación innovadora. Una nación innovadora podría mejorar las perspectivas de crecimiento económico, pero podría hacer mucho más. El Estado belicoso y asistencialista reparte el pastel y también divide a los estadounidenses. Los estadounidenses, sin embargo, son gente innovadora y con visión de futuro y las perspectivas son buenas de que se unan en torno a una agenda favorable al crecimiento y la innovación.
Este ensayo está basado en el nuevo libro de Alex Tabarrok Launching the Innovation Renaissance, publicado por TED books.
Traducido por Gabriel Gasave
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